En esta geometría de lo mínimo Nieto juega de manera constante con la creación de espacios interiores y exteriores, en ocasiones maximizando espacios hasta que la casita aparece de forma diminuta, minúscula, y a veces, al contrario, la construcción —siempre vacía, en su representación más esquemática y simbólica— se impone al fondo.
La simplicidad en el arte no se opone a lo complejo, porque la complejidad radica en cómo a partir de un elemento simple, mínimo, casi primigenio, se construye un universo de significaciones. Este camino de aparente sencillez y economía de signos grandilocuentes se recorre desde lo uno, el individuo, a lo múltiple social. Y viceversa.
Álvaro Nieto, con elementos mínimos, la casa, el esbozo de un contorno que apenas dibuja una figura humana, articula un discurso que alude a la complejidad psicológica y afectiva del ser humano —en y para sí mismo— y por otro lado, al amplio abanico de relaciones interpersonales que potencian la multiplicidad de los puntos de vista desde donde se sitúa el yo en el espectro relacional.
El interés del artista por la arquitectura —que ejerce como un modo de llevar su ideario estético a la práctica cotidiana— y la habitabilidad de los espacios, no es nada casual cuando Álvaro Nieto designa el concepto de casa como elemento principal de su trabajo.
El artista entiende la casa como un objeto, que a la vez es contenedor, simbólico y al mismo tiempo cotidiano, que nos ata a la tierra, nos da personalidad e influye en quienes somos.
No en vano su reciente exposición, después de un largo periodo sin mostrar su trabajo —y eso de por sí da pie a un texto mucho más largo—, lleva por título La tierra que pisas. Toda una declaración de intenciones, elocuente como es Álvaro Nieto a la hora de titular sus obras.
En su representación, el artista somete el concepto de casa a un proceso de subjetivización —de objeto a sujeto— y la proyecta como un ente orgánico, en clave minimalista, como el espacio privado donde suceden las interacciones personales, de ahí lo turbulento de sus fondos y texturas, preñadas de intensidad emocional y capas de información.
Fondos en los que a veces aparecen como en brumas figuras humanas, a veces solitarias y a veces en dúo, contornos figurados, que desaparecen en la mayoría de las composiciones, pero que gravitan como marcada ausencia. De este modo las relaciones personales viven en un espacio mental más allá de la presencia física y en la obra dejan su impronta en forma de nube o impoluto vacío, como los pequeños espacios de blanco puro que Nieto rescata de las tormentas minerales.
En esta narrativa de la intimidad Álvaro Nieto combina con acierto la frialdad del concepto, el ensayo obsesivo sobre la figura de la casa y sus infinitas posibilidades de representación, aun ciñéndose a unos formatos predeterminados, con la carga emotiva que le imprime a las texturas, que son verdaderas enciclopedias visuales del universo afectivo, reflejando diferentes estados de ánimo a partir de diferentes grados de implosión estética.
En esta narrativa de la intimidad Álvaro Nieto combina con acierto la frialdad del concepto, el ensayo obsesivo sobre la figura de la casa y sus infinitas posibilidades de representación, aun ciñéndose a unos formatos predeterminados, con la carga emotiva que le imprime a las texturas, que son verdaderas enciclopedias visuales del universo afectivo.
Existe un toque tribal en el manejo de la composición sobria y geométrica, casi primitiva, que Nieto absorbe de la tradición del expresionismo alemán, los matéricos catalanes y la transvanguardia italiana.
En esta geometría de lo mínimo Nieto juega de manera constante con la creación de espacios interiores y exteriores, en ocasiones maximizando espacios hasta que la casita aparece de forma diminuta, minúscula, y a veces, al contrario, la construcción —siempre vacía, en su representación más esquemática y simbólica— se impone al fondo.
Con esta serie monocroma, de blancos, negros y decenas de grises, Álvaro Nieto aspira a reflejar todas las tonalidades afectivas de las que se compone el mundo de las relaciones interpersonales, y para ello se apoya en elocuentes e incisivos títulos, que enriquecen la lectura de la pieza a ritmo de bolero. Así, cada una de estas acuarelas se convierte en una radiografía del alma y en una instantánea que refleja un estado de ánimo particular, que da lugar a ese libro que es Tierra sin memoria, el terreno olvidadizo, efímero y pasajero de los vínculos y afectos, donde a veces sólo quedan las ruinas de un paisaje calcinado.
Si el racionalismo consiste en querer encerrar la realidad dentro de un sistema coherente, Álvaro Nieto se convierte en agudo observador de la realidad emocional con una obra de vocación existencialista, una obra basada en la experiencia, donde la única coherencia posible es seguir siendo uno mismo, y ya de paso, tratar de aprender quiénes somos en esa Tierra sin memoria que es el mundo de las relaciones. ®
Tierra sin memoria, acuarelas de Álvaro Nieto. La Gallerie Apollinaire, Juan Manuel 175, Guadalajara, Jal. Tel: 3345 2194. Inauguración: miércoles 3 de junio de 2015, 21 hs.