Tala

El jarocho que usaba tacones de estileto

El día que le pedí permiso para tomarle una fotografía me confió que en dos semanas más se regresaría a su pueblo, pues ya se sentía viejo y los clientes ya no lo buscaban como antes. Le prometí ayudarle con el pasaje y volver unos días después para entregarle su foto.

La TalaEn 1989, cuando comencé a retratar el barrio de La Coyotera, conocí a Tala, un jarocho vestido de mujer que caminaba con dificultad pues siempre calzaba unos zapatos de tacones muy altos. Era diciembre, hacía frío. En una cantina llamada El Delirio lo vi por primera vez. Se acercó a mí y me pidió que le invitara una cerveza. Luego se recargo en un rincón y se quedó dormido.

Tala siempre soñaba mucho, soñaba que iba remando una pequeña barca por el río Tecolutla o trepando las palmeras para cortar cocos o que comía mangos verdes con chile en polvo. Añoraba su niñez feliz en ese pueblo de pescadores del que no recuerdo su nombre. Yo le decía de apodo Pigua porque me recordaba ese personaje del niño pescador en la película Tiburoneros, de Luis Alcoriza. El día que le pedí permiso para tomarle una fotografía me confió que en dos semanas más se regresaría a su pueblo, pues ya se sentía viejo y los clientes ya no lo buscaban como antes. Le prometí ayudarle con el pasaje y volver unos días después para entregarle su foto y despedirme de él.

En el periódico donde yo laboraba como reportero gráfico me enviaron a Austin para realizar un reportaje. Al volver me acordé de Tala y me propuse buscarlo por la tarde. Cuando caminaba para tomar el camión rumbo a La Coyotera leí en un puesto de periódicos el encabezado del diario vespertino El Sol: “Atropellan y matan a travesti en la carretera a Santa Rosa”. Aceleré el paso pensando en Tala. Iba repitiendo en voz alta Que no sea Tala que no sea Tala, pero en un párrafo de la nota decía que la persona muerta calzaba unos zapatos de tacón de aguja tipo estileto. Y sí era Tala, lo adiviné enseguida al ver mucha gente afuera de El Delirio. Esperaban ya su cuerpo para velarlo. Me puse triste y me fui a mi casa, no quise asistir a su entierro. Volví a los tres días y le entregué la fotografía al cantinero. Le dije que la colgara en ese rincón donde Tala se recargaba y se ponía a soñar, a soñar en su pueblo de pescadores y adonde algún día prometió regresar. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Diciembre 2013

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