«Con La mujer de los macacos Alejandro Badillo ensaya una novela beckettiana, donde los detalles ocupan la mirada del voyeur en un afán inerte de captar la realidad en sus diferentes vueltas y matices».
Volumen raro por decir lo menos, es La mujer de los macacos que Alejandro Badillo (1977) nos presenta bajo el sello de Libros Magenta [2012]. Raro porque el cuentista sale de su esfera para entrar a la del novelista, dando por resultado la sobrevivencia. Es raro por la separación en tres desiguales secciones, raro porque el personaje es raro, y eso, todo eso, hace el libro interesante.
Matías Blumfeld, es el personaje principal. Vio la luz por primera vez en un cuento llamado “La señal” que Badillo publicó en el año 2011. Durante un año se fue fraguando su siguiente aventura que ahora viaja a través de esta novela.
Badillo, apasionado de Thomas Bernhard, tiene guiños en sus líneas hacia figuras como Samuel Becket o Franz Kafka, e incluso la narración nos hace recordar la temática de “Casa tomada” de Julio Cortázar o “Cuadraturín” de Sigismund Krzyzanowsi en su desconocido cual celebrado libro La nieve roja.
Pero más allá de los homenajes y las coincidencias, el peso de la trama se soporta en el personaje, uno contemplativo, que le basta con ser testigo, con formar parte de la escenografía, le cuesta quizá cambiar, moverse, modificar lo cotidiano, de allí su peso específico en la realidad que habita, en el contexto que le da forma, no sale de su bolsa de protección, ¿para qué? Le basta con el deseo.
Salir, entrar, sacar a alguien de su departamento es de lo que va la trama, pero en el fondo es el movimiento interior, el de uno mismo. “Pero el problema no era de tamaños o adaptaciones, era el tiempo transcurrido en los dos lugares, en uno breve, muchos años en el otro”. El tiempo como piedra de toque, como el designio, el que se sabe, y por momentos genera cierta impaciencia al tomar el libro en las manos.
Y es que si bien es cierto que la rareza le da sustancia a la novela, hay líneas que resaltan por su sentido básico en medio de la jungla: “Sus labios, apretados, parecían contener su silencio”, por ejemplo. Y hace que el rechazo pueda presentarse.
Aurora es la mujer de los macacos, o es lo que nos hacen creer, pues conforme vamos llegando al desenlace nos sorprende de nuevo un quiebre verbal que le viene bien a la trama: “la mujer de los macacos era un trazo borroso que se desgastaría aún más con el tiempo. Y tendría una mujer sin ningún atributo especial, una forma pura, un nombre que no diría nada”.
Ese es el mejor momento de las páginas de La mujer de los macacos, las que cargan con la honestidad y el empuje, las que no se limitan, las que el cuentista no se entromete en la forma del novelista. El arriesgue pues tiene su recompensa: “Cuando Blumfeld era niño le gustaba pensar en los peores escenarios para su vida: un accidente mortal de sus padres, una enfermedad incurable, una situación terrible. El objetivo era nunca sorprenderse, encontrar pronto un centro a pesar de lo imprevisto”.
Y así como Blumfeld recarga el peso de la buena suerte en la posibilidad de algo nuevo, también Alejandro Badillo apuesta a esa posibilidad que no limita ni encasilla, que logra mantener al lector pese a lo alargado que pueden parecer ciertos pasajes, pero la paciencia premia a ambos. En suma, es una novela que se debe tomar como un afortunado debut en el género para un autor ávido de narrar historias con forma, con fondo y con idea.
Un último apunte: en la solapa leemos un párrafo propiedad de Gabriel Granados Bernal donde apuesta al redondel por encima de la concreción, allí señala que Alejandro Badillo por sus temas y formas es cercano al oriundo de Chihuahua, Jesús Gardea, y quizá se refiera al cuentista (como ambos lo son), porque todavía no circulan las dos novelas inéditas que dejó desde su muerte hace más de 12 años el nacido en Delicias. ®