Veneno y memoria

a final de cuentas
la posesión se rompe
si tú vienes, con tu pelo
caliente y tus manos
de sábana y tus ojos rendidos

«al espacioso bosque…»

Estoy envenenado,
una guitarra chilla
contra mi voluntad,
un dios desconocido,
que no es Dios,
toma mis ojos
y los hunde
en la noche del calabozo,
océano, largo brazo
sin raíz, no fui yo
el que llegó hasta aquí,
tan lento, tan atrasado,
pues lo que no resuelvo
me lo invento para,
tras dormir, despertar,
en verdad, con el día,
y no con el párpado pegado
a la columna vertebral,
denso grito sin patio,
solo el tibio y antisocial
insomnio,
el verdadero infierno
es no saber qué hacer,
¿quién fue?, quién
desde ayer,
—el ayer amniótico
en que los vagos recuerdos
son, para el escándalo
de cualquier laboratorio,
las raíces más duraderas—,
plantó la semilla
que está reservada
para las heces del jabalí,
cuyo fermento,
en vez de trufas,
dio agrio carbón
al espacioso bosque
y su luz que, no por libre,
aflige menos
pero, un poco, nos habita
confortablemente,
como al peregrino
su cayado firme
pero de futuro limitado;
quién ha hecho
tan pesado el polen
que, para esparcirse,
hizo de lo terso
pesada maquinaria,
pues, es verdad,
da más noble aporte
serena reflexión
que el éxtasis que, al espejo,
vuelve bestia sin final,
de notas dulces
pero de sangrado chocarrero
que cae, con tal alarma,
bajo el arbitrio del sino
que es, tan evidente,
el final de lo terrestre,
bacterias, linfomas,
hernias y toda la ciencia
y objetividad con que
la muerte viene, ya sin sueños,
a morir, o bien,
la voluntad ajena,
acecho que es, también,
una muerte chiquita;
así, en efecto, prudente reflexión
retrasa la extinción
y alimenta la memoria,
ese lento embargo discernible
al menos, donde lo ido
va que Lázaro de nuevo
a los lugares perdidos.
He ahí que parece que
ninguna brujería escarda,
ningún insecto cabe,
pues todo ha sido
con la misma templanza
de un muro que detiene
lo inevitable sin rendirse;
quién, pues, me ha envenenado,
quién hace brujería
desde las colinas solitarias,
horrible altura, llena de especias,
no yo, no a mí, salvo en que,
por un instante y por reproche,
hablé de las moscas
y las moscas llegaron
y salí triunfante, consciente
de que la muerte llegará,
pero sin soledad, es decir,
muerte amada, anciana muerte
o joven muerte,
pues el Jesús en la boca
tendrá la tersura
de los bellos labios
con sus palabras exactas,
a final de cuentas
la posesión se rompe
si tú vienes, con tu pelo
caliente y tus manos
de sábana y tus ojos rendidos,
y yo, finito, que ignoraré,
como ahora ignoro,
lo que hace el amor
cuando ya no hay salida
y ni la luz de la memoria
nos permite ascender;
más bien callar y morir,
más bien la gota que da vida,
la última, más bien así,
ya no saber. ®

Compartir:

Publicado en: Poesía

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *