Hay cuentos en los que las protagonistas tienen muertes trágicas, que se prolongan en el tiempo y el espacio, y comparten un elemento en común —más allá de la necesidad del autor de hacer que sus personajes del género femenino sufran y sufran de verdad—: el estoicismo.
Como la ética es, o debería ser, la madre de todas las cosas, hace años había decidido dejar de leer la obra de Gabriel García Márquez. Mi incomodidad con el Nobel colombiano —originada en su complicidad con el régimen de Fidel Castro— podría parecer de índole ideológica, pero es moral. Aun así, a raíz de la publicación de su más reciente novela, me pudo la curiosidad. Quería ver si había valido la pena la espera a la que había condenado a sus lectores. De paso por una librería me dio por hojear Memorias de mis putas tristes. La oración inicial fue suficiente para corroborar lo que ya sabía: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen”. Y lo que sabía era esto: sólo alguien que piense que se le puede permitir y perdonar todo se atrevería a comenzar un libro con una oración tan espantosa en todos los sentidos. Quien logre contener la arcada que provoca la imagen de este anciano depredador de una chiquilla tiene que enfrentarse a un cliché del tamaño del realismo mágico —“noche de amor loco con una adolescente virgen”— combinado con la conversión de la joven en un regalo y rematado con esa frase inicial, redundante y macarrónica. Con lo fácil que es escribir, damas y caballeros: “Cuando cumplí noventa años”.
Al comprobar lo mucho que había degenerado el otrora príncipe del boom le escribí un soneto satírico y decidí sepultarlo y vivir el resto de mis días sin volver a pensar en su obra. Pero el azar, que es caprichoso, tenía otros planes.
Si en sus memorias el autor se lanza al abismo de la paidofilia, en “El avión de la bella durmiente”, entre otras lindezas, se dedica a propagar la imagen del amor entre generaciones separadas, como canta el bolero, por la ley y la razón.
Mi regreso al mundo de la docencia —luego de una década en los corrillos editoriales— ha estado coloreado por el gusto de mi predecesora en el salón de clases, que decidió asignar a sus alumnos de literatura —que a la larga serían míos— los Doce cuentos peregrinos de García Márquez, texto que por estas fechas hemos leído y debatido hasta el hartazgo y un día después. De tal suerte (es un decir), hemos analizado minuciosamente las luces y sombras de cada cuento y del libro como un todo, conectando los temas (y lugares) comunes presentes entre portada y contraportada: la muerte, el exilio, la (e)migración, la dicotomía entre el viejo y el nuevo mundo y sus (contra)tradic(c)iones y supercherías incompatibles, la idea plañidera de que al emigrante de origen latinoamericano sólo le puede ir mal en tierras europeas y la ubicua deshumanización de las protagonistas, reducidas a objetos de deseo, reliquias religiosas, pitonisas de cuarta categoría, niñeras mefistofélicas y dictatoriales, “matronas otoñales de pechugas flamantes”, mujeres casadas que piensan en otros hombres mientras sus maridos leen periódicos en inglés; pobres (in)crédulas, ignoran que son víctimas del destino, ese machista irreparable.
Si en sus memorias el autor se lanza al abismo de la paidofilia, en “El avión de la bella durmiente”, entre otras lindezas, se dedica a propagar la imagen del amor entre generaciones separadas, como canta el bolero, por la ley y la razón. Lo de amor debería ir entrecomillado. En el cuento, un narrador contemporáneo de García Márquez se enamora de “la mujer más bella” que ha visto en su vida, durante una espera en el aeropuerto parisino. Esta hermosura jamás reconoce la existencia del hombre mayor que se ha obsesionado con ella, pero eso no le impedirá al anciano vivir una fantasía a treinta mil pies de altura.
Entre los atributos físicos de la bella durmiente destaca su cualidad de comestible, de ahí que el autor use dos alimentos para describirla. Esta “aparición sobrenatural” es “bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes”, y no “parecía tener más de veinte años”. Y resulta que esa beldad de ensueño tiene la desdicha de compartir asiento en primera clase, rumbo a Nueva York, con el alter ego del Gabo, un ser que se reconoce “indigno y feo” ante el espejo; quizá por eso se dedica a contemplarla “palmo a palmo” mientras ella duerme ajena a todo durante “las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra” que dura el vuelo hasta la Gran Manzana. El narrador se queja de que al final de la travesía la bella deje el avión sin agradecerle —y usa la primera persona del plural— por “nuestra noche feliz”. Quiere ser irónico, pero luego de confesar que le fue imposible “escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula” la ironía no es tal. La mujer es presentada como un objeto deseable. Si está dormida y tranquila y sin decir palabra, incluso mejor. De ese modo, el acosador puede contemplar su belleza silente, sin otorgarle el derecho a la réplica. No hay que olvidar que el silencio es un don propio de los ornamentos. (“Me gustas cuando callas porque estás como ausente”, diría Neruda.)
En “Espantos de agosto”, un personaje dantesco apuñala a su esposa. El narrador se refiere a ella como la “amante sacrificada”. En “María dos Prazeres” unos policías del régimen de Franco matan a un estudiante que había escrito a brocha gorda, en catalán, en alguna pared de un edificio de la ciudad condal: Viva Cataluña libre. Según el narrador, “unos agentes de la Seguridad del Estado asesinaron a tiros” al joven. Por más que resulte obvio, quiero ponerlo en letra de molde: si es mujer la víctima y la disputa es doméstica, habla de sacrificio; si es hombre y el motivo es político, lo tilda de asesinato. Sacrificio es una palabra a la que el Nobel otorga un peso específico. La usa en el mismo cuento barcelonés, pero para referirse a una prostituta que había amasado una fortuna, “sin sacrificios demasiado amargos”. En resumen: que pasar la vida ofreciendo favores sexuales a cambio de dinero tampoco es la gran tragedia.
Sacrificio es una palabra a la que el Nobel otorga un peso específico. La usa en el mismo cuento barcelonés, pero para referirse a una prostituta que había amasado una fortuna, “sin sacrificios demasiado amargos”. En resumen: que pasar la vida ofreciendo favores sexuales a cambio de dinero tampoco es la gran tragedia.
En esa misma cuerda, cuando una dama está de buen humor, el autor la describe como dueña de un “ánimo floral”. Cuando un caballero (es un decir) se baja el pantalón —para violar a la mujer que luego se enamorará de él (a tono con el festival de clichés)— y le muestra “su respetable animal erguido”, estamos ante la presencia del súper macho.
Hay otros cuentos en los que las protagonistas tienen muertes trágicas, que se prolongan en el tiempo y el espacio, y comparten un elemento en común —más allá de la necesidad del autor de hacer que sus personajes del género femenino sufran y sufran de verdad—: el estoicismo. No sólo deben morir, sino que además, como decía aquel otro bolero, nunca escucharemos de ellas ni una queja, aunque las estén matando mil congojas u otras tantas puñaladas.
No hay redención posible para las mujeres que malviven en las páginas de estos Doce cuentos peregrinos, me digo y devuelvo el libro al estante. Ya sólo me queda cerrar esta nota parafraseando aquella novela del Nobel que sí disfruté en mis años mozos y confiando en que las estirpes condenadas a cien años de misoginia no tendrán nunca una segunda oportunidad sobre la tierra. ®
alex caligaris
Premio nobel no significa gran genio, es algo mediatico del mundo occidental, prefiero leer historia que realismo tragico…que al final es lo mismo.
Ernesto
Si la literatura no se puede criticar, de un punto de vista moral, tampoco es capaz de educar o cambiar ideas. Admitamos entonces, que nada más estamos jugando y que esto no sirve de nada.
Buen artículo, valioso.
Adán Castro
Lo que faltaba: la mojigatería políticamente correcta ahora queriendo ejercer su dictadura hasta en el quehacer literario. Lo único que podemos agradecer es que gente como el autor no tiene muy arraigada que digamos la costumbre de leer —por lo menos no más allá de Gaby Vargas o Paulo Coelho—, pues seguro se escandalizaría ante la cantidad de grandes obras literarias en que la voz narrativa (y por lo tanto el lenguaje, los puntos de vista, la psicología) corresponde a violadores, pervertidos sexuales, abusadores de menores, golpeadores de mujeres, etcétera.
Ojalá no le vayan a platicar de la existencia de «Lolita», de Nabokov, porque pega el grito en el cielo. Que nunca oiga hablar de Bukowski, porque va a querer involucrar hasta al Vaticano. Ni le digan que «Memoria de mis putas tristes», la novela de García Márquez que tanto deplora, extrajo su trama principal de «La casa de las bellas durmientes», del premio Nobel Yasunari Kawabata. Mejor ni mencionar «Luna caliente» del argentino avecindado en México Mempo Giardinelli… y, en fin, así podríamos seguir.
Ophelia Ruiz
Alexis.. excelente crítica, coincido en la misoginia, la pederastia y fracaso latino en sus temáticas… su escritura a mi gusto es corriente, y claro, bandera de la izquierdas americanas, aquí sus seguidores que siempre se han sentido CULTOS por leer a GMM, Monsivais, Poniatowska, piden libertad de expresión para lo suyo, pero impiden esa misma libertad en contra de lo suyo… sea pues, que haya escritores que aporten letras y belleza a la literatura que los malos, solos se están yendo.
Maria Werlau
Bravo, Alexis! Celebro el genio literario del Gabo, pero hay que decir las cosas como son. Aparte de ser misógino, fue amigo y gestor internacional del duo de dictadores de Cuba, Fidel y Raúl Castro, que tanto abuso y sufrimiento a causado a millones de personas indefensas en Cuba y muchos países. Para colmo, según el jefe de los sicarios de Pablo Escobar, fue cómplice del tráfico de drogas Colombia-EU a través de Cuba. Ver https://www.youtube.com/watch?v=kzCiD1xfuBM
Mmmm
Ay sí ay sí… no toquen a los consagrados. Nah, yo con los iconoclastas. Buen texto Alexis, me atravería a llamarle «análisis».
Coatl
Triste y superficial la lectura de «Doce cuentos peregrinos». A diferencia de Nery, espero que el autor se acerque al mundo de la literatura y entienda el concepto de «Ficción».
Increíble que asegure haber leído y debatido hasta el hartazgo dicho libro y no mencionar «La luz es como el agua». cuento que a mi parecer, merece ser realmente leído y debatido hasta el hartazgo, por mencionar un ejemplo de la obra.
Una lectura incompleta, fuera de contexto, y por lo tanto, injusta.
Nery Córdova
Que este señor Alexis vaya a un psiquiatra y que se aleje del mundo de la literatura. Un policía o juez ofende a la creación y ese es el tono de este sujeto, que está muy distante de la función de crítico