Radiografía cotidiana de un músico indie

El día a día de Vicente Jáuregui

Tal pareciera que el mundo del rock es sinónimo de glamour, de juergas sempiternas y de todo tipo de excesos que conllevan lujo y sofisticación. Pero en un país en el que ya casi no se venden discos, en que la infraestructura musical es precaria y el pago por tocar en vivo algo siempre incierto, un joven músico no la tiene fácil para sobrevivir en la capital de la república, y menos si arriba desde la provincia.

Vicente Jáuregui

La idea de esta entrevista es ofrecer un acercamiento a la cotidianidad de un músico independiente que además ha probado fortuna en el campo del periodismo. Acá no hay limusinas ni alfombra roja sino un viaje en una camioneta repleta hasta Austin, Texas, para tocar un lapso breve, y largas horas de corrección frente a una computadora, lo que le resta tiempo a los ensayos con el grupo.

Se trata de un testimonio que ejemplifica la manera en que una joven camada de músicos busca irse abriendo brecha en el México de hoy.

—¿Cómo fue tu infancia y adolescencia en Michoacán?

—Soy de Uruapan. Es un lugar de excelente clima, y crecí con una familia que procuró lo mejor para mí, en una época en la que todavía no gobernaban los narcos ni se cortaban cabezas fuera de las taquerías.

—¿En qué momento sentiste que querías ser músico y dedicarte profesionalmente a ello?

—Sinceramente, llegué a la música por accidente; si bien desde niño sentí su poder y era lo único capaz de sacarme del letargo. A los catorce era fan de Guns N’ Roses, compraba todo de ellos, y un día me hice de un Guitarra fácil creyendo que era una revista de fotos. Cuando mi padre me vio emulando los acordes en una regla T me sugirió comprar una guitarra sin saber que estaba desatando una verdadera pasión en mí.

—¿Era fácil hacerte de cosas que te alimentaran culturalmente viviendo en la provincia?

—Claro que no. Internet no existía, y la cultura era algo que cada quién debía procurarse. La cultura parecía esa chica guapa que nunca dejan salir pero tú buscas obsesivamente, y por ello, era cuestión de estricta sobrevivencia personal.

—¿En qué momento decidiste partir y qué fue lo primero que llegaste a hacer a la ciudad?

—Decidí partir desde la primera vez que vine al D.F., como en 1990. En esa ocasión visité Coyoacán y me pareció fascinante encontrar a tanta banda. Luego lo que hice fue visitar el Alicia, un lugar mítico que rebasó mis expectativas.

—Cuéntanos un poco de tu época cuando trabajaste de roadie de otros músicos.

—Nunca pensé que sería roadie de alguien. Pero como todas las buenas cosas, el asunto comenzó por accidente: cuando vi por primera vez a Santa Sabina (en Morelia), Alex Otaola me impactó con su sonido y su manera de “abusar” de la guitarra. Al final del toquín me acerqué en plan súper fan para pedirle su mail y un autógrafo. En ese momento comenzó una comunicación epistolar electrónica que habrá durado unos tres años, los suficientes para que Otaola comprobara que mi nivel de clavadez no tiene límites, je, je.

«Pero como todas las buenas cosas, el asunto comenzó por accidente: cuando vi por primera vez a Santa Sabina (en Morelia), Alex Otaola me impactó con su sonido y su manera de “abusar” de la guitarra. Al final del toquín me acerqué en plan súper fan para pedirle su mail y un autógrafo. En ese momento comenzó una comunicación epistolar electrónica que habrá durado unos tres años»

”Cuando me vine al D.F. fui a ver a La Barranca al Chopo, y al final aproveché para conocerlos y entregarles un texto que había escrito sobre su disco Denzura. Un mes después Fernanda Martínez me invitó a presentar su disco en El Alicia. Era la primera vez que yo tocaba en el D.F., y mi entusiasmo se fue a las nubes cuando vi que José Manuel Aguilera estaba entre la audiencia. No lo podía creer, y mucho menos que al final se aventó un palomazo con Jaime López, ¡y con mi guitarra! Pienso que debutar con tu guitarrista favorito como espectador es algo excepcional, tanto como el día en que Otaola me envió un mail para preguntarme si me latía ser técnico de guitarras de La Barranca. Varios meses después, en Monterrey, Otaola me confesó que fue la clavadez de esos mails que le envíe años atrás, y que además yo era guitarrista, la razón por la cual todos en La Barranca votaran afirmativamente para que yo fuera su roadie. Supongo que en algunos casos ser fan tiene sus recompensas.

—¿Cómo fue que te abriste espacio en una ciudad y un ambiente que te eran desconocidos?

—Llegué a la ciudad dos semanas después de hacer el último examen en la facultad de Filosofía. Según yo, acá haría la tesis. Obviamente no he escrito ni una sola cuartilla. Literalmente, el primer año la pasé muy mal, no conocía a nadie, salía a tocadas yo solo y rara vez entablaba conversaciones. Me sentía como un bicho raro, solía estar deprimido todo el tiempo, sobre todo porque trabajaba en una librería que se jacta de humanista y te trata y paga miserablemente. Toqué puertas en editoriales, pero nunca hubo éxito. Me vi con varios músicos que encontré en clasificados y nunca topé algo decente. Me cuestionaba casi a diario qué demonios hacía en el D.F. Entonces me cambié de trabajo y de casa: me fui al Centro y chambeaba de garrotero y barman en la Condesa. Comencé a tener compas, conocí a tres chicas que trabajaban en sus discos (Leticia Servín, Fernanda Martínez y Carina Rico).

”Comencé a tocar y a conocer más gente. Después vino lo de La Barranca, pero seguía en el restaurante. Un día, una novia conoció al entonces editor de Marvin, Humberto Polar, y le dijo que yo estaba interesado en escribir. Polar le pasó su mail y al siguiente día le escribí para decirle que tenía una entrevista sobre el disco solista de Alonso Arreola. Obvio era mentira, pero la demora de su respuesta me dio tiempo para hacer la entrevista y tenerla editada y pulida. A partir de ese momento, el entusiasmo me hizo ir a las oficinas de Marvin; me presenté y les hice miles de propuestas de artículos. A varios me decían que no, que eran cosas muy locas. Total, un día, Ingrid Constant me dijo que necesitaban un asistente. Al siguiente día ahí estuve, renuncié al restaurante, y poco a poco se dieron las cosas, hasta que me hice cargo de la edición.

—¿En qué momento consideraste el periodismo una opción laboral?

—Después de estar en el Conservatorio de Las Rosas me cayeron unos libros de Nietzche. Como no entendí nada, decidí meterme a Filosofía. Estando ahí descubrí La Mosca en la Pared… me divertía tanto leyendo que pensé en escribir sobre música y hasta el momento no he parado de hacerlo.

—¿Cómo se dio el proceso de formación de Capo, tu grupo actual?

—Yo tocaba en Selle con Adrián, bataco de Capo. Un día alternamos en Casa Hilvana con Señora Kong, la banda donde Tito era bajista. Al final Tito se me acercó y me dijo que le habían gustado mis liras. Me puso un par de canciones y la semana siguiente ya estábamos ensayándolas. Me latió su manera de cantar rock en español.

—¿Cómo vas librando el asunto de la economía diaria?

«Después de estar en el Conservatorio de Las Rosas me cayeron unos libros de Nietzche. Como no entendí nada, decidí meterme a Filosofía. Estando ahí descubrí La Mosca en la Pared… me divertía tanto leyendo que pensé en escribir sobre música y hasta el momento no he parado de hacerlo»

—La parte financiera ha sido muy complicada, pero siempre me he asegurado de tener un trabajo que me permita tocar. Hasta la fecha la única chamba musical de la que he vivido en D.F. ha sido como guitarrista del Haragán, chamba que conseguí, una vez más, gracias a la recomendación de Alex Otaola. De ahí en fuera, la mayoría de las veces, al tocar rock original he ganado acaso para el taxi, o para la cena del día. Ahora con Capo, casi todo el dinero que ha entrado se va en pagar ingeniero, pagar transporte, y contadas ocasiones hemos regresado con dinero después de tocar. Parece que una banda es la PYME a mayor largo plazo, y la que más incertidumbre y riesgos conlleva. Afortunadamente nunca le he sacado a la chamba y hasta hoy no ha faltado algo que hacer para pagar la renta.

—¿Qué piensas del actual momento del rock mexicano en relación con el manejo financiero de un grupo y la posibilidad de vivir de tocar?

—Mientras las bandas sigamos tocando de a grapa siempre habrá gente ofreciendo presentaciones sin paga y músicos invirtiendo dinero perdido en ello. Me parece que hay gente respetable haciendo conciertos dignos para las bandas, pero la mayoría de los promotores buscan lucrar con el talento de los músicos sin darles un solo centavo. En la medida en que eso prevalezca, pocos músicos podremos vivir de la música.

—Tras viajar a Texas en auto, con recursos limitados, ¿qué visión tienes de la vida del músico?

—Siempre lo he dicho, ser músico es un ejercicio de necedad y aunque ese viaje a Texas fue pesado y hubo varios contratiempos, reafirmó mi idea de que al final, cuando te paras en el escenario, sea por media, una o dos horas, la experiencia no tiene comparación y cualquier esfuerzo vale la pena.

—Con todo lo que implica este ambiente es difícil pensar en un desarrollo a largo plazo; ¿se puede estar consciente del paso del tiempo y de cosas como la vejez?

—Para estar en la música debes tener un cierto chip de Peter Pan; creer que la edad no importa, pues una vez que asumas el peso de los años seguro terminarás rendido en una taquería o un taxi. Aunque me haga viejo, creo que nunca habrá algo que me interese más que tocar música, sea en mi casa o para un festival inexistente.

—¿Es posible considerar la opción de una vida matrimonial común y corriente?

—¿Matrimonio?, casi imposible. A menos que tu pareja entienda y comparta un espíritu romántico, o que seas un músico consagrado. La idea del matrimonio equivale a una gradual despedida del rock. Sobre todo si realmente buscas hacer de ello algo profesional y serio. Si sólo buscas pasar el rato y divertirte, seguro tu esposa nunca te reclamará por qué en lugar de comprarle ropa sigues gastando en idioteces como pedales de guitarra, horas de estudio o maquila de discos.

—¿Qué es lo que te sigue ilusionando de la música?

—Aquí sí me quedo sin palabras. La música que me gusta me produce algo indescriptible. Sólo me ilusiona la magia de traer colgada una guitarra lista para ser explorada. ®

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Publicado en: Mayo 2011, Música

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