Tres cintas en una muestra internacional

Halbe Treppe, Gabriel Orozco y Ali Zaoua

Dos matrimonios alemanes se encuentran y desencuentran. Un documental sobre el polémico Gabriel Orozco. Cuatro infantes indigentes en Marruecos son perseguidos por la cámara. Usted elija, opciones de buen cine siempre hay.

Halbe Treppe

Hay una ciudad alemana que se llama Fráncfort, de la cual todos hemos oído hablar; es la capital del comercio, la sede de la bolsa de valores, donde existe el aeropuerto más grande de Alemania, Frankfurt am Main (der Main es un río que en español es el Meno). La ciudad de la película, sin embargo, es el otro Fráncfort, Frankfurt an der Oder, que queda en el noreste de Alemania, justo en la frontera con Polonia. Esta ciudad de tránsito entre el Occidente y el Oriente de Europa está enclavada en lo que fue la República Democrática Alemana. La vida está lejos de ser prometedora en los neue Bundesländer, en los jóvenes estados alemanes que han surgido tras la reunificación. Los grandes complejos de viviendas sociales son de lo más común. En uno de estos edificios habitan dos matrimonios: Christian (Thorsten Merten) con Katrin (Gabriela Maria Schmeide) y Uwe (Axel Prahl) con Ellen (Steffi Kühnert).

Christian es un multifacético locutor de radio que se ocupa de los horóscopos y de las predicciones para el futuro. Uwe es dueño de una modesta fonda. Las parejas se conocen. Un buen día Ellen, quien trabaja como dependienta en una perfumería, atiende a Christian, el de la voz sensual, y lo ayuda a elegir un perfume para Katrin. Su marido Uwe no es particularmente atractivo, tiene panza, y por si fuera poco, le huele mal la boca. Una tarde Christian recibe una llamada: es Ellen quien decide aceptar su invitación para ir al cine. Como es de esperarse, terminan en la cama, o más bien en el auto de Christian, cuidadosamente estacionado junto a ese torrente, el Oder que en alemán es femenino, die Oder, o sea la Odra, como se llama en polaco. Katrin es una esposa dedicada, incluso amiga de Ellen. Van juntas a las clases de gimnasia, aunque ése no es ningún impedimento para que le robe al marido. El matrimonio de Katrin y Christian en realidad no iba tan bien que digamos a causa de su hija Julia (Julia Ziesche), una adolescente rebelde y ociosa que se lía con Jens (Jens Grassmehl), un chico muy desconsiderado, por cierto.

El escándalo no tarda mucho en estallar. Una de las escenas más logradas del filme es cuando los cuatro se sientan a discutirlo civilizadamentetomando café, en casa de Uwe. Ellen y Christian, a pesar del dolor que causan a sus respectivos cónyuges, no cejan en su propósito de irse a vivir juntos. Al final una nostalgia aguda empuja a Katrin y a Christian a una reconciliación, un papel no menor desempeña la acariciante voz de él que le predice a través de la radio un encuentro repentino con un antiguo amor. Uwe también añora a su Ellen, pero ésta, a pesar de haber dejado a sus dos hijos pequeños, no se conmueve ante los cambios de su esposo: ha estado finalmente con el dentista, y le ha instalado una flamante cocina integral.

Halbe Treppe es una cinta en la que el director, Andreas Dresen, ha permitido jugar o bien actuar a los protagonistas. Los cuatro papeles son estelares. Se trata de una improvisación sobre un tema previamente establecido que da por resultado escenas de un lirismo de tinte melodramático. La realidad de muchos de esos alemanes grises, para nada privilegiados, queda retratada magistralmente en este filme de 2002, realizado con recursos modestísimos, un buen ejemplo para las condiciones financieras que imperan en nuestro país.

Gabriel Orozco

Un documental acerca de un artista plástico mexicano que dura una hora con veinte minutos no resultaría particularmente atractivo, ni siquiera soportable para la mayor parte de la gente. Pero Juan Carlos Marín tuvo el raro acierto de realizar una obra sumamente dinámica, que presenta diversas perspectivas sobre el artista y su obra, con cambios de escenario que van de América a Europa, del verano al invierno, de la frialdad de una sala de museo al calor de una playa. “Sufrimos mucho al principio, porque es muy común que la gente actúe cuando está frente a una cámara. Gabriel no quería hablar. Sin embargo, con el tiempo se fue interesando en el proyecto y realmente logramos capturar la intimidad en su proceso creativo”, declaró el cineasta.

¿Quién es Gabriel Orozco? Ése es precisamente el meollo del documental. Gabriel Orozco era prácticamente un desconocido en su país. Y no es que no hubiera tenido exposiciones en México. Su nombre, por supuesto, es conocido para la gente conectada con la plástica mexicana contemporánea. “Sus obras son en ocasiones tan discretas que parecen casi no estar ahí, el espectador distraído puede incluso pasar de largo; aunque son insistentes como una presencia callada que llena el espacio de una manera enigmática, un ámbito, un instante de diálogo entre el mundo y el espectador”, son las palabras de Jean Fisher, un crítico de arte, sobre las piezas de Orozco colocadas en un museo. Se ha dicho que hay una huella decidida de Marcel Duchamp en el trabajo de Orozco. Cosa que para algunos potencia su valor y para otros lo desvirtúa. A tenor de la óptica con que se vea, a grandes rasgos, París o Nueva York, la verdad es que hay una vena constructivista en Orozco y otra más bien tendente a la improvisación.

Se ha dicho que hay una huella decidida de Marcel Duchamp en el trabajo de Orozco. Cosa que para algunos potencia su valor y para otros lo desvirtúa. A tenor de la óptica con que se vea, a grandes rasgos, París o Nueva York, la verdad es que hay una vena constructivista en Orozco y otra más bien tendente a la improvisación.

Gabriel Orozco. Un proyecto fílmico documental (2002) familiariza al espectador con las acabadas obras del artista: un coche francés al que se ha cortado por la mitad, se lo ha adelgazado y se lo ha pegado de nuevo; una mesa de ping-pong con un cubo de agua a la mitad; un piano con una chimenea detrás colocado en un jardín; una calavera con un patrón de cuadros blancos y negros que semeja un tablero de ajedrez. Por otro lado, vemos al artista recorrer los callejones neoyorquinos, hurgando entre la basura, descubriendo materiales preciosos, como pedazos de fórmica, que pacientemente dispone sobre el pavimento, volviendo de nuevo a la idea del tablero, aunque rota aquí y allí por algunos picos que se traducen en dinamismo. La veloz cámara del artista registra esos momentos de genial improvisación, congelándolos. Son legendarios ya los libros de apuntes —que recogerían los bocetos de las obras más sesudas del artista— y sus incontables instantáneas que preservan los momentos de mayor lirismo.

Alguna vez en Fráncfort Orozco presentó una de esas muestras eclécticas que ha causado furor en el mundo entero. La crítica del Frankfurter Allgemeine no se hizo esperar y se refirió al “oportunismo de algunos listos”. El documental nos hace partícipes de los materiales usados en esa exposición. Acompañamos a Orozco a una playa del Istmo de Tehuantepec, vemos cómo se echa unas cartas blancas con sus cuates, a las que luego desprenderá la etiqueta que pegará en latas enmohecidas. Hasta Alemania hace llevar arena y conchitas de las playas oaxaqueñas. Sin marcos, sin barreras, sin los nombres siquiera de las obras, los asistentes pueden pasearse por entre las latas con las rojas etiquetas puestas sobre la arena, sirviendo de remate el esqueleto algo corroído de lo que fuera alguna vez una silla para exteriores.

Ali Zaoua. Príncipe de la calle

Un grupo de niños de la calle está ante una cámara de televisión. Los espectadores esperan oír historias atroces de abandono. Uno de ellos, Ali Zaoua (Abdelhak Zhayra), no los decepciona y les narra los malos tratos que recibía de su madre. “Una vez oí que quería vender mis ojos y entonces decidí salirme de mi casa. Una madre que pretende hacer algo así no es una buena madre”. Sus demás camaradas se le asemejan: Kwita (Mounïm Kbab), Omar (Moustapha Hansali) y Boubker (Hicham Moussoune). Todos ellos han estado en la indigencia por algún tiempo, su piel está quemada por el sol y surcada por incontables cicatrices. Al parecer los cuatro niños han huido de una banda que los anda buscando. Después de la entrevista llegan los vagos y les piden cuentas de sus palabras en la televisión. En una reyerta absurda por lo desigual —son veinte contra cuatro— una pedrada alcanza a Ali en la frente y lo mata.

El filme narra las peripecias de sus tres camaradas para darle sepultura. Poco antes de morir Ali le había contado a Kwita de su sueño de ser marinero y llegar a una isla desierta iluminada por dos soles. Sin saber cómo, los tres niños pretenden cumplirle su deseo al difunto. “Ali debe tener un funeral digno de un príncipe”, afirman con esa retórica suntuaria y piadosa de los musulmanes. Lo primero que hacen es transportar el cuerpo en un carretón hasta los muelles. Sorprendidos por la guardia nocturna, no hallan otro lugar donde ocultar el cadáver y lo echan a un sótano. Es ahí cuando las historias de los tres personajes comienzan a desarrollarse. Kwita está obsesionado con encontrarle un traje de marinero al difunto. Para ello sustrae el monedero de una hermosa colegiala, de la que se prenda.

Omar va a buscar a la madre de Ali (Amal Ayouch), de quien se dice que es puta. Una tarde llega Omar a su piso y ella le muestra la habitación de su hijo, un cuarto cómodo, repleto de juguetes y fotografías. A Boubker, que es todavía un niño y tiene la nariz deforme, le toca en suerte que el capitán de la banda, Dib (Saïd Taghmaoui), lo agarre y probablemente lo viole. La prostitución, después de todo, es una práctica común en los países musulmanes. La miseria y la abyección en la que viven estos niños vagabundos va redimiéndose poco a poco con su propósito de dar un entierro digno a su compañero de armas. Kwita se amilana y no hace nada contra los atacantes de Boubker.

Omar logra sacar unas monedas y con ellas compra el amor de la madre de Ali, quien lo baña, lo perfuma y hasta le regala las ropas de su hijo. Aún no sabe que está muerto y pretende que su joven cliente se lo traiga de vuelta. Kwita conoce por casualidad a un viejo lobo de mar, que resulta ser “el capitán” que conduciría a Ali a su isla soñada. Juntos comienzan a clavar las tablas de lo que será el ataúd de su amigo. Finalmente Omar le cuenta a la madre que su hijo ha muerto. Dib continúa presionando para que regresen, aunque Kwita no se acobarda esta vez y le dice que sólo después de sepultar a Ali. La escena final presenta a los tres niños, quienes llegan en taxi al puerto, en compañía de la señora Zaoua. Los vagos se les unen desde que los identifican y los ven alejarse lentamente a bordo del barco del viejo marino.

El filme incluye dibujos animados alusivos a la isla desierta de Ali con los dos soles. Esta trasposición poética arranca a los personajes de la realidad grosera que les ha tocado en suerte vivir, colocándolos en otra dimensión, en un ámbito poético. Ali Zaoua. Príncipe de la calle(2000) es el segundo largometraje del marroquí Nabil Ayouch, uno de los realizadores marroquíes de más éxito, quien se ha hecho acreedor a múltiples premios en festivales europeos. ®

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Publicado en: Cine, Junio 2011

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