Un planeta tibio

Una ballena es un país, de Isabel Zapata

¿Un caballo sigue siendo un caballo cuando lo domamos? ¿En qué se convierte una especie que cazamos hasta su extinción? Los poemas apelan a nuestra sed de poder, honor y territorio.

Isabel Zapata.

No me parece casualidad que en estos momentos de angustia y ansiedad haya llegado a mí un libro tan cálido. Tampoco creo que sea casualidad que ese libro cálido haya sido un poemario sobre animales y la relación que tenemos con ellos.

Una ballena es un país (Almadía 2019), de Isabel Zapata, explora las formas en que los animales habitan el mundo desde una curiosidad científica, que aprende de sus comportamientos, rutinas y hábitats, y una mirada humana que empatiza con su dolor. Sin embargo, el libro no es antropocéntrico. No intenta comparar el sufrimiento animal con el humano. Me parece que al hablar de los animales (o de las plantas, o de la naturaleza en general) es fácil acudir a la prosopopeya, pensar que los pájaros cantan para uno o que la ballena blanca que perseguimos existe sólo para darle sentido a nuestra vida y nuestro rencor. Isabel Zapata cuestiona esto constantemente, pues no son los sentimientos humanos el centro de la atención, sino el vivir de los animales.

No me parece casualidad que en estos momentos de angustia y ansiedad haya llegado a mí un libro tan cálido. Tampoco creo que sea casualidad que ese libro cálido haya sido un poemario sobre animales y la relación que tenemos con ellos.

Una ballena es un país se sitúa dentro de la estética de la ecopoética, al preguntarse también sobre las formas en que los humanos, en tanto especie, nos relacionamos con los animales. ¿Un caballo sigue siendo un caballo cuando lo domamos? ¿En qué se convierte una especie que cazamos hasta su extinción? Los poemas apelan a nuestra sed de poder, honor y territorio. Fungen como espejos del daño que le hemos causado a los ecosistemas que a lo largo de nuestra existencia hemos declarado nuestros y, que una vez frente a nosotros no podemos ignorar, pues “¿qué dice de nosotros que asesinemos lo que deseamos conservar?” (y creo que precisamente en un momento como éste, cuando el mundo está hecho un caos debido a que no nos cansamos de tratar a los animales como cosas infrahumanas, ver a los animales a los ojos y comprender que en ellos también estamos nosotros, en una jaula, es sumamente necesario).

A partir del romanticismo se empezó a plasmar en el arte un sentimiento que recorría la carne humana desde sus orígenes: el sobrecogimiento que sentimos ante el poder de la naturaleza, ante su infinitud contra nuestra pequeñez. Sin embargo, de acuerdo con el crítico Rob Wilson, este sentimiento de lo sublime natural se ha ido perdiendo en la época contemporánea (necesitamos, acaso, grandes catástrofes para recordar que la naturaleza existe más allá de las ciudades). Ya no nos conmueve como solía hacerlo. Me parece que en eso radica gran parte de la maravilla del texto de Zapata: ya no es la naturaleza comparada con el tamaño del hombre lo que nos parece sublime, sino la experiencia de los animales por sí misma. Ya no es lo grande sino lo pequeño: sus rutinas, sus rutas, lo minúsculo. Con esto, a su vez, renueva el lenguaje poético para darnos otras posibilidades de hablar de las cosas, por lo tanto, de sentirlas.

Encuentro palabras, por ejemplo, para eso que siento cuando veo a mi gata dormida, frente a mí, mientras escribo. “Por dentro mi gata es un planeta tibio”. Sabemos que las ballenas cantan y que los gorilas, cuando mueren, van a un agujero cómodo. ®

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Publicado en: Éstos son nuestros papeles

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