El nuevo disco de Vincent Kenis es motivo de celebración. ¿Por qué? Existen creadores que se niegan al pensamiento único y la estandarización.
La historia de la música muestra distintas líneas paralelas que a primera vista parecen no provenir de un mismo origen. Frecuentemente, las noticias que se producen sobre el árbol genealógico de la especie humana alimentan una polémica sobre la cantidad de ramas existentes y sus derivaciones, soslayando la existencia de una fuente original, aunque no la tengamos clara.
Tales apreciaciones intempestivas nos llevan a generalizaciones. En lo musical, solemos identificar a África con los ritmos y cedemos a Occidente el desarrollo de melodía y armonía, aun sabiendo que esos elementos se manifiestan en todas y cada una de las tradiciones musicales.
Aun así, no podemos sino agradecer a la eclosión de la música electrónica que los occidentales dieron una importancia renovada a la rítmica —fuese generada con tambores o computadoras. De repente, ese sentido primigenio de la percusión remendó el vínculo entre pasado y presente.
Quizá sean las manías de la industria comercial de la música lo que estimule esa tendencia a meter cada cosa a un cajón etiquetado. Nos quieren vender géneros puros y hay poca preocupación por lo demás, por todo lo “otro” que no pertenezca al feudo. Pero en la práctica no ocurre así, ni los más puristas defensores de la música clásica han logrado preservar sus composiciones sin influencias del folklore y otros elementos de diversidad cultural. Nos hacen creer que los countries no entienden el rap, que hay folkies que no conocen del metal o que para “todas” las figuras del pop está prohibido explorar en sociedades distantes y conocer sus estilos.
No podemos sino agradecer a la eclosión de la música electrónica que los occidentales dieron una importancia renovada a la rítmica —fuese generada con tambores o computadoras. De repente, ese sentido primigenio de la percusión remendó el vínculo entre pasado y presente.
Es verdad que hay intereses, ciertas prácticas obtusas, o de lo contrario todo lo atípico al mundo occidental no sería encajonado con el apelativo de world music. Por ello no dejan de ser importantes todos aquellos visionarios que no creen en fronteras y mucho menos si se trata de fenómenos culturales. Es fundamental reconocer una influencia y producción cada vez más polidireccional y multiétnica. Los contenidos artísticos se dispersan y acusan diversos referentes al momento de su elaboración y difusión.
Por fortuna existen creadores y promotores que se niegan al pensamiento único y la estandarización. Que entienden que con el conocimiento y aprecio de lo diferente se promueve también una valoración de lo propio, que contribuye a una sana comprensión de la identidad.
Es por ello que es motivo de celebración y análisis la aparición de un disco como Tradi-Mods Vs. Rockers (Alternative Takes on Congotronics), que no hace sino proyectar la estela de gran lustre con la que cuenta el sello belga Crammed, que potenció su exploración musical a través de la serie Congotronics y el primer álbum en forma de Konono No. 1 a mediados del 2004. Gracias a aquel disco el mundo conoció los alcances de un grupo popular que con recursos ínfimos y rústicos consiguió electrificar su sonido y sorprender con su crepitante chatarreo.
La colección que ha desarrollado Vincent Kenis cuenta con discos entre los que se cuentan otras agrupaciones africanas que han obtenido el favor de la crítica occidental, como Kasai Allstars y Staff Benda Bilili (grupo de ejecutantes en silla de ruedas).
La gente de Crammed se dio cuenta de que sus propuestas atraían por igual a interesados en el folk de nuevo cuño que a miembros de la electrónica de avanzada. Pensando más en estos últimos editaron Congotronics Vinyl Box Set, con lo que abrieron grandes posibilidades para las remezclas. Una fórmula que funcionó, pero decidieron llevarla un paso adelante.
Las percusiones ancestrales contribuyen a desarrollar novísimos ritmos que recrean la experiencia de un trance que comenzó en la aldea, recorrió salones diversos y se perdió en el paroxístico juego de los escenarios y pistas de baile contemporáneos.
Si bien ya era conocido que DJs productores trabajaran con acervos folklóricos, ahora se gestó la oportunidad para que creadores de la más diversa ralea utilizaran el acervo. Lo que ocurrió es que entre más lejanía aparente, mayor sorpresa en el hallazgo experimental. Lo que es evidente en alguien que roza frecuentemente los pasajes orquestales clásicos como Andrew Bird, pero también en rockeros de esencia country como Megafaun o en alguien que le da vuelta a la tradición latinoamericana como Juana Molina.
Tradi-Mods vs. Rockers (2010) es generoso en su oferta; se extiende hasta alcanzar 26 cortes que pasan por el delirante universo de Animal Collective —siempre con pasión primitivista—, acotan el refinado minimalismo de Moritz Von Oswald y aterrizan en el oscuro dubstep de Shackleton y Bass Clef.
Las percusiones ancestrales contribuyen a desarrollar novísimos ritmos que recrean la experiencia de un trance que comenzó en la aldea, recorrió salones diversos y se perdió en el paroxístico juego de los escenarios y pistas de baile contemporáneos.
Acá no hay límites, el sonido western de Jolie Holland y Glenn Kotche (de Wilco) intenta entreverarse con lo africano, con la misma intensidad con que lo intentan gente más freak como Michachu, Deerhoof y Lonely Drifter Karen. Lo mismo intentan quien procede del ambient de acentos neoclásicos como Sylvain Chauveau o del tecno más frío, como los alemanes Burnt Friedman y Mark Ernestus (de Basic Channel).
La sensación que trae consigo escuchar estos encuentros —unos más radicales que otros— es que no importa el tipo de música que se ejecute, algo en su ADN nos remite a un pasado común, a una sola raíz, a un principio que nos reconcilia como especie. ®