“Tengo la absoluta certeza de que la mayoría de las bandas de música de Tijuana viven en el error”, dice el autor de esta reflexión, y añade que “la ausencia de todo futuro musical en esta ciudad es la prueba fehaciente de que dios no existe”.
El paupérrimo PIB musical
Primero que nada, hablemos de su Producto Interno Bruto en materia de calidad. Es fácil calcularlo: Tijuana es una ciudad de más de dos millones de habitantes. Esto debería implicar mayor número de bandas, muchas disqueras o estudios de grabación independientes, y por lo menos más de dos escenas consistentes, multidisciplinarias, sincréticas en el mejor de los casos, que sitúen a Tijuana, en lo musical, como una ciudad que puede generar mejores payasos que Julieta Venegas o el conflictuado colectivo Nortec. Digo esto con todo el afán de ofender a quien corresponda.
Pongamos como ejemplo brutal las innumerables ciudades que con un cuarto de población logran parir docenas de proyectos musicales, y que aunque podamos esgrimir argumentos pusilánimes como la falta de apoyo gubernamental y la ausencia de educación, es en realidad la falta de imaginación, la ausencia de una identidad colectiva y la apatía generalizada lo que impide que por fin Tijuana recupere ánimos que provoquen escenas incluyentes, innovadoras, y no licuados indigestos que brincan a través de la barda fronteriza en forma de paquetes de identidad o identikits para que, al ser adquiridos por la media juvenil tijuanita, proyecten escenas plásticas, huecas, aburridas y sosas. Viles réplicas de ciudades como Austin, Toronto, Louisville, Ghent, Berlín, Wellington o Canterbury, todas ellas ciudades con un neto de población mucho menor o semejante a Tijuana.
Racismo y exclusión de la más baja ralea
Hace una semana exactamente pasé por la calle Sexta, y en la ventana o aparador de la tienda de discos Ciruela Eléctrica había media docena de anuncios donde bandas solicitaban músicos, integrantes y vocalistas. Uno de ellos exigía, más que solicitar, a un vocalista con influencias de Nine Inch Nails, Ramnstein y hasta Marilyn Manson, quien además debía ser delgado y con vestimentas darkies pues especifican sin pudor que no aceptarían a un gordo como cantante. Sin ponerme a dilucidar sobre la pobrísima cultura musical de la banda en marras, me dispuse a leer otro anuncio donde con un tono más amigable invitaban a cualquier guitarrista a tocar siempre y cuando tuviera una guitarra Warlock B.C Rage como equipo, pues sus influencias metaleras, entre las que figuraban bandas comercialísimas como Cradle of Filth, Slayer y Megadeth demandaban guitarras de ese calibre.
El resto de los anuncios recitaba basura semejante. Un anuncio, evidentemente de una banda hipster, pedía a un bajista que tuviera buenas vibras como requisito pero también que tuviera, además de influencias de bandas y músicos que desfilaron por festivales podridos como Coachella, la influencia de escritores y terapeutas como Jodorowsky y Jean Paul Sartre.
El resto de los anuncios recitaba basura semejante. Un anuncio, evidentemente de una banda hipster, pedía a un bajista que tuviera buenas vibras como requisito pero también que tuviera, además de influencias de bandas y músicos que desfilaron por festivales podridos como Coachella, la influencia de escritores y terapeutas como Jodorowsky y Jean Paul Sartre.
Los que lean esto quizá puedan decir que el esnobismo es un mal casi necesario en la mayoría del arte, pero cuando también te enteras de que las Butcherettes, ese duo tapatío ya extinto, puso en sus influencias la literatura de autoras soporíferas como Silvia Plath, quien metió la cabeza en el horno para dejar de aburrir a la humanidad, y feministas de bolsillo, de ésas que cualquier feminista con dos dedos de frente conoce, como Susan B. Anthony, ya no puedes sentir sorpresa sino un infinito penajenismo que también te permite deglutir bandas más cirqueras que propositivas como Descartes a Kant.
(Por cierto, no hay mejor forma de demostrar el esnobismo descarado de Descartes a Kant que preguntarles por qué no escogieron intelectuales o filósofos nacionales para bautizarse, como De Lucas Alamán a Luis Mora, o De Justo Sierra a José Vasconcelos, o más aún, De Xavier Mina a Fray Servando Teresa de Mier).
Pero volvamos a Tijuana
Oh, Tijuana. Pude disfrutar cuando tuviste una variopinta de conciertos. Tocó Nirvana, tocó Tool. Tocaron los Varukers y también tocó Exploited. Hace poco tocó el ex bajista de New Order y Joy Division, y a las nuevas generaciones sólo les faltó decir que los visitó dios, que no existe, pues la ausencia de todo futuro musical en esta ciudad es la prueba fehaciente de que dios no existe.
El error no acaba únicamente en suponer que la vanguardia por sí sola es la respuesta a las necesidades musicales de la ciudad. La ciudad también padece de un anacronismo desmesurado. Desde las bandas que pegan con impudicia cándida sus influencias musicales de bandas anquilosadas, gastadas por el manoseo recalcitrante de la actualidad popular, hasta aquellas que suponen que tocar grunge es rebatir una actualidad que ni siquiera es moderna sino copiada y adaptada.
No me gusta rememorar y soy enemigo de pregonar que todo tiempo pasado fue mejor que el actual. No hay mejor tiempo que el actual. La Tijuana de hoy es lo que obtuvimos por las décadas pasadas, por la falta de cohesión y sensibilidad para lograr una secuencia que nos permita presentar una historiografía lógica para justificar nuestra falta de producción, y sobre todo, la lamentable e inocultable realidad de músicos y artistas tijuanenses que emigran a la Ciudad de México para provocar un one hit wonder antes de desaparecer en la frivolidad de una ciudad que necesita consumir innovación a toda costa.
¿Cuántos tijuanitas aguardan en la Ciudad de México el momento de su gloria? No solamente en literatura, donde apenas hay trasluz para esos escritorzuelos oportunistas que se inventan relatos sobre sicarios y narcotraficantes y que alguna editorial hambrienta de bestsellers los recibe al aire para luego distribuirlos en supermercados. También su música. Desde aquella Julieta Venegas con cejas juntas, con unicejas, hasta la Venegas depilada, pantalón ceñido y cabello a plancha y maquillada. Tijuanenses de posproducción. Artistas cuyo error es suponer que nadie es profeta en su tierra.
El error no acaba únicamente en suponer que la vanguardia por sí sola es la respuesta a las necesidades musicales de la ciudad. La ciudad también padece de un anacronismo desmesurado. Desde las bandas que pegan con impudicia cándida sus influencias musicales de bandas anquilosadas, gastadas por el manoseo recalcitrante de la actualidad popular, hasta aquellas que suponen que tocar grunge es rebatir una actualidad que ni siquiera es moderna sino copiada y adaptada.
Especialmente en las circunstancias actuales, donde la información converge casi inmediatamente con nuestras necesidades: quieres pornografía, la obtienes; quieres libros para tu kindle, los consigues; buscas la discografía completa de esa banda improbable que supusiste inexistente: ya no es como en los noventa, donde actualizar tu discoteca era un asunto de peregrinajes e intuiciones. Ahora, saber de música no es potestad de pedantes y tipos gordos y feos que convalidan su falta de coolness con poses de melómano. Ahora cualquiera puede, y debe porque está ahí y no tomarlo es desperdiciar, absorber y consumir música con una inmediatez desmesurada. Venir a decir entonces que tus influencias musicales son bandas que pasan por la radio te delata como un auténtico ignorante. Uno imperdonable, además, pues todo se te ha dado y has decidido no tomarlo por apatía, huevonada o franca estupidez.
Sin embargo, para evitar mayores comparaciones, la propuesta estriba en pensar diferente. Quizá con ímpetu inconoclasta, pero también en la búsqueda de la franca diferencia. La solución es inexistente, porque no se trata de una fórmula, sino de sincretismo, de reconciliación de diversas voluntades. El objetivo puede ser la franca experimentación. Si algo hay que reconocerle a Nortec, por ejemplo, fue su ánimo por la experimentación y el sincretismo en su propuesta. No se puede generar identidad o identidades en una ciudad cuyo devenir histórico permitiría la libre interacción de propuestas contrarias y hasta divergentes, sino a través de la experimentación y el sincretismo. Debe haber una reconciliación entre las diversidades. Aun cuando algunas propongan absolutamente nada y su estampa y estilo sean repetitivos y anacrónicos.
Ello, y el cuestionamiento continuo. Siempre generar duda. Vivir en la perpetua pregunta: ¿Es esto bueno? ¿Es esto definitivo? ¿Es éste mi estilo o simplemente una regurgitación transcultural? De la duda proviene la crítica. Afirmo esto aun cuando existan corrientes filosóficas en contrario. Aunque, al cuestionarnos, al referir explícitamente lo que somos y, en consecuencia, lo que no somos ni podremos ser, deviene sin más la certeza de la crítica que nos conducirá a pensar diferente. Es la continua diferencia lo que puede salvarnos del insufrible aburrimiento que padecemos a manos de esas bandas seudovanguardistas que sólo podrían sorprender a quien lleve quince años sin internet o, peor aún, esas bandas podridas que insisten en revivir periodos que en realidad nunca lo fueron, como el grunge. ®