Empecé la lectura una noche de mayo, enterándome del “pololeo” entre Carla y Gustavo, dos adolescentes chilenos en el invierno de 1991. El primer declive del romance lanza al joven de dieciséis años a la escritura de cuarenta y dos sonetos en cinco días.
Para Nadia Salas, compañera de juego.
Poeta chileno (Anagrama, 2020) es una novela de Alejandro Zambra que leí en 31 días. Fue un remanso en medio de la cuarentena. Empecé la lectura una noche de mayo, enterándome del “pololeo” entre Carla y Gustavo, dos adolescentes chilenos en el invierno de 1991. El primer declive del romance lanza al joven de dieciséis años a la escritura de cuarenta y dos sonetos en cinco días. Gonzalo acude a la fuerza de la poesía para combatir “la amargura del presente”.
Los poemas no evitaron la ruptura con Carla, pero lo iniciaron en la exploración de escribir cartas y haikús, el uso de seudónimos, la lectura de poemas de otros poetas chilenos y el estudio de la licenciatura en Letras.
En el cierre del opening a 44 páginas del inicio del texto el narrador anuncia que Carla y Gustavo se reencontrarán —una noche en una disco gay— nueve años después, y que las páginas restantes del libro, que llega a las 421, le darán la extensión necesaria para que el texto se convierta en una novela. Con esa revelación metaliteraria en la pieza sentí un toque en el corazón: voy a un terreno de oscuridad en la obra de un autor de relatos breves que se transgrede.
Esta euforia de lectora coincidió con que en Monterrey se puso en marcha un toque de queda como medida preventiva en la contingencia sanitaria. Recordé un fragmento del libro Facsímil en el que se cuenta esta anécdota de la dictadura en Santiago:
(1) El toque de queda consiste en la prohibición de circular libremente por las calles de un territorio determinado. (2) Suele decretarse en tiempos de guerra o de revueltas populares. (3) La dictadura lo impuso en Chile desde el 11 de septiembre de 1973 hasta el 2 de enero de 1987. (4) Una noche de verano mi padre salió a caminar sin rumbo fijo. Se le hizo tarde, tuvo que dormir en casa de una amiga. (5) Hicieron el amor, ella quedó embarazada, yo nací.1
Lo traigo a cuadro por la mención acerca del padre biológico que por herencia machista concibe desde el lugar del embarazador compulsivo, y porque el desarrollo de la novela da un giro afortunado sobre la construcción de una “padrastría”: en la primera noche del reencuentro Gonza descubre en el cuerpo de Carla que ha tenido un hijo, se llama Vicente, tiene seis años y una gata adoptada que se llama Oscuridad, nombre que alude a la metáfora que aparece de cuando en cuando sobre la sombra.
A partir de este punto los personajes varones se aprecian en primer plano, en un entrañable acercamiento, ante una concesión del azar, a la convicción de volverse el padre de alguien que no es su hijo biológico. La nueva familia se afianza con la vida en común de frente a las acciones en que se involucran Vicente y Gonzalo, hechos simples y cotidianos como jugar videojuegos, cuidar la salud de la mascota o involucrarse en las tareas del colegio, y con esto dejan en evidencia el descuido de León, el padre biológico, hacia Vicente, con quien convive sólo un fin de semana al mes.
Sus notas hacen un recuento de sentencias sobre la poesía, los poetas consagrados, la acumulación de libros, la amistad, la envidia y las peleas entre colegas, los terremotos, las habitaciones de los poetas, los editores y las librerías, el fracaso y los libros de poemas que no se leen.
En otro plano de sucesos de la trama, hay algunos eventos en la relación de Carla y Gonzalo que los llevan hacia una segunda crisis y una elipsis hasta el año 2014, cuando Vicente es un poeta en ciernes que conoce a una norteamericana llamada Pru.
A continuación viene un retrato de lo que es y ha sido la poesía chilena a través de la mirada extranjera de Pru, convertida en una periodista que entrevista poetas de la cofradía actual para un reportaje por encargo. Sus notas hacen un recuento de sentencias sobre la poesía, los poetas consagrados, la acumulación de libros, la amistad, la envidia y las peleas entre colegas, los terremotos, las habitaciones de los poetas, los editores y las librerías, el fracaso y los libros de poemas que no se leen.
El capítulo de cierre de la novela es muy emotivo, con una lúdica que señala la complicidad entre poetas que comparten zonas oscuras donde solamente se permite entrar a compañeros de juego. El final es brillante y feliz, llegué a él a las 23:23 horas del 28 de junio y al regresar a la página inicial caí en la cuenta de que había empezado la lectura a las 23:23 horas del 29 de mayo. ¿Lo pueden creer? Empezar y terminar una novela a la misma hora. Ahora no hay manera de olvidarla. ®
Nota
1 Véanse pp. 39 y 40 (57), IV. Eliminación de oraciones en Facsímil.