Los cuentos de hadas han encontrado nuevas formas y representaciones en nuestros tiempos. True Blood, la exitosa serie televisiva, fue primero un libro de Charlaine Harris quien ha dedicado su obra a reconstruir el género.
Los cuentos de hadas (como el más bello ejemplo de la memoria mítica del hombre) son reelaborados conforme el pulso de los tiempos. En el siglo XVII representaron la voz protofeminista de las nobles intelectuales francesas. Aunque a fines del siglo XIX fueron el exponente máximo de la mojigatería de la época victoriana y en el siglo XX los fairy tales fueron completamente edulcorados por Disney, en el siglo XXI parecen florecer para recuperar su complejidad original y, más aún, cargados de sexo.
En el siglo XVII Madame d’Aulnoy introdujo en la nobleza francesa el gusto por los cuentos de hadas y los impulsó como una moda en los salones de París. Las mujeres de la corte vistieron a sus protagonistas a la última moda y relataron sus aventuras como divertimento en los salones, en donde tanto hombres como mujeres hallaron descanso del pesado clasicismo que había imperado hasta entonces.
Si bien Charles Perraut fue el máximo exponente, el “boom” de relatos de hadas fue impulsado en su mayoría por mujeres. Luis Alberto de Cuenca advierte en la introducción que hace de la antología de cuentos de D’Aulnoy El cuarto de las hadas (Siruela): “Estas cuentistas, pues eran mujeres en su mayoría, bebían de las fuentes del cuento popular, pero modificando sus estructuras”.
Desde entonces, a lo largo de la historia de la literatura y la cultura, los relatos fantásticos van y vienen, como un árbol de hoja estacional.
Faërie
Los cuentos de hadas no sólo son relatos infantiles que se refieren a seres del tamaño de un dedal, sentados en hojas y flores. De hecho, apunta J.R.R. Tolkien, en muy pocas ocasiones los verdaderos cuentos de hadas lo hacen. Más aún, añade, esos cuentos infantiles de pequeñas hadas son, por lo general fallidos y poco valiosos.
Los cuentos de hadas infantiles perdieron su complejidad argumental y fueron reducidos al maniqueísmo moral. Es en ese momento, también, cuando florece la cultura de las hadas de dedal, sombreros de flores, que se esconden tímidas en los jardines podados y castos de las casas de campo inglesas.
¿Cómo definir, pues, qué es un cuento de hadas? En su ensayo “Sobre los cuentos de hadas” Tolkien advierte que el término “cuentos de hadas” se refiere a un lugar o a un estado, no a un personaje. “Los cuentos de hadas no son sobre hadas (fairy) o elfos, sino cuentos de Fairy, es decir Faërie, el reino o el estado en el que las hadas tienen su ser. Faërie contiene muchas cosas además de elfos y duendes, enanos, brujas, trolls, gigantes o dragones: contiene también el mar, el sol, la luna, el cielo y la tierra, y todas las cosas que están en ella: los árboles y aves, agua y piedras, vino y pan, y nosotros, los mortales, cuando estamos encantados”.
Para que un relato sea considerado un cuento de hadas debe tener lugar en Faërie. Sus protagonistas deberán internarse en ese reino inaprensible, lleno de peligro constante y perenne, en el cual no se pueden hacer demasiadas preguntas, a riesgo de quedarse atrapado para siempre.
“El reino de los cuentos de hadas es ancho y profundo y lleno de muchas cosas […]: belleza que es un encantamiento, y peligro constante; hay tanto alegría como tristeza tan filosas como espadas. En ese reino un hombre puede, quizás, considerarse afortunado de internarse, pero su propia riqueza y rareza atará la lengua del viajero…”
La escritora, artista plástica y activista Terri Windling advierte que los cuentos de hadas para adultos fueron populares en Europa hasta bien entrado el siglo XIX. En Inglaterra, en ese mismo tiempo se comenzó a desarrollar la industria de la literatura para niños. Lo más fácil fue despojar esos relatos de sus rasgos más inquietantes, simplificarlos, endulzarlos (y después, ya en el siglo XX no sólo endulzarlos, sino edulcorarlos, con la llegada de Walt Disney).
Si consideramos que los cuentos de hadas son moldeados por la época de acuerdo con los valores culturales en curso, a partir de la época victoriana inglesa Faërie debió permanecer casta, para que ninguna audiencia (o reina de corazones rojos) se sintiera ofendida. Los cuentos de hadas infantiles perdieron su complejidad argumental y fueron reducidos al maniqueísmo moral. Es en ese momento, también, cuando florece la cultura de las hadas de dedal, sombreros de flores, que se esconden tímidas en los jardines podados y castos de las casas de campo inglesas.
¿El fin del macartismo mágico?
A finales del siglo XX e inicios del XXI una escritora de habla inglesa ha destacado en la creación de literatura fantástica y ha aportado nuevos personajes para la cultura popular. Es el caso de J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, saga de la que se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que ha marcado un antes y un después en la literatura infantil y juvenil.
Pero el mundo de Faërie no sólo puebla ya la literatura infantil. A través de los bestsellers regresa en el público un gusto por lo sobrenatural.
Ahí se encuentra Charlaine Harris, cuyos libros sobre las aventuras de Sookie Stackhouse sirvieron de inspiración para que Alan Ball creara la serie True Blood, que en capítulo final de su tercera temporada tuvo una audiencia de 5.4 millones de espectadores.
Sobre Harris se puede añadir que cuenta con un sólido oficio de escritora. Si bien su obra es cercana a la maquila del bestseller, se percibe en ella la tradición literaria del sur de Estados Unidos.
La saga de libros que relatan las aventuras de Sookie Stackhouse está considerada como literatura de misterio o de vampiros. Pero el universo en el que se desenvuelve está plagado de hombres-lobo, ménades, brujas e incluso hadas de —paradójicamente— carne y hueso.
Pero también se dice que los libros de Harris son “clasificación C” por las detalladas escenas de sexo con vampiros, hombres-lobo y otras bestias del mundo sobrenatural.
El reino de Faërie se devela en los pantanos y campos del norte de Louisiana, en el que lo sobrenatural interactúa con los pobladores de un pequeño pueblo, de escasos bienes económicos y culturales.
Sobre Harris se puede añadir que cuenta con un sólido oficio de escritora. Si bien su obra es cercana a la maquila del bestseller, se percibe en ella la tradición literaria del sur de Estados Unidos.
La pluma fácil de Harris (y más aún la exitosa serie de televisión) recuerda de algún modo los relatos liberales de Madame d’Aulnoy. Sus desventuras y desengaños recuerdan aún más los cuentos de hadas primigenios, donde no había un final feliz garantizado, en donde Caperucita era irremediablemente devorada por el lobo; en donde la bella durmiente era embarazada por su príncipe mientras seguía dormida, y en donde un error podría cambiar de forma determinante el curso de la vida. ®
César Anglas Rabines
Totalmente de acuerdo, los cuentos de hadas en un principio fueron advertencias para los adultos, con finales trágicos para los niños que eran abandonados, asesinados, maltratados, etc, por sus propios padres (que los cambiaron después por padrastros), o caían en las drogas (como el chico de las habichuelas mágicas, o la misma Alicia con los hongos), entre otras cosas no muy gratas. Luego, todo eso fue endulzado, muy torpemente pienso yo. Quizás en este siglo XXI se pueda dar un nuevo giro al péndulo y poner a los cuentos de hadas en su justo medio, con una humanidad más madura.