“Tenía un liderazgo muy especial: era discreto, de muy buenos modales e inteligente. Llamaba positivamente la atención de sus profesores y compañeros. Al terminar el programa universitario, desafortunadamente, no lo volví a ver.”
Durante el otoño pasado acostumbraba comer los martes por la tarde en una improvisada sala conformada por un par de sillas y dos escritorios que yacían inexplicablemente olvidados a un costado del salón de clase en donde tomaba el curso de Urban Economic and Spatial Structure, en un rincón del Neuberger Hall —edificio conocido entre los estudiantes como el Newburger.
Con disciplina de contador público llegaba, sin excepción, un par de horas antes de que comenzara la clase del profesor Strathman. En parte para protegerme de la interminable lluvia que sin tregua cae en la ciudad de Portland, y en parte para repasar las lecturas de clase, comer y conversar con mis compañeros que poco a poco iban llegando.
Una de esas tardes coincidió con el cambio de horario, razón por la que no nos sorprendió ver llegar a nuestro profesor una hora antes de la clase. Nos pasó de largo un tanto sorprendido de vernos apaciblemente sentados en medio de una animada conversación mientras terminábamos de comer. ¿No han salido aún del salón de clase?, nos preguntó extrañado el profesor mientras observaba desde la rendija de la puerta del aula a su colega. No, profesor. Aún falta una hora para nuestra clase, le respondí.
Unos días después, un tanto intrigado, continué la inacabada conversación con mi profesor en su cubículo de investigación. Para reiniciar la conversación después de un intercambio de frases triviales, le pregunté por la anécdota más peculiar que recordara de sus tiempos de estudiante al lado de sus colegas latinoamericanos.
En principio, un tanto incrédulo terminó de caer en cuenta de la mala pasada que le había jugado el cambio de horario. Se dirigió hacia mí —supongo para aprovechar que de repente contaba con una hora más— y me comentó: ¿Sabes? En mi época de estudiante, en la Universidad de Pensilvania, tuve un compañero mexicano. Nos hicimos muy buenos amigos. Junto con una compañera brasileña conformamos nuestro grupo de estudio de Econometría. Nos juntábamos en mi departamento a estudiar, dos o tres veces por semana, en sesiones que iban de las siete de la tarde hasta ya entrada la noche. El tipo era muy inteligente, amable y simpático, me contaba el profesor de su amigo mexicano mientras se retiraba.
Unos días después, un tanto intrigado, continué la inacabada conversación con mi profesor en su cubículo de investigación. Para reiniciar la conversación después de un intercambio de frases triviales, le pregunté por la anécdota más peculiar que recordara de sus tiempos de estudiante al lado de sus colegas latinoamericanos. Recuerdo, me comentó de buen humor, que ya de madrugada, cuando las jornadas de estudio se volvían insoportables, mezcla de la complejidad de los materiales de estudio y nuestro cansancio, mis colegas latinoamericanos desahogaban con humor la tensión y el cansancio compartiendo conmigo un vasto repertorio de improperios en idioma español y portugués.
Ya para concluir nuestra charla, me dijo: Fuimos muy buenos amigos durante la universidad. Tenía un liderazgo muy especial: era discreto, de muy buenos modales e inteligente. Llamaba positivamente la atención de sus profesores y compañeros. Al terminar el programa universitario, desafortunadamente, no lo volví a ver. Yo me dediqué a la academia y él a la política. Quizá has escuchado hablar de él, se llamaba Luis Donaldo Colosio. ®