George Steiner es uno de los lectores más lúcidos que ha dado la crítica en el último siglo. El libro aquí reseñado abarca el lenguaje, pero también la política y la religión, e inclusive se da el lujo de compartir un relato.
En la producción de George Steiner hay libros profundos, como En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de la cultura (1971) o Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción (1975), pero existen también obras ligeras, a manera de divertimentos o meros mosaicos, como Les logocrates (Éditions de l’Herne, 2003), un intento lúdico que recoge tres vertientes del autor: sus acostumbrados y sesudos ensayos sobre aspectos del lenguaje, pensamiento, política o religión, dos entrevistas de semblanza y una curiosa tentativa de relato, titulada “A las cinco de la tarde”, en recuerdo del poema “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” (1935). La acción se desarrolla entre la Ciudad de México y Medellín, en tiempos de la persecución de Pablo Escobar. Un grupo de poetas ambulantes y declamadores callejeros decide ir a predicar la paz al infierno. Entre citas de García Lorca y Octavio Paz, alusiones a Homero Aridjis y Gabriel Zaid, pasajes en latín del libro décimo de Las metamorfosis de Ovidio, Steiner teje una trama político-detectivesca nada desdeñable que, incluso se deja leer como ácida crítica al sistema estadounidense, con el consabido sangriento desenlace.
Las entrevistas, realizadas por Ronald A. Sharp y François L’Yvonnet, no añaden gran cosa a lo que el crítico ha tenido a bien revelar de sí mismo. La trágica y a la vez privilegiada historia familiar, con la anécdota del padre quien, en vísperas de la Segunda Guerra, abandona Viena, la patria de su esposa, para mudarse a París, donde en 1929 viene al mundo George, luego sus buenos oficios ante el gobierno estadounidense representando los intereses de Francia en la adquisición de material de guerra. La advertencia de un antiguo conocido en Viena, ahora al servicio de Siemens y el Reich, de que se marche de Europa de inmediato y ponga a salvo a su familia en América. La educación del niño a través de escuelas en Nueva York, su entrada al liceo francés de aquella metrópoli, entonces regenteado por luminarias en el exilio. Su paso por las universidades de Chicago, Harvard, Óxford, para finalmente establecerse como catedrático en Ginebra y Nueva York.
Los ensayos de Los logócratas [México: Siruela-FCE, 2010] se dividen en dos secciones: “Mito y lenguaje”, por un lado, y “Los libros nos necesitan”, por otro, ambos repasos obligados por las ideas de batalla del autor, centradas en la docencia y la salvaguarda de la cultura del libro frente a la barbarie. La traducción al castellano se hizo en España y, sobre todo en el relato, deja mucho que desear, para oídos latinoamericanos sensibles. Hay erratas dignas de mención en latín y en español (en el original). Las primeras a propósito de unos versos de Catulo que dicen: Quoi dono lepidum novum libelum [libellum]? y Quod o patrona virgo / plus uno maneat peremno saeculo [perenne sæclo]. En el relato puede leerse: “Los puntos de tránsito, mediante aviones ligeros, motoras o recaderos sueltos, las bolsas donde se negociaban las expediciones y se pesaban las mercancías compradas a plazos, estaban en Ciudad Juárez, en Tijuana, en Cucuña”. Esta última población cabría aclarar, a María Condor [sic] y la editorial Siruela, está enclavada en Coahuila y se llama Acuña, un apellido vasco, por cierto, que era el de un poeta del romanticismo mexicano, eso a propósito de alusiones librescas. ®