Adiós al instante decisivo

Instantáneas, ocurrencias y plagios

Todo el mundo trae una cámara fotográfica en la mano, pero eso no los convierte en fotógrafos. La accesibilidad del medio no crea artistas, crea usuarios o consumidores. Con el híbrido comercial que ha unido un teléfono a una cámara la fotografía se ha convertido en un gesto automático.

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Las personas hacen fotografías sin pensar y por cualquier motivo. Esto ha confundido a la facilidad con la calidad. En el arte es ya una constante que si se trata de una expresión del “estilo contemporáneo” ésta no tiene por qué pasar por una jerarquía de calidad, del mismo modo los artistas se dieron de alta como fotógrafos “conceptuales” sin tener idea siquiera de los aspectos más elementales de la imagen. Exposiciones de fotografías fuera de foco, con encuadres absurdos, sacadas con teléfonos o con bajísima calidad, con temas que van desde las rayas amarillas de las aceras de la calle, imágenes de los amigos en fiestas, fachadas de restaurantes de cadena estadounidenses, lotes baldíos… La constante es que el material fotográfico no tiene calidad ni osadía ni propuesta estética. Su valor radica en la improvisación, en la reiteración maniaca y en el desprecio intencional a los avances estéticos de la fotografía verdaderamente artística. No alcanzan ni la valentía de las fotos que hacen los reporteros gráficos, quienes en muchas ocasiones arriesgan su vida para captar una imagen y que con la presión del entorno aun tienen el cuidado de buscar un rasgo de belleza en la luz o en el encuadre. La fotografía conceptual tampoco tiene la calidad que exige la fotografía comercial que compite con ferocidad en foros de una alta exigencia y que ha consagrado trabajos que son ahora canon estético. ¿Qué son, entonces? Se supone que artistas, así a secas. ¿Pero en qué reside su arte si no alcanzan un nivel real de destreza, inteligencia o belleza?

La constante es que el material fotográfico no tiene calidad ni osadía ni propuesta estética. Su valor radica en la improvisación, en la reiteración maniaca y en el desprecio intencional a los avances estéticos de la fotografía verdaderamente artística.

Una exposición con fotos de agujeros en la pared es aceptada como arte, pero a las imágenes que produce un reportero gráfico las llaman testimonio. ¿Por qué razón unas son arte y otras no? Por el capricho de la curaduría. Exposiciones con fotos realizadas con un teléfono y a las que se reviste con un discurso curatorial se presentan como obras que se hacen con las nuevas tecnologías; a esto debe sumarse que subir las fotos a Facebook es también una forma de arte.

Gabriel Orozco, "Pelota ponchada", 1993.

Gabriel Orozco, «Pelota ponchada», 1993.

La fotografía ha creado valor artístico, se deslinda constantemente de la ambivalencia que da la improvisación o el encasillamiento del trabajo comercial. Los artistas de la lente se debaten para captar imágenes que superen la condición de objeto de consumo y que revolucionen la idea que tenemos de la fotografía. Que los artistas contemporáneos la tomen para banalizar este trabajo y sea parte de las múltiples formas que han pervertido es un golpe a la fotografía. Con la ya agotada excusa de que usan “nuevos medios” para expresarse, como si la fotografía fuera nueva después de los más de 170 años que han transcurrido desde Daguerre, es incomprensible la falta de talento para usar esta herramienta. Ahí están los casos de las fotografías que hace Gabriel Orozco de sus obras, que a eso se reduce su trabajo: fotos mediocres de obras mediocres, y las torpes fotos de restos de campañas políticas realizadas por Minerva Cuevas —que la UNAM compró en 297 mil pesos, nada qué ver con los 7 mil 700 que le pagaron por cada una de sus fotos a Pedro Meyer, que sí es fotógrafo.

A la izq. la foto de Patrick Cariou; a la der. la foto "intervenida" de Richard Prince.

A la izq. la foto de Patrick Cariou; a la der. la foto «intervenida» de Richard Prince.

Los autollamados artistas se distinguen por usar esta herramienta sin la más elemental noción del valor de la imagen detenida. Fotógrafos con gran trayectoria y jóvenes que experimentan seriamente en el medio ven cómo un advenedizo expone con descarada arrogancia las fotos de sus vacaciones que tomó con su teléfono o, peor aún, a los que se apropian fotografías de otros para intervenirlas, como han hecho Richard Prince y Jeff Koons. El robo sistemático de la fotografía como forma de “creación” siempre deja en desventaja al autor original —“apropiación” es el eufemismo de este tipo de plagio—, y funciona porque el supuesto artista carece del talento del fotógrafo y en cambio con su intervención proporciona una “nueva lectura” a un trabajo pensado y realizado por otro. ¿Qué le hace pensar a Richard Prince que su intervención racista y degradante en las fotografías de Patrick Cariou crea otra obra y no es simplemente un plagio? Un sistema que enaltece la mediocridad y la falta de creación. Julieta Aranda y Teresa Margolles fotocopian fotografías, aquélla del libro de 1960 Living as Neighbors y las vende en ocho mil dólares, y ésta de un periódico de nota roja de Ciudad Juárez, ofrecidas en cinco mil dólares… las dos las presentan como obras de su autoría. No aportan nada al medio y en cambio lo degradan.

Henri Cartier-Bresson, "Srinagar, Cachemira", 1948.

Henri Cartier-Bresson, «Srinagar, Cachemira», 1948.

Los fotógrafos, extrañamente, ven con pasividad cómo sucede esto ante sus ojos y se quedan sin hacer nada. Olvídense de los contrastes dramáticos del blanco y negro o la búsqueda del instante decisivo de Henri Cartier-Breson… ahora el obvio pixel, el fuera de foco y la foto robada a otro autor son el arte fotográfico. ®

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Publicado en: Apuntes sobre fotografía, Mayo 2013

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