Tras soportar situaciones indeseables durante su travesía por el mar rumbo al país de sus sueños, se dieron cuenta de que nada de lo que les prometieron fue cierto: el panorama fue más cercano al Infierno que a la Tierra Prometida.
Durante años, quizá los primeros veinte de mi vida, creí que vivir en México garantizaba que palabras como esclavitud y violación a los derechos humanos se practicaran poco y se defendieran mucho. ¡Qué ingenua!
Con el paso del tiempo y de la vida me he dado cuenta de que ambos conceptos se incluyen en historias que marcaron a hombres y mujeres, en diferentes puntos de mi querido país, desde hace más de cien años.
Hace semanas descubrí en el libro Fantasmas del Oriente (Planeta, 2021), de Imanol Caneyada, una historia que me impactó por varias razones, la más importante porque coincidió con un acto en el que el Gobierno de Coahuila, lo mismo que el Gobierno Federal, pidieron perdón de manera pública por el daño que otros mexicanos cometieron contra la comunidad china que vivió en estados del norte de México como Sinaloa, Sonora, Baja California, Chihuahua y Coahuila.
En Fantasmas del Oriente se cuentan varias historias que llevan a otras. Pero partimos de la de Iturbide, sí, como el primer Emperador de México, Iturbide Ayón, un hombre que toma como suya la causa de vengar los maltratos que la comunidad china sufrió en territorio mexicano. Para ser más específicos, es la historia de venganza y dolor que Iturbide Ayón hereda de su abuelo y su tío abuelo, la que traerá a colación lo que les sucedió a los hermanos Yang y a muchos chinos en nuestro país.
En las primeras páginas del libro conoceremos a Iturbide, quien se apresta en una tienda de electrodomésticos de Hermosillo, Sonora, con una manta que dice así: “Exijo que la familia Garzón le devuelva a la familia Yang todo lo que le robó hace ocho décadas y pida perdón”.
Categórica y sin temor alguno, esta frase pudiera tomarse como una declaración de guerra para una familia de clase acomodada de Hermosillo que, según lo que expresa la manta, despojó a los Yang —abuelo y tío abuelo de Iturbide— de sus bienes, pues cuando los extranjeros huyeron para salvar la vida los Garzón se apropiaron del negocio que los hermanos chinos tardaron años en levantar.
En las primeras páginas del libro conoceremos a Iturbide, quien se apresta en una tienda de electrodomésticos de Hermosillo, Sonora, con una manta que dice así: “Exijo que la familia Garzón le devuelva a la familia Yang todo lo que le robó hace ocho décadas y pida perdón”.
No me quedaba claro cómo es que los habitantes de un país que desde siempre ha vivido la xenofobia y el racismo de los estadounidenses fuera capaz de hacerle eso a esa comunidad asiática, lo mismo que a los árabes, pero ésa es otra historia.
Fue sorprendente llegar a este libro y conocer la vida de Gao y Tao Yang, un par de hermanos que con todo en contra y un sueño por cumplir, se arriesgaron para probar suerte en otro continente, en otro país, en un lugar en el que no hablaban su idioma, en el que su apariencia física y su color de piel los “delataban”.
A medida que avanzaba en mi lectura aumentaba mi indignación, pues pensé: “Los mexicanos no actuamos así, nosotros somos solidarios, somos hospitalarios…”, y no. Sucedió que al conocer lo que le pasó a Gao y Tao me di cuenta de que no solamente fuimos abusivos, crueles e injustos, también indiferentes ante el dolor y la muerte de otros seres humanos.
Ciudadanos de segunda categoría, así les llamaban, entre otros calificativos denigrantes, a los chinos, que, tras soportar situaciones indeseables durante su travesía por el mar rumbo al país de sus sueños, se dieron cuenta de que nada de lo que les prometieron fue cierto, que el panorama para casi todos, en el caso de los hermanos en las minas de Sonora, fue muy cercano a la esclavitud, más cercano al Infierno que a la Tierra Prometida. Pero, como hombres de trabajo, aguantaron hasta alcanzar su sueño y pudieron mantenerlo un poco antes de sufrir de nuevo otro averno.
Lo peor del caso es que la otra historia que nos presenta Fantasmas del Oriente, la de Iturbide y la agente ministerial Leonor Soufflé López, nos muestra, entre muchos otros aspectos, que como mexicanos seguimos siendo, a pesar del paso de los años, abusivos, crueles, indiferentes e inhumanos, no sólo con los extranjeros, sino con nuestros compatriotas, y en especial con las mujeres.
Y es que con 120 años aproximadamente de diferencia entre el viaje de los hermanos Yang y la realidad de Iturbide y Leonor, las cosas no han cambiado mucho. Son otras las esclavitudes, los extranjeros, los abusos y necesidades.
Sin afán de revelar qué mueve a vengarse a cuatro personajes importantes de esta historia, además de buscar redención, salir del infierno y vivir la vida que siempre soñaron, Fantasmas del Oriente muestra un episodio sórdido de la historia de México que pocos conocemos y que en muchos lugares aún vivimos. En un país que, al no conocer toda su historia, tiende a repetirla no importa que tengan que pasar cien, ciento cincuenta o doscientos años. ®