En Acapulco suena más la ola de violencia que las olas del mar. Afortunadamente hay una nueva generación de escritores que ha dejado un valioso testimonio.
Acapulco ha sufrido en los últimos años una ola sangrienta y graves crisis sociales y económicas. El temor se ha apoderado de las calles y las narco-mantas son los nuevos anuncios espectaculares que adornan las avenidas más transitadas. Cabezas, manos, piernas y lenguas distribuidas por un Acapulco que ha aportado mucho a los casi 60 mil muertos de la guerra contra el crimen organizado y entre diferentes cárteles de narcotraficantes. Dolor, desconsuelo, madres sepultando a sus hijos, hijos llorando a sus padres, familias enteras huyendo de la ciudad y que cerraron sus negocios, perdieron su patrimonio; extorsionadas, secuestradas, moralmente aniquiladas. La paz parece muy lejana.
Justo allí, a la orilla de la bahía, una camada de artistas le da voz a lo que otros, por pánico, prefieren callar. La situación permite que emerjan y que por primera vez en muchos años no sean tan sólo casos aislados sino la suma de reflejos de la historia que viven.
Iris García, Paul Medrano y Antonio Salinas son sólo algunos de los escritores protagonistas de una escena artística que ya no relata únicamente historias de ficción, sino que adapta (y adopta) vivencias, sucesos de los que fueron testigos o actores, victimas o amigos cercanos de los llamados “daños colaterales”. No es gratuito que hace apenas un par de semanas el fotógrafo Pedro Pardo, poblano radicado en Acapulco, formara parte de los galardonados con el premio del World Press Photo en la categoría “Historias Contemporáneas” o que el puerto sea la cuna del movimiento ciudadano Más Música, Menos Balas, que propone el arte y la cultura como medios de sanación y transformación de la sociedad, el cual se ha replicado en más de cinco ciudades del país. Otros artistas acapulqueños o radicados en el puerto a los que hay que poner atención son Ulises Barreda, videoartista, Ivonne Adel-Bureos, arte urbano, Jeremías Marquines, poeta, Sol Natividad, artista plástica, David de León, pintor, Elisa Medina “Rank”, graffiti.
No había muros donde guarecerme a salvo
corría por tradición hacia la playa,
ahí
donde las heridas se curan con sal,
y mi infancia no sabía
de territorios en pugna:
sólo el de la línea naranja
donde vivía la niña de mis atenciones,
donde no había levantones
y los hombres sin cabeza
tan sólo eran leyendas
para que nos acostáramos temprano.
—Antonio Salinas, “Serial”
Durante décadas la vida artística y cultural de la capital guerrerense se ha visto rezagada, con pequeños destellos en algunos años pero en general prácticamente con un nulo apoyo de los gobiernos tanto estatal como municipal, malos manejos por parte de las dependencias oficiales encargadas de la cultura y un pequeño grupo de promotores independientes que ha invertido cada centavo para sacar adelante sus proyectos; muchos de esos promotores ahora viven desencantados, otros han optado por nuevos caminos, los más necios siguen resistiendo. Se han sembrado muchas semillas y recolectado poca cosecha. Hoy, aun cuando hay una creciente actividad artística asociada a la aparición de nuevas generaciones de creadores reanimando la emoción de quienes la habían perdido, las cosas siguen siendo disímiles, sólo que el panorama propicia que un mayor número de público se acerque a las actividades culturales en busca de un respiro después de tantos meses de vivir enclaustrados en sus casas por causa del miedo.
Podría ser ésta, por muy cruel que suene, la ocasión para que los artistas locales puedan captar la atención de otros niveles y que al fin una ciudad cuyas referencias han sido siempre la playa, las vacaciones de semana santa y las discotecas se erija como una escena cultural importante en la nación. Todo dependerá del talento y la sapiencia para aprovechar, a pesar de la anarquía y pesadumbre, las oportunidades que les ofrecen las circunstancias. ®