“Una casa es instalarse en el mundo, y también instalarse en el tiempo”, dice el autor de estas frases, extraídas de su reciente libro Proyectar una casa.
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La arquitectura es una casa particular.
La casa no es un objeto, sino una forma de estar en el mundo.
Toda arquitectura debería despertar las ganas de jugar; existe un único gran fracaso para ella: permitirnos olvidar nuestra siempre infancia.
Tres recordatorios de María Zambrano: tengo que acabar de nacer enteramente, hacerme mi mundo, parirme a mí mismo y a la realidad que me aloje.
Mi definición favorita del ser humano es de Isabel Fraire: animal que hace jardines.
Estar en el mundo es una forma de relacionarme con lugares, naturalezas, personas, tiempos, objetos y conmigo.
La casa nace en al área ambigua entre interior y el exterior: el lugar donde se habita (Heidegger) nace del lugar que el ser humano porta en sí mismo (Weiss).
Deseo un encuentro que nunca llega por completo.
La casa está llamada a fundar encuentros íntimos entre diferentes realidades; unas realidades son exteriores y otras son interiores.
Los encuentros íntimos cobran la forma del juego.
Ni yo termino en los límites de mi propia piel ni la casa termina en sus límites materiales; hay una expansión, compresión, revoltura y entreveramiento de ámbitos entre la persona y el lugar.
Creo que la persona y el mundo se pertenecen.
La casa está llamada a ser mi compañera de juego.
No hay intimidad si no hay otro, no hay casa si no hay otro.
La casa será tan incompleta como yo lo sea.
Casa, jardín y persona dialogan, nacen y mueren por partes.
No existe la casa, el jardín o la persona absoluta.
La casa se construye al mismo tiempo que construye a las personas que lo habitan.
La casa y la persona se toman de la mano, envejecen y se deterioran.
La relación con el mundo es una casa; la relación con la casa es como con una persona: una no se puede imponer sobre la otra.
La llave del encuentro con la casa es el silencio.
El proyecto de una casa es el proyecto de mí mismo: proyecto que soy yo.
En la intimidad con el mundo juego, dialogo, coqueteo, cambio.
En el juego hay intimidad y sentido.
El encuentro con el mundo es temporal y precario, pero también lúdico e íntimo.
En el encuentro, que es la casa, el mundo pasa de lo distinto–distante a lo distinto–íntimo.
Hacer una casa es hacer un lugar en el mundo para las personas: requiere construir el sentido.
Recordatorio de López Quintás: si considero como meta en la vida el dominar para poseer y disfrutar, tenderé inevitablemente a considerar todas las realidades apetecibles como objetos, seres poseíbles y reductibles a condición de medios para los propios fines. La sumisión a tales esquemas anula de raíz toda posibilidad creadora en la persona, porque la creatividad implica una colaboración estrecha entre ella y cuanto le rodea. Esa colaboración es la casa.
Existen necesidades orgánicas y necesidades biográficas: las orgánicas responden a la biología, las biográficas responden al sentido.
El reino de la casa es la biografía.
Una casa es instalarse en el mundo, y también instalarse en el tiempo.
La casa es una sucesión de escenas, sensibilidades, recuerdos y proyecciones.
Las circunstancias aisladas son datos inconexos. Las circunstancias narradas son biografía, es decir: tienen un sentido.
Hacer una casa es hacer un lugar en el mundo para las personas: requiere construir el sentido.
Una casa es encuentro, es inter–venir el mundo: venir a él y que él venga a mí.
Intervenir el mundo es darle sentido. Intervenir el mundo es narrarlo.
La buena casa está hecha de fragmentos y de historias, como las personas.
Hacer una casa es narrar el mundo. ®
Proyectar una casa. Una tesis clandestina sobre antropología filosófica y arquitectura no objetual (Guadalajara: Artlecta, 2021).