La pereza, dice el autor, existe para no precipitarse y disfrutar con la lentitud que merecen ciertos goces de la vida.
Un aforismo chafa para empezar: si dicen que el ocio es el padre de todos los vicios, la pereza es la madre de toda belleza. Me sorprende que figure como un pecado capital, dadas sus virtudes terapéuticas en estos tiempos modernos donde campa el estrés castrante de los goces simples de la vida (goces que por cierto la Iglesia católica odia profundamente) y por ser generadora de los estados contemplativos donde se gestan, entre otras importantes cosas, los sueños y la metafísica: cierta poesía, filosofía y literatura en general, aunque luego nadie la lea, por pereza… La pereza bajo ningún concepto debería ser sinónimo de abulia o bostezo crónico.
Si los vicios requieren de cierta energía para su consumación (excepto aquellos de carácter somnoliento como el hábito a los opiáceos), la indolencia es el motor ralentizado y elegante de la pereza. Una actitud vital sin duda aristocrática, ya que sólo se la pueden permitir los muy ricos, las amas de casa aneuróticas (como yo) o los pobres sin ambiciones (como yo también). Estos estratos sociales, en principio muy alejados entre sí, coinciden por su absoluto desprecio al trabajo industrial y en que atesoran —dilapidándolo— el bien más preciado en una vida a todas luces corta: TIEMPO. Tiempo para perder, para regalar a manos llenas, para NO hacer NADA… y a ser posible acostado.
Tiempo para perder, para regalar a manos llenas, para NO hacer NADA… y a ser posible acostado.
Todo el mundo conoce la indolencia natural de los grandes felinos que habitan en las sabanas africanas: yacen, se relamen, juegan entre ellos y hacen el amor, pero a la hora de la verdad, cuando se ponen a correr porque les da hambre, rebasan con holgura la velocidad del asmático AVE (tren de alta velocidad producto del estrés) y dan caza con precisión a cuanta gacela alada se les ponga por delante, con una facilidad que nos parece pasmosa. Esa aparente facilidad no es sino el fruto de la optimización de la energía a través del cultivo sistemático de la pereza.
En esa actitud taoísta reside su carácter esencial. La pereza existe para no precipitarse y disfrutar con la lentitud que merecen ciertos goces de la vida. Sólo no hay que ser perezoso para procurarse más pereza, para los buenos vicios como la lectura y las cosas de la imaginación y sobre todo para el amor, donde los perezosos sabrán saborear larga y lánguidamente los exquisitos goces para los que estamos programados los humanos.
El perezoso se lleva mal con las jerarquías porque suele verlo todo en horizontal, al gustar de estar recostado. ¿Se imaginan un ejército de perezosos? Sólo el cultivo inteligente de la pereza nos librará de nuestras más nefastas ambiciones. ®
María Esther Gómez Arreola
A ese estado mas bien yo le nombraría «Ocio Contemplativo»