El protagonista de “El 68”, el estudiante universitario, era la minoría de una minoría que proponía cambios o ideas que no contaban con amplia simpatía ni legitimidad. El concepto de “generación del 68”, como joven promotor de cambios, es sociológicamente equivocado e ideológicamente exagerado.
I. La imaginación, a la tele
Mi papá nació en 1946, de modo que en 1968 tenía 22 años. Estudiaba Contabilidad en la Escuela Superior de Comercio y Administración en el Instituto Politécnico Nacional, en la unidad de Santo Tomás. También trabajaba como auxiliar de contador desde que cursaba los primeros semestres de la escuela vocacional. Vestía entonces, como hoy, pantalón formal en tono oscuro o gris claro y camisa de manga corta de color discreto liso o eventualmente cuadriculado.
Sus objetivos en la vida eran, además de trabajar en su profesión como empleado, casarse con una mujer sencilla para fundar una familia convencional, establecer un hogar tradicional y pasar las vacaciones en su pueblo demostrando allá un modesto progreso económico como prueba de estar haciendo lo correcto y cumpliendo con las expectativas que la sociedad tenía de él.
Los ídolos de su juventud son los mismos de hoy: Javier Solís, Los Panchos y algunos otros boleristas. Sus pasatiempos predilectos: ver futbol en la televisión, o de vez en cuando en el estadio, y películas mexicanas de la época de oro. Su militancia política: apartidista, con antipatía a lo estadounidense, especialmente a sus productos gastronómicos, cinematográficos y televisivos, especialmente los relativos al rocanrol.
El 2 de octubre no fue un día especial para él, sino más o menos como los previos o los posteriores. Sin clases, pero con trabajo. Sin escuchar noticieros ni leer otro periódico que no fuera el Esto —el diario deportivo del tono sepia—, todas las consignas que gritaban en la calle o en la escuela le eran ajenas. Todas las formas de activismo político e ideas marxistoides le eran extrañas. Todas las expresiones culturales de onda, como el cabello largo, la música de protesta y la ropa fachosa le eran antipáticas.
El 2 de octubre no fue un día especial para él, sino más o menos como los previos o los posteriores. Sin clases, pero con trabajo. Sin escuchar noticieros ni leer otro periódico que no fuera el Esto —el diario deportivo del tono sepia—, todas las consignas que gritaban en la calle o en la escuela le eran ajenas.
Pues bien, el punto es que mi papá era entonces más representativo de la juventud de su época en México que quienes estuvieron en Tlatelolco ese día. Entonces la población en edad de cursar estudios de educación superior (entre veinte y veinticuatro años de edad) era aproximadamente de cuatro millones, pero sólo 222 mil lo hacían, uno de cada veinte. Hoy la proporción es superior a uno de tres. Es decir, el protagonista de “El 68”, el estudiante universitario, era la minoría de una minoría que proponía cambios o ideas que no contaban con amplia simpatía ni legitimidad, ni siquiera entre sus cogeneracionales. El concepto de “generación del 68”, como joven promotor de cambios, es sociológicamente equivocado e ideológicamente exagerado.
II. Abre los ojos, apaga la utopía
En la película Apocalypto (Gibson, 2006) la población de la polis maya celebra la derrota de la oscuridad y el triunfo del sol. Es la salvación del mundo, de ellos mismos, y creen que han sido los sacrificios ofrendados a los dioses lo que ha causado su victoria. Sienten que su fidelidad a los líderes políticos y religiosos ha sido recompensada y merece refrendarse permanentemente. Mientras tanto, el sacerdote y el gobernante intercambian un gesto de complicidad: comparten los conocimientos astronómicos como para saber qué es un eclipse total de sol, cuándo sucede y cuánto dura. No hay milagro más que en la mente de quienes creen que lo hay.
Así también “El 68” tiene un componente discursivo y mitológico en el imaginario colectivo alentado por sus protagonistas: la creencia en el activismo de ellos como causa milagrosa de los cambios políticos, sociales y culturales más importantes y positivos de los años siguientes hasta la actualidad. De buena fe, sin duda. Así lo creen, pero no es real. No hay milagro por los sacrificados en Tlatelolco. Los cambios que frecuentemente se atribuyen a las movilizaciones juveniles en varias ciudades en Europa y América durante 1968 no son tanto el resultado de ideas o comportamientos novedosos, de la irrupción de nuevos valores o de la transgresión de los establecidos como de nuevos inventos y aplicaciones científicas, incluida la mercadotecnia.
III. Sed realistas, exigid (sólo) lo posible
La imagen televisada del hombre caminando sobre la Luna con la bandera de Estados Unidos en 1969 pudo tener mayor efecto sugestivo y motivacional para transformar la realidad que la utopía sesentayochera. De Rebelde sin causa a las películas de pandilleros, choppers, rocanroleros a chavas en bikini y minifalda, el cine de Hollywood ha influido más en las actitudes o los comportamientos rebeldes de la juventud que la iconografía y mitología del Che Guevara.
El consumo masivo de la píldora anticonceptiva se debe más al Banco Mundial y a la Fundación Rockefeller que a todas las feministas para que fuera adoptada como base de una política pública de control de la natalidad.
El punto es que las ideologías no han transformado tanto la realidad como las tecnologías. Toda ideología necesita tecnología para incidir en la realidad, pero las tecnologías no necesitan de ideología alguna para ello. Por ejemplo, quien más contribuyó a la liberación femenina en el mundo fue un joven universitario mexicano, de la UNAM, precisamente, pero no fue un activista sino un científico: Luis Ernesto Miramontes Cárdenas, ingeniero químico que en 1951, a los 26 años de edad, inventó la píldora anticonceptiva, que comenzó a comercializarse en Estados Unidos en 1960. Su consumo masivo se debe más al Banco Mundial y a la Fundación Rockefeller que a todas las feministas para que fuera adoptada como base de una política pública de control de la natalidad.
Los ingenieros, los médicos y las maestras modernizaron más al país para el bienestar de la mayoría de la población que los líderes sindicales, los dirigentes estudiantiles y los intelectuales de oposición, gracias a instituciones y no a revoluciones, que es el mejor medio para promover y defender derechos. Pregúntenle si no a varios ex sesentayochistas que han ido y venido en varias legislaturas de cámara en cámara u otros cargos públicos de representación electoral.
Epílogo: el mito del 85
El 19 de septiembre de 1985 en Ciudad de México no pasó nada o pasó poco para la gran mayoría. Y asimismo en los días posteriores. Tembló fuerte, como otras veces ha sucedido y sigue sucediendo de manera periódica, pero entre una población de ocho millones de habitantes en el Distrito Federal y otro tanto equivalente en los municipios conurbados, para la mayoría los efectos catastróficos no formaron parte de su experiencia ni en la de su entorno.
Los derrumbes y la población fallecida o damnificada se concentraron en algunas manzanas de zonas céntricas y efectivamente hubo personas y grupos que se movilizaron hacia ellas para ayudar a quienes con sus propias manos trataban de rescatar a familiares y vecinos. Hubo casos de heroísmo, de acciones solidarias y altruistas, pero la gran mayoría no cambió sus rutinas y la tragedia fue algo a lo que se dio seguimiento por televisión y radio, tal como ha sucedido recientemente con la población afectada por huracanes en Guerrero y Sinaloa. Los niños siguieron yendo y viniendo de las escuelas a sus hogares, y los adultos a sus trabajos. El Metro, las combis de transporte colectivo y los automovilistas mantuvieron sus rutas, y las grandes avenidas no vieron alterado el volumen de su tránsito.
Las crónicas que trascendieron sobre el acontecimiento incurrieron en la generalización, como si la experiencia hubiera sido para todos y por igual, e idealizaron un acto fundacional de la sociedad civil organizada sobre el cual se edificó la construcción de un mito.
La principal experiencia que se compartió con las personas damnificadas y deudos fue la del miedo en el momento de la réplica en el segundo sismo que se dio durante la noche. El miedo era resultado no sólo de la incertidumbre que se vive en cualquier experiencia de este tipo, sino sobre todo por el conocimiento de que había habido destrucción y muertos en la propia ciudad a causa de un evento así, el cual hermanó durante los días siguientes a todos con la sensación de sentirse vulnerables y en riesgo.
Las crónicas que trascendieron sobre el acontecimiento incurrieron en la generalización, como si la experiencia hubiera sido para todos y por igual, e idealizaron un acto fundacional de la sociedad civil organizada sobre el cual se edificó la construcción de un mito, como si no hubiese habido formas de cooperación, altruismo y solidaridad previas con distintos motivos y a lo largo y ancho de toda la ciudad, lo que ahora gustan llamar tejido social y más correctamente se ha teorizado como capital social.
Las crónicas de la mitificación del 85 ha servido también como discurso de legitimación de un tipo de organización política que se identifica como de izquierda, la cual halló en el evento un motivo para acompañar sus prácticas clientelares en forma de movimientos urbano-populares relacionados con los legítimos reclamos de vivienda, la organización del comercio en vía pública como resultado de la precarización del mercado laboral y la lucha contra la explotación laboral como en el caso de las costureras.
Así como el mito del 85 fue útil para cacicazgos emergentes de poblaciones damnificadas o afectadas, al gobierno le convino adoptarlo como parte de un relato al que se acude periódicamente para reconocerle atributos positivos al pueblo y solicitar eventualmente que se comporte conforme a las expectativas que los valores de esos atributos suponen. Al paso de los años el relato se ha socializado e instituido como hegemónico, por lo cual se prescinde de toda referencia a las acciones que entonces se dieron y no corresponden con el supuesto de una sociedad toda entrega y altruismo, como fueron numerosos casos de rapiña y bandidaje.
En efecto, entre quienes fueron a ayudar hubo casos de quienes se beneficiaron de hallazgos o que se apropiaron de parte de los insumos o materiales que llegaron del extranjero, como si fuera un pago que se daban a sí mismos por el hecho de prestar su tiempo, esfuerzo y correr riesgos; algunos más acudieron francamente sin otra intención que la de apoderarse de lo que se pudiera. El punto es: ni todos ayudaron ni todos ayudaron por igual todo el tiempo ni todos ayudaron con el mismo compromiso altruista y desinteresado. Esas imágenes que en días recientes se han visto de personas con televisores y bienes de consumo saqueados no por motivo famélico, nos da idea, contraria a la del mito del 85, que ni en medio de la propia tragedia no falta quienes quieran tomar ventaja de ella. ®
Antonio Maldonado
Héctor:
Soy de ideología de izquierda pero no por ello rechazo artículos que, como el tuyo, se apoyan en hechos contundentes. Te agradezco el tono que usas para plasmar los hechos del 68 y del 85. Te agradezco también el que no ridiculices ni minimices a la izquierda como ideología y movimiento. Puntualizas muy bien: el progreso o los beneficios a la población las realizan gente como médicos, ingenieros, maestros o gente de la calle que pueden tener o no una ideología definida. El análisis que seguiría entonces sería que sustento dan a los hechos realizados por uno, el tener un cuerpo de ideas fuerte y consistente. Porque, estarás de acuerdo conmigo, no podemos avanzar como humanidad sin un sustento nutricio de ideas. Saludos.
david
Buen texto, no logro entender porque aun estas ilusiones no han sido deshechadas, aun se repite el patron,el 68 es una pequeña muestra, ahí está también por poner un ejemplo el arte de Rivera y Frida, Monsivais y sus Crítica ,Aristegui, etc.
Saor
El autor del articulo se quedo corto al ver mas de cerca la remembranza que se tiene del movimiento:
¿Como es que despues de haber muertos, el movimiento no se solidifica?
A decadas del suceso, ¿Cuales eran los objetivos e ideas?
¿De verdad no sabian estos chavos contra quien se metian?
Héctor Villarreal
Gracias, José Luis. Saludos
José Luis
Un enorme gusto encontrar en la actualidad artículos de tal categoría. He seguido, quizás o como me gustaría, algunos textos de este autor, en la mayoría de ellos, si no es que en todos, he encontrado importantes aportaciones para entender mejor la realidad. este es uno de ellos; y a mi parecer da respuesta al montón de exabruptos trasnochados que se escuchan cada aniversario de dicho evento sesentayochero. Saludos y felicitaciones al autor