Yo era muy alegre…

Una charla con Elena Garro

En tu 22 aniversario luctuoso, Elena, te recuerdo y evoco una de las tres charlas —interrumpidas por los ruidos de la vida— que tuvimos entre diciembre de 1997 y enero de 1998.

Elena Garro

Estamos en la salita del departamento. Había regresado con tres platillos diferentes para comer. Doña Elena escogió mole con pollo. Me quedé sorprendida de verla, pues estaba un poco picante. Lo degustó como buena poblana. Al terminar, estaba contenta y con su vocecita dulce comenzó a susurrar “La vida no vale nada…”.

PRL: Ya me dijo Helenita que usted cantaba en las reuniones de los intelectuales, ¿es cierto?

EG: Uy, sí, y todos encantados (risas). Pero lo que más me gustaba era bailar. Te puedo decir que mi primera vocación fue ser bailarina.

PRL: ¿Y general? Cuando leí “Nuestras vidas son los ríos” me la imaginé jugando a ser general revolucionario.

EG: Ay, sí, me gustaba ser general, pero de los buenos, no de los trepadores (risas).

(Interviene José Antonio Alarcón, quien cuida de la escritora): Sí, doña Elena, no de los que abusan de los pobres.

EG: No, porque los arribistas ven a los pobres como ladrillos: todos los pisan y nadie los ayuda, y bueno, como yo también soy pobre, debo decir: “Los pobres somos como ladrillos: todos pasan por encima de uno y nadie nos mira…”.

PRL: En ese cuento vemos la fusión entre las dos cosmovisiones: la española y la indígena, muy presente en muchas de sus obras…

Los arribistas ven a los pobres como ladrillos: todos los pisan y nadie los ayuda, y bueno, como yo también soy pobre, debo decir: “Los pobres somos como ladrillos: todos pasan por encima de uno y nadie nos mira…”.

EG: Pues sí, porque papá era español y mamá de Chihuahua, pero hija de español. Yo casi nazco en el barco en el que venía mamá de España; nací a los tres días de que pisó tierra mexicana, me tocó nacer en Puebla. Luego vivimos en la Ciudad de México, después en Iguala, ahí fue donde me compenetré más con el pensamiento de los indígenas, con esa manera que tienen de ver y entender el tiempo, las cosas que pasan, todo.

PRL: Ahorita que la oí cantar “La vida no vale nada” me acordé de su Dama boba. Ay, doña Elena, cómo me hace reír con esa obra. ¿Cómo se le ocurren tantas cosas? (Risas).

EG: Yo era muy alegre, todo se agrió cuando me casé con Octavio. Desde que nos conocimos empezamos a discutir. Octavio pensaba una cosa, yo otra. Se enojaba por cualquier tontería. Rara vez nos pusimos de acuerdo en algo. No tenía sentido del humor.

PRL: Además, usted siempre estaba criticando la corrupción, las injusticias, los despojos sufridos por los campesinos, incluso en La dama boba. Desde que leí Los recuerdos del porvenir me di cuenta de que usted era la conciencia de México…

Patricia Rosas Lopátegui, Elena y los libros.

EG: Fíjate que cuando regresamos a México (finales de 1953), muchos del grupito me dijeron que yo era la conciencia de Octavio, y sí, puede ser, quizá, no sé, porque cuando dejamos de vivir juntos (hacia finales de los años cincuenta) me di cuenta de que Octavio cambió totalmente. Se hizo más del gobierno. Yo nunca fui partidaria del poder y yo le criticaba que se adhiriera a él.

PRL: Eso fue lo que me sorprendió tanto cuando leí Los recuerdos del porvenir, que revelara la maquinaria del sistema político mexicano con todas sus corruptelas. ¿No le dio miedo desenmascarar al gobierno en esa época tan cerrada?

EG: No, porque, mira, para mí el oficio de escribir es solitario, se da en esos momentos en que brota la voz interior. Por eso la verdadera creación es única e invendible. ¿Quién le apuesta a la imaginación?, ¿a quién le interesa comprar los sueños?, ¿a un político? Entonces cuando escribo lo que veo, no pienso en las consecuencias, esa voz interior es la que lleva el mando.

PRL: Qué hermosas frases, doña Elena. Su lenguaje siempre tan poético y punzante a la vez. A mí me atraviesa más su poesía que la de Octavio Paz. ¿Por qué no publicó sus versos?

EG: Porque Octavio nunca quiso, me prohibió publicar poesía, siempre decía que ése era su terreno.

Los gatitos tienen hambre. Hay que darles de comer a los que habitan adentro del departamento y a los vagabundos que viven afuera. Doña Elena no hace diferencias; ambos grupos ocupan un lugar en su corazón. ®

Fragmento de Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos. vol. II. Edición, estudio premilinar y notas de Patricia Rosas Lopátegui, México: Gedisa, 2020.

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Publicado en: Libros y autores

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