Lionel Messi es el Ulises de nuestros tiempos, y como quiere el mito del héroe, cumple con el ritual de la triste partida, la dolorosa iniciación y el regreso glorioso.
Quiere llegar a su tierra como triunfador y no puede. Hace veinte años que se fue y hace diez que intenta lo imposible para alcanzar la patria y que lo reciban como lo que es. Los vientos y la mala dicha no lo dejan, le entorpecen el camino, le nublan el juicio, cuando en el campo de batalla es todo gloria, pura estrategia, el amo y señor en su área. Odiseo en su odisea pelea contra todo para volver a su pueblo como un héroe. Sin embargo, el destino —o mejor dicho, los dioses— lo llevan a sufrir hasta lo impensado para que cuando, finalmente, arribe a Ítaca, el triunfo se sienta acrecentado.
Hasta hoy en el ámbito académico no existe una postura precisa a la hora de definir qué es el mito. De igual modo, entre tantos, Ruiz Noé (2012) se aventura a definirlo como “Un relato que estructura la realidad a partir de un lenguaje simbólico que permite guiar a los hombres en sus acciones y le otorgan un sentido al mundo que habitan”. A través del relato mitológico se dialoga con la realidad. Lo que nos pasa interviene en los relatos que narramos, ésos que después forman parte de la historia. Los nombres de los héroes cambian, pero lo que no muta son sus hazañas. En su mayoría, todos buscan la gloria eterna, ser reconocidos por su pueblo, superarse a sí mismos y derrotar a un enemigo que parece invencible.
A través del relato mitológico se dialoga con la realidad. Lo que nos pasa interviene en los relatos que narramos, ésos que después forman parte de la historia. Los nombres de los héroes cambian, pero lo que no muta son sus hazañas. En su mayoría, todos buscan la gloria eterna, ser reconocidos por su pueblo.
Si bien el esquema narrativo elemental del mito se ajusta a numerosos personajes aventureros y conocidos —antiguos, medievales o contemporáneos—, la figura que nos lleva a repensar la épica y a nuestros héroes actuales es la de aquel que se asemeja a la descripción que comparte Homero en la Ilíada: el más bajo de todos, pero el más ingenioso, conocido —entre tantas proezas— por sus sagaces artimañas. El supremo de las épicas canta sobre Odiseo, pero para nosotros es él y también otros. Allí el contexto es la guerra de Troya. En cambio, en este tiempo, el terreno de batalla es un deporte —aquí se ajusta a la perfección la noción que trabaja Bourdieu sobre el deporte, el cual sostiene que el campo de las prácticas deportivas es sede de luchas, de batallas, de discusiones sobre todo de clases.
Roxana Moreira es profesora de Lengua y Literatura de la provincia de Entre Ríos, Argentina. Ella opina que el fútbol de nuestro país y sus máximos exponentes están vinculados inevitablemente a la mitología y a la figura del héroe por la unión del mito con los dioses: sostiene que el fútbol en Argentina no es solamente deporte, es religión.
Tanto jugadores como aficionados respetan a rajatabla los rituales de su culto: un salto en un pie y un roce al suelo con los dedos de la mano antes de entrar; palabras prohibidas como “fácil” o “victoria segura”, mientras se lleva a cabo un encuentro (el castigo para el hereje que lo cometa es el ostracismo del banco de la grada o del área del televisor bajo la sentencia de “mufa”); penales que se patean con todo un equipo de rodillas y los ojos cerrados; promesas que se cumplen so pena de victorias que nunca se repetirán… Todo esto en pos de mantener contentos a esos dioses irascibles que pueden salvar o condenar a los héroes de camiseta numerada que se mueven de una manera que los simples mortales sólo podemos soñar con imitar.
Entonces ubicamos en el centro al juego. Uno que un pueblo lo vive y piensa como un espacio en donde las injusticias se saldan. Sabemos que no alcanza para desestabilizar el statu quo, pero sí nos hace felices el guiño. Un lugar en donde el colonizador se ve ajusticiado por su colonizado. La historia en noventa minutos —con posibilidad de un epílogo que puede ser una prórroga insufrible— del oprimido que vence al opresor. Inocente, pero efectivo para crearle el escenario ideal, a ese héroe de nuestros tiempos, que tiene nombre y apellido, y es Lionel Messi.
Moreira también establece un paralelo con la figura del héroe más espectacular en inteligencia que tiene la Antigua Grecia. Sostiene que Messi, si se lo piensa en relación con la épica, es el equivalente a Odiseo —Ulises en la versión latina—. Aquel que tuvo que abandonar su hogar tan joven y enfrentar la adversidad junto a otros heroicos compañeros entre los que él se distingue por una cualidad particular.
Es fuerte, pero los demás también lo son; es veloz, pero otros también; sólo hay algo que él posee en exceso y que los demás no llegan a igualar: el ingenio. El ingenio con la espada/el ingenio con la pelota. Esa habilidad para escapar de seis rivales a los que claramente no podría enfrentar en un combate cuerpo a cuerpo y sin desesperar. Y que, finalmente, regresa triunfante, luego de años, a su tierra.
Joseph Campbell, en El Héroe de las mil caras, señala que este personaje arquetípico inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia un lugar desconocido, se enfrenta a fuerzas fabulosas, gana una victoria decisiva y regresa de su misteriosa aventura con la fortaleza suficiente para compartir sus dones con los hermanos de su pueblo. Ante todo, un relato cargado de simbolismos, elementos que denotan y connotan. Objetos y acciones que se adaptan a nuestro propio día a día. Al devenir de los hechos; los conocemos de memoria, es la historia que hemos leído o que nos han compartido con infinidad de variaciones. Lo tenemos integrado, en palabras de Campbell, a nuestro propio ADN. Por esto resulta inevitable la comparación entre Messi y la figura del héroe, o lo que resulta más actual, la imagen del superhéroe.
Tiene todo: agilidad, inteligencia y perseverancia, pero una deficiencia en la hormona del crecimiento que, más tarde, le juega a favor para la trama narrativa. Es el grande que no puede crecer. Es la promesa que debe emigrar porque en su país, que por aquel entonces, 2001, se encuentra en plena crisis.
Hay un niño y hay un pueblo que lo ve crecer. Vive cerca de una cancha pequeña y de barrio, ahí muestra su destreza. Tiene todo: agilidad, inteligencia y perseverancia, pero una deficiencia en la hormona del crecimiento que, más tarde, le juega a favor para la trama narrativa. Es el grande que no puede crecer. Es la promesa que debe emigrar porque en su país, que por aquel entonces, 2001, se encuentra en plena crisis, no puede seguir el tratamiento. Hasta ahí, la primera parte de aquella triada esencial que marcan la mayoría de los mitólogos. La partida, aquella instancia que pone en movimiento a nuestro personaje principal y lo lleva a lo desconocido.
El niño se convierte en adolescente, y lo que en un principio es una cancha de barrio ahora el contexto es Europa y la locación: el Camp Nou. Entonces le sigue la iniciación. Extraño en una tierra de extraños. A estas alturas a la narrativa épica se le suman dos componentes esenciales que a ningún héroe le pueden faltar: el compañero y el mentor. El amigo y el maestro. Lionel Messi en estas instancias los tiene a ambos y de a montones. Todos resultan vitales para la trama.
De fondo escucha que hay dos pibes que hablan. No entiende de qué va la conversación, pero se mete igual. “¿Y este quién es?”, le pregunta a uno para señalarle al chico que habla de unas zapatillas. Se presentan, se ríen y después de unas semanas concentran siempre juntos. El que pregunta sin más es el Kun. Kun Agüero, el que contesta es Lionel Messi. La dupla funciona porque son los dos diametralmente opuestos: el extrovertido y el introvertido. El que habla sin pedir permiso y el protagonista que agacha la mirada cuando tiene que hablar a cámara. La literatura nos ha regalado estas duplas hasta el hartazgo y por eso funcionan para acrecentar al mito.
Después está el arquetipo del que enseña. El Méntor de Odiseo o el Quirón de Aquiles. En la actualidad el Dumbledore de Harry Potter o el Profesor Xavier de los X–Men. Ronaldinho de Assis Moreira dice que lo conoció cuando él tenía veintidós y Messi quince años. Lo vio y ya sabía que todos iban a hablar de un niño que hacía muchas cosas. “Se destacaba desde ahí”, contó en una entrevista. Fue el que le enseñó a cómo llevarla y después se la cedió a esa camiseta con el número 10 del Barcelona.
Nuestro rey puede con todo, pero todavía no alcanza el broche definitivo para cerrar el círculo que supone el mito. “Mi sueño es ser campeón del mundo con la selección”, lanza su meta final frente a cámara y con su deseo; no sólo se expone, sino que también se sentencia. De no cumplirse, quizás tampoco el mito exista.
En la iniciación es donde el héroe adquiere las habilidades necesarias para superar las diferentes pruebas. Messi las sobrepasa a todas. Casi todas. Aristóteles, en su Poética, señala como término esencial para esta clase de relatos la peripecia. Ésta es una transformación de un determinado estado de cosas a su estado contrario, es decir, un caos que desestabiliza la trama. Nuestro rey puede con todo, pero todavía no alcanza el broche definitivo para cerrar el círculo que supone el mito. “Mi sueño es ser campeón del mundo con la selección”, lanza su meta final frente a cámara y con su deseo; no sólo se expone, sino que también se sentencia. De no cumplirse, quizás tampoco el mito exista.
Lo intenta una y otra vez y no le sale. Se cae una, se cae dos y se cae tres. La oscuridad lo invade. No se vuelve villano porque esta no es esa clase de historias. Sin embargo, para este entonces comienza la figura del héroe demencial, de barba, ojeras y que se pelea con entrenadores injustos, periodistas que le insisten y dirigentes de la FIFA. Mientras su padre —ese patriarca del que todavía no hablamos— agoniza, la figura de este hijo que más que Odiseo parece Telémaco —destinado a no recibir la misma gloria que su progenitor—, hay un Messias que parece hacerse lugar como puede ante ese Dios que toda una vida lo opacó. La historia que lo persigue y que no puede convertir en sombra, al menos todavía.
Para Campbell la reconciliación con el padre es uno de los pasos importantes para que el héroe pueda alcanzar el regreso. Es decir, ese salir de la peripecia. De aquel caos que lo oprime y le perturba el avance. En la mitología la figura del patriarca se vincula al peso, a la historia, a veces a la violencia y a la autoridad desmedida. Maradona para Messi era la comparación innegable. El Dios padre, de excesos, sí, pero entre ellos se encontraban los éxitos. Ésos que a él le faltaban. Maradona mira a la cámara y afirma lo mismo que él, sus metas son las mismas, pero el Diego tiene una foto con la máxima dorada a los veinticinco años. Para este entonces, los treinta y tres a Messi le empiezan a pesar.
Lleva en su espalda el peso de todo un pueblo que tuvo el privilegio de contar con el mejor de todos los tiempos en el deporte que ama. Campbell concluye: “El héroe trasciende la vida y su peculiar punto ciego, y por un momento se eleva hasta tener una visión de la fuente. Contempla la cara del padre, comprende y los dos se reconcilian”. A veces sucede a través de diálogo, otras con la ausencia de la presencia física.
La periodista rosarina Silvina Tomous explica para el diario El Ciudadano: “Por qué nació ahora este Messi no es un misterio. Quizás porque no había lugar para dos, sobre todo si hablamos de estas raras monarquías donde el mejor es sólo uno. Un hombre es hombre cuando entierra al padre, decía Soriano, como metáfora… y a veces no tanto”. Así, el Messi que comienza a sentirse laureado no es otro que aquel sin ese Dios que ya no habita en sus tierras, pero sí en otras partes. Es allí cuando la magia sucede. El principio para que se cumpla ese tercer paso de la épica, el retorno, y sucede en el Maracaná.
Y la épica cuando sucede, y vaya que sí sucede, es total. Moreira recuerda que cuando Odiseo retorna a su patria hay algo de esa extraordinaria venganza de Ulises contra los pretendientes que creyeron que jamás volvería, en vinculación con nuestro astro. Dice:
Sólo que no hablamos de decenas de muertos atravesados por lanzas y flechas sino de voces incrédulas acalladas por el reconocimiento indiscutible de esa copa dorada. La demostración de que él iba a volver y que todo un país se rendiría ante su héroe. Incluso Antonella comparte escena aquí: tiene algo de esa paciencia y amor infinitos de Penélope.
El arco narrativo se resume con una de las tantas teorías que sobrevolaron por las redes. Gustavo Arballo y un tuit que expone: “Un héroe crepuscular, un técnico de CV inexplicable al asumir, un grupo de underdogs de apoyo con apellidos genéricos, un comic relief (Papu Gómez), villanos perfectos, giros de guiones violentos. No fue sólo un mundial, fue una narrativa”. Una narrativa agónica que llegó a su punto más álgido en ese partido interminable de infinitos goles. Una narrativa con tragedia porque tiene al secuaz más cercano del protagónico con un dolor de corazón que no le deja compartir la gloria. Una narrativa con revanchas para la vieja guardia de ese 2014 que no pudo y esta vez sí, sí se le dio.
La historia del grande termina con uno de los términos que señala Aristóteles en su Poética. La anagnórisis, que se vincula a lo que ocurre cuando dos personajes se reencuentran y se descubren después de mucho tiempo. Puede decirse que la anagnórisis es la transición de la ignorancia a la verdad. Hay un país, un pueblo —que a estas alturas también es un personaje— lo espera y lo reconoce como el rey de reyes. El hijo que con tanta victoria iguala o supera al padre. El regreso o el retorno, la última parte de esa tríada esencial en la épica, se da con nuestro protagonista y sus compañeros envuelto por la marea que lo anida y lo abraza. El mito se cierra con ese niño, ahora adulto que sonríe a la cámara con la camiseta de la mayor y la copa entre las manos para desplomarse de lleno ante la gloria eterna. ®