A pesar de que ambas se estrenaron en 2010, las películas Wall Street II, Money never sleep, de Oliver Stone, y The Social Network, de David Fincher, parecieran pertenecer a tiempos distintos.
La primera parte de Wall Street fue estrenada en 1987 y de inmediato se convirtió en una película icónica, emblemática, fiel reflejo de una época y de un sistema. A pesar de que aquella cinta tenía un final de espanto —imposible olvidar la atroz escena en la que Buddy Fox (Charlie Sheen) se saca un grabador oculto en la ropa con el cual incriminará al perverso Gordon Gekko (inmortalizado por Michael Douglas)—, era una película dura, desoladora y magistral.
El tiempo ha pasado, claro, y Oliver Stone ya no es el mismo. El de hoy se dedica a hacer documentales por encargo a dictadores del tercer mundo. Se ha convertido en un director dogmático y, por esa causa, conservador. De la amoralidad de Natural Born Killers (1994) a la ortodoxia ideológica de Al sur de la frontera (2010) hay un largo trecho. Y esto puede notarse en la fallida secuela.
Lo peor es que la película empieza realmente bien. Gekko sale de la cárcel, luego de trece años de condena. Antes de irse le entregan un boleto de autobús y su celular, ya obsoleto, en una escena autoparódica que presagia buenas cosas. El celular es aquel con el que caminaba por la playa en una de las mejores secuencias de la primera película; la única que lo humanizaba. En la puerta de la prisión se detiene una limusina y un joven negro, presumiblemente un rapero, la aborda. Gekko mira el ticket, suspira y emprende su caminata. Ocho años después, semanas antes del crack de la bolsa, lo vemos publicando libros y dando conferencias, alertando sobre los peligros de la especulación y la avaricia. Es un hombre cambiado, aunque puede adivinarse, sobre todo en la memorable escena de la conferencia, que su cambio no es real, o no es completo.
El tiempo ha pasado, claro, y Oliver Stone ya no es el mismo. El de hoy se dedica a hacer documentales por encargo a dictadores del tercer mundo. Se ha convertido en un director dogmático y, por esa causa, conservador.
En paralelo, Jake Moore (Shia Lebouf, inusualmente ajustado a su papel), un ambicioso aunque honesto corredor de bolsa, planea casarse con Winnie Gekko (Carey Mulligan), la hija de Gekko, quien aborrece a su padre, culpándolo de la muerte por sobredosis de su hermano y el desmoronamiento de su familia. Luego de oírlo en la citada conferencia, Moore queda seducido por el verbo de Gekko y le pide su ayuda para urdir una venganza contra Bretton James (Josh Brolin, enorme), un siniestro hombre de negocios, culpable del suicidio de Louis Zabel (Frank Langella, en una pequeña pero brillante actuación), el honesto mentor del joven Moore.
Dos preguntas flotarán sobre el filme durante el resto del metraje, la primera: ¿puede un hombre como Gordon Gekko rehabilitarse y cambiar? La segunda: ¿qué ha cambiado en el mundo económico desde 1987 hasta nuestros días? Lamentablemente, las respuestas de Stone no son las mejores.
Sí, Gordon Gekko puede rehabilitarse, incluso después de haber robado a su propia hija, puede conmoverse con una ecografía de su nieto, devolver el dinero y hasta ser el celestino de la pareja honesta, en cuyo futuro se avizora un mundo de energías renovables y economía con responsabilidad social. Así de simplista es la conclusión del filme.
Para Oliver Stone los malos son los malos, los buenos son los buenos, y estos últimos sólo tienen que resistir las tentaciones, como hace el personaje de Lebouf. El mundo según Stone puede reducirse a un esquema tipo: el hombre bueno vs. las tentaciones del diablo. Por ejemplo, el personaje de Brolin tiene colgado en su despacho el cuadro Saturno devorando a sus hijos, de Goya, y, como es obvio, la imagen es el anuncio de lo que le ocurrirá a este personaje. Así, la cinta está llena de metáforas obvias que refuerzan la moralina stoniana. La avaricia es mala, o como decía Don Ramón sobre la venganza: “Mata el alma y la envenena”.
Eso sí, sería injusto negar algunos méritos de la cinta, comenzando por el impagable trabajo de fotografía de Rodrigo Prieto y culminando con Michael Douglas, quien está a lo grande en su papel.
La de David Fincher podría decirse que es la misma película: explora la vida de un hombre consumido por su avaricia, pero el enfoque es totalmente distinto. Basada en el libro The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, la cinta de Fincher sigue el proceso mediante el cual los gemelos Winkleboss (ambos interpretados por Armie Hammer), contactaron a Marc Zuckerberg (un magistral Jesse Eisenberg, quien ya había hecho un trabajo increíble en The Squid and the Whale), luego de que éste se infiltrara en el sistema de redes internas de la Universidad de Harvard para que desarrollara una idea en la que los gemelos venían trabajando: hacer una red social que compitiera con las existentes. Igualmente, la película nos muestra al único amigo de Zuckerberg, Eduardo Saverin (Andrew Garfield), quien le dio todo el financiamiento.
La película no es injusta en este aspecto con la figura de Zuckerberg. Al contrario, se nos muestra a Zuckerberg “creando” (énfasis en comillas) las dos funciones que le dieron a Facebook un éxito superior al de las otras redes sociales. A saber: la facilidad de subir fotografías, etiquetarlas y comentarlas, que es de hecho la forma como el estudiante logra violar el sistema de la universidad, poniendo a sus compañeros a “evaluar” cuál de las chicas estudiantes es más guapa, y también es creación de Zuckerberg el status sentimental, que a la larga se convertiría en la gran carnada del mercado facebookiano. Los gemelos, según la tesis de la película, sólo habrían aportado la idea, que, además, no es original, ya que para cuando Facebook fue desarrollado ya existían redes como MySpace.
Los gemelos, según la tesis de la película, sólo habrían aportado la idea, que, además, no es original, ya que para cuando Facebook fue desarrollado ya existían redes como MySpace.
Quienes sigan con detenimiento la película del director de Seven se darán cuenta de que en el fondo el juicio de los gemelos no tenía mayor sustancia, y contrario a lo que he leído en algunas reseñas de la película, lejos de satanizar a Zuckerberg, la película lo sigue con objetividad y resalta su brillantez, amén de sus aportes. Dicho de otra forma: es probable que sin el genio de Zuckerberg Facebook no hubiese funcionado bajo el esquema que los gemelos habían concebido originalmente.
Pero la película no sigue sólo ese proceso judicial: sigue también la demanda de Saverin, el co-fundador del proyecto. La demanda de este último no es por derechos de autor, sino por haber sido dejado de lado del proyecto original. Y, respecto de este punto, la cinta asume, sin complejos, la tesis del demandante, según la cual Zuckerberg aisló a su amigo hasta sacarlo del proyecto, le dio una insignificante parte de las ganancias del proyecto que financió y además se movió a espaldas de Severin, complotado con Sean Parker (un extraordinario Justin Timberlake), creador de Napster, para sacarlo del negocio. Severin era el único amigo de Zuckerberg, lo vemos aguantándole los maltratos y desaires, propios de su personalidad huraña, misantrópica y alienada, por lo que partiendo de este punto Fincher y su guionista Aaron Sorkin reflexionan sobre el carácter aparentemente siniestro del protagonista, que en esta parte de la película luce como un ser aborrecible.
Más allá de eso, la película merece verse y aplaudirse, especialmente porque defiende una tesis que me parece acertada. Y es que Fincher, lejos de dirigir su dedo moralista contra los “perversos que nos deshumanizan en Internet”, antepone el mundo estudiantil de Harvard, con sus fraternidades, organizaciones de interrelación, reglamentos y leyes internas, además de cierto espíritu salvajemente darwiniano, como un reflejo de lo que después ocurrió en el mundo digital. Según Fincher, el aceptar o no una amistad en Facebook, el discriminar a las personas, burlarse de sus fotografías, crear grupos de desprecio, etc., no son actividades que nacieron con Internet, como sostienen los moralistas, sino que siempre han existido, incluso en los centros educativos que supuestamente deberían ser el reflejo de “los más altos valores de la sociedad”, porque de ahí sale “el futuro”.
La visión pesimista del director apunta contra éste y otros mitos, mostrándonos el mundo de Harvard como una selva feroz en la que sólo los más fuertes subsisten. Atención, por ejemplo, a la memorable escena de la competencia de canotaje. En este sentido, el filme de Fincher le da una paliza al de Stone, adicionalmente, porque sus personajes no tienen redención posible. Todos, quizás exceptuando un poco a Severin, son más o menos lo mismo, el reflejo de la sociedad contemporánea cuyo pecado capital no es la avaricia, sino algo más oscuro. ®
John Manuel Silva
En realidad hay pocos spoilers, si no has visto la película, no creo estarte contando nada esencial, de todas formas, procuraré trabajar eso.
judge
Chamo… Un consejo, no puedes hacer un review de una peli y hechar el cuento de la trama. Me explico. Yo vi WS1 en su epoca pero no he visto WS2. Leo esto porq me interesa tu opinion al respecto.. aun asi esperaba solamente comentarios sobre los actores y la pelicula como tal. No que me hecharas el cuento. hahaha…
Ademas «Moore queda seducido por el verbo de Gekko» porq seducido? acaso ahora deja de cortejar ala hija de gekko y le hecha los perros al viejo? :)
jeje hay muchos sinonimos pero «seducir» es bien especifico.
saludos.