Evans compara a su protagonista con una araña cuyo único propósito es tejer. Silas consiguió redireccionar su camino gracias a una suerte de coincidencias y de providencia casi divinas. ¿Nosotras también conseguiremos salvarnos?
La llamada cultura millennial está marcada por la soledad, la depresión y la afición a las nuevas tecnologías. Las estadísticas de suicidios en jóvenes mexicanos de 17 a 35 años van en aumento y, de acuerdo con la UNAM, 2.5 millones de entre 12 a 24 años viven con depresión. Al parecer, aquella tendencia “emo” de principios del 2000 no era una faceta, y el aire melancólico se quedó impregnado a casi toda una generación, ahora ya de adultos, que intenta(mos)n adaptarse a la vida laboral de la mejor forma posible.
Durante nuestra vida es común perdernos —al menos— un par de veces. No hablo en el estricto sentido geográfico, sino en el ideológico. Entre tal laberinto rutinario es fácil acostumbrarnos para ser simples autómatas del día a día. Por fortuna —o desgracia, mejor dicho— estas calamidades no son una novedad sino que han estado presentes, casi, desde el origen de la sociedad misma.
Ya en 1861 Mary Ann Evans —con el pseudónimo masculino de George Eliot— asió este tema para escribir Silas Marner: el tejedor de Raveloe (Alianza Editorial), novela en la que consigue profundizar en el análisis de las relaciones humanas y la interacción social.
Silas Marner, el protagonista, de pronto se ha quedado solo en el mundo. Exiliado de su comunidad, condenado por su propio Dios en un juicio donde una biblia abierta al azar decide que es culpable de un robo —que no cometió—, traicionado por su mejor amigo y abandonado por su prometida. Entonces decide encriptarse en su soledad y se establece en Raveloe, donde trabajará como tejedor.
El hogar y el dinero son los dos símbolos de mayor carga en toda la historia. Desconectado de toda relación, el tejedor se convierte para toda la comunidad en un ser extraño y hasta mítico. Algunos piensan que es un brujo capaz de maldecir a quienes lo molesten, pero sólo es alguien que ha perdido la noción de la realidad y que es incapaz de relacionarse correctamente.
Una vez que tiene un propósito para vivir, Marner se convierte en un ermitaño cuya única complacencia reside en su trabajo y en acumular monedas de oro. Pero esta repentina avaricia de nuestro héroe no nace como producto de la maldad, es más bien causada por una desorientación social. Su única compañía son las monedas de oro y disfruta el tiempo a solas, ordenándolas y apilándolas cada noche para ver cómo van creciendo los montones de metal.
Los millennials no necesitamos enclaustrarnos en una cabaña en medio de la nada o acumular monedas para perder nuestras relaciones. Una conexión a Internet es el hogar en el cual podemos refugiarnos y sentirnos seguros, y la acumulación de seguidores es aquel metal brillante que nos permite sentirnos más bonitas, más graciosas, inteligentes o carismáticas. Podemos estar rodeadas de personas, pero aun así sólo enlazarnos con quienes están detrás de la pantalla de nuestro celular.
La narrativa de Ann Evans consigue explotar estos aspectos y —como toda buena pieza del siglo XIX— nos deja una especie de moraleja sopesada donde el bien triunfa sobre el mal y en la que el protagonista tiene que reencontrar el rumbo.
La desconexión de Marner es tal que ha perdido la noción de los riesgos o peligros a los que se expone. Esta falsa realidad constituida por su telar y sus sacos de dinero le impide ver que a su alrededor hay más personas, con ideas y necesidades distintas. Tal situación lo lleva a perderlo todo.
La narrativa de Ann Evans consigue explotar estos aspectos y —como toda buena pieza del siglo XIX— nos deja una especie de moraleja sopesada donde el bien triunfa sobre el mal y en la que el protagonista tiene que reencontrar el rumbo. La intención no es spoilear una obra que ha sido publicada hace más de siglo y medio, pero el epígrafe elegido por la autora enuncia: “Un niño, más que todos los demás regalos que la tierra puede ofrecer al hombre en declive, trae esperanza y pensamientos a futuro” —Wordsworth.
Silar Marner es ya un clásico, pero mantiene la fuerza para remover las ideas del lector que tenga la fortuna de encontrarse con este libro. No quiero pensar que todos estemos perdidos, pero sí nos guía hacia diferentes reflexiones: para qué trabajamos tanto, hacia dónde va todo el esfuerzo que hacemos, si vale la pena tratar de ocultar nuestros errores o defectos para mostrar una apariencia de estabilidad y felicidad, o si acaso aquello que nos produce placer es algo que también nos beneficia o sólo lo repetimos por despertar de nuevo esa sensación de falso bienestar.
La narradora compara a su protagonista con una araña cuyo único propósito es tejer. Silas consiguió redireccionar su camino gracias a una suerte de coincidencias y de providencia casi divinas. ¿Nosotras también conseguiremos salvarnos?
¿O será que para la araña millennial que instagramea día y noche no habrá redención? ®