Hace 175 años, en 1839, el gobierno francés liberó la patente del daguerrotipo, el proceso fotográfico que Louis Daguerre “pulió” a partir del trabajo de Joseph Nicéphore Niépce. Dos de los padres de la fotografía, con permiso del sabio Abū Ibn al–Haytham, creador del método científico y del primer diseño de una cámara oscura.
Los grabados de las cavernas son al arte de la pintura lo que el daguerrotipo a la fotografía. Y la fotografía es la antesala de una nueva forma de hacer arte y de algo más. La fotografía es la manifestación inaugural del objeto sobre la idea, tanto en su estructura técnica como en sus efectos. Fue algo así como el cometa avistado desde la Tierra con una estela que presagia la cultura visual. Esta cultura busca ceñirse a lo real, a lo que es. En todo caso la fotografía captura el tiempo. En consecuencia es una representación indicativa de la realidad y una propuesta para entenderla.
La primera fotografía de la Tierra de la que tenemos registro fue hecha el 24 de octubre de 1946 —se captó desde el misil V–2 lanzado desde Nuevo México—. Cuando eso sucedió habían transcurrido 425 años desde los experimentos iniciales con sales de plata y poco más de cien años desde que el pintor Louis Daguerre perfeccionó la técnica. Antes de esas imágenes del planeta el hombre ya se había mirado a sí mismo y, con esa nueva máquina llamada cámara fotográfica, había sustituido a los retratos del lienzo para actualizar en otros medios el fin de trascender al ser visible y dejar registro de ello. Esa fue la convicción de las clases medias y la burguesía durante la Revolución Industrial y esa es ahora la creencia imperante en la escala de valores moderna. Lo aboceto como divisa: ser es ser visible. Más aún cuando los medios de comunicación, poco a poco, incrementaron la visibilidad del individuo. En la prensa el efecto de la fotografía fue decisivo. El estímulo visual traduce por primera vez en la historia algo parecido a la sentencia “ver para creer” y, así, la imagen deviene en el instrumento por excelencia de la verosimilitud.
Las fotografías acompañan a los impresos en el vehículo principal de distribución que fue la bicicleta. Tales imágenes subvierten las maneras de transmitir información y conocimientos. Participan de otros enfoques de la realidad, distintas costumbres y creencias, pasatiempos y recursos de diversión. Reflejan y alientan un orden cultural, social y político distinto y distante al de otrora. Por ejemplo, modifican el carácter de lo público y lo privado y sitúan en los rieles de la visibilidad a los responsables del gobierno. Antes, por ejemplo en el Medioevo, los jerarcas políticos eran raramente vistos por la plebe en virtud de cierta dinámica en la que el poder era sacro y sus decisiones estaban en el manto privado. Al surgir los panfletos, y más tarde los diarios y los libros y luego la fotografía, gestarían costumbres relacionadas con la visibilidad de los jefes políticos y, sobre todo, con el carácter público de sus actividades. Eso conllevó a modificar hasta el empleo del lenguaje, las poses y las gesticulaciones de los individuos para abrirse paso a una imagen eficaz según los valores sociales del caso, para la promoción de sus liderazgos políticos; también significó la oportunidad de que los gobernados evaluaran las decisiones y los resultados de la administración pública. Esto, aunado a riesgos como los que implican los escándalos políticos que, con el desarrollo de los medios, fueron magnificados y, por ende, resultaron ser más letales para las expectativas de los gobernantes.
Al conjunto de cambios como el de referencia le llamamos modificaciones en las formas de interacción y acción sociales. Por ahora hay que registrar una paradoja: lo que a final de cuentas transmite la fotografía es algo fundamentalmente emocional, donde el goce escópico cede al ímpetu inicial de retratar la realidad tal cual. Luego entonces, hacen falta las palabras para procesar lo que se ve. Como sucede ahora, en cualquiera de las manifestaciones de la comunicación visual.
En resumen. La fotografía inicia el desarrollo secuencial de la imagen que coloca a las palabras en otro plano. Busca captar lo que es aunque el retrato, estático, sólo muestre rastros. En la férula de lo instantáneo a través de la cámara se elige eso que es aunque lo que sea haya sido y ya no sea y aunque eso que sea sólo haya sido parte de lo que es. El impreso fotográfico sólo es indicio de la realidad. Congela el tiempo y carece de movimiento, aunque con esas propiedades es documento histórico de seres y circunstancias que nos cambiaron. Es la virtud de lo instantáneo, registra lo que es y lo que fue, donde estamos y donde estuvimos, lo que somos y lo que fuimos y eso, entre otras cosas, es instrumento para comprender que de algún modo también somos eso que fuimos. La fotografía apela a la memoria pública, privada e íntima pero sobre todo es el punto de quiebre del inicio del reino audiovisual y el espectáculo que le es inherente. Conviene decirlo ya para comenzar a deslindar de responsabilidades a la televisión y, así, atajar algunas de las acusaciones que se le han hecho dentro del siempre fangoso, y por cierto poco fotogénico, terreno del Apocalipsis.
Recuerden o imaginen la fotografía del cometa West captado en 1976 desde Alemania. Hay un viento de protones y electrones procedentes del Sol que forma la gran cola iniciada en el núcleo helado del cometa. Los colores cautivan. La imagen es asombrosa. Eso es la fotografía desde que se inventó. Espectacular. Ahí están los globos aerostáticos de París de finales del siglo antepasado, o la Plaza de la Constitución española de ese mismo periodo o la del cometa Halley tomada en 1910 con Venus abajo junto con otras tantas cautivadoras, innumerables instantáneas. Sin duda, además de todo, la fotografía fue algo así como el prolegómeno del espectáculo que sobrevendría. Por ejemplo el cine. ®