A propósito de su reciente libro de cuentos Piel bandida (Cal y Arena, 2014), charlamos con Josefina Estrada sobre literatura erótica, la vocación literaria, la técnica del cuento y algunos autores que hay que leer antes de escribir.
—¿Cuáles fueron las circunstancias de Piel bandida?
—Malagato, mi primer libro de cuentos, se publicó en 1990, y desde entonces me propuse que en el siguiente libro trataría el erotismo y que, además, contara una trama; parece ser que si se escribe de erotismo no importa la anécdota.
—Característica de algunos narradores de la época.
—Toma en cuenta que hablamos de la década de los noventa: las mujeres, o lo que se conoce como literatura femenina, todavía no conseguían escribir una literatura erótica que no fuera cursi o pudorosa o evasiva.
—Aunque ya existía una literatura lésbica.
—Sí, pero había muy poca literatura erótica de calidad literaria.
—¿Qué ocurría con ese tipo de literatura?
—El encuentro sexual carecía de descripciones. ¿Cómo es posible? Si precisamente lo que hace la relación lésbica u homosexual es el acercamiento sexual o erótico.
—Con lo directo, lo frontal… como posteriormente sí lo hicieron otros autores.
—Por ejemplo, Mónica Lavín, quien desde sus primeros textos ensaya una escritura directa, frontal, casi sin metáforas.
—¿Ése era tu propósito principal?
—Entonces quería escribir una novela lésbica, pero en el camino se me olvidó. También tuve la intención de escribir una novela histórica ambientada en el siglo XIX, en Tacubaya, y me preparé, leí cuanto encontré de la Reforma, los Mártires de Tacubaya. Sin embargo, nunca escribí ni imaginé el argumento de muchos de los cuentos de Piel bandida.
—Hay proyectos narrativos que se concretan y otros que no…
—Sí, claro. Por ahí debo de tener un apunte donde una mujer evoca a sus hombres, militares, que están acompañando a Juárez, en la guerra de Reforma.
—¿Tienes proyectos que no has logrado concretar?
—Escribí una primera novela que resultó fállida. Desde que Dios amanece es la segunda que escribí… Y luego se fueron dando otros libros.
—¿Dónde crees que te mueves mejor, en el cuento, en la novela o en otro género literario?
—Sin duda, en la crónica. Me considero una cronista destacada; también en el testimonio, en la biografía. Ahora mismo tengo la biografía inédita de Verónica Rascón, un texto extraordinario, pero no le interesa publicarla a su viudo; no obstante, hice un excelente trabajo de investigación y documentación. Creo que Verónica quedó muy bien dibujada.
Entonces quería escribir una novela lésbica, pero en el camino se me olvidó. También tuve la intención de escribir una novela histórica ambientada en el siglo XIX, en Tacubaya, y me preparé, leí cuanto encontré de la Reforma, los Mártires de Tacubaya. Sin embargo, nunca escribí ni imaginé el argumento de muchos de los cuentos de Piel bandida.
—O el excelente trabajo que hiciste con la biografía de Joaquín Pardavé en tres tomos en la editorial Clío.
—Sí, en la biografía me muevo muy bien. Sin duda, si me propongo escribir otra novela, la haré, lo mismo con el cuento. Todo está en que te concentres. El borrador lo tienes muy pronto, pero luego tienes que seguir trabajando en la estructura, el tono del personaje…
—¿Cómo trabajas el cuento?
—Primero decido el tema. Me costó muchos años aprender a escribir un cuento. Uno de los problemas a los que me enfrenté es que no tenía muy claro lo que quería escribir. Por ejemplo, una señora que tenía un hijo y estaba muy enojada con su vida, o una muchacha que es retrasada mental y tiene un hijo. Ajá, pero qué más. Y no lo sabía…
—¿Entonces te ponías a escribir?
—Sí, pero sentarme a escribir con tantas preguntas sin respuesta me conducía a una frustración espantosa. Claro, escribes y no pierdes el tiempo, pero tu narrativa puede ser más eficiente si resuelves, previamente, tales vicisitudes.
En ese entonces tenía de maestro a Gustavo Sainz, quien me aconsejó que primero leyera a los grandes maestros de los escritores latinoamericanos. Y, claro, cuando posteriormente leí a Gabriel García Márquez me gustó, pero no hay deslumbramiento como sí lo tuve en Mientras agonizo, de William Faulkner.
—Luisa Josefina Hernández recomienda verbalizar tu cuento; es decir, contar la anécdota para que el otro te diga qué tal funciona.
—A mí me sirve muchísimo ese método.
—¿Te es difícil llevar a cabo tal ejercicio?
—Para nada. Tengo la humildad necesaria para mostrar mis originales a un grupo muy pequeño. Si un primer lector no entiende tal o cual cosa, quiere decir que no hay claridad en ese pasaje.
—Tú eres catedrática de la UNAM, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales… Cuando se acercan tus alumnos y te piden sugerencias de cuentistas, ¿cuáles son los que recomiendas? ¿Qué cuentistas han dejado marcada a Josefina Estrada?
—Sin duda tienen que leer El llano en llamas de Juan Rulfo, la Antología de los mejores cuentos del siglo XX de Edmundo Valadés, editada en Promexa —es la que leí para escribir mi primer cuento, donde tenía la anécdota, pero me pregunté: ¿Y ahora cómo escribo el cuento? Después me ayudó en la revisión Salvador Castañeda. Con ese primer cuento gané la beca del INBA. Después leí mucho a William Faulkner, a Ernest Hemingway. Mira, así como que te diga “éste es el libro que me formó”, no, fueron muchos, de todo. Hubo un tiempo en que cuento que me gustaba, cuento que analizaba. Por ejemplo, un escritor que en su momento me deslumbró una barbaridad fue Isaac Bashevis Singer.
—Premio Nobel de Literatura en 1979.
—Sí, como narrador, sus testimonios, sus textos autobiográficos, sus recuerdos de infancia, Satán en Goray, por ejemplo. Singer tiene una capacidad extraordinaria para que no sueltes la lectura. Por supuesto, me fascinó Dostoyevsky.
—¿Qué análisis hacías con los cuentos que te gustaban?
—Decía: este cuento me gustó. Ahora, observa en qué momento te sorprende, cuándo la trama da un giro imprevisto. Yo creo que el cuento no debe ser, en ningún momento, predecible. Y eso lo he aprendido de los escritores que admiro. Aunque también he de decirte que Ricardo Garibay tiene un montón de cuentos que yo le hubiera corregido.
—El mismo Julio Cortázar también tiene cuentos muy malos; sobre todo, los de su última etapa, aquella donde predomina el panfleto político.
—Fíjate que yo intenté que me fascinara Cortázar y nunca me atrapó. Mi personalidad no es cortazariana.
—Durante el boom de la novela latinoamericana tenías que decidirte por Julio Cortázar o por Gabriel García Márquez.
—No, porque yo en ese entonces tenía de maestro a Gustavo Sainz, quien me aconsejó que primero leyera a los grandes maestros de los escritores latinoamericanos. Y, claro, cuando posteriormente leí a Gabriel García Márquez me gustó, pero no hay deslumbramiento como sí lo tuve en Mientras agonizo, de William Faulkner.
—¿Fuiste lectora de tiempo completo antes de escribir?
—Cuando terminé la carrera de periodismo, en lugar de recibirme, me puse a leer de tiempo completo, porque me costaba mucho trabajo escribir. Un cuento no me salía ni en veinte sentadas. Entonces, mi consuelo era la lectura; sin saber que es lo mejor que podía hacer: leer infatigablemente para aprender a escribir. ®