Tiranía y feminicidio en el teatro de Elena Garro

8 de marzo: Día Internacional de la Mujer

El título de este texto obedece al hecho de que la autora fue una pionera en revelar la violencia de género en México. Primero lo hizo como periodista y poco después con su obra literaria.

Elena Garro. Dibujo sin crédito, de 1958, publicado en Diálogos con Elena Garro, de Patricia Rosas Lopátegui.

Elena Garro (1916–1998) es una de las escritoras más importantes del siglo XX de la literatura universal. Se distinguió como periodista, dramaturga, novelista, cuentista, guionista, memorialista y también como poeta.

El título de este texto, “Tiranía y feminicidio en el teatro de Elena Garro”,1 obedece al hecho de que la autora fue una pionera en revelar la violencia de género en México. Primero lo hizo como periodista, en 1941, cuando entrevistó a tres mujeres de clase social privilegiada que padecían la opresión de los preceptos patriarcales: Lolita González (una cantante de ópera que al parecer truncó su carrera), la destacada artista Frida Kahlo y la actriz Isabella Corona. Sin olvidar, por supuesto, su revelador reportaje “Mujeres perdidas”, en el que describió los atropellos padecidos por las niñas y las jóvenes de escasos recursos, injustamente encarceladas y sometidas a castigos severos y a la explotación.2 Como podemos observar, Elena Garro registró la opresión en contra de la mujer en las diferentes clases sociales.

Ahora bien, en la segunda mitad de de los años cincuenta, cuando Elena Garro volvió a registrar la violencia de género, lo hizo desde la dramaturgia, abordando el tema a través de la farsa, el drama y la tragedia.

Elena Garro se dio a conocer como dramaturga el 19 de julio de 1957. El grupo Poesía en Voz Alta llevó a la escena tres de sus piezas en un acto: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Podemos afirmar que, a partir de ese momento, Elena Garro renovó el teatro en México, ya que rompió con el género realista y decimonónico al incorporar la atemporalidad de la fantasía, del mundo de la imaginación, en contrapunto con la realidad cotidiana, para poder criticar más certeramente la tiranía enajenante de los hombres machistas, entre otros temas.

Elena Garro renovó el teatro en México, ya que rompió con el género realista y decimonónico al incorporar la atemporalidad de la fantasía, del mundo de la imaginación, en contrapunto con la realidad cotidiana, para poder criticar más certeramente la tiranía enajenante de los hombres machistas.

De inmediato aparecieron reseñas que celebraban la pluma desacralizadora y original de la nueva dramaturga. Sobre ella escribieron Margarita Michelena, Juan García Ponce, Rafael Solana, y el afamado escritor Armando de Maria y Campos aseveró el 21 de julio de 1957, es decir, dos días después del estreno de sus obras: “Elena Garro, entre todas las mujeres que se dedican a las Letras en México, es, por mucho, la mejor. Con la lanza de Un hogar sólido mató al dragón de la literatura femenina y la de algunos de los mejores hombres de letras y de teatro”.3

En Andarse por las ramas la autora analizó el comportamiento tiránico del esposo en contra de la libertad de su cónyuge y la de su hijo. La risa que provocan las situaciones fársicas o satíricas le sirven para revelar la verdad: la ridiculez del hombre que pretende controlar el entorno familiar.

En esta farsa aparecen Don Fernando de las Siete y Cinco, el patriarca del hogar, un varón racional, metódico y rutinario; su esposa Justina o Titina, quien representa la creatividad, la honradez y la ecuanimidad, y el hijo de ambos, Polito, símbolo de la inocencia, la pureza y la ilusión de la infancia.

Los nombres ya nos revelan su personalidad: Don Fernando de las Siete y Cinco es un hombre totalitario, controlador, malhumorado, regido por la razón, por los relojes, por el tiempo plano y chato de la vida ordinaria. Titina, diminutivo de Justina, es un nombre onomatopéyico, que nos remite al tintinear de la constante renovación del universo a través de la fantasía, y el apelativo de Polito, sin duda alguna, es una alusión a Marco Polo, el famoso explorador veneciano que rompió obstáculos para llegar a Asia; es decir, su nombre nos remite a la idea del viaje como elemento indispensable para descubrir aquello que sólo podemos vislumbrar gracias al poder de la imaginación.

La obra comienza cuando los personajes se encuentran sentados a la mesa, a la hora de la comida, los tres vestidos de negro, frente a un plato de sopa de poros. El color negro del vestuario indica lo solemne y tétrico de la vida familiar impuesta por el autoritarismo del padre:

Don Fernando: Las siete y siete y apenas han servido la sopa de poros. Sopa de poros: lunes. Lunes y mis mancuernillas checoslovacas no aparecen.
Titina: Sí, hay alguien que hace aparecer y desaparecer las cosas. ¿Verdad, Polito?
Polito: Sí, mamá. Las mancuernillas son como los lunes, que aparecen y desaparecen.
Don Fernando: ¡Basta de disparates!
Titina: Es cierto lo que dice Polito. ¿Ha pensado usted don Fernando de las Siete y Cinco, en dónde se meten los lunes? En siete días no sabemos nada de ellos.
Don Fernando: Los lunes son una medida cualquiera de tiempo… una convención. Se les llama lunes como se les podría llamar… pompónico.
Titina: (Riéndose) ¡Ay, don Fernando, me hace usted reír! ¡Ríete, Polito! (Polito mira a su madre y se echa a reír.) Pompónico no sería nunca lunes. ¡Pompónico sería algo con borlas! (…)
Don Fernando: Coman la sopa. ¿Cuánto tiempo voy a esperar para que sirvan los jitomates asados?
(Titina toca precipitadamente una campanilla de plata. Don Fernando se la arrebata.) ¡Polo, come tu sopa!
Titina: ¡Perdone, don Fernando! ¿Quiere usted que traiga las tijeras para podar la risa? Llevamos ya siete podas, pero retoña…
Don Fernando: ¿Tienen buen filo?
Titina: Sí, hoy pasó el afilador y nos trajo suerte…
Don Fernando: (A Polito) ¡Come la sopa!
Titina: ¡Una cucharadita por Titina, Polito!
(El niño sigue mirando el fondo de su plato.)
Don Fernando: ¿La vas a comer? ¿Sí o no? ¿No o sí? ¿Sí o no?
Titina: No se irrite, don Fernando. En los platos de sopa a veces caen estrellas, hay eclipses, naufragios. Y los niños se quedan mirando… ¿Quiere usted que le cuente cuando la luna cayó en mi plato de lentejas…?
Don Fernando: ¡Justina, por Dios, Justina! Un poco de recato. ¿Sabes tú lo que es la luna? La luna es el pecado mortal; y mezclarla con un plato de humildes lentejas…
Titina: Así fue. Las lentejas están llenas de hierro; yo iba a ser soldado y pensé que no sería malo hacerme una armadura por dentro. Entonces, vi en mi plato…
Don Fernando: Justina, no justifiques lo injustificable: que Polo no come su sopa de poros. (Aire ausente de Titina) ¡Justina, Justina! ¡Te estoy hablando! ¡Responde!
(Titina se levanta en silencio. Se dirige a los telones del fondo, saca de su pecho un gis rojo y sobre el muro dibuja una casita con su chimenea y su humito. Luego dibuja la puerta, la abre y desaparece. Encima del muro surgen las ramas de un árbol y Titina, sentada en una de ellas. Mientras tanto don Fernando habla, dirigiéndose a la silla vacía.)
Don Fernando: Siempre haces lo mismo. Te me vas, te escapas. No quieres oír la verdad. ¿Me estás oyendo?
Titina: (Desde el árbol) Lo oigo, don Fernando.
Don Fernando: (A la silla vacía) La locura presidiendo mi casa. La fantasía a la cabecera de mi mesa. La mentira impidiendo que sirvan los jitomates asados de los lunes. Y tú sin oírme. Las mujeres viven en otra dimensión. La dimensión lunar. ¿Me oíste? ¡Luuunaaar!
Polito: Titina te oye y también te oigo yo.
Don Fernando: Se escapa; y lo peor de todo es que a ti también te enseña a irte por las ramas.
Titina: (Desde el árbol) Yo no creo que sea malo irse por las ramas…
Don Fernando: (A la silla vacía) Irse por las ramas es huir de la verdad.
Titina: Las ramas son verdad. Polito, dile a tu papá que las ramas son verdad.
Polito: Sí, son verdes y sirven para columpiarse, papá.
Don Fernando: ¿Para columpiarse? Aquí se trata de tener los pies honestamente en el suelo…4

Después de esta diatriba, finalmente Titina regresa al mundo de la realidad y Don Fernando la expulsa de la casa. Titina camina por las calles con su maleta y se encuentra con Lagartito. Por el nombre del personaje ya sabemos de qué tipo de varón se trata. Una de las características de la mayoría de los lagartos consiste en que cambian de color en respuesta a cambios ambientales y situaciones estresantes y muchas especies de lagartos también son capaces de regenerar las extremidades, lo que significa que si pierde una extremidad por un conflicto con un depredador, volverá a crecer al igual que sus colas.

Por lo tanto, Lagartito representa al típico hombre macho que engatuza con sus palabras melodiosas, que se transmuta según sus intereses y necesidades para atrapar a la mujer, a su presa, y después de que lo logra, de que satisface su vanidad ególatra, a la primera oportunidad que se le presenta la abandona por otra “señora”. Así se comportó Lagartito con Titina.

Los dos patriarcas se burlan de ella por no someterse a sus leyes represivas, pero Titina prefiere defender su universo precedido por la imaginación y elige la libertad y la independencia, separada de los hombres autoritarios y falsos.

La obra termina cuando Titina abandona a Largatito y nuevamente se trepa en la rama del árbol, es decir, elige vivir en la dimensión de la verdad, del mundo de la creatividad, separada del yugo masculino, mientras que Don Fernando de las Siete y Cinco y Lagartito la contemplan desde abajo y le cantan la canción de La iguana: “Uy, uy, qué iguana tan fea. Uy, uy, qué iguana tan fea que se sube al árbol y lo zarandea”. Los dos patriarcas se burlan de ella por no someterse a sus leyes represivas, pero Titina prefiere defender su universo precedido por la imaginación y elige la libertad y la independencia, separada de los hombres autoritarios y falsos. Está sola, sí, pero fuera de la trampa.

Elena Garro coloca a Titina arriba de un árbol, en la suprarrealidad de la creación, del mundo verdadero, el de la ilusión, en donde son posibles los cambios para vivir más plenamente, por encima de la realidad ordinaria en la que transitan los hombres mediocres, adoctrinados por los valores falocéntricos, esos hombres que no evolucionan. La altura del árbol, como el centinela de la infancia de Elena Garro, le permite a Titina tener otra perspectiva del mundo, más rica y desafiante, y vivir por y para sí misma.

* * *

Por otra parte, en Los perros estamos frente a un drama. En esta pieza, también en un acto, Elena Garrodesmonta las conductas patriarcales que siguen perpetrando la paidofilia en torno a las niñas y adolescentes. En la obra, Manuela, de cuarenta años y su hija Úrsula, de doce, son víctimas del capricho de los machos que prefieren a la mujer “tiernita”, para romperla, para convertirla en “la sin piel”.

El drama se desarrolla en un pueblo mexicano, en una zona rural, pero este tipo de situaciones suceden tanto en los lugares desolados como en las grandes metrópolis de todo el mundo.

La acción comienza cuando Úrsula se encuentra preocupada, inquieta y afligida porque Jerónimo, un joven malicioso, la acosa sexualmente con sus “ojos borrachos”. Al comentárselo a su madre, Manuela no quiere escucharla, le prohíbe que mencione lo que le sucede, porque cree que de esa manera evitará que en su hija se repita lo que ella ya vivió. Elena Garro registra la creencia atávica del pensamiento mágico de los pueblos indígenas, que consideran el silencio como una manera de alejar el mal cuando éste amenaza su integridad física y moral.

Javier, el primo de Úrsula, es el Judas que llega a prepararla para que no se resista a su futuro agresor. En un momento en que Manuela sale de su choza se da el acto propiciatorio:

Javier: (En voz baja) ¡Úrsula!
Úrsula: (Sobresaltada) ¡Ay!
Javier: Soy yo, nada más soy yo.
Úrsula: Primo Javier, qué susto me diste.
Javier: Vengo de pasada, antes de irme a la fiesta… no me podía ir sin venir a decírtelo…
Úrsula: ¿Decirme qué?
Javier: Que Jerónimo te va a robar esta noche.
Úrsula: ¿Y para qué me quiere robar?
Javier: Te quiere para mujer, así lo dijo.
Úrsula: ¿Para mujer… a mí?
(Úrsula deja de mirar a Javier y parece que va a llorar.)
Javier: Así lo dijo: “Me gusta la mujer tiernita, no me gustan las macizas.” Ya se habló con los Tejones y ellos quedaron conformes en ayudarlo. Tú sabes que nunca falta quien te ayude en los caprichos. Y Jerónimo anda encaprichado, le salían vapores de los ojos.
Úrsula: ¡Primo Javier, ve y dile que me deje aquí en mi casa! ¡Díselo, Javier, quiero quedarme en mi casa! ¡Quiero quedarme en mi casa! ¡Quiero quedarme con mi mamá!
Javier: ¿Cómo quieres que le diga lo que él no quiere oír? Ninguna palabra sirve para borrar un capricho. (…) No digas que fui yo el que te avisó. (…) ¿Oyes? ¡Qué silencio! Anda, ve y suelta a los perros.
(Úrsula se levanta, escucha unos segundos y sale corriendo. Vuelve a entrar al cabo de unos minutos.)
Úrsula: Ya andan sueltos el “Estrella” y el “Gamuzo.” Javier, ¿para qué me quiere Jerónimo?
Javier: No seré yo quien te quite la inocencia. Es un grave pecado. Es peor que arrancarle la piel a un niño, a un viejo lo sacas de su pellejo como de un vestido, en cambio el niño está bien pegadito…
Úrsula: ¿Jerónimo me quiere arrancar la piel?
Javier: Eso quiere. Dejarte en carne viva, para que luego cualquier brisa te lastime, para que dejes tu rastro de sangre por donde pases para que todos te señalen como la sin piel, la desgraciada, la que no puede acercarse al agua, ni a la lumbre, ni dormir en paz con ningún hombre. (…) Para que nunca llegues a ser mujer lucida y temida de los hombres. ¿Sabes lo que es la mujer desgraciada?
Úrsula: No… no lo sé…
Javier: La que tú vas a ser después de esta noche. La mujer apartada, la que avergüenza al hombre, la que carga las piedras y recibe los golpes, la que apaga la lumbre en la cocina con sus lágrimas.
Úrsula: Mi mamá…
Javier: Sí, tu mamá. ¡Bien fregada! Por eso de los días no le quedan más que las piedras y las hambres. Del gozo nada le toca y ningún hombre la teme.
Úrsula: Tú nada más viniste a asustarme. ¿Qué busca en mí Jerónimo…?
Javier: Busca cortarte del mundo. Ya me voy, primita Úrsula, te dejo en tus doce años, ojalá y que mañana amanezcas en los mismos.5

El final de la obra resulta desgarrador. Llegan los compinches de Jerónimo y se roban a Úrsula. Manuela, de espaldas al suceso, no hace nada por salvar a su hija, sabe que no puede evitarlo, ahí mismo la matarían, de igual manera que Antonio Rosales, su agresor, asesinó a su madre cuando intentó rescatarla del hombre que la había secuestrado. Por eso, al final de la obra, Manuela sólo exclama: “¡Qué silencios, qué silencios están los perros de mi casa! Dios permita que no les mocharan las patas… ¡Qué silencios están los perros de mi casa!…”

Mediante los hechos que se repiten, el ciclo perpetrado por las normas patriarcales, de los que son partícipes las autoridades y las instituciones, Elena Garro registra la brutalidad de los varones que actúan como bestias. Úrsula tiene doce años y Jerónimo es un joven que ronda los treinta. Por lo tanto, Elena Garro expone la paidofilia como un mal que prevalece en las comunidades regidas por el falocentrismo.

Asimismo, la autora revela los valores machistas fundados en el cristianismo: el hombre le teme a la mujer virgen porque encarna la virtud de la Virgen María, la madre de Dios, pero cuando la mujer pierde ese estatus de perfección idealizada, el cual sucede por intervención del hombre, él mismo la convierte en “la puta”.

A “la puta” no le teme, al contrario, la invisibiliza, la humilla, “la mata” emocional y psicológicamente, porque ahora es “la sin piel”, sin identidad, sin voz, sin cuerpo, sin nada.

Mediante esta percepción que deshumaniza a la mujer, que la reduce a la membrana de su himen, el macho la convierte en un objeto sexual para manipularla al servicio de sus instintos. A “la puta” no le teme, al contrario, la invisibiliza, la humilla, “la mata” emocional y psicológicamente, porque ahora es “la sin piel”, sin identidad, sin voz, sin cuerpo, sin nada.

Por lo tanto, son los varones quienes establecen las reglas del juego para su conveniencia narcisista e instintiva. Por eso sor Juana Inés de la Cruz exclamó hace cuatro siglos: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”.

En la obra, Elena Garro humaniza a los animales, a los perros, quienes en una sociedad machista también son víctimas de los delincuentes, al igual que Manuela y Úrsula, de esos criminales cobijados por la absoluta impunidad. Los varones como Jerónimo, Antonio Rosales y sus compinches no son los perros en la obra, ya que los perros tratan de proteger a sus dueñas, por lo que esos hombres son más bien unas bestias, unos seres bárbaros, patanes, controlados por la ignorancia y la brutalidad.

En una sociedad malsana como la que capturó Elena Garro en Los perros todos los hombres son partícipes, todos protegen sus intereses sediciosos, cuando no denuncian ni detienen esas conductas, cuando las perpetúan con su silencio.

* * *

Siguiendo con esa misma temática, en El rastro Elena Garro renovó el coro de la tragedia griega con la finalidad de mostrar la deshumanización que realiza el hombre en la mujer para poder efectuar el feminicidio.

En esta tragedia, igualmente escrita en la segunda mitad de los años cincuenta, los personajes son Adrián, un joven de veintitrés años, Delfina, su esposa, de veinte, y el Hombre I y el Hombre II, que encarnan simbólicamente a la sociedad patriarcal, es decir, que actúan como el alter ego del protagonista.

La acción comienza cuando Adrián llega borracho a su jacal para asesinar a Delfina, quien está embarazada del hijo de ambos, porque al haberse enamorado de ella se ha humanizado y, por ende, ha perdido su virilidad, el control tiránico que debe ejercer sobre su pareja, según las estipulaciones del patriarcado. Además, Adrián se siente culpable por haber “abandonado” a Teófila Vargas, su “santa madre”, al iniciar su vida al lado de Delfina.

Por ese comportamiento, la sociedad machista lo expulsa de su ámbito. Adrián deja de ser el “león encumbrado”, la “Torre de Marfil”, el “Rey de Espadas” y se transforma en un “Desgraciado huérfano”, de acuerdo con las leyes falocéntricas.

Adrián tiene veintitrés años y Delfina veinte, edad en la que contrajeron matrimonio Octavio Paz y Elena Garro, sin olvidar que Delfina era el segundo nombre de la autora.

Entonces, para vengarse o eliminar a su “enemiga”, Adrián deshumaniza a Delfina y la convierte en el “deleite de los cabrones”, en el “revolcadero de machos”, la “perra sarnosa”, el “espejo de la basura”, en la “serpiente maligna”.

La referencia autobiográfica salta a la vista: Adrián tiene veintitrés años y Delfina veinte, edad en la que contrajeron matrimonio Octavio Paz y Elena Garro, sin olvidar que Delfina era el segundo nombre de la autora. Según Marcela Lagarde en su libro Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, “La mujer no es dueña de su cuerpo, pertenece a un destino asociado a sus características que son ideologizadas como imperativos biológicos y no en su dimensión de cualidades humanas, históricas. A esta asimilación precede la apropiación social del cuerpo femenino hecha por los hombres”. Por eso Adrián le dice a Delfina: “Cuando la mujer habla y el hombre escucha, el hombre muere”, pues en la comunidad machista ella sólo puede subsistir bajo el yugo masculino.

Delfina no es una mujer sumisa, obediente y asexuada, según las leyes del cristianismo patriarcal, sino todo lo contrario, rebate las ideas de su esposo y, como buen ser pensante y activo, lo desmiente, trata de mostrarle su adoctrinamiento, lo confronta, aunque al final no puede evitar la violencia de Adrián, quien la asesina a golpes, gritos y puñaladas:

Adrián: ¿Dónde andas, hechicera de los hombres? No te escondas detrás de tus cabellos, que he de encontrarte, aunque hayas apagado el quinqué y las cenizas y no quede ni el rescoldo de las brasas, para que me dé las muestras de tu cuerpo.
Delfina: La lumbre y el quinqué están encendidos, esperándote. Yo no me escondo, aquí estoy velando mis pensamientos y escuchando los tuyos.
Adrián: ¡Mientes! Me huyes, porque sabes que en tu busca vengo y tienes miedo.
Delfina: Miedo no tengo. Mi cuerpo está bajo tus ojos. Perdona si no te doy la cara, pero yo no quiero ver esos modos que tú quieres que vea.
Adrián: ¡Perra desorejada! ¿No quieres ver mis modos?
Delfina: No, no quiero verlos, no son los modos con los que me trajiste de mi casa.
Adrián: Hasta acá te traje con mis alas de oro. ¡Míralas! ¡Mira cómo relumbran y ahora te dan miedo!
Delfina: Alas más fuertes que las tuyas ya se han roto…
Adrián: ¿Qué dices, maldita? Eso quieres, perra, romper mis alas para que me quede a tus enaguas. Pero, sabe una cosa, Delfina Ibáñez, yo soy un pájaro de alas de oro y ninguna hembra me ha de agarrar.
Delfina: Si estoy aquí, es porque tú me lo pediste con palabras muy distintas a las que ahora dices. Yo nunca quise agarrarte, pero la vida te va a agarrar por maldecir lo que no debe maldecirse.
Adrián: ¡Cállate! Perra sarnosa enemiga del hombre. No quiero oír repicar al tamborcillo de tu voz. Las palabras que te di, ya no son mis palabras. Y las tuyas no quiero oírlas. Estoy maldito por haberme enredado en tu lengua y en tu falda. Cuando la mujer habla y el hombre escucha, el hombre muere. Por eso vas a morir tú, para que yo me vaya a cantar con mis amigos.
Delfina: ¿A cantar con tus amigos? Tu lengua ya olvidó el placer, ya sólo sabe maldecir.
Adrián: Quieres maldecirme, secarme el canto, apagarme la garganta, sembrarme el miedo… yo quiero irme a la copa del laurel más alto y desde allí cantarles a mis amigos.
Delfina: (levantando la cara) Tus amigos ya no son tus amigos y tu lengua ya no sirve para nombrarlos.
Adrián: ¡Me has apartado de las esquinas y de las guitarras! Me has echado las lágrimas y la congoja en la mitad del pecho.
Delfina: Estás borracho, Adrián. Acuéstate y duérmete, para que el sueño te lleve a otros parajes mejores.
(Adrián se acerca a Delfina, la contempla, y le muestra su cuchillo.)
Adrián: ¿Que me duerma? Persígnate Delfina Ibáñez, no quiero el sueño, ni quiero sus alivios.
Delfina: No me espantes, Adrián, guarda tu cuchillo… la noche está muy sola y nadie vendrá a impedirte que hagas lo que no quieres hacer…
Adrián: ¡Cállate, serpiente, antes de que te enrosque en mi cuchillo!
Delfina (baja la cabeza): Nunca te hice ningún daño. Nunca la criatura te ha hecho daño. Siempre te recibí con cortesía. ¿Por qué dices que es la última vez que voy a ver tu congoja, si siempre le abrí a tu pena las puertas de mi casa? Te di sombra cuando andabas como perro sediento y nunca te privé del agua fresca, ni de la flor del tiempo… ¿Me vas a abrir el cuerpo? Adrián, recuerda que tengo a mi criatura y que todavía no cumplo mis veinte años… recuerda que mis pasos no conocen el lugar adonde tú quieres mandarme, sola, a oscuras, perdida de mis padres y de mis hermanos, penando en parajes que no he visto…
(Adrián le da un puntapié al quinqué y éste se apaga.)
Adrián: ¡Lárgate maldita, enemiga del hombre y de su fuerza! ¡No quiero oír tus llantos ni tus quejas! ¡Échate para que te degüelle, como se degüella al marrano! Y no busques la salida porque te irás bien golpeada.
(Delfina se cubre la cara con las manos.)
Adrián: ¡Lárgate a oscuras a tu lugar oscuro y nunca más salgas de allí, enemiga de la gloriosa Teófila Vargas!…
Delfina: Les dirás a mis padres…
Adrián: ¡Chinguen su madre tus padres!
Adrián: ¡Vete!… ¡Vete!… ¡Vete!…
Hombre I: Le está dando, a ver si se sosiega.
Hombre II: La congoja se pega a la sangre y uno se queda silencio. Los animales que uno lleva adentro se aquietan y uno entra en un pecho sin ruido.
Hombre I: Que no la mire a los ojos, porque se chinga.
Hombre II: No la mira. Para eso apagó la luz.6

Después de cometer el feminicidio Adrián santifica a Delfina, porque ha dejado de existir. En la sociedad patriarcal mexicana, fundamentada en los preceptos cristiano–católicos, para el hombre macho su madre es la imagen viva de la Virgen María, la madre de Dios, un ser idealizado, perfecto, sumiso, asexuado, y Delfina, su esposa, es Eva, la puta que lo seduce con su sexualidad malsana, y lo separa de su progenitora.

Pero una vez que Adrián mata a Delfina la coloca en el mismo pedestal que a su madre Teófila Vargas, porque ninguna de las dos es una mujer de carne y hueso, sino que representan a seres inexistentes, que, al no ser sujetos activos, no le crean competencia ni rebaten su tiranía.

En la pieza, el rastro simboliza a la sociedad patriarcal, el espacio en donde los hombres asesinan a las mujeres. Adrián recuerda cómo su padre mató a pedradas a Teófila Vargas, su mamá. El ciclo se despliega hacia la eternidad y parece irrompible.

Elena.

Al final de la obra Adrián se suicida, porque para Elena Garro los preceptos patriarcales victimizan y deshumanizan tanto a las mujeres como a los hombres, sus perpetradores, aunque éstos no quieran admitirlo ni reconocerlo, y prefieran vivir adoctrinados.

Esta pieza, sin duda alguna, revela que los varones tampoco están libres de la tiranía falocéntrica. Y mientras no lo reconozcan seguirán cometiendo feminicidios y serán hombres masa, sin pensamiento crítico, dominados por sus instintos.

* * *

Para concluir, podemos afirmar que en estas tres obras, sea a través de la farsa, el drama o la tragedia, Elena Garro captura las lacras mortales del machismo que destruyen a la mujer psicológica, emocional y físicamente.

Espero que lean y difundan estos espejos prístinos de nuestra realidad para combatir esas conductas y prácticas salvajes: la tiranía, la paidofilia y el feminicidio. Elena Garro abrió el camino, depende de cada una de nosotras y de los hombres no adoctrinados para continuar su contienda humanística y feminista. ®

Notas

1. Esta charla tuvo lugar el 15 de enero de 2023 en el Museo de la Mujer. Puede verse aquí.
2. Véanse estos materiales de Elena Garro en: Rosas Lopátegui, Patricia. El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2014 (1,090 pp.).
3. Véase en: Rosas Lopátegui, Patricia. Yo quiero que haya mundo… Elena Garro. 50 años de dramaturgia. México: Porrúa–BUAP, 2008, p. 85.
4. Garro, Elena. Andarse por las ramas, Obras reunidas II. Teatro. México: Fondo de Cultura Económica, 2009, pp. 3–5.
5. Garro, Elena. Los perros. Ibid., pp. 216–221.
6. Garro, Elena. El rastro. Ibid., pp. 251–256. 

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Publicado en: Libros y autores

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