Tres lecturas españolas de Elena Garro

Elena Garro (Puebla, 11 de diciembre de 1916 – Cuernavaca, 22 de agosto de 1998)

La obra de Elena Garro ha trascendido las fronteras mexicanas y ha hallado estudiosos atentos en otras tierras. Ofrecemos aquí tres lecturas de jóvenes españoles que descubren en ella una literatura profunda y universal.

Elena Delfina Garro Navarro.

I. Desintegración. El deterioro del tiempo en Elena Garro

Álex Fischer

Están presente y pasado presentes
tal vez en el futuro, y el futuro
en el pasado contenido.
Si está eternamente presente el tiempo
todo, todo el tiempo es irredimible.
—T. S. Eliot, Cuatro cuartetos

El tiempo devora la vida, decía Baudelaire en uno de sus versos, y este oscuro enemigo que es el tiempo nos va royendo el corazón, y con la sangre que perdemos crece y se fortifica. No hay tregua en esta batalla, bien lo saben los poetas, por mucho que uno sienta la poesía en su pecho, se deleite con la mejor música, se precipite en mudanzas y viajes indefinidos o se intoxique con drogas para vivir un carnaval único, la caída en el tiempo es irreparable. Se trata de una batalla en la que se puede luchar, y a la fuerza luchamos, cada cual con su destino, pero jamás venceremos, no es nuestra la victoria, bien lo sabía Elena Garro en sus últimos años al declarar que la felicidad es lo que no se alcanza en este mundo.

Garro traduce en verso su noción del tiempo; a través de su obra poética se puede encontrar la expresión dolorosa del deterioro del tiempo, cuyo único refugio será la memoria, ese baúl polvoriento que se demora un poco más en la duración, pero que no llega a salvarnos, no nos guarda para siempre, no puede rescatarnos de la llegada inevitable a nuestro punto y final, puerto único, la desintegración. Toda la agonía que se encuentra en la poesía de Elena Garro emerge de una voluntad de amor hacia las cosas que le obliga a querer salvarlas en su interior, por eso sus poemas son un cristalizar lo fugitivo, porque quiere imprimir el sello de la eternidad en ciertas cosas y llevarlas dentro de sí, a resguardo en su reino interior, donde podrían durar más. No obstante, esta voluntad tiene un obstáculo con el que siempre se encuentra, la trágica lucidez del abismo, la sensibilidad por la fuga infinita, la conciencia del tiempo y su desintegración insuperable. Esta pugna es el punto inmóvil alrededor del cual da vueltas su poesía.

Nada nuevo. Baudelaire, T. S. Eliot, Rilke, Quevedo, Shakespeare, Rubén Darío, Shelley, Antonio Machado y tantos otros que no cabe mencionar, todos ellos poetas y en cuanto tal seres afectados por el tiempo, desgarrados. El poeta, ser anémico por excelencia, es increíblemente vulnerable, anhela más que nadie la eternidad, pero es un maestro de la destrucción. Como una misma cosa se da en él vida y muerte, vigilia y sueño, juventud y vejez como sugería Heráclito el oscuro.

En el pasado siglo esta problemática del tiempo floreció en obras monumentales como el Ser y Tiempo (1927), de Martin Heidegger, en el ámbito de la filosofía, o como En busca del tiempo perdido (1922), de Marcel Proust, en el ámbito de la literatura, o como los Cuatro cuartetos (1943), de T. S. Eliot, en el campo de la poesía. Todas ellas reflexiones espléndidas en torno a la idea y la sensación del tiempo. Y es que la tradición sapiencial no ha escatimado nunca esta perplejidad: ¿Qué es, cómo se siente y qué se puede decir del tiempo? Y son muchas las respuestas que se han aventurado, aunque ninguna ha dejado de ser más que un naufragio en este océano de lo inaccesible.

Quería escapar de un tiempo profano, cronológico y lineal, y esto la llevó a buscar otras dimensiones hasta llegar al encuentro de las fechas sagradas, cuando se demora en lo infinito de la ciclicidad de un tiempo que es una rueda que gira siempre entorno al mismo círculo lumínico: Piedra del Sol de los aztecas, eterno retorno nietzscheano, idea de repetición y regeneración temporal que le inspiraron poemas como “El jardín”.

Elena Garro llegó a sentir en muchas ocasiones este aplastamiento de la gravedad del tiempo. Confesó que en su casa tenía unos tres relojes de péndulo y que cuando los miraba por la noche, rodeada de oscuridad, pensaba: “¡Que se detenga el tiempo un poco!” Y este pensamiento que suplicaba era llevado por el viento, muy lejos de llegar al cumplimiento. Quería escapar de un tiempo profano, cronológico y lineal, y esto la llevó a buscar otras dimensiones hasta llegar al encuentro de las fechas sagradas, cuando se demora en lo infinito de la ciclicidad de un tiempo que es una rueda que gira siempre entorno al mismo círculo lumínico: Piedra del Sol de los aztecas, eterno retorno nietzscheano, idea de repetición y regeneración temporal que le inspiraron poemas como “El jardín”, un texto que dedica a su infancia, lo que para ella simboliza el paraíso, allá donde  Rilke vio la única patria posible. “¿Dónde, dónde recuperar aquellos días?”, se pregunta Garro con nostalgia.

Nuestro espíritu, como el árbol, hunde sus raíces bajo tierra, en lo hondo, allí donde no hay más que oscuridad, lodo, gusanos y descomposición, pero a su vez, con ello puede levantar más y más sus ramas hacia lo luminoso, lo aéreo, lo que aspira al cielo y su felicidad. Ya decía Heráclito que el camino que sube y el que baja son uno y el mismo. Así también, la poeta que nos ocupa se aventura simultáneamente a la tentación de congelarse con el ardor de ese tiempo infinito al que accede gracias a la elevación del amor, mientras su lucidez de perdición en un tiempo finito, fangoso, cronológico, terrestre no la deja en paz, ve en el reloj esa “calavera del tiempo” que “como loco repite: tic tac tic tac”.

Elena se fijó en el reverso de las cosas, en el lado oscuro que la mayoría escondían, el lado feo, invisible, vedado de las cosas. Su capacidad de ensueño no era para menos, pues de pequeña, mientras los niños aprendían a leer escuchando a la profesora, ella estaba en éxtasis mirando los polvos mágicos de colores que se iluminaban a través del resplandor de luz que entraba por la ventana del aula, y que a ella le parecían vastos mundos.

Sus poemas1 están cargados de imágenes de desintegración de su ser, erosión del tiempo y la muerte. Su creación representa un sacrificio literario, en poemas como El llano de huizaches abundan imágenes de desmembramiento de su cuerpo, una voz la llama y también llama los pedazos de su cuerpo sin poderlos unir en un grito desesperado. Pero su cuerpo puede llegar también a podrirse, como sucede en “Soledad”: “La almohada está mojada./ Si levanto la cabeza mis cabellos/ se quedarán ahí pegados para siempre./ Se han podrido”. Y a transformarse en tierra y polvo, como observamos en “Mi cabeza cuarteada”: “Hay un estrépito/ y la tierra me sale por los ojos./ […] El polvo del derrumbe/ empieza a sepultar mis hombros,/ mi garganta, me llega hasta los pies./ Ya solo soy un túmulo de tierra” (p. 117). Esta última imagen es la que encontramos también en algunos poemas dedicados a Bioy Casares, como “Dos cuerpos”, en el que los amantes son “Dos cuerpos bajo tierra,/ cuerpos sin sangre ya;/ cuerpos de polvo/ fuera del tiempo, del viento” , que han desperdiciado o han sido desperdiciados por un tiempo cronológico: “cuerpos que fueron limitados/ por relojes/ por partidas de trenes/ por sirenas de barco”. Elena Garro, sin embargo, parece anhelar transformarse ella misma en un lugar de sepultura, como observamos en “Panteón particular”, un poema en el que se dirige a su amado para decirle:

Sólo me quedas insepulto tú, escurridizo amigo. [...]
Sabes que estoy acumulando tierra,
preparando tu tumba, amigo mío,
y nada te salvará del furor homicida.
Te escurres, huyes de esta mano armada de una pala. [...]
Cada año tendrás tu coronita
y, a veces, por las noches,
quizás subas también hasta mi almohada
y me reproches la muerte que te di, amor mío.
Después me pasearé por lo árboles
con el mismo aire serio de un monumento funerario.
Panteón particular yo misma.

La autora parece afirmar que hallará un “hogar sólido” sólo cuando muera, parece que llega a desear hasta la propia desintegración. Una vez, ya en su edad avanzada, le preguntaron a Elena Garro si era feliz y ella respondió: “Ni feliz, ni desdichada, soy neutra”, y cabe recordar aquí unas palabras de Maurice Blanchot2 referentes al poeta, según él el poeta suele “ser la neutralidad y la impersonalidad donde nada se realiza, la omnipotencia vacía que se consume eternamente a sí misma”, y más adelante continúa “sostener, dar forma a nuestra nada, ésa es la tarea. Debemos ser los diseñadores y los poetas de nuestra muerte”.

La imposibilidad de escapar al tiempo cronológico es lo que lleva en la producción de Elena Garro a la petrificación, símbolo de la inmovilidad y del silencio. En este punto llega al mismo pensamiento que pudo expresar el rumano Emil Cioran:3 “Todo es patología, salvo la Indiferencia”, y continúa diciendo que “sólo las cosas inertes no añaden nada a lo que son: una piedra no miente: no interesa a nadie: mientras que la vida inventa sin cesar: la vida es la novela de la materia”.

¡Quién pudiera dejar de querer ser aquello que jamás podrá ser!… Pero si pudiéramos, si así fuera. ¿Dónde quedaría la poesía?

II. Nostalgia de lo irrecuperable: recuerdos y memoria en la poesía de Elena Garro

Sergi March Bautista

No sé si les ha pasado, que se sienten perdidos en el mundo, sin nada donde apoyarse. Y yo me sentía así. ¡Ah! Yo no tengo casa, porque la casa con Octavio pues no era casa. Casa es un lugar donde el papá y la mamá se llevan bien, y se quieren todos, que la señora cose y el señor trabaja, bueno… tal como había sido mi casa… Y pensé: sí, el único lugar sólido que voy a tener es la tumba.

Así hablaba Elena Garro en el documental La cuarta casa, un retrato de Elena Garro, dirigido por José Antonio Cordero. Sobre este estar perdido, en el poema “Es de noche” Garro nos dice: “Es de noche/ y te escribo desde el bosque./ Los picos voraces devoraron/ una a una las migas que marcaban/ mi paso entre los árboles”. Esas migas son como el hilo de Ariadna que permiten la incursión en el laberinto, garantizando una guía para encontrar el camino de vuelta a casa. Pese a que existencial y metafóricamente se diga que carezcamos de guía y morada, encontramos en la poesía de Garro algunas migas o algún hilo que va reapareciendo a lo largo de su poesía reunida en Cristales de tiempo: los recuerdos y la memoria.

Uno puede quedarse recordando cualquier circunstancia pasada con sonrisa bobalicona sintiendo un gran regocijo, y en otra ocasión regar abundantemente el rostro con las más amargas lágrimas de desesperación enclaustrados en algún otro recuerdo. Los recuerdos son el habitar poético donde transita la poesía de Elena Garro.

Derrida, en La farmacia de Platón, explica que Platón otorga a las palabras el sentido de phármakon, una palabra polisémica proveniente del griego clásico que significa tanto remedio como veneno. Las palabras son un phármakon porque pueden curar y destrozar una vida, provocar aburrimiento y embriaguez, salvar a alguien del suicidio o provocarlo… Los recuerdos son otro phármakon. Uno puede quedarse recordando cualquier circunstancia pasada con sonrisa bobalicona sintiendo un gran regocijo, y en otra ocasión regar abundantemente el rostro con las más amargas lágrimas de desesperación enclaustrados en algún otro recuerdo. Los recuerdos son el habitar poético donde transita la poesía de Elena Garro: “Y mientras más se vive,/ más cosas se van conmemorando./ Nos queda menos que vivir/ y más que revivir”.4 Pero este habitar es un habitar desconsolado, es un ser atravesado por recuerdos y arder. Vemos que la lírica de nuestra poeta es afectada especialmente por los recuerdos. En el poema “Panteón particular”se dice: “Voy cargada de urnas y mortajas./ Adentro llevo al mundo sepultado:/ la infancia, los nombres familiares,/ los nombres amorosos./ […] Panteón particular yo misma”5 El “yo” de la poeta está constituido por lo ya muerto o lo parcialmente muerto, ya que se hace presente mediante el recuerdo, y en ese sentido lo muerto revive. Frecuentemente expone el deseo de recuperar un pasado ya perdido: A oscuras padre, a oscuras,/ […] te busco”,6 nos dice en el poema titulado“Las hijas de rey pobre”. El padre estando ya ausente se hace presente en la memoria a través del deseo de una mayor presencia. Se ha dicho que el deseo consiste en hacer presente una ausencia, mas lo que se hace presente no es una presencia plena: se desea y se vive como ausencia pese a que se dé un tipo de presencia. Rememorando lo que murió solo invocamos al fantasma de lo que fue: “No queda del jardín/ sino la noche./ No queda del jardín/ sino el fantasma”,7 escribe Garro en la segunda versión de“El huele de noche”. Del bello jardín donde jugaba Garro en su infancia ahora sólo queda una pálida sombra en la memoria, sin ese sabor primero que estaba intensificado por la inocencia de su mocedad, y que ahora se agría con el paso del tiempo. Los fantasmas memorísticos son inquietantes. En los tratados de medicina medieval acostumbraba a aparecer la teoría fantasmática de enfermedad amorosa por rememoración excesiva de lo amado que podía conducir a la tristeza profunda, la locura y la muerte. Aristóteles, en su obra De anima, utilizaba la palabra phantasmata para referirse a las imágenes de la fantasía y la imaginación. Giorgio Agamben, en su magnífica obra Estancias: la palabra y el fantasma en la cultura occidental, trata la teoría fantasmática y su aplicación e influencia en la lírica amorosa medieval y en la tradición que le sigue hasta nuestros días. Esta teoría afirmaba quetodo empieza a través de los sentidos, especialmente los ojos. Los sentidoscrean una imagen, un fantasma. Esa imagen excesivamente repetida en la mente puede crear un desequilibrio en la facultad estimativa, la que estima que esos momentos pasados, esa imagen, esa persona, es más valiosa e importante que lo que se tiene ante sí. La vida imaginativa, el fantasma, se desea y se torna más vivo que la realidad presente y circundante. Y he aquí el desequilibrio que se genera. De ahí que otro gran poeta, Carles Riba, nos advirtiera de los males que conlleva una rememoración excesiva y afectada del pasado: “Feliç és qui no mira enrera, on el passat,/ insaciable que és, ens lleva/ fins l’esperança, casta penyora de la treva/ que la Mort havia atorgat”. Se desea la felicidad de no mirar atrás en el pasado, pero la arcilla primigenia que da forma al hombre, el “material” preponderante que constituye a lo humano, es el pasado y la memoria. Así lo explicaba François–René de Chateubriand: “¿qué seríamos sin la memoria?” Olvidaríamos nuestras amistades, nuestros amores, nuestros placeres, nuestras ocupaciones; el genio no podría reunir sus ideas; el corazón más afectuoso perdería su ternura si dejara de recordar; nuestra existencia se vería reducida a los momentos sucesivos de un presente que discurre sin cesar; no habría ya pasado: “¡Oh, miserables de nosotros! Tan vana es nuestra vida que no es más que un reflejo de nuestra memoria”.8

Olvidaríamos nuestras amistades, nuestros amores, nuestros placeres, nuestras ocupaciones; el genio no podría reunir sus ideas; el corazón más afectuoso perdería su ternura si dejara de recordar; nuestra existencia se vería reducida a los momentos sucesivos de un presente que discurre sin cesar; no habría ya pasado.

Encontramos en la poesía de Elena Garro el tópico literario ubi sunt procedente de la expresión latina: Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? (¿Dónde están quienes vivieron antes que nosotros?). Es interesante traer aquí la etimología de la palaba recordar, por su sugerente significación. Recordar viene del latín recordare, que se compone del prefijo re– (‘de nuevo’) y un elemento, cordare, formado sobre el nombre cor, cordis (‘corazón’). Recordar es volver a pasar por el corazón. De ahí que comúnmente recordemos mucho mejor aquello que tiene un impacto emocional de algún tipo, bien sea en positivo o negativo. Se recuerda aquello que remueve el corazón, por eso la poesía del recuerdo está siempre en Garro cargada de sensibilidad y emoción. Ya hemos visto cómo llamaba al padre a través de sus versos, también a la madre: “Mamá ¿qué no me oyes?/ Nadie me oye en este pozo,/ […]/ Mamá, lánzame una cuerdita”.9 Hay en su lírica cierta fijación en lo profundo, lo cavernario, lo que se halla en el pozo de la vida, como la descripción que hace de su primo Bonifacio, el cual se suicidó. Es un poema poco convencional, un tipo de literatura antiburguesa, soez y sin complejos, como la de un Bukowski refinado en su crueldad descriptiva. He aquí un fragmento de uno de los poemas más largos e interesantes de Elena Garro: “Como esquina abandonada/ en cuyos muros alzan la pata/ los perros vagabundos y mean/ con ojos olvidados su ardiente orina,/ como esquina cubierta con la sarna/ de carteles desteñidos anunciadores/ de putas y elecciones presidenciales/ con palabras que cuelgan abyectas/ a la luz del sol:/ Sufragio Efectivo, Rosa María Triunfadora de Shangai/ así existes tú en la memoria de los que te vieron. […] Arriba/ en tu esquina/ meadero de perros, apoyo de borrachos/ mi ventana apagada./ En la memoria de todos tú, el fracasado/ en mi memoria el huérfano, el extraño, mi hermano”.10

En la mitología griega Mnemosine era la personificación de la memoria. Junto a Zeus engendraron a las Musas, las divinidades inspiradoras de las artes. Que la memoria inspira el arte es en la lírica de Elena Garro bien patente. En una entrevista con Elena Poniatowska nos dice Garro: “En la infancia aprendemos todo. Crecer es olvidar poco a poco lo que aprendimos con tal intensidad”.11 En el poema “El jardín” lamenta la imposibilidad de recuperar el resplandor perdido de la Edad de Oro de la poeta, la infancia, antes de probar del amargo fruto de la consciencia, el saber, y la vida adulta; el mundo de la prosa, frente al lírico mundo inocente e infantil: “¿Dónde, dónde recuperar aquellos días?”12 Nos cuenta Garro que al crecer, como una Eva moderna, cae del paraíso, y ya muy lejos de allí sólo queda la añoranza y el recuerdo del bien perdido: “Olvida en fin todo lo que es ensueño y despierta un día/ infinitamente lejos de la infancia y de cuanto soñó./ Como si en un mismo día se hubiera hecho viejo”.13 Quedando ya sólo los recuerdos y la memoria de aquellos dichosos días, sabe que, finalmente, incluso esas tristes sombras de la realidad que remembra son perecederas. A la finitud de los días de infancia y de los familiares queridos se une la triste finitud de los propios recuerdos, que no se salvarán de la pira del olvido: “El fuego no perdona a la memoria”,14 nos dice en el poema “Sopló el diablo”.

III. Reapropiación del espacio desde el recuerdo

Amaia Álvarez

La almohada es una imagen recurrente en la poesía de Elena Garro. Parece ser un punto de referencia al que regresa a menudo. Es significativo, sin duda, porque es el lugar en el que apoya la cabeza cuando transita de la conciencia al sueño. Garro describe cómo se pierde en su almohada, cómo el color de su piel o su pelo se confunden con ella y cómo, en ocasiones, algo “se sube hasta mi almohada” y charla con ella. Tal vez sea un intento de revisitar el México natal desde la distancia a través de una dimensión más infantil. El caso es que el dormitorio rara vez se presenta como lugar de reposo. Suele ser una habitación compartida con la añoranza y los fantasmas. En su libro Fenomenología queer: Objetos, orientaciones, otros, la filósofa Sara Ahmed presenta una concepción de la experiencia espacial alternativa a la de la tradición fenomenológica de Husserl y Heidegger. En el estudio de las interacciones del individuo con su entorno se presupone una cierta neutralidad al significado que le damos a las cosas que percibimos, que están en nuestra vecindad inmediata, y a las estructuras que conforman los espacios que habitamos. De este modo, la experiencia de una cama, con sus almohadas más o menos confortables, la textura de sus sábanas, su olor, su color y la distancia del somier al suelo serían advertidas por personas diferentes de una manera similar. Es una cama. Es decir, la interpretación de un cuerpo ajeno a nosotros es más o menos universal. La misma experiencia de la cama debe ser compartida.

La forma en que su cuerpo tendrá que navegar este espacio será diferente a la de alguien más ágil. Tal vez la perspectiva de salir de la cama por las mañanas le genere aprensión. Si la persona que puede disfrutar de una noche de descanso en esa cama no es la misma que tiene que lavar las sábanas por la mañana este objeto tendrá una implicación de reposo para la primera y una de trabajo para la segunda.

Sin embargo, Ahmed se rebela contra la experiencia ecuánime del medio. Una persona con problemas lumbares tendrá dificultad para subir y bajar de la cama. La forma en que su cuerpo tendrá que navegar este espacio será diferente a la de alguien más ágil. Tal vez la perspectiva de salir de la cama por las mañanas le genere aprensión. Si la persona que puede disfrutar de una noche de descanso en esa cama no es la misma que tiene que lavar las sábanas por la mañana este objeto tendrá una implicación de reposo para la primera y una de trabajo para la segunda. De hecho, el disfrute de una sería imposible sin la labor de la otra. Para alguien con insomnio la cama puede ser un objeto inconsecuente o fastidioso en la habitación. La subjetividad en la experiencia del objeto dicta el significado que le otorgamos. Lo que hará que algunos objetos cobren más importancia en nuestra configuración del espacio, nuestra orientación. Y nuestra codificación subjetiva del ambiente construye una narrativa.

Ahmed acepta la naturaleza sesgada de la fenomenología y pretende integrar estas narrativas parciales y ampliar el área de estudio. Reconociendo, de esta manera, que los espacios que habitamos están diseñados para acoger a ciertos grupos y alienar a otros. En el centenario del nacimiento de Elena Garro en 2016, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, Elena Poniatowska dijo lo siguiente: “He preferido quedarme con la Elena Garro que conocí en juventud, gallarda, avasalladora, que seducía con sólo hacer su entrada … la gran escritora mexicana, la que todo lo poetiza y lo transforma”. Quisiera ahondar en esta propiedad alquímica de la poesía de Garro. Y es que Poniatowska da fe de esta capacidad de Garro para alterar el espacio que habita.

La poesía de Garro fue publicada póstumamente y abarca toda una vida. Patricia Rosas Lopátegui reúne y edita en 2016 Cristales de tiempo, la primera y única colección de poemas de la autora. Dividida en cinco secciones temáticas, Lopátegui abre con “La infancia en la memoria” y cierra con “La poética del exilio”. Ambas secciones abordan cuestiones fundamentales al corpus poético de Garro: memoria e infancia, hogar perdido y el plano onírico y la muerte como parte de la concepción cíclica del tiempo (de origen indígena). A través de imágenes de realismo mágico y un lenguaje extremadamente lírico, Garro puede volver al México de su infancia y reimaginarlo. Puede apropiarse de esos lugares que abandonó primero siguiendo a su marido y, posteriormente, debido al exilio que le deparó su voz política.

No es de extrañar que se diese en ella una necesidad de reconstruir a partir del recuerdo. Este proyecto de emancipación de la narrativa que otros han adherido a su vida comienza en la primera sección. El poema “El jardín”es un preámbulo al espacio doméstico infantil, que se transforma a lo largo de la colección. La escena es, en un comienzo, un tanto desoladora. Mediante el recuerdo o tal vez el sueño, la voz poética explora la casa de la infancia y se pregunta a dónde han desaparecido los objetos que construyeron este tiempo. De modo que el lugar se navega en negativo. Un no hogar, desprovisto de las cualidades que antaño hacían de él un espacio: “…en el mismo espacio invisible, los aullidos de perro y los fantasmas que habitaron mi casa”. Es un sitio nuevo que se constituye en contraposición a la vida y se transforma en otra cosa en la memoria. En esta aprehensión retrospectiva del hogar familiar y el México que lo contiene Garro niega lo que fue para poder redefinirlo más adelante en la colección. Una cuestión que abre en el último verso: “¿Dónde, dónde recuperar aquellos días?”

La voz poética es consciente de que el tiempo ha arrasado con los espacios que en su día la formaron a ella. Sabe que son dimensiones inconsecuentes para otros. A menudo se enfatiza el patetismo de aquellos lugares pasados, sin los que los lugares actuales no existirían. En poemas como “Bonise nos dice: “No quiero verte para no reírme de ti, pues ya para siempre te faltará una pieza… te sigo viendo… y en todo ese tiempo yo armando y desarmando tu rompecabezas incompleto… tu ventana apagada. En la memoria de todos tú, el fracasado, en mi memoria el huérfano, el extraño, mi hermano”. Pero solamente son accesibles a través de su subjetividad, de la memoria de ella, que los distorsiona y les da una nueva integridad intrínseca a su propia mirada. Por lo tanto, el relato de esta mujer es ya la única narrativa disponible de estos espacios. Ella es soberana de ellos.

La poesía intimista de Garro nos muestra hasta qué punto puede mimetizarse la voz poética con el espacio poético y ganar agencia sobre lugares y objetos sobre los que antes no se tenía poder, incluyendo el espacio abstracto de la memoria. A menudo se da una híper–conciencia del espacio que rodea al sujeto y abraza la percepción sesgada del entorno que Ahmed propone como una extensión del individuo. De hecho, en su exploración de orientaciones subalternas Ahmed nos dice:

Bodies do not dwell in spaces that are exterior but rather are shaped by their dwellings and take shape by dwelling. Phenomenology reminds us that spaces are not exterior to bodies; instead, spaces are like a second skin that unfolds in the folds of the body.15

Los límites entre morada y moradora se desdibujan en poemas como “Soledad”, en el que la autora procesa a través del realismo mágico la carga emocional del espacio; o bien el espacio permea la psique de la autora.

“Soledad” confiere al entorno de Garro voluntad propia. Los distintos elementos que rodean al individuo parecen tomar forma y activamente interactuar con ella. El poema comienza en voz pasiva, observando el comportamiento de la habitación como quien observa las hojas de los árboles moverse al viento o las ondas en el agua:

Se cierran las persianas, se corren las cortinas y se encierra a la noche en una pieza. Las sillas, el canapé tendido, el secreter y los espejos se miran entre sí. Una amenaza se prepara. ¿De qué serán testigos esta noche?

Garro desafía la universalización del entorno y pretende integrar experiencias paralelas que se han visto silenciadas. La suya es una aproximación al entorno detractora no sólo como esposa silenciada por su marido, sino como mexicana e intelectual contestada en su propio país tras sus declaraciones sobre la masacre de Tlatelolco.

No obstante, pronto los objetos pasan de testigos a agentes y provocan la angustia del personaje: “Abren la puerta y entran. Caminan de puntillas, me rodean. Están mirando mi cara y mi cabello desfallecido … Todas las sombras avanzan contra mí. Mi corazón da un salto y se sale del pecho”. E incluso, al final del poema, esta voz abstracta que se le da a la habitación la interpela cuestionando su cordura y por lo tanto su experiencia espacial: “—Qué loca tan estúpida te has vuelto”. Y la voz poética parece cambiar de plano o dimensión dentro del propio recuerdo: “Estoy con vida en el espejo”. Residente ahora del reflejo, la réplica negativa de la habitación. En esta colección existen múltiples ejemplos de la evocación de un espacio doméstico alternativo durante la noche, lo que puede inspirar en el lector una duda sobre la veracidad del relato. ¿Es ésta acaso una exploración onírica de la habitación, es un recuerdo teñido por la deriva de la conciencia? Es, desde luego, una vivencia disidente y transgresora de los lugares que conforman la identidad de Garro. “Soledad”, en concreto, forma parte de la sección del poemario titulada “Horror y angustia en la celda del matrimonio”.Título más que sugerente escogido no por la propia autora, sino por la biógrafa autorizada de Garro, Patricia Rosas Lopátegui, para todos aquellos poemas que, a su entender, navegaban los aspectos claustrofóbicos y descorazonadores de sus años casada con Octavio Paz. Es un poema que parece trasladar sentimiento de persecución y asfixia al lecho conyugal. Es una resignificación del medio que difiere de cualquier perspectiva externa a ella.

En “Explicaciones a Elena en la montaña” Garro sigue este mismo principio, pero lo asocia a un territorio más amplio y abstracto. El espacio que compone su país natal, México: “… pides que te diga cómo es tu país … curiosas, exigentes de nombres de ciudades, de héroes, de batallas, de flores, de volcanes. No tengo nada que decirte: Hernán Cortés llegó hablando en una lengua que nadie conocía”. La hija de Elena desea comprender los elementos que conforman su país de origen. Su madre, que comprende el poder de la narrativa hegemónica, denuncia el relato colonizador que se estableció como neutro, borrando así la configuración nativa de la tierra. La potestad sobre el espacio se pierde cuando se acepta una perspectiva como natural. Garro desafía la universalización del entorno y pretende integrar experiencias paralelas que se han visto silenciadas. La suya es una aproximación al entorno detractora no sólo como esposa silenciada por su marido, sino como mexicana e intelectual contestada en su propio país tras sus declaraciones sobre la masacre de Tlatelolco.

En oposición al poema “El jardín”, en el que la poeta se pregunta cómo y dónde recuperar los lugares perdidos, tenemos el poema “El extranjero”,en el que unos años más tarde la propia Garro se responde: “Allá donde encontramos lo perdido, allá donde se va lo que se tuvo, allá donde los muertos están muertos y hay días en que renacen y repiten… Allá resides tú, donde reside la memoria”. Hemos transitado del desconcierto y dolor de “El jardín”a la certeza esperanzadora de “El extranjero”. Garro reconoce explícitamente la memoria como espacio en el que reside su identidad y la de aquellos a quienes ha perdido. Ella y sus difuntos residen en un espacio alternativo. Fuera de la imaginación ajena, regido por leyes particulares. Donde el tiempo es cíclico los objetos se comportan de formas cuasi humanas y nada se pierde por completo. Todo regresa eventualmente. De modo que, tal vez la voz poética no encuentre descanso en el dormitorio nocturno. Su experiencia de la cama dista a menudo de la normativa. Pero es el espacio, el portal que le permite acceso a la memoria, que es también un lugar con implicaciones emocionales tan trascendentes como el espacio físico. La reconcepción del espacio implica tomar posesión de la propia historia. Y es el legado que Elena Garro deja a su hija y al lector en Cristales de tiempo. ®

Helena duerme en este sofocante cuarto.
 Lola está con ella.
Petrouchka tendido en mi inhóspita cama
sin cabecera.

Notas

1 Patricia Rosas Lopátegui (ed.), Cristales de tiempo. Poemas de Elena Garro. Cáceres: La Moderna, 2018.
2 Maurice Blanchot, El espacio literario. Barcelona: Paidós Básica. 1992 (pp. 103, 117).
3 Emil Cioran, Brevario de podredumbre, Taurus, 2014 (pp. 117, 128).
4 Patricia Rosas Lopátegui (ed.), Cristales de tiempo, p. 181.
5 Ídem, p. 175.
6 Ídem, p. 85.
7 Ídem, p. 95.
8 Chateubriand, Memorias de Ultratumba, Barcelona: Acantilado, 2006, pp. 67–68.
9 Garro, op. cit., p. 111.
10 Ídem, p. 99–101.
11 Ídem, p. 60.
12 Ídem, p. 98.
13 Ídem, p. 145.
14 Ídem, p. 134.
15 Los cuerpos no moran en espacios externos a ellos, sino que se forman a través de su morar, toman forma habitando. La fenomenología nos recuerda que los espacios no son exteriores al cuerpo; por el contrario, el espacio es como una segunda piel, se reproduce en los pliegues del cuerpo.

Bibliografía

Ahmed, S. (2006). Queer Phenomenology: Orientations, objects, others. Durham: Duke University Press.
Garro, E. (2016). Horror y angustia en la celda del matrimonio. En P. Rosas Lopátegui, Cristales de tiempo: Poemas de Elena Garro. Nuevo México: Rosas Lopátegui Publishing.

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Publicado en: Ensayo

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