Un género no muy menor

Apuntes sobre literatura barata, de Jorge Flores-Oliver

Blumpi condensa en pocas páginas las principales características e hitos de lo que comenzaron siendo cartones y tiras cómicas hasta lo que los franceses, desde los años sesenta nombraron bande dessinée y que hoy día se conoce como narrativa gráfica.

Sería deshonesto comenzar esta reseña sin confesar mi afición irredenta a los cómics (especialmente a los comix) y la gran estima que siento por Jorge Flores-Oliver, aka Blumpi (Ciudad de México, 1978) colaborador —entre otras publicaciones— de Replicante, comiquero y autor del ensayo Apuntes sobre literatura barata [Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012], que articula con textos nuevos algunos previamente publicados, re-trabajados para esta edición, y que consigue presentar una breve historia e introducción al mundo de la literatura gráfica que gustará tanto a lectores noveles como a los avezados.

Blumpi condensa en pocas páginas las principales características de lo que comenzaron siendo cartones y tiras cómicas hasta lo que los franceses, desde los años sesenta nombraron bande dessinée y que hoy día se conoce como narrativa gráfica, y reúne en un breve volumen los hitos de esta narrativa. Comienza explicando las características que definen y diferencian las distintas manifestaciones del arte secuencial (la tira cómica, las historietas, los mangas, etcétera), después hace un pequeño repaso del ejemplo más socorrido para referirse al género, los cómics de superhéroes, para luego contrapuntear con algunos de los ejemplos más acabados de la novela gráfica independiente (Maus de Spiegelman; Ciudad de Cristal de Auster, trabajada por Karasik y Mazzucchelli; el trabajo de Raymond Carver y Tomine, p.e.) y aun dos ejemplos nacidos en el mainstream: Watchmen de A. Moore y D. Gibbons y X-Force de P. Mulligan y M. Allred, y así establece extremos del arte secuencial, la historieta de industria y la literatura gráfica independiente, y llegado a este punto de “adultez” del género aclara que mayoría de edad no implica necesariamente sexo (tradición que bien pudiera iniciarse con las Tijuana Bibles y que cobra vigor y nombre propio —comix— en San Francisco durante los años sesenta), como pudiera suponerse, sino a su consolidación, con piezas narrativas vigorosas que, entre otras características, comienzan a aparecer regularmente en revistas como Metal Hurlant, Raw y Weirdo.

En siguientes secciones Blumpi toca el caso de EC Cómics y su influencia en el off-mainstream, casa editorial que abrió brecha con títulos de guerra, horror y detectives y vino a dar el campanazo al dar a luz a la famosísima MAD, que no sólo se apropió de la sátira como género sino que abrigó a una pléyade de dibujantes que a su vez influenciaron a toda la industria, amén de otros efectos como el del producido por el alegato del Dr. Wertham, quien buscando que los adultos tomaran conciencia de lo que los (sus) niños leían vino a provocar la aplicación del Cómic Code (desde 1954 y hasta 2011) para “estigmatizar” el contenido de los cómics.

Así, a partir de textos sencillos pero concisos, Blumpi consigue redondear su idea de entregar un libro que abone “a la comprensión cabal de qué es el cómic, los cómics”, a valorarlo como un “medio/lenguaje/disciplina/arte” tan evolucionado como cualquiera otra de las artes dignas y a promover su lectura no sólo por solaz y esparcimiento sino como género productor de obras excepcionales.

Después procede a realizar una brevísima descripción de lo que pasó con el “arte alternativo” a partir de los noventa y la posmodernidad, donde se revalorizó la llamada cultura popular, el arte callejero y otras expresiones —aparentemente— underground y contestatarias. Apropiándome de las opiniones de nuestro maestro zen Fausto Alzati, diré que ciertamente Blumpi, a través de su lectura de cómics y propiamente de su estudio, revisa el devenir de la cultura popular, la mediatización y los nuevos fenómenos de la globalización y consigue ver en su evolución no sólo el hobbie nerd de algunos pocos, sino un lugar privilegiado de su expresión. Blumpi, apoyándose en la lectura de Rebelarse vende, de J. Heath y A. Potter, apuntala su revisión de fenómenos como el de la piratería publicitaria, los llamados Adbusters (logos trastocados; v.gr. en vez de Coca-Cola, Cocaína) y del influyente libro No Logo de Naomi Klein. Destacando de toda esta época de reinserción de la rebeldía en el mainstream la aparición de los fanzines (piezas artesanales donde los autores producen sus propios ejemplares) antes de la llegada de Internet.

Un apartado interesante del libro de Jorge es el dedicado a la gráfica y la política, y así desde los “simples” cartones hasta libros como To Afghanistan and Back de Ted Rall; desde la ilustración editorial del New York Times hasta publicaciones como Zap! de Robert Crumb; de expresiones como el ínclito “centro creativo y reactor de The Monthy Python’s Flying Circus” hasta nuestro entrañable Rius, Blumpi comenta los avatares y principales ejemplos del cómic en su camino a contracorriente de la política hegemónica, haciendo una parada especial para anotar cómo afectó el 9/11 a las publicaciones —y al sentido del humor— estadounidenses, unos sacando raja de sus superhéroes, otros acallando las guasas y unos pocos evidenciando la política exterior estadounidense.

Merced a la importancia a los monitos japoneses (manga y anime) Blumpi les dedica capítulo aparte, no sólo por representar 40% de la producción editorial de su país sino por su abrumadora presencia mundial y los fenómenos a los que se ha aparejado. Con el mismo tono sintético y coloquial del resto del libro Jorge da un necesario repaso por sus características, su historia, las peculiaridades de su producción y aprovecha la peculiaridad del cómic en la isla para señalarlo como el crisol de fenómenos más amplios y que se ejemplifican perfectamente en el fanatismo japonés que no sólo da lugar a una subdivisión ad-nauseaum del género —tal y como plantea la mercadotecnia que devendrá en consumismo—, sino a seres misántropos que se rehúsan a vivir fuera de su nanocosmos como los otaku y los hikikomoris. En este mismo capítulo concede un apartado al manga erótico despejando dudas y haciendo apreciables aclaraciones para ilustrarnos, por ejemplo, que no debemos llamarlos hentai, sino H manga, como genérico para todas sus presentaciones.

Así, a partir de textos sencillos pero concisos, Blumpi consigue redondear su idea de entregar un libro que abone “a la comprensión cabal de qué es el cómic, los cómics”, a valorarlo como un “medio/lenguaje/disciplina/arte” tan evolucionado como cualquiera otra de las artes dignas y a promover su lectura no sólo por solaz y esparcimiento sino como género productor de obras excepcionales. ®

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Publicado en: Libros y autores, Octubre 2012

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