VOLVER A LA INFANCIA: HISTORIETAS Y PELOTAS DE FUTBOL

El fanatismo en Argentina

Estadio en Argentina

El sábado 12 de junio, a las once de la mañana, cuando la selección argentina estaba a punto de jugar su primer partido en el Mundial, entré a una librería de la calle Corrientes a buscar una historieta e, inmediatamente, me di cuenta de que había cometido dos errores: el primero, preguntar por un género menor en un lugar donde, se supone, la gente “culta” sólo lee comix, es decir, la versión políticamente correcta y mostrable del género cuyo mayor emblema es Maus; el segundo, mucho peor, fue no percatarme de que nadie pensaba, apenas empezara el partido, prestarme la menor atención porque el gran televisor que habían colocado sobre uno de los mostradores los tendría completamente ocupados durante noventa minutos.

Como no me interesa el futbol, que jugara Argentina, Brasil, Chile, Japón o Rusia me daba lo mismo: una vez que los empleados me indicaron —de muy mala gana, por cierto— dónde estaban las pocas historietas que tenían para vender, me dejaron ojear los ejemplares con toda tranquilidad, como si estuviera en mi casa.

Mientras miraba el excelente Evaristo de Carlos Sampayo y Francisco Solano López (que terminé comprando) no pude, aunque quise, dejar de mirar a todos esos empleados completamente abstraídos de la realidad, como si hubieran pasado, apenas sonó el primer pitazo, a otra realidad.

De hecho, Corrientes estaba completamente desierta, como si todo el mundo estuviera donde se suponía tenía que estar y los que no estaban ahí eran “raros”, porque, siguiendo la sabiduría popular, ¿quién puede dejar de ver un partido de la selección para comprar libros o, peor aún, historietas?

Putos, dijo un amigo mío, porque en Argentina al que no le gusta el futbol recibe esa acusación en plena cara: “Vos sos puto”, seguido de una pregunta inevitable: “¿Pero no sos argentino?” ¡¿Cómo no te puede importar lo que le pasa a tu país?! ¡No tenés sangre en las venas vos!”

Una hora después, mientras terminaba una exquisita pizza a pocas cuadras del Obelisco, vi pasar a decenas de argentinos —hombres, mujeres y niños— cantando estribillos, y mientras los veía pasar, tan contentos, todos con su remera de la selección bien afuera, para que se viera mejor, me pregunté por qué la gente cambia tanto: esas mismas personas, apenas un mes atrás, estaban completamente desinteresadas de todo lo que sucedía en Argentina; para ellos lo único que importaba era el “sálvese quien pueda”; pero un mes después todos parecían unirse para formar un frente común donde el objetivo era “apoyar a la selección”.

En apenas treinta días se habían convertido en “hinchas”, personas para las cuales la selección encarnaba una Argentina ideal que los representaba ante el exterior, razón por la cual había que olvidarse de todo y mantener la unidad, evitando, mientras tanto hablar mal de dirigentes históricos como Julio Grondona, presidente de la Asociación de Futbol Argentina (AFA), quien mantiene desde hace más de treinta años su poder intacto gracias a su habilidad para negociar con gobiernos militares o democráticos sin que nadie se anime a cuestionarlo (los propios K tuvieron que ceder ante él para conseguir que los partidos se retransmitieran por el canal oficial).

Hechos como ése no importan porque, como dije hace apenas dos semanas —y acabo de comprobar en la práctica—, todo se paraliza y relativiza ante un mundial que promete convertir en realidad una grandeza que la realidad se empeña, desde hace al menos doscientos años, en negarnos como nación.

Ganar nuevamente un mundial para los argentinos significaría la confirmación de una frase dicha por el ex presidente Eduardo Duhalde que sintetiza magníficamente un sentimiento popular: “Estamos condenados al éxito”.

Para mí, que miro todo desde afuera, esta Argentina poblada de personas que viven cada partido como si fuera la víspera de una batalla definitiva, redescubriendo una nacionalidad perdida, me recuerda la historia del El Eternauta y la invasión extraterrestre que comienza con una nevada mortal: “Cuando sabemos que los enemigos son seres extraños a la Tierra, nos sentimos todos hermanos. Tenía que ocurrir semejante catástrofe para que los hombres aprendieran lo que no debieron ignorar nunca”.

Pero eso es sólo una historieta; en el “mundo real”, mientras tanto, millones de argentinos ven correr a veintidós tipos atrás de una pelota e imaginan cómo será volver a sentirse, al menos por un día, reyes del mundo. ®

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Publicado en: Barra brava, Junio 2010

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