“Rodeados de misterio y cuasi anonimato, Inga Copeland y Dean Blunt, procedentes de Gran Bretaña y Rusia, negros y caucásicos por determinación racial y alemanes por ubicación, se muestran cínicos y distantes ante la explicación de su propuesta sonora.”
Navegar la red hoy día, con la acostumbrada indeterminación viciada que lo caracteriza, puede ser el equivalente a esas madrugadas de dimensión desconocida en la que se intentaba buscar un subterfugio dentro del cuadrante del radio. Y así, perdido en la frecuencia del ruido informativo, alguna vez acontece el raro fenómeno de establecer sintonía con algo se comunica con esa materia extraña de la que estamos hechos.
Ejemplo de libro de texto de lo anteriormente dicho es esa extraña alianza entre dos cuerpos que se hacen llamar Hype Williams, un extraño accidente de sintonía que por su deliberada distancia sónica podría parecer casi una emisión mal vibrada de radio y cuya habilidad noctívaga posee la capacidad de concentrar la sangre en los centros destinados a la añoranza, el deseo y la simulación.
La ambigüedad del chiste de nombrarse como un fulano que dirige videos chapuceros de hip hop dificulta en cierta medida su precisa localización dentro de un cuadrante, pero en realidad es tan sólo la punta del iceberg que anticipa un reciclaje de referencias cruzadas y deliberadamente confusas, cargadas de una atmósfera viciada y nostálgica, emisora de una época quizás nunca realmente vivida, sino simulada a través de un programa de televisión.
Rodeados de misterio y cuasi anonimato, Inga Copeland y Dean Blunt, procedentes de Gran Bretaña y Rusia, negros y caucásicos por determinación racial y alemanes por ubicación, se muestran cínicos y distantes ante la explicación de su propuesta sonora, dejándonos a merced de sus promiscuos ambientes insinuantes de esos tiempos pasados que habitan en la punta de la lengua, estados de la mente llenos de vapor pinchados por la consola de un videojuego y seducciones lentas a base de una cadencia pesarosa y arrepentida por un tiempo que quizás nunca llegó.
Ejemplo de libro de texto de lo anteriormente dicho es esa extraña alianza entre dos cuerpos que se hacen llamar Hype Williams, un extraño accidente de sintonía que por su deliberada distancia sónica podría parecer casi una emisión mal vibrada de radio y cuya habilidad noctívaga posee la capacidad de concentrar la sangre en los centros destinados a la añoranza, el deseo y la simulación.
Absolutos creyentes del manifiesto DIY, como un gesto nostálgico, aquí desprovisto de la ira que a veces lo caracteriza, los Hype Williams eluden las posibles cadenas de rotación para colocar sus sonidos en las orejas de los escuchas, bastándose casi por completo de los canales de autopromoción para establecer su existencia. Soberbio paradigma de ello es su canal ubicado en You Tube, un espacio de inadvertida promoción que en ocasiones muestra al elusivo dueto en acciones nimias y cotidianas, actuando en la revolución contraria a la velocidad de la vida, resonando dentro del pop cinemático de Andy Warhol esta vez recubierto de un halo de misterio y actores invitados por los sueños que se nutren del brillo de un televisor.
Sus escasas entregas físicas están limitadas a la nostalgia del LP o a lo inmediato del MP3, justificando el uso indiscriminado de los audífonos y especialmente aquella tarea olvidada de ver girar los discos. Pero lejos de establecer algún punto o mapa de ubicación que los haga aterrizar, la materialización en objeto prolonga el enigma al presentar piezas carentes de título o aludir de manera privada y socarrona al vernacular pop, estableciendo que para Hype Williams la desorientación es parte de su religión.
Encontrarse con ellos dependerá del accidente, pero también del clima, pues escuchando los sonidos que ofrecen se puede pensar que contrario a lo que la RAE y su votantes opinan, “estupefaciente” es la palabra más bonita del español. ®