Un Dios despiadado nos acecha

Los tiempos de Dios, de José Luis Valencia

Los cuentos de Los tiempos de Dios, de José Luis Valencia, nos hacen preguntarnos por qué a la gente normal, en el momento menos esperado, la vida parece jugarles las bromas más crueles.

José Luis Valencia.

Los cuentos de José Luis Valencia matan. Desvisten a sus personajes de la esperanza; arrebatan la tranquilidad de las situaciones mundanas y quiebran a quien los lee sin darse cuenta, haciendo que los invada una sutil paranoia, un inescapable catastrofismo y el miedo de que algún Dios vengativo los tenga en la palma de su mano.

La narrativa arrasadora del escritor guadalajarense aborda, como muchos, la violencia. Pero logra, como ninguno, evanecer la carga moral de que sólo la gente mala hace cosas malas, y sólo a quien se lo merece las tragedias le arruinan el destino.

Cada uno de las ocho ficciones contenidas en Los tiempos de Dios (Editorial Universidad de Guadalajara, 2020) incrementan la angustia de saber si lo que narra es, en efecto, más imaginación que realidad. ¿Hay crónica en este libro ganador del Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola o se trata de alguna apuesta periodística? La duda, en este caso, es una gran respuesta.

La violencia, no es secreto para nadie, es uno de esos temas perpetuos en la literatura. Y resultan tan tentador como para hacer algo deslumbrante —es el caso de esta obra—, o bien termina siendo un ecosistema pantanoso que ata las imágenes y situaciones a los lugares comunes menos estimulantes y predecibles.

El tema aquí no es si escribir o no sobre violencia, sino cómo hacerlo, desde cuál perspectiva, con qué mirada. José Luis Valencia decide hacerlo desde un umbral fascinante que une la familiaridad del contexto en que ocurren sus historias con la extrañeza repentina que empuja los eventos hacia lugares insospechados.

Son personas que buscan avanzar con su vida: disfrutar un cumpleaños memorable en compañía de amigos; un abogado que tuvo una infancia complicada pero ahora se da los placeres que el dinero y buenos contactos le permiten; un contador que viaja a Zacatecas para una formalidad de trabajo; un joven que sufre por amor y su mejor amigo es la voz inexperta de la sabiduría.

De todas las aristas que trata esta compilación de cuentos, la más destacada es también la más obvia: la violencia llega de la nada y puede golpear a cualquiera. De hecho, todos los personajes de Los tiempos de Dios parten de impulsos personales, íntimos, comunes, pero no malintencionados. Son personas que buscan avanzar con su vida: disfrutar un cumpleaños memorable en compañía de amigos; un abogado que tuvo una infancia complicada pero ahora se da los placeres que el dinero y buenos contactos le permiten; un contador que viaja a Zacatecas para una formalidad de trabajo; un joven que sufre por amor y su mejor amigo es la voz inexperta de la sabiduría.

Tanto los escenarios como las rutinas de estos personajes permiten a los lectores encarnarse rápidamente en esas vidas. Lo mágico, lo atrapante viene justo después. Valencia es un maestro del ritmo —y esas palabras no se ganan con facilidad.

Cuando el lector se siente más representado, el narrador mete reforzada en carretera para rebasar y las cosas aumentan la velocidad sin aviso. Todo se vuelve impredecible, permea la incertidumbre, y lo que eran historias comunes se vuelven relatos únicos, trágicos, desmoronadores. Porque, como ya se dijo al principio, los cuentos de José Luis Valencia matan.

Mientras que los dictaminadores —Julian Herbert, Socorro Venegas y Vicente Preciado— consideraron que la prosa de esta obra es consistente y con un gran manejo de la tensión, el propio autor añade: “Son cuentos trágicos, el punto es la violencia, pero la violencia que le puede pasar a cualquiera. Un poco el reflejo de la sociedad en la que vivimos. No soy del narco, no soy de desapariciones, sino de las decisiones que vamos tomando o que tomamos en función de nuestra vida que pueden terminar en tragedia”.

Cuando nos enfrentamos a una compilación de cuentos es habitual que uno sobresalga de entre los demás, la joya de la corona. Gratamente, ésta no es el caso, y la decisión para determinar cuál es el mejor relato se torna complicada. Además de los hechos que se cuentan, además de las cosas que hacen que la historia avance sin tropiezos, como lo demuestra la experiencia de este prosista de 44 años, hay frases ensayísticas que son como balazos precisos, anzuelos bien colocados. ¿Qué hace uno como receptor cuando un escritor tiene estas gentilezas sino dejarse seducir?

“De verdad no parecía estar disfrutando lo que hacía, casi podría jurar que se aburría. Era como si quisiera estar en otro lugar y no en lo que estaba haciéndome. Su cara era la de un godínez impaciente que espera la hora de la salida. El tipo me estaba matando y no le importaba porque para él era otro día normal de trabajo y nada más”, se lee en el primer cuento.

No todas las frases memorables son así de largas, la mayoría, en realidad, son breves, autoconcluyentes.

Los tiempos de Dios es uno de esos pocos libros que habla de la ciudad donde ocurren la mayoría de los hechos, Guadalajara, como si fueran el centro del mundo. Y está tan bien logrado, que uno se siente inmerso en eso, y al mismo tiempo puede trasladar cada acción a su propia ciudad natal.

¿Lectura obligada? No sé si existe algo como eso, pero si no han disfrutado de estos cuentos se están perdiendo de una experiencia íntima y devastadora. De ésas que incomodan lo necesario para volver a ellas. Y morir, una y varias veces. Las que hagan falta. ®

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Publicado en: Éstos son nuestros papeles

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