Estamos en una iconocracia, en una tiranía de las imágenes, y contra esta tiranía hay que propugnar una actitud de emancipación, hacer que las imágenes no sean obedientes de estos nuevos dictados sino que planteen alternativas que nos devuelvan la soberanía de las imágenes.
La furia de las imágenes (Galaxia Gutenberg, 2019) es una marejada que se contiene, que atrapa, que construye su propio significado en torno a una colectividad cada vez más manipulable frente al mandato único de la inmediatez de la imagen, la de quienes confían en la redención casi santoral de una selfie, la de quienes hacen de fotógrafos profesionales (bodas, XV años, frente al monumento histórico preferido), que a la vez son amanuenses que escriben historias con imágenes, que leen con imágenes, que se valen de las tres cámaras de su celular de última generación para reinterpretar un mundo que tan sólo les pertenece en una fotografía que lo mismo pueden rehacer con cualquier filtro, volverla “bonita”, “artística” o de plano borrarla lo mismo que se borraban los recuerdos cuando creíamos que las fotografías congelaban el tiempo, porque a fin de cuentas, nos advierte Joan Fontcuberta en una charla a propósito de La furia de las imágenes, su última publicación, la fotografía se ve desasistida de esa dimensión mágica que antes tenía, hemos llegado ya al siguiente nivel: el de la “post–postfotografía”.
—Planteas en La furia de las imágenes que el ser humano parte de una imagen, somos una imagen en cuanto al principio ontológico de tu bien detallado “homophotograficus”, dime, ¿cómo es que se degrada la imagen hasta llegar a los excesos que tú planteas, con esas miles y miles de fotografías que parecen brotar a borbotones de las distintas redes sociales, con la pérdida de la imagen como una representación de lo que antes fue una identidad?
—En intensidad y en abundancia vivimos una situación sin precedentes: las imágenes ya no sólo son representaciones del mundo, sino que se han convertido en el epicentro de muchas de nuestras actividades: la política, las relaciones personales, el trabajo, la creación, etc., todo pasa por la imagen. Estamos pendientes de pantallas que nos muestran imágenes sin cesar. Miramos el mundo a través de una pantalla y así le damos la razón a Platón, quien nos advirtió que la realidad es intangible y que tan sólo podemos percibir esas sombras que son sus proyecciones, que son sus representaciones. El filósofo griego no sabía que siglos más tarde acudiríamos nuevamente a las sombras de las pantallas no porque la realidad sea intangible sino como una elección: nos resulta más llevadero, más fácil reaccionar con las imágenes que con la realidad que éstas representan.
Estamos pendientes de pantallas que nos muestran imágenes sin cesar. Miramos el mundo a través de una pantalla y así le damos la razón a Platón, quien nos advirtió que la realidad es intangible y que tan sólo podemos percibir esas sombras que son sus proyecciones, que son sus representaciones.
—¿Consideras que se trata de un libro apocalíptico, visionario, que apunta, de una forma u otra, por el fin de la fotografía tradicional?
—Aunque apocalíptico implica un final catártico…
—¿Crees que ese es el futuro de la imagen fotográfica?
—Lo planteo más bien en términos darwinistas, en términos de que las imágenes evolucionan y los sistemas de producción de imágenes van adaptándose a nuevas realidades, a nuevas situaciones históricas y a nuevos ecosistemas comunicacionales, culturales, políticos.
—Es aquí donde planteas el tránsito de la fotografía a la postfotografía…
—Así es: la fotografía, tal como la conocimos hasta hace poco, era un tipo de sistema que producía las imágenes necesarias durante el siglo XIX, necesarias para la revolución industrial, necesarias para la sensibilidad tecnocientífica del momento, pero ahora estamos en pleno siglo XXI y con problemáticas distintas, con la globalización, las economías virtuales, la velocidad, la inmediatez, la conectividad y las imágenes se acomodan a nuevos requisitos, y entonces aparece internet, las redes sociales, las cámaras satelitales y los drones, y todo el paisaje tecnológico obedece a nuevos tipos de requerimientos respecto a cuál debe ser el papel y nuestra relación con la imagen.
—También hablas de un proceso de adaptación de la imagen…
—Se está adaptando a este nuevo medio y esto conlleva ciertos peligros que pueden ser contrarrestados con una actitud crítica, no con una actitud pasiva o de sumisión. En estos momentos estamos en una iconocracia, en una tiranía de las imágenes, y contra esta tiranía hay que propugnar una actitud rebelde, una actitud de emancipación, hacer que las imágenes no sean obedientes de estos nuevos dictados sino que planteen alternativas que nos devuelvan la soberanía de las imágenes.
—¿Qué otros mecanismos propondrías para llegar a esta soberanía de las imágenes en la actualidad donde todos somos capaces de manipular miles de fotografías a diario con las cámaras de los teléfonos celulares, los filtros, los cuales se han vuelto ya una parte más del ser humano?
—Hasta hace muy poco, digamos una generación, la imagen no era algo que tuviéramos incorporado a nuestro ámbito personal de forma inmediata, instantánea, natural y espontánea. Es decir, la imagen era una escritura exclusiva de unos determinados escribas, de unos determinados amanuenses que habían aprendido ese tipo de escritura; hoy la fotografía, en cambio, ya es un lenguaje universal que hemos interiorizado, por lo que no hace falta que nos enseñen a producir imágenes… es muy fácil, y hay toda una serie de automatismos, de inteligencia artificial que está ya imbuida en las entrañas de estos adminículos que utilizamos: los celulares, las cámaras digitales.
—Y basta dar un clic…
La imagen era una escritura exclusiva de unos determinados escribas, de unos determinados amanuenses que habían aprendido ese tipo de escritura; hoy la fotografía, en cambio, ya es un lenguaje universal que hemos interiorizado, por lo que no hace falta que nos enseñen a producir imágenes.
—Y si el resultado no nos complace, eliminamos la fotografía completamente y repetimos todo el proceso, de manera que el resultado final es plausible con base en menos repeticiones y es así como nos convertimos en autodidactas: somos capaces de aprender sin el esfuerzo que requería llegar a cierta competencia técnica, que es lo que les pasaba a las generaciones anteriores, y esto hace que la imagen sea absolutamente accesible a nosotros.
—Y un referente muy importante es la aparición de internet…
—En internet hay una especie de ideología no escrita, pero que muchos comparten, una especie de socialismo utópico donde las imágenes están a mi disposición, por lo que las imágenes ya no son de quien las fabrica sino de quien las usa: nos encontramos con dos factores, yo puedo producir tantas imágenes como quiera porque ya tengo la capacidad y los sistemas técnicos y puedo volcar en ese repositorio comunitario, pero al mismo tiempo puedo extraer de ese mismo repositorio, por lo cual para mí la imagen es un material de comunicación perfectamente maleable, accesible, que voy a emplear resignificándolo para todas las facetas de mis necesidades de comunicación cotidianas.
—Personalmente cómo viviste el cambio de la fotografía tradicional a encontrarte de repente con teléfonos que fuesen capaces de tomar fotografías.
Y todo eso en cuarenta o cuarenta y cinco años de trayectoria profesional en la fotografía lo he vivido con sorpresa y con asombro, pero entendiendo que esos avances son irreversibles y que no cabe una actitud nostálgica o melancólica porque en toda transformación siempre hay pérdidas y ganancias, y estamos ganando con una serie de factores y perdiendo en otros.
—Yo particularmente lo he vivido con mucha curiosidad y con mucho asombro, porque alguien que viene de la tradición del cuarto oscuro, de la cámara, incluso mis primeras cámaras eran manuales, no tenían ningún elemento de robotización como las de hoy en día; en cambio ahora podemos manipular drones, hacer fotografías a distancia, y hay toda una serie de opciones sobre la manera de tomar fotografías que están a un universo, a una galaxia, del sistema un poco rústico con el que yo empecé. Y todo eso en cuarenta o cuarenta y cinco años de trayectoria profesional en la fotografía lo he vivido con sorpresa y con asombro, pero entendiendo que esos avances son irreversibles y que no cabe una actitud nostálgica o melancólica porque en toda transformación siempre hay pérdidas y ganancias, y estamos ganando con una serie de factores y perdiendo en otros; sin embargo, hay que ser siempre conscientes e intentar que esas pérdidas sean las mínimas y lo más llevaderas posibles.
—Desde la parte visual, desde la parte de la fotografía, apuntarías hacia una ontología androide, por muy disparatado que se pueda escuchar…
—Yo entiendo que en estos momentos, por ejemplo, y es una realidad, no es una especulación, lo que está pasando es que yo he hablado de postfotografía, pero creo que ya debemos de hablar de post–postfotografía en la medida que si prestamos atención advertiremos otro tránsito revolucionario, y es que la inteligencia artificial y los algoritmos están supliendo al ojo como epicentro de la cultura visual, por lo que hoy en día las imágenes, o la fabricación de la imagen, participan más de algoritmos que modifican el resultado fotográfico que el ojo mismo. Hoy en día tomamos una fotografía con el celular y ya el software interno precondiciona el output visual, de manera que es prácticamente independiente de las leyes de la óptica, de las leyes en que se ha regido hasta ahora la configuración gráfica. Podemos hablar de un horizonte en el que esa inteligencia artificial sustituya lo humano, y éste es un argumento de la ciencia ficción que da lugar a muy buenas novelas y a muy buenas películas, pero si llegaremos a enfrentarnos con los robots o con las máquinas, no lo sé, pero en cualquier caso lo que sí es cierto es que aun hoy esas inteligencias artificiales son producto humano y por lo tanto son decisiones que nosotros tomamos por tecnología interpuesta, es decir que no somos nosotros directamente, pero sí aceptamos que los instrumentos con que nos relacionamos con el mundo incorporen este tipo de avances que disparan toda una serie de resortes.
—Que también una pregunta sería si llegaremos a una identidad ontológica de la selfie…
—Para mí la selfie es un regulador de emociones, es una manera con la que nosotros nos diagnosticamos acerca de cómo estamos o cómo queremos estar.
—De hecho tú lo planteas a partir del distanciamiento que hay entre la cámara y el sujeto mismo…
—Para mí la selfie no es un fenómeno pasajero sino que viene a hablarnos de la profundidad de este cambio fotográfico, porque básicamente significa la sustitución del documento tradicional por lo que ahora es la marca biográfica. Antes fotografiábamos un monumento histórico y hoy nos fotografiamos a nosotros frente a ese monumento, es decir, nosotros somos el sujeto y el objeto a la vez; antes nosotros éramos el sujeto y el monumento era el objeto. Lo que queremos es inscribirnos en un momento de la historia, decir yo estoy aquí, y en un lugar geográfico, hay una voluntad en lo que podemos llamar el “presentismo”. En la fotografía tradicional ha permanecido la idea de memoria, la idea de recuerdo, la idea de salvaguardar una vivencia del pasado, en cambio la selfie tiene mucho más que ver con un presente en suspensión, con un énfasis que achata al pasado y el futuro lo concentra en donde estamos ahora. Por eso es que para mí eso es lo que simbolizaría la selfie.
—¿Qué sigue ahora, en qué estás trabajando?
—Pues como una de las consecuencias de esta postfotografía es la desmaterialización de la imagen, es decir, la imagen hasta hace poco era un objeto y por lo tanto como objeto era un fetiche, por ejemplo, nosotros besábamos las fotos de nuestra madre y en el fondo era como una transferencia simbólica, como una especie de voluntad de demostrar este afecto de la madre por mediación de la imagen, o a la novia, o a un santo… La imagen venía a ser el remplazo simbólico de la realidad, y cuando esa imagen ya no es un objeto que podemos besar, que podemos llevar en nuestra cartera, etc., la fotografía se ve desasistida de esa dimensión mágica, entonces ahí se produce un sentimiento de pérdida y un duelo, y como consecuencia hay una reacción nostálgica que lleva a muchos artistas contemporáneos a un rescate de esas ruinas de lo fotográfico, de los residuos, de los vestigios, y en mi caso lo que hago es visitar los archivos fotográficos históricos y busco lo que yo llamo las imágenes enfermas, las imágenes que sufren algún tipo de patología, de trastorno, que hace que la imagen desaparezca, porque en nuestra soberbia los humanos creíamos que con la fotografía íbamos a conquistar el tiempo, a congelarlo, y que eso garantizaría una eternidad, recordar para siempre, pero las fotografías duran mucho, pero no duran para siempre, es decir que el tiempo parece vengarse al final haciéndolas desaparecer, tardará más o menos pero esas fotografías desaparecerán. ®