En cuarenta años se pasó de la prohibición de Avándaro al hipsterismo del Corona, el festival donde se huele más perfume caro que marihuana y donde la vanidad, la moda y la imagen de los asistentes importan tanto —o más— que las mismas bandas.
Festivales han ido y venido con diferentes sedes y patrocinadores. Quedaron en el pasado otros como el Manifest, Motorockr y el MxBeat que tuvieron un buen comienzo, pero por falta de presupuesto, de asistencia o de permisos fueron cancelados. Lo que ha logrado el Corona es transformar a la capital chilanga en una juerga de fin de semana que busca cimentarse con fiestas en bares del Centro Histórico y la zona Roma-Condesa desde el jueves y viernes previos y conciertos posteriores. Sólo para hígados, tímpanos y bolsillos resistentes. Si se le colocara un tapanco probablemente sería el antro de moda más extenso de la actualidad capitalina.
Un gran acierto del Corona Capital es haber reunido a grupos ya desintegrados, o que nunca habían tocado en México, como OMD, Suede, The Pixies, Echo and the Bunnymen, New Order, Portishead, y cobrar una cantidad razonable por entrar. Aunque en un lapso de tres años ésta se ha incrementado —en 2010 resultaba una ganga pagar 650 pesos, a diferencia de los 900 de la actualidad… más recargos—, cada banda tendría un costo aproximado de treinta pesos cada una.
Un gran acierto del Corona Capital es haber reunido a grupos ya desintegrados, o que nunca habían tocado en México, como OMD, Suede, The Pixies, Echo and the Bunnymen, New Order, Portishead, y cobrar una cantidad razonable por entrar.
Desde entonces también ha variado su duración, que se ha extendido a dos días, y no sería de sorprender que en 2014 abarque un fin de semana completo desde el viernes. Tal estrategia comercial se ha aplicado también en el Vive Latino, donde la “esencia” hispana ha ido a la baja al integrar a más extranjeros como headliners. La rivalidad se vuelve más feroz, ¡perfecto!, que haya competencia entre las principales cerveceras con tal de que ofrezcan conciertos de calidad, a diferencia de los ochenta y sus absurdas restricciones para los conciertos de rock. ¿Acaso no fueron sueños guajiros escuchar en México durante su apogeo canciones como “Blue Monday”, “Enola Gay” o “Where is my Mind?”
A diferencia del Vive Latino, en el Corona no se entrometen cantantes cursis como Carla Morrison ni híbridos forzados como Los Ángeles Azules y su padrino Camilo Lara con su proyecto IMS —¡todavía no!, aunque ahora pretenden alternar con orquesta, para “experimentar” y promover la “tolerancia musical”, así que vayan preparándose—. Ninguno de esos dos festivales estuvo exento de cancelaciones y este año se retractaron Conor Oberst y Death Grips; el dj español John Talabot tuvo miedo de la inseguridad mexicana —no lo culpamos— tras el secuestro virtual de la banda vasca Delorean, de cuya inocencia muchos quedaron sorprendidos por haber caído en la trampa de unos maleantes. Al final nadie extrañó la presencia de Fun y su one hit wonder: “We are young” (de todos modos ¿cómo se les ocurrió programarlos antes de Sigur Rós?) ni a Squarepusher después de bailar con un anciano Giorgio Moroder ya semi-retirado que nunca había hecho dj sets y al que los hipsters adolescentes conocieron gracias a Daft Punk. Muy orondo, presumió su esmerado acento castellano junto a su esposa Francisca, de origen jalisciense. El beso voyeurista a la mexicana fue aclamado por la multitud. “My name is Giovanni Giorgio, but everybody calls me Giorgio”. Una frase para la posteridad, sin duda.
Sigur Rós regresó a México después de un lustro; se borró el amargo recuerdo del catastrófico festival Colmena allá en junio de 2008 en Tepoztlán. La pésima organización de la empresa de bajo rango Dos Abejas no supo prevenir las consecuencias y, cual coitus interruptus, se suspendió la presentación de manera vergonzosa a los 45 minutos pues el baterista Orri Pall Dyrasson tuvo un problema de salud en el escenario. Lo peor ocurrió al tratar de controlar a la multitud que se dispersó a oscuras sobre una terracería estrecha insegura y alejada del transporte auspiciado por el mismo festival. Quizá un hoyo fonky hubiera sido menos peligroso. “¡Vuelve Ocesa!”, gritaron algunos asistentes en ese entonces. De esa forma les dieron una lección sobre quién es el amo y señor de los conciertos masivos en México.
Soporífera y extraña para algunos, la música de Jonsi y compañía está en otro nivel y lo cierto es que Sigur Ros tiene un lugar en el corazón de los que no hablamos ni una palabra en islandés o de ese idioma inventado.
“Ojalá fuera 1979”. Algunos hubiesen deseado ver a Deborah Harry en su faceta joven y sensual con Blondie. A sus casi setenta años, la dama del new wave demostró que aún le queda vigor sobre el escenario, pero no es la misma cachondería desbordante ni la misma piel lozana ni la voz potente de aquellos tiempos en Nueva York, a diferencia de talentos más frescos y prometedores como la canadiense Grimes o M.I.A. —hoy con sello de Madonna—, que se presentó con su deleitante suciedad. La gran falla del festival fue un sonido estridente y de mala calidad en el estrecho escenario Bizco Club. Crystal Method no resultó tan impactante en medio de una audiencia escasa. The XX, con muy hábiles instrumentistas aunque una presencia monótona por momentos.
A sus casi setenta años, la dama del new wave demostró que aún le queda vigor sobre el escenario, pero no es la misma cachondería desbordante ni la misma piel lozana ni la voz potente de aquellos tiempos en Nueva York, a diferencia de talentos más frescos y prometedores como la canadiense Grimes o M.I.A., que se presentó con su deleitante suciedad.
No faltaron los que en medio de la marabunta mostraron su excentricidad, como un exhibicionista que se paseaba en traje de baño al estilo de Borat mientras tocaba Travis o un meme de la infame Miley Cyrus, más decenas de escotes, shorts y minifaldas en medio de cien atronadores decibeles en cada escenario. Otros alegaban que el cartel del año pasado había sido mejor.
Al final muchos más quedaron satisfechos: los posers que buscaban la fotografía en medios y redes sociales a toda costa, los que fumaban marihuana y bebían hasta vomitar, el negocio de las cervezas a noventa pesos y los que terminaron lanzándolas sobre cabezas desprevenidas; los aventurados que emprendieron un viaje desde otras ciudades y volvieron con resaca musical. Nuestro “Coachella a la mexicana” aún se mantiene potente. ®
GORE
La escencia de los eventos masivos aun es la misma, la objetividad y el sentido ya no. Ahora el «rock» al que le llamamos en estos dias, ya no es el mismo concepto del que se tenia a principios del genero. No es mas que un hibrido de estilos fucionados bajo la base del rock. A mi parecer, estos eventos masivos solo son eventos de consumismo masivo, con las bandas de moda, los estilos de moda y la gente de moda, dirigidos a la sociedad de moda, que en este mismo momento tiene la solvencia para consumir. El rock ahora es solo una palabra mas en el dicicionario, mas no un estilo puro musical.
alands
Efectivamente, estos festivales se infectan mayoritariamente de posers con ganas de ser llamados alternativos y conseguir a toda costa un poco de atención en redes sociales. Falta decir, que por si fuera poco aguantar a estos indeseables especímenes, a ellos se suman decenas de revolucionarios que tanto defienden al proletariado con un libro de Marx bajo el brazo, que a la hora de pagar mil pesos por un boleto y comprar cerveza, vanaglorian a esa cultura dominante con la que luchan de lunes a viernes.