Los paralelismos con los eventos de la vida real de la banda son sorprendentes, y se combinan para hacer una obra oscuramente dramática.
En su sexto álbum Everything Everything está explorando la idea de separarse. No te alarmes —no demasiado: la banda seguirá siendo una “unidad comprometida”—, pero en la realización de la voz de Re-Animator Jonathan Higgs se preocupó por la idea de desmembrarse en su proceso de escritura.
Inmediatamente se puede ver cómo funciona esto en el cuarteto. El nombre del álbum, para empezar, luego la idea del dos contra dos, por no hablar de las complejas armonías que utilizan y que a menudo habitan más de una tonalidad en la misma línea musical.
Todo suena tan complicado, ¿no? Y sin embargo —a pesar de su confusa génesis—, el álbum resulta ser el más franco hasta la fecha. La instrumentación se muestra aún más arriba en su ejecución, lo que significa que las voces del cuarteto tuvieron que ser más altas en la mezcla para obtener el máximo impacto. Decisivamente, tampoco toman demasiados riesgos en la grabación, y esto deja nuevos espacios de notas dispersas e improvisadas en algunos bordes de los tracks.
El día en que se anunció “el encierro” la banda perdió la mayor parte de su equipo musical. Un incendio durante la cuarentena fue el culpable, pero encontraron algo positivo en todo eso al mostrar los instrumentos carbonizados en el video para cerrar la pista de “Violent Sun”. Más bien —ominosamente— esa canción anuncia el acercamiento de algo terrible, un indicativo de la sensación subyacente del miedo que corre a través del álbum, como la sangre en las venas de un vampiro. “Black Hyena” lo encarna en las zonas de bajos inquietos, pero la idea de fraccionarse es clara en las voces puras de Higgs.
Canciones como “It Was a Monstering” son una prueba más del sonido despreocupado, con un ritmo en dos e inusitados compases cruzados. El amplio bajo suena apuntalando algunos efectos woozy en medio del track, mientras que la voz de Higgs forma una espesa sensación etérea, similar a la de Thom Yorke en “Paranoid Android”. “Lord of the Trapdoor” tiene un perfil similar: sus amplias melodías se extienden sobre un ritmo que se estira, añadiendo ritmos adicionales aquí y allá. El coro retrocede por un breve momento, antes de caer de cabeza en una piscina colmada de distorsión.
“Big Climb” está lleno de imágenes y armonías persuasivas: “Turning sunlight into flesh”; va el ultimátum, con un verdadero jalón en la melodía. En “Planets” es la música y no la letra la que baila, con sintetizadores brillantes y un ritmo de tiempo a tres, completamente persuasivo. Lo mejor de todo es “The Actor”, otra canción cuidadosamente calibrada, que crece intensamente a medida que avanza, cabalgando sobre un riff repetitivo. Las voces en varias capas son serenas, hablan de una devoción religiosa, alcanzando su colofón sobre un ritmo escaso que se desvanece en la nada.
Los ceremoniales terminan abruptamente en “Violent Sun”, un baile de la muerte, que se convierte en frenesí antes de carbonizarse por completo. Los paralelismos con los eventos de la vida real de la banda son sorprendentes, y se combinan para hacer una obra oscuramente dramática. ®