Hay mucha basura en el arte contemporáneo, literalmente hablando. Lo que no queda claro es si se trata de activismo, panfletismo o una estafa más.
Sequía en Somalia, Etiopía y Kenia, consecuencia del calentamiento global, con millones de personas padeciendo hambre y desnutrición. Las inmobiliarias incendian bosques en Europa para recalificar el uso del suelo. El derrame de British Petroleum en el Golfo de México abarcó 6,500 km2 de superficie marina a un ritmo de casi 60 mil barriles diarios. Ante estas catástrofes ¿qué hacen los artistas contemporáneos activistas de la ecología? Una instalación con una tina de aceite quemado, colocan un vaso con agua en un pedestal, pegan los encabezados de periódicos en la pared. La ecología es un tema que a todos concierne. La fatalidad de nuestro estatus depredador se combina con el de productores: entre más producimos alimentos, objetos y satisfacemos nuestras necesidades, más depredamos. Este asunto, que es en evidencia grave y del que no se puede disminuir su importancia, es el lugar para el oportunismo, la demagogia y el lucro. Si los Estados y sus dirigentes, partidos políticos y ONGs de dudosa credibilidad hacen del daño ecológico que padece el planeta un vehículo para el fraude, para adquirir una respetabilidad que de otra forma jamás alcanzarían y robar donativos —cómo no los iba a utilizar el arte contemporáneo.
Este tema, por su corrección política, es el escapismo perfecto para no analizar a la obra y para darle un apoyo incondicional aunque en sus formas, métodos y resultados sean ellas mismas un atentado ecológico. La ecología está entre los llamados temas sociales del arte que pretenden la interacción comunitaria, la concientización de ideas y la utilización de nuevos materiales. Esto es retórico ya que las obras, en su mayoría esclavizadas al material, podrían ser casi todas ecológicas si se le asigna en discurso pertinente los objetos encontrados y la utilización de basura es reciclaje. Esta pepena, dependiendo del curador que tenga en sus manos el destino conceptual de la obra, podría ser una versión de un readymade o un mensaje al mundo para concientizarnos sobre las toneladas de basura que se desechan cada minuto en el planeta. Al margen de que el arte contemporáneo jamás se va quedar sin materiales, porque desde el cartón corrugado hasta la comida podrida han pasado por las salas de los museos y pertenecen con orgullo a muchas colecciones privadas, lo que sí se puede decir es que tratándose de salvar al planeta con la revalorización de nuestros desperdicios hay artistas que podrían recibir el Premio Nobel de Ecología. La obra completa de Gabriel Orozco, Klara Liden, Karla Black, Gabriel Kuri, Eduardo Abaroa, B. Wurtz, Cildo Meirelles, y una lista interminable de artistas que hacen su obra con lo que debería estar en un vertedero. Su magnánima decisión de elegir un objeto, sobrevalóralo y darle la condición de arte es una imposición que se queda corta con el esfuerzo que hacen buscando entre la basura y darle una segunda vida a algo que ya estaba desechado.
Con su posición de concientizador de las masas, de profeta que nos dice qué hacer y qué no hacer, poseedor de la lámpara de Diógenes que nos guía en la oscuridad, el artista, armado de un equipo multidisciplinario, hace obras que la mayoría de las veces atentan contra la ecología y la ética con que debemos tratar a la naturaleza.
Los artistas que intencionalmente se alinean en el término de ecológicos y cuyo discurso se centra en hacernos pensar en algo que ni ellos alcanzan a entender y plantear con certeza y coherencia utilizan un tema para, como muchos políticos y ONGs, conseguir respetabilidad y un aprecio hacia sus obras expoliando el membrete social. Su sistema de trabajo es ejemplo de la depredación humana; sin lograr crear con autonomía, se apoyan en oceanógrafos, investigadores, botánicos, científicos, escritores, la comunidad, etcétera, para retroalimentarse y crear obras interactivas y participativas. Esta enorme lista de involucrados varía según el tema, el espacio y el material, pero la constante es que ésta es una de las ramas del arte que más apoyo requiere porque el artista carece de la iniciativa y los conocimientos generales para crear su obra. Con su posición de concientizador de las masas, de profeta que nos dice qué hacer y qué no hacer, poseedor de la lámpara de Diógenes que nos guía en la oscuridad, el artista, armado de un equipo multidisciplinario, hace obras que la mayoría de las veces atentan contra la ecología y la ética con que debemos tratar a la naturaleza.
Las obras de Ann Hamilton, artista militante y ecologista a ultranza, son una oda al desperdicio del que se supone nos tiene que hacer conscientes. La instalación Corpus, en el piso de la sala del MoCA de Massachusetts, del tamaño de un campo de futbol, cubierto con miles hojas de papel. En la instalación Privation and Excess colocó 750 mil monedas de un centavo sobre un piso cubierto de miel, en otra área del museo metió dos ovejas en una jaula improvisada, sometiéndolas a un estrés innecesario y peor al que la industria impone a estos animales. Este despilfarro de materiales, la utilización de comida, la crueldad animal, son evidentes por la arbitraria y demagógica ideolología del politburó de este falso arte, se obvian y se justifica la falta de ética porque la artista, en su omnipotencia, nos está aleccionando sobre algo que tiene que ver con la conservación de nuestro planeta. Mierle Laderman Ukeles, otra activista de la basura, hace planos de los vertederos del estado de Nueva York y parte de sus performances es limpiar a fondo el museo o poner a desperdiciar diesel a dos excavadoras para que hagan una coreografía. En una de sus obras llenó la sala del museo con 600 toneladas de vidrios rotos, es decir, otro despilfarro y gasto inútil de materiales. Su obra se concentra en hacernos sentir culpables por la basura que se produce y lo hace llevando toda clase de desperdicios al museo. Ya en 1983 en el Islip Art Museum en Long Island el personal de limpieza levantó su instalación antes de la apertura del show y la regresó de donde venía, al vertedero. La obra de Marcela Armas, Exhaust, que, según ella, trata sobre la contaminación, es contaminación lo que produce. Inflar con el humo que producen los motores encendidos de varios automóviles una réplica de iguales dimensiones de una columna de un paso a desnivel es un atentado contra el ambiente. El uso normal de esos carros genera trabajo, la obra de ella es ociosidad que no genera algo útil y en el momento de vaciar esos inflables esas toneladas de monóxido de carbono se fueron al aire, incrementando el problema que se supone está denunciando.
La contradicción entre lo que en verdad hacen y el discurso es parte de la ideología de este arte de la basura que nunca logra empatar sus ideas con sus acciones y objetos. Como en la demagogia, estas contradicciones son invisibles para los seguidores de sus obras. Es la ventaja de subirse a la tribuna de un tema políticamente correcto. Los trabajos de jardinería, llevar macetas al museo, pintar casas, realizar encuestas, grabar el ruido de las calles, sembrar árboles, colocar tiendas de campaña o peceras en donde deberían estar obras de arte reales, son versiones del arte ecológico. Para resolver el problema de la degradación ecológica del planeta, para trabajar en él con objetivos serios y continuidad ya existen instituciones y organismos internacionales que lo hacen, ¿en qué momento el autonombrado artista aspira a que su intervención sea una ayuda para este problema? Esta arrogancia, que se limita a una sala de un museo, a la invasión de espacios urbanos comunitarios, en realidad es una salida de emergencia. Las obras, al carecer en su esencia de propuestas estéticas, se refugian en propósitos sociales y discursos morales. La salida de la ecología permite que una persona haga una instalación de ramas secas y pasto amarillo y le llame arte con un “benéfico” mensaje social. Los artistas con estas obras no realizan ni una mínima parte de lo que en realidad se requiere, además, banalizan y minimizan el problema y en muchos casos ellos mismos son una fuente de contaminación, despilfarro y abuso animal. Trabajan sin una metodología real, sin acciones sistemáticas y contundentes que puedan aportar para resolver el problema. Esa evidente demagogia les trae grandes ventajas porque les abre la puerta a financiamientos, becas, exposiciones. Las instituciones les otorgan apoyos porque con estas obras sin valor estético se desatienden de llevar a cabo acciones reales. Y ya sabemos, no aportar a estas obras es estar a favor de calentamiento global, de la sequía o con lo que el artista desee chantajearnos. La dictadura de las buenas intenciones es implacable. ®
Moisés Alatriste
Concuerdo con Anahí Galaviz.
En éste, como en todos sus artículos, desarrolla un agudo y enfático desarrollo retórico que podría dar más frutos si se mantuviera objetivo y no se detuviera en tantas apreciaciones subjetivas que suenan más a burla o a reiteración personal, que a una reflexión sustentada en la consideración equitativa de los factores o circunstancias (a veces tan extensas o ambiguas) que aspira a tratar en sus explicaciones. Recuerde por favor que los lectores se dan cuenta de estos giros personales, y más que ser percibidos como «sellos personales» o auto justificaciones prematuras, son interpretados como muestras de arrogancia.
De entrada, lo que usted siempre designa como «arte contemporáneo», se limita por lo regular a lo que muchos entenderían como arte conceptual, pero no olvidemos que «lo contemporáneo» es lo propio de nuestro tiempo, en ese sentido, aquellos artistas que usted ha celebrado (en otro artículos) porque se preocupan por mantener las formas/discursos estéticos tradicionales a manera de resistencia frente a lo que usted denomina «arte contemporáneo», también entrarían dentro de dicha categoría pues dichas obras se producen en la actualidad. Me parece que hay una manipulación muy ambigua de esta noción en muchas de sus críticas, como si lo contemporáneo se limitara sólo al arte performance o al arte-objeto. Menciono esto porque para escribir crítica, sobre todo, hay que saber nombrar las cosas para poder hablar de ellas, a menos que una de las motivaciones más grandes para que escribamos sea, por supuesto, la polémica.
Concuerdo con muchos de sus señalamientos en las incongruencias creativas de una producción artística dedicada sobre todo a la comercialización y al aleccionamiento de los espectadores, pero éste es un rasgo que también se daba en periodos anteriores al capitalismo y que no es exclusivo de dicho sistema. En lo que no concuerdo es en asignar tan desesperadamente al arte, de manera tan panfletaria, ese anhelo (tan propio de la modernidad) de liberarse del yugo de la comercialización capitalista y de la banalidad conceptual de los artistas y los círculos culturales para «servir al beneficio de la sociedad», y no porque no sea posible, sino porque para muchos esto sería algo ingenuo.
Saludos.
Anahi Galaviz
Disculpe la falta de ortografía la palabra es omisión.
Anahi Galaviz
Me parece que a pesar de que se quiera hacer un análisis ecológico y artístico respecto al tema de la incorporación de basura en el arte solo, se cae en prejuicios y manejo incorrecto de la información así como la omición de mucha de esta información que muy bien puede salvar el discurso de los artistas mencionados en el texto. Creo que usted como critica del arte tiene la obligación de ser objetiva y estar correctamente informada sobre el tema para no caer en una opinión banal y desinformada.
Así como usted habla de como algunos artistas ecologistas en su intento de denuncia terminan desperdiciando recursos importantes, así también hay muchos otros artistas que como medio de expresión utilizan la siembra o la información sobre reciclaje como discurso ( Alan Sonfist, Patricia Johanson, Agnes Denes, etc).