¿QUIÉN FUE V.H. RASCÓN BANDA?

Una mirada a su vida y obra

Rascón Banda fue el último dramaturgo inserto en los círculos de poder político, cultural, académico e incluso financiero. Habrá que esperar a que cesen los homenajes de rigor y ver cuánto de su producción se sostiene en el tiempo y alimenta verdaderamente la escena nacional.

Se cumplen dos años de la muerte del dramaturgo mexicano Víctor Hugo Rascón Banda (Uruachi, Chihuahua, 6 de agosto de 1948 – Ciudad de México, 31 de julio de 2008).

Rascón Banda fue un dramaturgo casi tardío —comenzó a escribir a los treinta años— y apenas en una década, la de los ochenta, se convirtió en autor imprescindible de la cartelera de éxitos nacionales. En los noventa ya era un autor importante y destacó después como crítico de teatro (en Proceso) y en la década siguiente fue nuestro caudillo dramatúrgico, una especie de Luis de Tavira de la escritura teatral, el jefe de jefes del drama, el autor más emblemático y acaso respetado en los últimos diez años.

Su biografía está salpicada de singularidades. Pasó de profesor rural en Chihuahua a director corporativo de Banca Cremi, del paisaje tarahumara a la vida urbana. Por tradición familiar estaba destinado a trabajar en la minería y terminó leyendo el mensaje del día mundial del teatro en 2006; del pueblito recóndito a los aplausos universales. Rascón Banda es uno de los personajes emblemáticos del Mexican dream del priismo de la segunda mitad del siglo XX. Su virtud: las relaciones públicas y una obra correcta, guarnecida en la crítica social progresista y el sutil coqueteo con el poder público: no era ni demasiado provocador o experimental, ni tampoco un diletante provinciano que dibujaba costumbres. Rascón Banda era un diplomático, también en la escritura.

Su biografía está salpicada de singularidades. Pasó de profesor rural en Chihuahua a director corporativo de Banca Cremi, del paisaje tarahumara a la vida urbana.

Jurista por la UNAM, entendió el teatro no como un interés pasajero de fin de semana, más bien como una profesión alternativa a sus dotes de ejecutivo y político. Indudablemente su inteligencia estaba a la par de sus ambiciones. No es común que un doctor en derecho, reputado y alto ejecutivo de dos bancos (primero Banco Aboumrad y después Banca Cremi) se interese no sólo en la escritura de obras teatrales, sino en la gestión cultural y el desempeño de la industria artística. Rascón Banda fue la excepción; la escritura lo acompañó toda su vida y también sus convicciones de gestor cultural.

Era abiertamente un luchador social (especialmente a favor de las minorías y de los derechos culturales) y también un homosexual reprimido que guardaba un pensamiento contradictorio, progresista en lo público y medianamente conservador en lo privado. Su recato no lo hizo aceptar públicamente su homosexualidad; de haberlo hecho su obra sería menos críptica y tautológica: utilizando siempre la máscara, el doble juego, las identidades yuxtapuestas para deslizar un mensaje de liberación. En Rascón Banda vida y obra están salpicadas de cierto dogmatismo y contradicciones que no hacen sino ampliar el mito, hacerlo más interesante.

El Rascón Banda abogado y el dramaturgo se daban la mano al terminar la jornada. Trabajaban bien juntos. Separar su figura política y de influencia en ciertos grupos hegemónicos de la prosperidad de sus textos (montajes prominentes, repetidamente jurado en premios y becas, asesor y consejero de funcionarios públicos y finalmente director de la SOGEM) sería simplemente impreciso. Rascón Banda era muy generoso, pero sólo un hombre con amplio poder puede serlo. Y desde luego los favores no eran en vano. Su procedimiento era cultural (no lo culpen), fue educado en las tiernas faldas del priismo más compacto: el del influyentismo como norma. ¿Pero no es así como se construye todo aparato de poder en México? Rascón Banda sólo tocó la cima de esa colección de favoritismos y amiguismos que formó el PRI cultural (y que el PAN sucede magistralmente).

Rascón Banda no era el dramaturgo que México esperaba, se autoproclamó su juez implacable y ése fue el personaje que recordarán las generaciones más jóvenes de teatristas mexicanos. Jugaba incesantemente a ser el juez del teatro nacional. Y su juego desesperó a más de uno. Probablemente fue el último patriarca de la dramaturgia mexicana, cierto aire democrático ha sido inevitable.

Su método era implacable: en cada estado, en cada lugar que visitaba escogía un seguidor, un alumno, un admirador perenne y así iba coleccionado partidarios que pronto formaban una pirámide de devoción (SOGEM fue su brazo empresarial de choque). Agradecía los montajes escolares de sus obras y protegía —como no podría ser de otra forma en la historia de la literatura mexicana— a sus allegados. Rascón Banda aprovechaba su talento para continuar la enseñanza de sus maestros: construir una obra/personaje y repartir prebendas.

Era abiertamente un luchador social (especialmente a favor de las minorías y de los derechos culturales) y también un homosexual reprimido que guardaba un pensamiento contradictorio, progresista en lo público y medianamente conservador en lo privado.

Lo mejor de Rascón Banda era que sabía vivir el momento. Sólo aspiraba al día siguiente. Seguramente lo hizo después del diagnóstico de una curiosa leucemia que lo tuvo al borde de la muerte por más de una década. No perdía el tiempo. Hacía lo que quería y sus intenciones eran claras: ser el dramaturgo del momento. Y lo fue. No estaba preparando el mausoleo de la trascendencia de su obra ni esperaba pasar a la posteridad. Escribía para el presente, uno quizá demasiado inmediato.

¿Su obra? Una suma de crímenes pasionales, revisiones históricas y una búsqueda incesante de la identidad mexicana. Indagó en lo rural, en lo indígena, en los largos y lentos procesos civilizatorios del México urbano y sobretodo utilizó el prisma femenino como metáfora de un país en construcción, como brújula para entender las pasiones y la decadencia de una historia compartida. Los personajes femeninos de Rascón Banda son su mayor acierto y probablemente más que una obra dilatada en el tiempo lo que permanecerá de su trabajo serán algunos rostros de actrices mexicanas interpretando sus diálogos y retazos de un teatro social ochentero, medianamente influenciado por el teatro estadounidense y muy introspectivo que dejó obras inaugurales como Voces en el umbral, Tina Modotti, Armas blancas, Contrabando, Desazón, La mujer que cayó del cielo y Los niños de Morelia.

Su obra no es perfecta y muchos de sus textos se sostenían sobre todo por el cuidado y empeño de los directores de escena —incluso obvias correcciones— y también por los inmejorables cuadros actorales y de producción que le fueron dados. Aunque hay escenas, diálogos e historias imprescindibles para entender al teatro mexicano moderno: la irrupción de una dramaturgia netamente nacional.

Rascón Banda fue indudablemente un tipo generoso. Su magnificencia comenzó cuando era ejecutivo bancario y gracias a él varios actores, directores y dramaturgos consiguieron hacerse de cierto patrimonio o encontraron hipotecas accesibles o simplemente préstamos para llevar a cabo sus obras o emprender viajes. Cuando fue presidente de SOGEM —muchos años más tarde— también regaló cartas de recomendación, premió a sus amigos y alumnos y encumbró a sus maestros. A pesar de haber sostenido un espacio crítico, detestaba que le llevaran la contraria y, como autor, todo lo que estuviera fuera de sus normas dramatúrgicas —a veces muy provincianas y curiosamente conservadoras— lo ofendían casi a un grado personal.

Para algunas personas del teatro mexicano la vocación artística en él era innata y largamente codiciada durante su infancia; para otros, el ambiente teatral le permitió descubrir su homosexualidad y vivir en un espacio social menos reaccionario; para otro grupo, Rascón Banda encontró en el teatro las delicias del poder que alcanzó con creces en la vida financiera. Tal vez un poco de todo. A estas alturas poco importa. Hay una certeza: al comenzar la presente década los escritores de teatro en México sabían que Rascón Banda era el Ubú rey de toda iniciativa. Ocupó el puesto que Carballido y Leñero rechazaron: el mesías de los escritores teatrales.

Su huella estaba más allá de la escena y aunque la protección de los derechos autorales, los proyectos editoriales, las gestiones culturales y otras iniciativas por las que tanto luchó en sus últimos años no hayan tenido verdadero éxito, Rascón Banda fue el último dramaturgo inserto en los círculos de poder político, cultural, académico e incluso financiero. Habrá que esperar a que cesen los homenajes de rigor y ver cuánto de su producción se sostiene en el tiempo y alimenta verdaderamente la escena nacional. ®

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Publicado en: Agosto 2010, Purodrama

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