Ambientado en el Mississippi de 1960, con la segregación racial, el filme narra las vicisitudes de una escritora blanca que entrevista a las sirvientas afroamericanas que prestan sus servicios en casas patricias.
Aquella tarde tenía el propósito de ir al cine. Era viernes. Como todos los viernes, se estrenaban varias cintas. Por lo general, acostumbro a ir a Cinépolis La Nogalera, las salas están limpias y tienen una oferta de cintas muy variadas. Había una estadounidense que me interesó, The Help (Tate Taylor, 2011, traducida como Historias cruzadas), con Emma Stone, Octavia Spencer, Viola Davis, Bryce Dallas Howard y Jessica Chastain. Ambientado en el Mississippi de 1960, con la segregación racial, el filme narra las vicisitudes de una escritora blanca que entrevista a las sirvientas afroamericanas que prestan sus servicios en casas patricias. El director, Tate Taylor, también actor y productor, originario de Jackson, Mississippi, ha sido amigo desde la niñez de la escritora, Katryn Stockett, autora de novelas con gran éxito de ventas. Revelador resulta el hecho de que personas de ese mismo estado, notorio por sus odios racionales y su apego al viejo orden del pasado, hayan sido precisamente quienes impulsaron el proyecto de la película. Roger Ebert, el añoso crítico de cine del Chicago Sun-Times, que tras haber luchado contra un cáncer de tiroides tiene graves dificultades con el habla, se mostraba un tanto escéptico ante la supuesta denuncia social, donde el drama humano queda bastante mitigado diluyéndose con tintes de comedia. La diferencia entre razas, clases sociales, naciones industriales y otras en vías de serlo conoce distintas manifestaciones si bien, al final, acaba siendo siempre la misma. Tratando de evitar la lluvia había llegado algo antes a la sala. Se trataba de un filme que duraba cerca de dos horas y media. Tendría que esperar un poco para que comenzara la siguiente función. Ni siquiera había una banca donde sentarse. A pulso debía continuar con la escritura de sus notas. De pie ante la mirada atónita de los escasos paseantes.
A pesar de que las cuestiones sociales y políticas no quedaran expuestas con la incisividad y la intransigencia que reclamaban, la cinta logró algo en él: salió de la sala conmovido, las actrices negras Octavia Spencer y Viola Davis, a quienes se suma la soberbia caracterización de Jessica Chastain, resultan en verdad memorables. Esta última estuvo nominada, le pareció recordar de la entrega de aquel año de los Óscares, como mejor actriz de reparto. En aquel momento no había tenido oportunidad de ver el filme y sintió que aquella decisión era, en cierto sentido, algo injusta y arbitraria. Como protagonista en The Tree of Life (Terrence Malick, 2011) Jessica Chastain es de una delicadeza y una naturalidad admirables, no obstante, por ese trabajo no recibió mención alguna, ni siquiera la cinta obtuvo un premio aunque sí estuvo en la lista de los candidatos. En la relación que tiene con su cuerpo la intérprete se echa de ver la huella que dejara en su persona el haber pasado por una escuela de danza. Sin duda alguna es la actriz estadounidense más notable de su generación, podría decirse casi que es un alma que nació vieja o nació niña, tal es su encanto por naturaleza. Esperaba poder seguirla más tarde, a lo largo de su carrera, y comprobar si era una de esas raras flores inmarcesibles, que retan al tiempo, lo encaran y se burlan de él.
A pesar de que las cuestiones sociales y políticas no quedaran expuestas con la incisividad y la intransigencia que reclamaban, la cinta logró algo en él: salió de la sala conmovido, las actrices negras Octavia Spencer y Viola Davis, a quienes se suma la soberbia caracterización de Jessica Chastain, resultan en verdad memorables.
La voz de la narradora es la de Octavia Spencer, a pesar de que ella sea tan sólo una de las doncellas entrevistadas, siendo que el personaje de la escritora es interpretado por Emma Stone, una joven actriz de gran élan vital, trayendo a cuento un término acuñado por el filósofo francés Henri Bergson. De hecho es la sirvienta negra la que tiene las dotes poéticas necesarias para la auténtica narrativa, como se hará claro más delante por medio de un diario que ella acostumbra llevar. Igualmente destacable es el trabajo de la otra protagonista de color, Viola Davis, de indisputables dotes cómicas, pero no sólo eso, sino con una gran fuerza en su cuerpo y sus emociones. La villana, Bryce Dallas Howard, tampoco está nada mal. Ésta habrá de terminar con la marca del pecado, impresa en la boca, el brote vivo de lo que parece un repulsivo herpes en el labio superior. La criada de su madre (Viola Davis), para resarcirse de un despido a todas luces injustificado, fruto del asco que experimenta el ama blanca al usar el mismo inodoro que las empleadas domésticas afroamericanas, idea una estratagema algo subida de tono, ofrecerle un tartaleta de chocolate, con el pretexto de una oferta de paz, la cual contiene parte de su propio excremento. La repulsión hacia los negros se ve vengada con este acto absurdo y cómico. Reírse de la fechoría de Minny Jackson le cuesta a la anciana madre que la hija decida enviarla a vivir lejos, en una casa de reposo. La legendaria protagonista de Carrie (Brian De Palma, 1976), casi cuatro décadas después, es la mujer, Missus Walters, que envían al asilo, personaje de gran ironía y peso para la historia. Lances similares se alternan con excesos más crudos como asesinatos por odio racial y encarcelamientos.
Es posible esperar un cambio de rumbo de esta generación en Estados Unidos. Por lo menos es sano creerlo así por un momento. Sin compartir esa esperanza, un tanto cándida quizá, es imposible seguir adelante y mucho menos conmoverse con la cinta. Una extraña combinación de ingenuidad bienintencionada y buena fortuna es menester para que el rito de ir al cine surta su efecto catártico y revitalizador. Ingenuidad bienintencionada era, en su modesta opinión, asistir con cierta gratuidad, sin presiones de tiempo, no hacerlo por compromiso social y mucho menos por obligación profesional. No era algo con que llenar el día, para simplemente despachar el tiempo, sino más bien tratar de saciar una suerte de necesidad de satisfacción espiritual o anímica. Buena fortuna debía tenerse para llegar a tiempo, sin que se presentaran contratiempos, haber elegido con conocimiento de causa la película, leyendo antes alguna reseña, como fue en aquella ocasión. No tener compañeros ruidosos ni molestos de asiento. En los últimos tiempos prefería acudir solo, no acompañado, precisamente para evitar los molestos distractores. Ir al cine era un rito tan cotidiano en su caso como para los antiguos hacer las abluciones matinales. Y aquella tarde, de pronto noche, todo había sido propicio. Los astros habían querido que él disfrutara de aquel privilegio. Todo privilegio es inmerecido y no otro sentimiento que el de la gratitud es posible abrigar cuando se corre con el albur de obtenerlo. Apenas podía escribir, los tumbos que daba el transporte público volvían más ardua la labor. Esa noche descansaría. Llegaría a casa, cenaría y más tarde quizá revisaría el correo electrónico. No estaba en los planes permanecer en vela hasta altas horas de la madrugada, como había acontecido justamente la noche anterior. Necesitaba reparar las fuerzas, recobrar un poco de la energía perdida, desperdiciada quizá estos días en que se había dado demasiado quehacer. ®