Un asalto uruguayo

“No parecés mexicano…”

El Ministerio de Desarrollo Social del Uruguay publicó un estudio en el que explican cómo de 2021 a 2023 el número de personas en situación de calle aumentó en un 48%. Una de ellas asaltó al autor de esta crónica, no sin antes conversar largamente.

Afuera del bar Imperio, en la calle Tristán Narvaja. Fotografía de Instagram.

Si el tipo no me hubiera amenazado con apuñalarme en el hígado habría disfrutado más de esa conversación. Pensé que sería algo rápido, darle mi cartera, mis cosas nada más. Cuando me pidió que le diera tabaco, luego me preguntó por mi acento y dónde había nacido supe que nos íbamos a tardar un rato ahí. Los uruguayos se toman su tiempo para todo.

—¿Mai frend espik espanich?
—No parecés mexicano, tenés cara de yanki.
—¿Hablás inglés?
—¿Te gusta el Chavo del Ocho?
—¿Cómo son los narcos?
—¿Conoces Monterrey?
—Yo corro más rápido que tú.
—¿Por qué tan nervioso?
—Eres un humilde, me caes bien.
—Yo soy una rata.

Me habían robado en México, ahí nadie platica tanto ni tiene tantas dudas. En cada frase o pregunta el tipo del cuchillo cambiaba su tono de voz, sus gestos. Era como un actor que interpreta a varios personajes en una obra. Estoy seguro de que hubo segundos en los que olvidó que me amenazaba con algo afilado. El fulano no dejaba de hablar, tuve el gusto de conocerlo un poco más, él a mí también porque me pedía respuestas bien desarrolladas.

Unos minutos antes caminaba por la Avenida 18 de Julio, iba rumbo al bar El Imperio. Los edificios que están en esa gran calle son altos, de estilo francés e italiano. De día parece un pedazo de Europa. De noche también es lindo, pero a poca gente le dan ganas de caminar por ahí, se vacían las banquetas. La arquitectura gris combina con el cielo oscuro, el silencio, los vagabundos que acampan en grupos en algunas esquinas y afuera de locales cerrados.

Terminé con la espalda contra la pared cuando me salí de la avenida por la calle Tristán Narvaja. Alguien me pidió un cigarro, cuando volteé para ver a quien iba a fumar gracias a mí la navaja ya estaba a unos centímetros de la boca de mi estómago. En la esquina había otro hombre que vigilaba, nos saludó desde lejos. El que tenía enfrente se alegró cuando saqué el paquete de tabaco y los papeles, resultó que los dos preferíamos eso a las cajetillas.

Su mano izquierda estaba deforme, como si estuviera llena de cicatrices, ampollas secas o quemaduras viejas. Ya había visto esa marca antes, la tenían los que fumaban crac en el Parque Batlle. Los diestros sostenían la pipa con la zurda, muchas veces era un pedazo de aluminio, vidrio o lo que sirviera.

Entendí con quién trataba cuando lamió el papel de fumar para sellar el cigarro. Su mano izquierda estaba deforme, como si estuviera llena de cicatrices, ampollas secas o quemaduras viejas. Ya había visto esa marca antes, la tenían los que fumaban crac en el Parque Batlle. Los diestros sostenían la pipa con la zurda, muchas veces era un pedazo de aluminio, vidrio o lo que sirviera. Esa mano se les quemaba por tenerla cerca de la llama tanto tiempo.

Uruguay tiene un problema de vagabundos. El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) publicó un estudio en el que explican cómo de 2021 a 2023 el número de personas en situación de calle aumentó en un 48%. En los resultados también cuentan que un factor importante que lleva a esta gente a dormir en una banqueta es el consumo de pasta base, una droga derivada de la cocaína. En las películas gringas le dicen crac. Nunca está de más decir que es muy adictivo, sus efectos son potentes, tóxicos para el cuerpo y el cerebro.   

No hace falta leer un informe gubernamental, uno se da cuenta de esto si camina más de una cuadra en la Suiza de América Latina. Los que yo veía con más frecuencia eran los del Parque Batlle, que fumaban de sus pipas que a veces no eran pipas y me gritaban cosas cada que pasaba. Uno nunca dejó de ofrecerme un trago de su botella de coca llena de orines.

La única diferencia entre los que casi eran mis vecinos y el que me tenía contra la pared era su olor. El tipo que me asaltó no apestaba, tampoco tenía aroma. Cuando alguien huele a axila sin desodorante es por algún fluido, sudor o aceite, líquidos, a fin de cuentas. Era como si él no tuviera un mililitro de agua en el cuerpo o ni un poco de grasa en la piel. Estaba seco como un pedazo de cuero. Me di cuenta cuando se me acercaba mucho para decirme unas cosas, luego se alejaba para decirme otras.

—¿Tenés cogollo?
—Hace mucho se murió mi mamá.
—La extraño todos los días.
—Estuve en cana por picar a alguien en el hígado.
—Si corrés no te mato, pero te regalo una visita al hospital.
—¿Vos hablás con tu mamá?

Me felicitó cuando le dije que hablaba casi a diario con mi madre y que la quiero mucho. No mentía. Él hasta se guardó el cuchillo en el pantalón para decirme que la abrazara mucho. Yo no tenía reloj para ver cuánto duró nuestra plática, pero su amigo que seguía parado en la esquina nos volteaba a ver cada que pasaban quince minutos o dos horas. Quién sabe.

Para ese punto de mi viaje ya era un buen observador de vagabundos, droguitos, indigentes, personas en situación de calle, loquitos, como cada quién quiera llamarlos. Yo los recuerdo como fantasmas, aunque estuvieran por todos lados nadie los miraba dos veces ni para pedirles que se fueran. Se volvió algo típico ser testigo de cómo eran ignorados en cada cuadra o avenida, en los parques, afuera de las cafeterías, como si la demás gente pudiera ver a través de ellos.

De repente estaba furioso, decía que yo lo juzgaba sin conocer toda su historia. Ése fue el único momento donde en verdad pensé que iba a hacerme daño.

Terminé de confirmar esto cuando comencé a decirle buenos días a los que acampaban cerca de mi departamento. Reaccionaban igual que yo cuando vi a varios de ellos dormir sin pantalones a plena luz del día. Sorpresa. Los problemas de salud mental no atendidos y la adicción al crac son dos de los motivos principales con los que el Mides intenta explicar este problema. Es una crisis que vuelve a muchas personas invisibles en su propio país, en su hogar, en muchos casos hasta que buscan ayuda, o son encarcelados o se mueren.

El fulano sacó el cuchillo que había guardado en sus pantalones. De repente estaba furioso, decía que yo lo juzgaba sin conocer toda su historia. Ése fue el único momento donde en verdad pensé que iba a hacerme daño.

—No te juzgo, yo sé que si pudieras harías otra cosa. Cada quién sale adelante como puede. Ojalá que te sirvan mis cosas —decirle eso me pareció una mejor idea que correr. Sólo quería que ese cabrón sin olor me dejara en paz.

No es que todo haya terminado en un abrazo después de eso. Sí me robó, pero de buena gana, tenía una sonrisa detrás del cuchillo. Me quitó mi dinero, el tabaco, también se llevó mi encendedor. A cambio de todo eso me dio una conversación que nunca voy a olvidar. Sé que es de Salto, una ciudad el norte de Uruguay; su mamá murió, que la extraña mucho fue lo que más me repitió; le gustan el Chavo del Ocho y las series de narcos, para mí es un misterio dónde las ve; estuvo en la cárcel por apuñalar a alguien, pero no se murió.

En el momento no lo pensé, aunque tiene sentido que una frase amable tenga un gran efecto en alguien a quien sólo le prestan atención cuando amenaza con un arma blanca. Yo sólo esperaba que no me fuera a pedir mi celular, no me gustaba la idea de estar incomunicado en otro país mientras lo reemplazaba. Por supuesto que sí lo exigió, él estaba molesto de que yo trajera poco dinero en la cartera. A mí tampoco me encantaba eso.

—¿Si me quitas el celular cómo le voy a hablar a mi mamá? —no pensé antes de hablar, escuché el sonido de mi voz después de que saliera de mi boca.

Por primera vez en toda nuestra conversación guardó silencio lo que imagino que fueron unos segundos. Le habló a su amigo que nos esperaba en la esquina, cuando alcanzó me dijo que “ya fue”. No entendí por completo qué quiso decir, seguro se dio cuenta porque se rio.

Me dijo que lo convencí con eso,
pero que me fuera rápido
porque iba a cambiar de opinión.
Le di las buenas noches
y me fui en chinga.
A lo mejor sí cambiaba de opinión. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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