Ese presidente, el cuasi–rey de 1946 a 1952, el “cachorro de la Revolución”, hizo otros dos intentos que deben recordarse. Intentó reelegirse e intentó también extender su mandato.
Sucediendo al conservador Manuel Ávila Camacho (Ávila Camocho le llamaban), creador del IMSS no universal, se convirtió en presidente de la república Miguel Alemán Valdés. Obviamente, fue escogido como sucesor por el mismo Ávila Camacho. Fue formalizado como candidato del Partido de la Revolución Mexicana el 18 de enero de 1946 mediante una convención… y por unanimidad. Un día después el partido cambió de nombre a Partido Revolucionario Institucional.
El candidato unánime hizo campaña hablando de Revolución social, lucha contra la corrupción y moralidad —en su “Programa” se pedía “una absoluta moralización en los procedimientos que se emplean”—, al mismo tiempo que defendía especialmente “la libertad de los hombres de empresa” y prometía ponerlos a salvo de “la injusticia”. Alemán fue otro que insistió en que primero hay que crear la riqueza y después (quizá, un poquito, si acaso, muy controladamente) repartirla, con el “sorprendente” resultado de proteger la desigualdad creciente. La votación oficial proAlemán se llevó a cabo el 7 de julio de 1946; el priista obtuvo 1,786,901 votos contra 443,347 de Ezequiel Padilla, excanciller de Ávila Camacho y candidato del Partido Demócrata Mexicano. Ese año el PRI(–PRM–PNR) llega a ser confirmadamente partido hegemónico. Y Alemán empieza a ser el presidente autoritario, de derecha y corrupto que fue.
El presidente Alemán tuvo en la Secretaría de Relaciones Exteriores al gran Jaime Torres Bodet y también creó el INBA, pero hay que recordar, por poner algunos ejemplos, que fue el presidente que destituyó a seis gobernadores (de su propio partido) durante el primer año del sexenio, que manejó mal la pandemia animal de fiebre aftosa, que inauguró la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad, que lanzó un programa grande de obra pública y lo agujereó grandemente con la corrupción, que impulsó a Acapulco para impulsar de paso su riqueza familiar y que con la misma corrupción —y otros apoyos gubernamentales— impulsó el enriquecimiento de otras familias como los Azcárraga, O’Farrill, Trouyet o Quintana que luego crearían consorcios empresariales que aún viven. Alemán también inauguraría el Viaducto capitalino y lo bautizaría con su propio nombre, e iniciaría la construcción de la Ciudad Universitaria de la UNAM en la que pondría una estatua de sí mismo —dinamitada en 1960 y 1966.
El presidente Alemán tuvo en la Secretaría de Relaciones Exteriores al gran Jaime Torres Bodet y también creó el INBA, pero hay que recordar, por poner algunos ejemplos, que fue el presidente que destituyó a seis gobernadores (de su propio partido) durante el primer año del sexenio, que manejó mal la pandemia animal de fiebre aftosa, que inauguró la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad…
Ese presidente, el cuasi–rey de 1946 a 1952, el “cachorro de la Revolución”, hizo otros dos intentos que deben recordarse. Intentó reelegirse, como he reconstruido aquí. E intentó también extender su mandato.1
Ambos fracasaron por excesivos, pero el intento reeleccionista fracasó más rotundamente que el intento extensionista. El primero iba directamente en contra no sólo de las causas y los discursos de la Revolución, iba en contra de todos los acuerdos básicos entre los líderes posrevolucionarios para repartirse el poder familiarmente y con suficientes tranquilidad y estabilidad. El segundo era un proyecto más “sutil”, menos agresivo, menos radical, menos descarado, pero no por eso poco problemático. E igualmente antidemocrático: uno porque se daría sin elecciones democráticas —o reelección con elecciones no democráticas— y el otro porque se daría sin ningunas elecciones de por medio.
En agosto de 1951 la Confederación Regional Obrera de México, la priista CROM que fundó el callista Luis Napoleón Morones, hacía campaña por la prórroga del mandato alemanista e invitaba a directores de periódicos y líderes empresariales a pensar la propuesta. Pero, como escribió Daniel Cosío Villegas, uno de los mejores críticos del sistema priista, “la cosa se complicó”. Por un político olvidado de nombre Ernesto Escobar Muñoz, gobernador del estado de Morelos durante el sexenio alemanista. Cosío Villegas: “Se le había adelantado a don Miguel, consiguiendo que la legislatura local aprobara una prórroga de dos años. El asunto llegó a la Suprema Corte, y se supo que el magistrado Luis Chico Goerne (of all people) tenía preparado un proyecto de sentencia donde se sostenía que esa legislatura carecía de facultades constitucionales para disponer semejante cosa” (en La sucesión presidencial, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1975, p. 120). Pero eso se los explicaré después… ®
Nota
1 Como en los recientes casos obradoristas de Jaime Bonilla y Arturo Zaldívar. Hay que entender la naturaleza antidemocrática de todos esos proyectos.