¡CÁLLATE, AVELINA!

…o la crítica al crítico de arte

Las opiniones de la crítica de arte Avelina Lésper levantan ámpula en un mundo donde despedazar al crítico es un deporte. Protegidos bajo un seudónimo y en el anonimato que alienta la red, es fácil exigir que la crítica de arte desaparezca o promover su linchamiento multitudinario sólo por el hecho de expresarse en torno a un fenómeno sin duda inquietante, pero al que no puede considerársele arte.

Tal parece que en los tiempos actuales la crítica de arte debe someterse a las líneas dominantes del mercado o del ego del artista. O peor, a la ignorancia de un espectador que reacciona visceralmente ante la obra (si le gusta es “buena”, si la rechaza es “mala”), y que no puede tolerar la discrepancia no de sus ideas sobre el arte sino de los gustos en boga. En un tiempo la crítica de arte fungió como puente entre obra y espectador. El crítico de hecho evolucionó de espectador a pensador.

Aún sigue ese proceso. Es, en consecuencia, algo más que un espectador informado que expresa su voz tal cual la siente frente a la obra de arte. El crítico, al observar, discierne qué valores tienen determinadas obras específicas.

Al igual que la creación artística, la crítica ha pasado por todo tipo de vicisitudes. Y si bien en el pasado fue objeto de protección, cuando existieron los mecenazgos renacentistas en los que el papa o el burgués en turno decidía qué obra trascendería, precisamente porque se consideraba a alguna digna de esa trascendencia, ahora parece que el artista es su propio crítico de arte, muchas veces carente de verdadera autocrítica, que promueve su obra exaltando sus virtudes, ocultando sus defectos y logrando que un grupo de incondicionales estén a su servicio. Éstos pueden ser un grupo de críticos cuya función sería protegerlo y alentarlo, a cambio muchas veces de obsequios (la obra misma para decorar sus hogares, la amistad como recompensa), al establecerse una relación causa-efecto en la que se sabe que a mejor aprecio de la obra, mejor valor en el mercado. En consecuencia, más gente con cierto nivel de poder podría convertir la obra en moda y objeto de culto, en especial si la impone desde el museo, la galería o la comunidad de cuates.

Así que descalificar al crítico como artista frustrado es una forma de asegurar que la mayoría de los espectadores lo son y en consecuencia ya no requieren de una opinión sino que su opinión es la que vale por el simple hecho de que todos somos ya críticos.

Esta nueva relación entre el curador y el artista es de suyo muy perversa porque establece, desde la lógica del poder adquisitivo, qué vale y qué no. Es así que dejar fuera a los artistas ajenos al círculo de favoritos, y alentar selecciones personalísimas que muchos de estos curadores-críticos establecen como tendencia dominante, es un atentado contra la esencia misma del arte, que desde la aparición de los salones parisinos en el siglo XIX democratizó la experiencia de apreciar la singularidad de una obra. Pero fueron los críticos y los historiadores quienes destacaron alguna en particular para hacerla representativa de su tiempo y época.

Actualmente es de ignorantes decir que a uno no le gusta nada de la producción de Leonardo Da Vinci. Tal comentario se asume como audaz buscando que tenga idéntico valor a expresar que si a un artista se le ocurre poner en el piso una caja de zapatos vacía es un hecho gracioso. Por burlarse del arte. Pero al final es… un hecho artístico. La obra pictórica es algo diametralmente opuesto a la “puntada”. Para empezar, la obra de Leonardo ha sobrevivido el paso del tiempo y es fundamental comprender esto. En segundo lugar, la caja de zapatos no es una creación original. Es algo que existe, un objeto de uso cotidiano, que se coloca en el piso. ¿Esta idiotez es valiosa y digna de figurar en los catálogos del arte contemporáneo? No, por supuesto. Por definición no es arte. No es un acto creativo. El artista debe interpretar e incluso burlarse de su tiempo y mundo. Sin duda. Pero otra cosa muy distinta es crear de la nada… algo que es nada. Resulta ridículo declarar por lo mismo que esa situación debe tomarse en cuenta como vanguardia artística pertinente, valiosa.

Idéntica situación sucede con el tiburón hundido en formol. Con el tiempo, menos de diez años, comenzó a descomponerse. Es imposible que se conservara con su prístina condición original ante el avance del tiempo y la putrefacción normal de la mezcla de químicos y materia orgánica. Esto confirma que la obra de arte debe trascender a su tiempo y debe trascender en el tiempo. Cuando no sucede, se queda en eso, en una puntada que sólo celebran los payasos en turno con el poder de imponer como moda y tendencia de su momento.

Asimismo, argumentar que en el pasado los artistas podían ser considerados moda por el hecho de que hubo un crítico que los exaltó y los convirtió en temática de sus libros es punto menos que falaz. En el pasado, digamos que desde el Renacimiento, no había la difusión de que ahora se goza. Así que si los biografiados por Vasari sobrevivieron con mejor salud que muchos de sus contemporáneos, no necesariamente significa que lo hicieron porque Vasari los seleccionó. Con el paso del tiempo lograron decantarse. También, muchos de los contemporáneos no considerados por Vasari lo hicieron. ¿Acaso no la mayoría de los museos colocan diversas obras, algunas menores, otras igual de importantes que la de los artistas de renombre, para crear un contexto en el que esa obra destaque porque fue original para su tiempo y ha sido trascendente en su paso por diversas etapas, sobreviviendo modas y corrientes hasta llegar a la actualidad?

Esto viene a cuento porque las opiniones de la crítica de arte Avelina Lésper levantan enorme ámpula en un mundo donde despedazar al crítico es un deporte de dimensiones escalofriantes. Protegidos bajo un seudónimo y en el anonimato que alienta la red, es fácil exigir que la crítica de arte desaparezca o promover su linchamiento multitudinario sólo por el hecho de expresar sus opiniones en torno a un fenómeno que sin duda es inquietante pero al que no puede considerársele arte ni vanguardia. Porque es obvia su ausencia de calidad al exaltar el anti-valor que más admira la sociedad actual. O sea, el dinero. Las obras basadas en el narcotráfico tendrán cierto atractivo social, pero Avelina Lésper ha puesto en su lugar los alcances de esa tendencia del arte contemporáneo nacional y demuestra que eso que nos quieren vender como oro de vanguardia no es más que una baratija inspirada en el oportunismo más ramplón y mediocre. ¿Se equivoca al decirlo? No lo creo. Como crítica de arte, Avelina Lésper tiene enorme claridad en la exposición de sus argumentos, un manejo teórico destacado con respecto a la época y la influencia del arte en lo cotidiano, y una erudición basada en su experiencia de ver y escribir sobre el tema más allá de la simple expectación convencional y del “me gusta”, “no me gusta”.

Este “arte” de puntadas que la crítica descubre como mentiroso, oportunista, barato, mal ejecutado, es un seudoarte basado en la farsa que es su supuesta “inspiración” en la realidad. Pero no hay tal. Es, a qué dudarlo, una simple operación comercial. Que esto lo diga la crítica le acarrea una serie de descalificaciones, y el menosprecio que promueve la finalidad de callarla. El argumento para hacerlo, envuelto en enorme alharaca, pretende demostrar que es una neófita que carece de teoría ya que nunca cita libros ni autores. Como si fuera una simple espectadora más. Pero ya su estilo es depurado y no necesita recurrir a la cita. Su teoría sobre el arte es válida y tiene rigor. Sin duda que la crítica erudita vale, pero en ningún momento puede considerarse que las opiniones de Avelina Lésper carecen de valor o pertinencia. O sea, que escribe con erudición. El simple hecho es que dice la verdad.

Avelina Lésper

Que a ella no le convence una obra específica y que se le revela como carente de algo genuino porque la base estética de esa obra no es la sangre de la que se jacta sino simple pintura que se finge sangre, u objetos que sólo pueden apelar al mal gusto del probable destinatario: alguien con una cartera abultada.

La furia contra Avelina Lésper parece provenir de que no se intimida ante la obra y no permite que la seduzca con su oropel, sea éste costoso o no. Simplemente expresa su opinión y su disgusto. Desafortunadamente, ante esta circunstancia, no faltan quienes consideran que por expresarse en contra es, en consecuencia, una artista frustrada (algo que se extiende a cualquier crítico: o es un artista frustrado o es un artista sin éxito envidioso del triunfo ajeno: ¡vaya argumento reduccionista pero significativo de que los críticos del crítico son punto menos que banales!). Éste es el grado más bajo para descalificar una opinión. En realidad, el arte necesita un espectador. Mejor aún: un espectador informado que aplica sin arrogancia diversas teorías o su erudición. Si todos los espectadores se convierten en artistas, o son artistas, a la larga ninguno lo sería y el arte dejaría de ser una expresión válida, por la singularidad que exige, para convertirse en artesanía o reproducción mecánica (no olvidemos la advertencia al respecto de Benjamin). En consecuencia, el arte sería inútil. Dejaría de poseer singularidad para convertirse en objeto carente de espectador. Y de crítico.

El espectador claro que se convierte en crítico cuando expresa su sentir sobre esa obra y no necesariamente sucede esto porque se considere un artista “frustrado”. El espectador busca algo más: no ser, sino disfrutar. Y esto es lo que hace valioso al arte. Pero también a la crítica. Así que descalificar al crítico como artista frustrado es una forma de asegurar que la mayoría de los espectadores lo son y en consecuencia ya no requieren de una opinión sino que su opinión es la que vale por el simple hecho de que todos somos ya críticos. Y, por supuesto… artistas frustrados.

El crítico tampoco puede ponerse a promover pintores desconocidos. No es su función. El museo, la galería, son quienes proponen y se asigna a esas instituciones el papel de enlace entre artista, espectador y crítico. Esto es casi una regla. Al asistir a un museo se espera encontrar ahí algo que conmueva o por lo que se descubra un sentido y un placer de la belleza, cualquiera que ésta sea. Claro, encontrar estupideces como cajas vacías u objetos de uso común elevados a “arte” distan mucho de satisfacer y por ello se reacciona. ¿Por qué no habría de suceder? El espectador debe ser crítico, sobre todo ante la perversa relación que ya establecen los curadores con el artista. Si el curador pasa a ser promotor o dealer del artista esto confirma que el crítico debe afianzarse más en el valor de su independencia para conservar la lucidez ante una operación que pretende imponer determinada camarilla como vanguardia y moda. Vaya un ejemplo. La Academia de San Carlos tiene en su patio central, sirviendo de marco sus esculturas renacentistas, una exposición de fotografías que se ostenta como La narrativa social de la última década. ¿Suena interesante? Sí. Pero descubrir que esa “narrativa” no es más que la exhibición impúdica de las portadas que la revista Quién ha producido a lo largo de los años, pues claro que decepciona. ¿Qué espectador no alzaría la voz argumentado que esas portadas y fotos carecen mucho de ser artísticas y más aún de ser “narrativas”? ¿Por qué no habría de expresar el crítico un descontento ante un hecho que es por definición injurioso del arte, de la fotografía? ¿Desde cuándo la frivolidad es digna de celebrare por todo lo alto como narrativa artística? El crítico, atento ante el embate de estos fenómenos protestará y argumentará con todas sus fuerzas, ideológicas y estéticas, porque es un atentado al sentido común y a la obra de arte. Es como lo que sucedía en un episodio del programa de televisión The Mentalist, donde una pareja de aspirantes a cineastas se convertían en asesinos para filmar un homenaje a su asesino serial favorito. ¿Su justificación? “Estamos haciendo arte”. ¿En serio? Por ese camino, un decapitado o un mutilado frente a la Academia de San Carlos o Bellas Artes pueden llegar a considerarse arte. Es un alivio que al menos alguien como Avelina Lésper se oponga a ello, y discuta y cuestione los frágiles valores que se imponen desde ese arte. Cumple como crítica una labor compleja que definió Samuel Ramos en los siguientes términos: “En primer lugar, tiene que hacer una discriminación entre las obras propiamente artísticas y las que no lo son; en segundo lugar, debe definir los valores artísticos en su individualidad característica y fijar su rango relativo dentro del conjunto de la producción de un momento o de una época.

Cuestiones íntimamente conexas con éstas son la determinación del significado social e histórico que tiene una obra y su evolución dentro de la evolución general del arte. Estas correlaciones indisolubles han llevado a Croce a pensar que la crítica y la historia del arte son idénticas”. Muy cierto. Finalmente, llama la atención que el clamor de sus valientes detractores, anónimos o enmascarados tras seudónimo, sólo exige que se calle, sin considerar que ella apunta a que se han traicionado los valores esenciales y las condiciones que hace una generación valían, como lo demuestra Samuel Ramos. Ahora, por opinar lo que ningún artista contemporáneo, de los muchos farsantes que abundan, quiere escuchar, se despedaza al crítico, que al menos ha conservado intacto su interés por evaluar la obra con justeza y por decir una verdad igual a ese cuento infantil: los “artistas” van desnudos y nadie se los dice. Desnudos y bañados en sangre exaltando el peor valor de la actualidad: el comercio al que se adora sin importar de dónde provenga y considerando que lo que se produzca, sea lo que sea, un crimen, una foto de sociales o una caja vacía en el piso, vale porque el arte tiene esa función. Qué asco. ®

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Publicado en: Arte, Julio 2010

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  1. Bueno. Después de leer el artículo, lo más interesante es… lo que comenta Javier Rivero.

    Me parece que la caja de zapatos y el periódico arrugado y colocados en el piso son una mierda… pero creo que hay que ver más allá del objeto. por ejemplo: si eres «feo» pero tienes un gran corazón o una gran mente dirías que quien te observa y rechaza por feo es una idiota… que no ha visto tu interior, tu «esencia»…

    Respondiendo a tu pregunta «¿Desde cuándo la frivolidad es digna de celebrase por todo lo alto como narrativa artística?» mmm no sé, creo que desde el Rococó…

  2. Ay fernando como q no leiste nadaaaa. jajaja. Ay ya porfavor claro q avelina dice las cosas y claro q a los coleccionistass les molesta porq ellos mismos crean a sus frankies y los promueven para q sus obras valgan mas $$$ y si el arte se reduce a SSS pues q sociedad de hueva loca. hicieron mas clases de etica y filosofia en las escuelas de arte???.

  3. En una ocasión Avelina escribía que la crítica no está últimamente cumpliendo su función, que no existe generalmente crítica sino adulación. Y coincido totalmente, también con lo dicho en este artículo.

    Avelina Lésper es de los pocos críticos que realmente lo siguen siendo, y lo triste es que tras tantas luchas del pensamiento por liberarse de las mordazas durante tantos siglos, tras dos guerras mundiales, y durante un inaudito éxito de la democracia en todo el planeta, sean precisamente los que dicen defender la libertad quienes no toleran que un crítico de arte, simplemente, haga su trabajo.

    No deja de ser curioso que unos cien años después de que los artistas de vanguardia acuñaran su conocido adagio «èpater le bourgeois» hoy en día la auténtica revolución sea «èpater le critique». Y más llamativo aún, que sea justamente una crítica de arte quien está abanderando sin quererlo este nuevo lema, al menos en México.

  4. Hblando de Leonardo:
    http://www.youtube.com/watch?v=7Lvc6a1P0vY
    Hablando de Duchamp:
    «Los museos (ahora podríamos incluir a las galeias) son mausoleos, solo contiene cosas «MUERTAS».
    Es triste como ni siqueira se entiende lo que G. Santamarina como parte de CURARE decía en sus talleres:
    «La patada que nos dió ene el arte M: Duchamp aún nos duele».
    Si Duchamp viviera, tal vez se avergonzaría de que su «meada artística» hablando de la obra que llenaba los muesos llenos de obra «Aacadémica» , es decir, llenos de obra según el «Main Stream» de ese entonces, se use, hoy por hoy, para justificar al MAIN STEAM CONTEMPORÄNEO!
    En al ignorancia, no hay Libertad posible.

  5. Quisiera señalar algunas de las incongruencias más evidentes de este artículo para justificar mi desacuerdo con sus argumentos.

    En primera instancia me parece equivocado hablar de «arte» como si fuera un acto o entidad inmutable y perene que jamás ha cambiado sus matices o sus intenciones. El arte y lo que es considerado arte cambia en relación a su función en la sociedad. El arte es el reflejo de las inquietudes de una época específica, no de un mundo sublime donde la belleza y la verdad reinan indiferentes al mundo de los mortales. El compendio heterogeneo que llamamos historia del arte tiene fines documentales más no efectivos.

    Leonardo Da Vinci y Marcel Douchamp entendían por arte cosas completamente distintas, y a mi parecer esos contrastes son lo más bello en la historia del arte.

    Leonardo entedía por arte el estudio; ya fueran las posibilidades pictóricas contenidas en el sfmuato para lograr la representación de los claroscuros o la anatomía humana al servicio de la escultura en bronce.

    Marcel Douchamp entendía por arte la resignificación;el tergiversar la función tan concreta y circunscrita de un objeto cotidiano como el mingitorio para señalar así la posibilidad del arte de reconquistar el poder y de asignar significados a un mundo lleno de objetos concretos y estériles.

    Se menciona la palabra «esencia» con mucha libertad en el artículo. Entonces podré preguntar,¿en «esencia» cuál es la verdadera diferencia entre Lorenzo de Médici y Charles Saatchi en la, y cito, «lógica del poder adquisitivo»? Ninguna creo yo.

    En todo caso, le corresponde a la posteridad juzgar lo rescatable de la actualidad. Serán los críticos y espectadores del futuro los que decidan qué recordar y qué olvidar. Si no lo creen sólo pregúntenle a los pintores impresionistas.

    Actualmente me parece mucho más vigente la discusión sucitada por la caja de zapatos más estúpida que la contemplación dominguera de la pintura más bonita.

    También creo que es importante discutir el rol que los museos juegan hoy en día. Después de la democratización de la que puntualmente habla este artículo los musesos cambiaron de ser simples espacios de exhibición a ser espacios de discusión, dónde las expresionas más legitimizadas se exibian junto a las innovadoras e inciertas. Hay otros lugares para ver cositas bellas y experimentar placeres.

    Por último quisiera rescatar el único punto de este artículo con el que no difiero: la labor crítica de Avelina Lésper. Me parece que a pesar de las críticas que le han surgido a la crítica, su disidencia de las opiniones comunes es admirable. Es gracias a esas voces que se puede sucitar la discusión de la cual surgen los verdaderos criterios y los verdaderos valores en terrenos tan resbalosos como los del arte contemporaneo.

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