Tras unos años de silencio, Gunter Wallraff regresa para demostrarnos cómo hacer periodismo de denuncia y por qué es un periodista indeseable para los altos mandos estadounidenses.
Nadie se dio cuenta de que ese negro al que rechazaban por su color de piel cuando iba a buscar piso de alquiler en Alemania, y al que un grupo de neonazis estuvieron a punto de apalear, era en realidad un hombre blanco, casi de setenta años, nacido en Colonia pero con peluca y bien maquillado. Nadie se dio cuenta, tampoco, de que aquel teleoperador que se metió a trabajar a un call center para descubrir una serie de estafas telefónicas e irregularidades estuviera encarnado en la figura de ese mismo señor llamado Gunter Wallraff: vagabundo; dispuesto a pasar frío y a recorrer las calles de Colonia; trabajador de una panificadora con reglas medievales. No. Nadie se dio cuenta. Todos los rostros posibles eran el mismo y uno se pregunta: cómo y por qué.
Wallraff es un periodista que trabaja así, con una integridad a prueba de balas. Su facilidad para introducirse en la piel de otro es de cuidado, tal vez porque son años dedicados al periodismo de denuncia, lo que le ha traído encontronazos con autoridades gubernamentales, de las que ha salido bien parado, afortunadamente.
Ahora, Con los perdedores del mejor de los mundos, camaleónico libro editado por Anagrama, vuelve, tras unos años de obligado silencio, el Wallraff más inquieto, que comenzó su carrera cuando hacía el servicio militar y dio a conocer prácticas abusivas por parte del ejército; el obsesionado que se convirtió en el periodista indeseable, el que disfrazó su cabeza de turco. Vuelve, sí, para develarnos la cara más sucia de la Alemania que tanto enorgullece a Ángela Merkel.
Wallraff es un periodista que trabaja así, con una integridad a prueba de balas. Su facilidad para introducirse en la piel de otro es de cuidado, tal vez porque son años dedicados al periodismo de denuncia, lo que le ha traído encontronazos con autoridades gubernamentales, de las que ha salido bien parado, afortunadamente.
Además de todo lo que ha tenido que vivir en primera persona para armar este libro, destacan aquellos testimonios sobre acosos laborales, maltrato psicológico a trabajadores y abusos de autoridad tanto en empresas estatales como privadas. Sorprende el enfrentamiento entre un aprendiz de cocina de dieciséis años y el dueño de una importante cadena de restaurantes gourmet empeñado en mantener una estrategia de guerra en la cocina; así como lo que ocurre en la empresa Starbucks, que quiebra la salud emocional y física de sus trabajadores, obligándoles a horas extras por encima de la ley, entre otras investigaciones. Este libro no debería pasar inadvertido para cualquier lector curioso: es revelador, impresionante, jocoso e irónico, además de estar escrito con una gran sensibilidad; es esclarecedor a la hora de referirse a los tiempos actuales: “La política ha aplicado todas y cada una de las recetas de la economía. Y aunque las consecuencias se manifiestan de un modo brutal —aumento de la pobreza infantil; obstáculos cada vez más altos a la formación; más y más personas sin seguro médico y de jubilación; alejamiento prolongado de las capas más bajas de las actividades culturales y sociales; pobreza en la vejez—, hasta hoy los partidos que dicen preocuparse por el bienestar de grandes capas de la población no intentan cambiar la política neoliberal del desmantelamiento social”.
A diferencia de Michael Moore, cuyo trabajo documental ha conseguido que veamos la cara verdadera de la seguridad social en Estados Unidos, la cara de las aseguradoras y la verdadera cara de Bush, y a diferencia de Julian Asangge y su Wikileaks que, pese a las críticas, dejando atrás cualquier chismorreo, ha cumplido un papel novedoso en torno al tratamiento de la información, Wallraff penetra en la piel de los afectados, asumiéndose como uno más, porque aunque es obvio que se sabe cómo operan ciertas multinacionales, es distinto cuando leemos la experiencia vivida por un protagonista que lo ve todo para contarlo todo.
A veces, cuando debe asumir un nuevo rol, Wallraff sueña que lo descubren, que van tras sus pasos en busca de su identidad, es lo que más teme que le suceda pero no se arredra, pues alguien tiene que hacer el trabajo sucio —que, en su caso, viene a resultar impecable. Alguien debe sacar cara, aun valiéndose de un disfraz. Pero ya está mayor y seguro que se le echará en falta, aunque él es optimista pues dice que por suerte quedan los centros geriátricos para poner en práctica una de sus mejores cualidades: desenmascarar los abusos que diariamente viven los perdedores del mejor de los mundos. Wallraff ha vuelto, señores. ®
Pablo Santiago
La gran ventaja de Wallraff es que sus reportajes y trabajos siempre aparecen en libros. No hay que andar buscando en la hemeroteca. Wallraff ha vuelto porque quizás nunca se ha ido: una vez que lo conoces, lo sigues. El tipo de periodismo que él hace -de profundidad- es costoso y necesita tiempo. Gracias, Cristian, por recordarnos que Günter sigue en la brecha.