No somos ni tu mamá ni tus esclavas

El 10 de mayo, el trabajo de cuidados y la amistad política feminista

Una disculpa si parecen deshilachadas o incoherentes todas estas ideas. Los autores castrados por sus madres también siguen siendo herméticos en sus textos. Yo no. Yo me veo más bien como una conciliadora, con la esperanza de que, tal vez, haya un espacio para la paz y para el humor. Para decir a los vatos que “Yo no soy tu mamá ni tu esclava”. Somos compas, y no te voy a castrar, pero no andes por ahí de culero ni haciéndote el chingón…

“Sí se puede vivir en México, pero cada vez menos”, concluí el día de mi bienvenida a Francia, a mediados de febrero. Recuerdo que, como siempre, las palabras no me alcanzaban para expresar mi incomodidad con el privilegio de estar realizando el que había sido un deseo durante muchos años: estudiar en otro país. La incomodidad de portar le bonheur. La incomodidad de estar lejos de mi país, donde hay tantas amigas a quienes cuidar.

Ahora que llevo aquí algunos meses sigo atenta a cada noticia de lo que ocurre en México, preocupada por los feminicidios, los homicidios y por la violencia en general; también añoro el abrazo de mi madre, a quien desde hace unos años no llamo mamá, sino que simplemente me refiero a ella por su nombre. Por otra parte, no es superfluo decir que siempre nos hemos tuteado. Quisiera, por ejemplo, echarme unas risas con ella, ver una película y pasarla bien. Por otro lado, con algo de distancia geográfica y nuevas experiencias, comienzo a ver la vida desde otra óptica. Aunque creo que, pese a una que otra diferencia, hay mucho en común entre uno y otro país, porque somos humanos y tenemos una relación con nuestras madres. Por ejemplo: el calendario.

Hasta donde sé, aquí no celebran el día de la madre. En cambio, el mes de mayo comienza con dos rituales sumamente importantes para los franceses, uno de fiesta y otro de conmemoración solemne. El primero es el día del trabajo, el cual, aunque también existe en México, donde se marcha ese día, no diría que se vive de la misma forma, o, al parecer, hay algo más: aquello que me hizo sentir que era el día de la madre. Tal vez por la añoranza de un 10 de mayo que no hay y que, con todo y la crítica feminista, hasta ahora ha sido una fecha para apapachar a mi mamá.

En cambio, aquí, aunque también hay inconformidades y pérdida de derechos laborales, la fiesta del día del trabajo parece haberse arraigado en una festividad más antigua, relacionada con la madre tierra, tal vez, y con el cambio de la météo, o sea del tiempo o el clima, algo muy importante en Francia, donde el sol hace pocas apariciones y predominan los días lluviosos o nublados.

Aunque se regalen desde hace unos cinco siglos, parece que ya antes, desde la Antigüedad, se obsequiaban estas y otras flores a principios de mayo. Al parecer hay una leyenda griega que cuenta el origen del muguet como una flor creada por Apolo, dios del monte Parnaso, para cubrir el suelo y que así sus nueve musas no se dañaran los pies…

Parece que desde el siglo XVI se regalan unas flores llamadas muguets como símbolo del deseo de la buena suerte a los seres queridos. Les muguets, o la fleur à clochette (en campanita) son ramilletes de florecitas blancas, cosechadas en los bosques, que precisamente florecen a finales de marzo y principios de mayo. Aunque se regalen desde hace unos cinco siglos, parece que ya antes, desde la Antigüedad, se obsequiaban estas y otras flores a principios de mayo. Al parecer hay una leyenda griega que cuenta el origen del muguet como una flor creada por Apolo, dios del monte Parnaso, para cubrir el suelo y que así sus nueve musas no se dañaran los pies… Además, los romanos celebraban Las Floralias en honor a Flora, diosa de las flores, y tenía lugar una fiesta de la fertilidad. En los famosos juegos florales, las prostitutas, fueran mujeres libres o esclavas, bailaban desnudas.

La ramita del lirio de los valles es como un amuleto de la suerte, un porte–bonheur. Es curioso que a menudo se le asocie con la virgen María, con sus lágrimas derramadas al pie de la cruz, que habrían dado a luz flores de lirio de los valles (muguets) en forma de campanas blancas. Sin embargo, es sumamente venenosa: castiga. Dirían los poetas que es como la chingada, o Les Fleurs du mal. Como Magdalena Solís, la Prostituta que hacía orgías para que los hombres le ofrecieran en sacrificio su corazón, o como la maga Circe que convertía a los hombres en cerdos, o como Aileen Wuornos, conocida por la película protagonizada por Charlize Theron. El punto es aniquilar a los hombres por violentos. El punto de ellos es: aniquilar a las mujeres por castigadoras. Qué maldites (no puedo con el psicoanálisis).

Bueno, asistí a la marcha del primero de mayo en la ciudad de Burdeos, con una canasta llena de bouquets de muguets, flores que no existen en México, pero que se llegan a traducir como “lirios del valle”, y que son al mismo tiempo icónicas del día del trabajo y del lujo: de la casa Dior. Mi belle–mère, o sea, la mamá de mi compañero, tuvo la idea de cosecharlas para que las vendiera en la ciudad y ganara algunos euros. Belle–mère y copain se podrían traducir, pero no hay realmente su equivalente en mexicano, son términos que no existen en español, porque, bueno, no son lo mismo, es decir, los papeles son algo distintos. No los he estudiado bien, pero puedo decir que en México (y tal vez en el mundo hispánico), el novio no es compañero sino un conquistador, la belle–mère no es una bella–madre, sino una suegra (término, al parecer, de origen germánico, qué interesante), y como me diría mi abue Irene, cuyo nombre significa paz: “Cuídate hasta de tener suegra”. En fin, en todas partes se cuecen habas y, en todas partes se es capaz de “hacer guasas”, como decía también mi abue, quien por cierto no tuvo ni belle–mère ni suegra, porque mi abuelo, mexicano, era huérfano de madre y lo crió la tía Rebeca, quien no era castradora, no, yo la conocí cuando ya era una viejita simpática, amable y un poco “malditilla”, es decir, pícara, tal vez porque ella sí tuvo más oportunidad de que la disciplinaran en aquella forma…, pero creo que la tía Rebeca, por desgracia, nunca tuvo amantes. Que en paz descanse la tía, era una magnífica ser humana.

Les muguets.

Bueno, acordé con mi copain que nos podíamos ver para el almuerzo cuando terminara la marcha, que yo vería a Luciana, una colega argentina que vino a hacer una estancia de investigación en Burdeos. Así fue, ella llegó en su bici violeta, me encontró con mi canasta llena de muguets y me dijo que no conocía la tradición de venderlos libremente en las calles. Le dije que yo tampoco, que hasta hace unos días supe que existía, pero que estaba dispuesta a ganar unos euros porque aquí la vida es muy cara. Ambas nos sorprendíamos porque las y los francesitos se acercaban a les muguets como abejas a la miel y tomaban más de un ramillete, dispuestos a renunciar a les monnaies, o sea, a las moneditas del cambio de sus billetes. También nos daba algo de risa escuchar el tono disco fever de las canciones de protesta en francés o la batucada y el ambiente latinoamericanizado en Bordeaux… Por otra parte, la estábamos pasando mal bajo el intenso brillo del soleil, y es que nosotras estamos acostumbradas a resguardarnos del sol, pero parece que en Francia no lo hacen porque lo añoran todo el año, ¡qué raro…!

El cortejo feminista del primero de mayo en Burdeos.

Para no hacer el cuento más largo, había un hombre mayor que se acercó a nosotras, quien dirigió todo su interés a seducir a Luciana, diciéndole que él en realidad era español, pero nacido en Francia y que amaba Latinoamérica, a pesar de usar algunos galicismos… Como yo la había invitado, sentí el temor de ser un poco responsable de la incomodidad de aquel seductor, y entonces tomé el papel maternal, pero no el benevolente, sino el castrador.

La situación fue algo chistosa porque no pasó a mayores. De algún lugar primitivo saqué fuerza para molestar a aquel señor, por ejemplo: si él decía que le atraía el acento argentino, yo le decía que a mí también me gustaba. Era algo raro, parecido a cuando reprendía por “maleducado” al profesor que tenía dos doctorados, o aún más formación académica… Después, cuando el vieille perverse le presentó el boletillo de la comida para decirle que le invitaba la merienda, le dije: “Ay, pero que lástima, yo ya me adelanté. Yo soy quien la va a invitar”. Cuando tuve un poco más confianza con Luciana le pregunté si era mi imaginación o el señor estaba tratando de seducirla. Nos reímos y le dije que yo había tomado el papel de “mamá mexicana”. No sabía por qué había dicho eso, porque en México jamás lo hubiera dicho. No sé, fue raro, pero nos dio mucha risa. Pero lo que me contestó el viejillo cuando le dije que yo la iba a invitar fue aún más inquietante, pude entender claramente el “Ah, qué maldita” entre dientes. Como ya estaba bien montada en mi yegua repliqué: ¿Cómo dijiste? Y me contestó: “Nada, nada, es una pequeña broma”, ah “una guasa”, como decía mi abue, y “viva la paz”.

Lamenté a Debanhi, a Yolanda y a todas las demás. Quise cuidarlas, maternarlas, protegerlas. Descargar mi rabia, mi tiranía castradora contra sus agresores, defenderlas a todas en la fantasía despótica de la madre que protege. “No es fantasía despótica”, me dije. No lo es: “Es necesaria para proteger la vida de las mujeres. Estamos en guerra. No es tiranía, es preservación de la vida”.

Ahora que va a ser 10 de mayo tuve mi habitual ritual de rumiación: “¿Por qué me habrá dicho: ‘¡Qué maldita!’? pensaba”, ah, seguro es un misógino, un hijo de la chingada, un potencial feminicida, un desgraciado, un infeliz que odia a las mujeres porque está muy afectado por la disciplina de su madre, pero es incapaz de decirlo”. En fin, comimos, recolectamos afiches y regresamos a nuestras casas. Ella me mandó un mensaje para preguntar si había llegado bien. Algo que no se suele hacer aquí, pero, al parecer, sí en Latinoamérica. Bueno, lo dejé por la paz y apenas ayer, 8 de mayo, en la conmemoración de la liberación del fascismo, del fin de la segunda Guerra Mundial, frente al obelisco de piedra y la bandera que ascendía sobre el mástil, recordé el pinche Rastro, el matadero, que llamo así por una obra de teatro de Elena Garro. Pensé en les muguets, Las Floralias, la guerra, y entonces, ma belle–mère me dijo: “Ah, en castellano, creo que El Rastro, además del matadero, también es un mercado”. “Ah, como el capitalismo gore en México sobre el que ha teorizado Sayak Valencia”, pensé… “Ah, como las orgías de algunos poemas de Octavio Paz y del Marqués de Sade”. “Ah, como el Ulises atándose al mástil para resistir al canto de las sirenas”. “Ah, como los hombres deseando a Belinda, y odiándola una vez que la han poseído”. Como la fantasía masculina o la pesadilla femenina. Pensé: pues qué maldito aquel que me dijo “Qué maldita” y escuché en mi mente, por enésima vez, las danzas adolescentes de La consagración de la primavera de Stravinsky, otro vato, también castrado tal vez, como aquel desdichado que me dijo: “Qué maldita”. Bueno, debo encontrar cómo reírme porque tengo un poco de estrés aquí, debo hacer algunas guasas porque extraño a mi familia y a mi matria, porque aprendí que eso se hace, porque lo hacían las mujeres que me formaron: entonces invoqué a la tía Rebeca, a mi abue, a mi mamá, también a Elena Garro y a Lola Vidrio, algunas de las autoras de mi corpus de investigación. Lamenté a Debanhi, a Yolanda y a todas las demás. Quise cuidarlas, maternarlas, protegerlas. Descargar mi rabia, mi tiranía castradora contra sus agresores, defenderlas a todas en la fantasía despótica de la madre que protege. “No es fantasía despótica”, me dije. No lo es: “Es necesaria para proteger la vida de las mujeres. Estamos en guerra. No es tiranía, es preservación de la vida”.

Cartel del 1 de mayo.

Recordé que podía escribir algo para publicarlo y encontré un texto que escribí poco antes de venir a Francia, pero que tuve vergüenza de publicar. El día que vi a Luciana le conté algunas cosas que menciono el texto, porque le pregunté si ella conocía a Tamara Tenenbaum, también argentina, profesora universitaria, filósofa… Luego del primero y del ocho de mayo me decidí a desempolvar un texto que había escrito en diciembre del año pasado. Tal vez sea momento de publicarlo. Aunque sienta algo de vergüenza y vaya ya en la sexta página del editor de textos, y que me hizo llorar cuando supe que Debanhi Escobar había sido encontrada en una cisterna. Aquí va:

“No somos amigas”

Dicen que escribimos cuando tenemos algo que decir y que leemos cuando queremos saber algo. También dicen que para poder escribir algo bien, antes debemos leer y leer, para enterarnos. Ahora sabemos que no todo lo que queremos saber está en los libros (aunque la publicidad editorial pretenda que sí), sino que debemos aprender a escuchar. Por otro lado, la lectura sin escucha puede llevarnos al no entendimiento absoluto de lo que leemos. Bueno, yo tengo una reputación de leer mucho, pero lo que debo confesar hoy, y que por algo de vanidad creo que interesará a alguien, es que en realidad me cuesta mucho escuchar y leer, y que por eso siempre que tengo algo que decir hablo de la importancia de la escucha… Porque tal vez Freud en algo tuvo razón y le atinó a refutar algún pasaje bíblico para emanciparse de su interpretación de la tiranía materna: hablamos de lo que carecemos. Esto lo sé de oídas, porque no recuerdo haberlo leído en algún libro de Freud, sólo en la Biblia. En fin, el punto es que pienso que sí, que hablamos de lo que carecemos porque estamos llenos de carencia.

“No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el espíritu lo pide por nosotros, con gemidos inefables”. Así es como dice la Biblia latinoamericana. No sé cómo lo decía Freud en alemán, ni tengo el ánimo de hacerme la erudita, aunque aprendí algo de deutsch, porque no tengo a la mano sus obras. Bueno, sí leí algo en la prepa o por recomendación del más viejo de mis maestros, quien no perdía el tiempo de aconsejar: “Lean El malestar en la cultura”, como lo hizo un día cuando cruzaba el pasillo donde estaban nuestros escritorios de asistentes de investigación. Él no fue nunca mi maestro, pero lo veía siempre por aquellos casi cinco años que trabajé de asistente. Volviendo a la cita bíblica, inefable quiere decir, según el diccionario, “que no se puede explicar con palabras”. Entonces los gemidos inefables han de ser más bien, ¿imposibles de ser comprendidos? ¿O es pura retórica, como la publicidad editorial? Ahora pienso que son las reacciones inconscientes ante los discursos internalizados. Quién sabe. Qué maldita la dialéctica. Como se dice en México: yo tomo saber de la Biblia, de mi agnosticismo, aprendido en la universidad, y de huir de la Schadenfreude: la alegría malsana, la alegría sádica.

8 de marzo en Bayonne: “La vida importa más. ¡Luchar, resistir, el acuerdo es vivir! Aquí y en México, donde son asesinadas 10 mujeres cada día”.

El tema de lo oral y de lo escrito fue uno de los principales en una charla con la escritora argentina Tamara Tenenbaum en diciembre del año pasado, quien tiene casi la misma edad que Luciana y yo. Ella dejó su barrio del Once, ubicado en Buenos Aires, “en el fin del mundo”, para visitar la FIL Guadalajara en diciembre pasado. Para colarse unas horas por la Preparatoria Regional de Tepatitlán, ubicada en otro fin del mundo, o como decimos aquí, “en el fundillo del diablo”, donde yo fui a nacer. De hecho, allá se suele decir: “Yo tomo saber de mi fundillo” (se dice, pero no se escribe).

Maternar ¿sin castrar?

Contra el consejo habitual de leer mucho para escribir algo coherente e inteligente, la joven escritora Tamara dijo aquel día que no era necesario, que ella no quería aleccionar a nadie, mucho menos “a los chicos”, que la gente hiciera lo que quisiera, que ella lee mucho desde chica porque tuvo “la posibilidad y la curiosidad de hacerlo”, pero que cuando escribe literatura hace algo muy difícil de lograr: evitar la abstracción y concentrarse en las imágenes y en la recuperación del lenguaje oral. O sea, en escribir como se habla. Concuerdo que es difícil lograrlo cuando hemos sido formadas, aleccionadas por la academia, para hablar como escribimos, pero ni modo, nosotras nos lo buscamos. Lo digo con familiaridad, como si la conociera desde años, pero no, recordemos que: no somos amigas.

Tamara Tenenbaum en la preparatoria regional de Tepatitlán en Ecos de la FIL.

Ahora (el chisme), antes de ocurrir eso, el director de la preparatoria nos presentó a la filósofa a la entrada de la prepa. Yo llegué con el buen Lalo Castellanos, quien me invitó y me contó que había sido invitado a estar en la mesa junto a ella, pero que había pensado: “Ay, cómo será estar ahí, puro vato con la morra”. Claro que Lalo, quien es muy culto, pudo haber dicho que se vería mal que en la mesa hubiera sólo hombres con una mujer, quien además se identifica como feminista, pero él lo dijo más claro que el agua, vatos, la morra (se dice, pero no se escribe).

Pero qué buen gesto el de Lalo, ¿verdad? No sé si yo podría renunciar, resistir la vanidad de salir en la foto junto a una escritora famosa, pretendiendo que somos amigas, cuando no, como en su cuento No somos amigas”. La verdad es que no, de hecho, no me tomé una foto con ella, pero sí le tomé una a Tamara con quien sí es mi gran amiga: Elba Gómez Orozco, la reina de la literatura y del habla de Los Altos de Jalisco. Muy guapas ellas en la foto, junto con la bandera de la Prepa Regional de Tepatitlán, no con la bandera de México, porque el anarquismo de rancho nunca se ha llevado bien con el nacionalismo, ni el feminismo con los obeliscos (el “anarco de rancho” es algo muy distinto al narco de rancho, aclaro, aunque oralmente se parezcan las palabras, eh). Machetazo al macho, al nacionalista, al Ulises, al Quetzalcóatl. Pobres, si sólo buscan un refugio. Pero qué maldites…

Me cayó mejor la mujer cuando dijo algo como que la gente escribía de lo que le pasaba y de sus lecturas, pero que ella tan sólo tenía 32 años y que pronto se acababan las experiencias cuando se es tan joven. Estuve de acuerdo y me dio risa porque me sentí identificada.

Bueno, cuando el maestro Mireles me presentó a Tamara, ella, de manera muy amable, me ofreció su mano y me contestó: “Tamara”, como si yo no supiera su nombre y que es una gran escritora famosa, lo cual me pareció muy humilde de su parte, y dije, wow, tal vez podríamos ser amigas algún día. Pero no, como en su cuento, como en la trágica historia de Debanhi, y como en mi trauma con una colega feminista en Guadalajara: no somos amigas. Recordé la conferencia de Andrea Prado, historiadora de las mujeres, a quien conocí también aquí, pero en agosto y en la Casa de la Cultura. A ella tampoco le pedí una foto del recuerdo el día que la conocí. Se me hace tan extraño eso, fotografiarse con alguien que acabas de conocer… Andrea habló de las mujeres que asesinaron a otras mujeres, una de las asesinas tenía el segundo apellido de mi abuela materna. Quelle horreur!

Bueno. Me cayó mejor la mujer cuando dijo algo como que la gente escribía de lo que le pasaba y de sus lecturas, pero que ella tan sólo tenía 32 años y que pronto se acababan las experiencias cuando se es tan joven. Estuve de acuerdo y me dio risa porque me sentí identificada. De hecho, fue de las pocas cosas que dijo que me sacaron una risa, porque su sinceridad y desparpajo entraron en conflicto con mis expectativas estereotípicas. Creo que yo esperaba más simpatía suya, o curiosidad por entender algo de México, o de ese otro fundillo del diablo que es mi tierra natal (Tepatitlán). Pero como dice el dicho: “Lo que te choca te checa”, pues yo no la había leído. Eso no es lo peor, porque, siendo tan curiosa, debí haber leído algo suyo aquel mismo día después de estrechar su mano. No lo hice por mis prejuicios.

Después de su charla pensé, por alguna razón, que era poco simpática y por los títulos de sus libros y su actitud en la mesa, creí que era un personaje, una mercancía de las empresas editoriales. Desconfié de su sinceridad cuando nos dijo que no sabía hacer nada más que leer y escribir, que ni siquiera sabía destapar una cerveza o un refresco, y que ella no quería imponerse, que la gente hiciera lo que quisiera. Vino entonces a mi mente la desconfianza y recordé aquello que aprendí en una clase de historia (Hayden White y Lola Vidrio), ¿en serio? ¿Una narradora que no quiere moralizar? No le creo nada, pensé, e inconscientemente decidí no tener el interés de leerla hasta que, de verdad, la leí por casualidad, tan sólo unos días después.

La amistad política y la guerra contra las mujeres: acciones por el cuidado y contra la violencia

La noche después del cumpleaños de Andrea tuve mi primera presentación con la gente de Francia, con una asociación de hispanistas de Europa, América y África, que concurren en Burdeos, en Francia, y ahora, con la maravilla de las videollamadas, con una aspirante a hispanista decolonial originaria de Tepa(titlán) (espero que se pueda hacer eso). Aguanté, como dijo el moderador de la mesa, “como una leona”, porque por el cambio de horario, eran en México las 2:00 a.m. y la reunión se extendió hasta casi las 6. De hecho, yo venía de la fiesta de cumpleaños de Andrea Prado. Comimos pozole con pata de puerco y pastel de cajeta. Entre las 9:00 p.m. que salí de la fiesta (petit comité y con sana distancia) y las 2:00 a.m., hora del seminario de AvHispa, quise hacer algunas precisiones en mi discurso, porque me di cuenta de que no podía definir muy claramente el término de violencia y mi proyecto es sobre representaciones de la violencia y la sexualidad en el discurso narrativo de escritoras mexicanas del siglo XX (tomo aire para continuar, porque no sólo lo escribí, sino que lo dije en voz alta, qué largos los títulos  en la escritura académica. Trataré de ser profesora académica mientras consigo dinero para psicoanalizarme, porque “es muy caro”. Suena mucho mejor el título del libro de Tamara: El fin del amor, pude haberla plagiado, tan sólo para esa noche, pero, aunque no somos amigas, el plagio es abusivoy yo no quiero serlo). Son castigadora pero no abusadora. No me adelanto. Soy capaz de violencia, pero no de tomar la iniciativa. Casi nunca. No. Tampoco tengo deseos de ser mamá, sinceramente. Pero si de maternar seres humanos y animales, y de cuidar incluso, la memoria de las mujeres distorsionadas por los castrados. Qué maldita soy. Una bruja total, gracias a mi pigmaleón, quien tal vez tuvo una madre castradora, quien tal vez tuvo un padre abandonador o asesinado. Quien sabe. La cadena.

Me quedaba muy poco tiempo para releer Sobre la violencia de Hanna Arendt. Releerlo porque, cuando lo leí, la verdad no entendí más que lo del “ajedrez apocalíptico de la Guerra Fría”, una imagen que utilicé en un power point hace unos años en un coloquio. A mí a veces no se me da tanto la abstracción como pretendo… pero ya no me da vergüenza decirlo. Busqué frases sobre la violencia en memes (metodología del siglo XXI). Pero a veces entiendo a Heidegger, a Octavio Paz y a Sade, y la gente me mira con miedo cuando hago alguna sentencia sobre ellos porque les da miedo que los haya entendido y castigado. Tal vez porque parece que los estoy castrando. No es mi intención, me traiciona la lógica de mi cerebro. Una disculpa. Yo quisiera ser más benevolente…

En primera fila (en Google), apareció una reseña del libro de Arendt, cuya autora era precisamente Tamara Tenenbaum (wow), pero ahora, no en cuentos, sino escribiendo como se debe escribir, desentrañando los misterios del pensamiento de Arendt (misteriosos para mí porque no los había entendido, dejo el enlace), ella, más Tenenbaum que Tamara (por la manía de la citación en formato APA), formulaba una de las más lúcidas e inteligibles lecturas filosóficas que he leído, tal vez porque a ella sí le entendí (al menos creo que le entendí, tal vez porque no estaba castrada, o había encontrado, igual que yo, cómo emancipar “su azucena”, como llamaban las monjas del colegio a la vagina).

Para responder a una situación en el mundo, hay que tener la capacidad de sentirse afectado por lo que pasa en él. Y es ese responder lo que para Arendt es la quintaesencia de la humanidad y la política: no es la reflexión, sino la acción (que Arendt distingue en este texto de la “mera conducta”) lo que tuerce la historia de la humanidad, lo que tiene la capacidad de guiar nuestro destino,

escribe Tenenbaum.

En pleno año pandémico, imaginé a Tamara releyendo a Arendt, porque no creo que la haya leído una sola vez. La imaginé releyendo, ya con una conciencia política algo madura (porque critica el racismo de Arendt en aquel clásico libro, por ejemplo). La imaginé preocupada por la crisis sanitaria, la destrucción del sistema de salud pública en el contexto de la globalización neoliberal, la imaginé afectada por la indiferencia de los gobiernos y de la gente. Pensé entonces en la máscara de su personaje, quien en realidad ha de ser más empática que yo y por eso sabe escuchar y leer mejor, y que no estaba presumiéndonos su erudición sin protegiéndose de su tendencia a maternar y castrar, como yo (tal vez me proyecté…). Continúa Tenenbaum: “Y esa acción no se produce sin que aparezca una voluntad de actuar, voluntad que no puede ser puramente intelectual, que tiene que estar ligada a la capacidad de sentirse parte del mundo: de sentir las injusticias”, “muchos otros intentamos pensar los modos en que el poder puede organizarse para cuidar las vidas de las personas, tanto en lo que refiere a la salud como a sus consecuencias económicas y sociales”. O sea, que la acción no sea para violentar, sino para cuidar. “Como una leona”. Aguanté esa noche “como una leona”. Y tuve la fantasía de ser vista y escuchada. Pero tuve vergüenza de publicar el texto sobre aquella vez que no fui leona, sino que fui cachorro necesitada de socorro de una “mala amiga”, como le dije en estado de ebriedad al encargado del Oxxo aquella noche del año 2015. “Como Debanhi”, pensé, con ese sesgo de confirmación de alguien ante la violencia machista. Pero las amigas no son mi mamá, pensé. Recordé.

Entonces confirmé que, a quien había visto como antipática y vanidosa, a Tamara, no lo era, sino que en realidad lo era yo, y en el desperdicio que fue mi encuentro con Tamara, quien podría ser una de las filósofa más importantes de nuestro siglo, y quien vino ahí, a Tepa, a mi terruño, por no decir a mi fundillo del diablo, porque si se lee en voz alta suena muy vulgar y nada filosófico, he de escribir: “prosaico”… por eso quise que mi recepción a Luciana fuera diferente.

Pero en enero, llena de curiosidad, descubrí el libro de Tamara: Nadie vive tan cerca de nadie (2020), cuyo título no recordaba ahora en mayo de 2022. Entre el conjunto de relatos figura uno que se llama precisamente “No somos amigas”. Sin hacerles spoilers, diré que se trata sobre ser una persona malintencionada, ventajosa, egocéntrica, alguien que es quien, como se dice en mexicano, una persona “culera”,pero se dice, no se escribe.

Tamara Tenenbaum y yo no somos amigas, por desgracia. Y no le mandaré solicitud de amistad por Facebook porque tampoco soy una acosadora como el señor que trató de seducir a Luciana, pero la seguiré leyendo, porque dudo de que nos volvamos a ver en aquel fundillo del diablo, en el mío o en el suyo, el del Once.

Por eso apenas descubro su etimología, se trata de la persona que esconde la droga en, como dicen en España, el culo, para ingresarla a las cárceles. En mexicano también nos referimos al culero como el chingón, pero suele ser un término que guarda dos significados antitéticos polisémicos: el violador, conquistador, reconocido, muchas de las veces, positivamente, pero cuya existencia es en realidad la de la cobardía, la de la pusilanimidad, la del tirano abusivo que atenta, no contra los más débiles, sino contra los más indefensos, contra su madre, de quien no se ha podido emancipar sin culpa. Es quien nos parece molestx, porque no entendemos su contexto (espero haber entendido). Tal vez eso entendí porque, precisamente, en el cumple de Andrea Prado, hablaba con ella y con Sofi; porque entre quienes aprenden a hablar como se escribe se llega a utilizar la retórica para justificar hacer culeradxs como feministas, y luego decir que “te falta leer”, cuando en realidad a quienes supuestamente leemos mucho nos falta barrio y rancho para saber qué es un esmeril y un talache. Y no sólo saber nombrarlos, sino tal vez aprender a usarlos o reconocer nuestra torpeza, no para enorgullecernos de que tenemos a alguien que los use por nosotros, como hacen muchos intelectuales elitistas; en fin, para no andar ahí de inútiles nomás sabiendo de palabras y de cosas académicas.

Pues no, Tamara Tenenbaum y yo no somos amigas, por desgracia. Y no le mandaré solicitud de amistad por Facebook porque tampoco soy una acosadora como el señor que trató de seducir a Luciana, pero la seguiré leyendo, porque dudo de que nos volvamos a ver en aquel fundillo del diablo, en el mío o en el suyo, el del Once. Espero que, para entonces la haya no sólo leído, sino releído como ella tal vez ha hecho con Arendt. Espero que para entonces sea yo más sensible a lo humano, haya aprendido más sobre cuidados y a ser menos culera cada día, pero también sobre el perdón. Haya intuido cuando alguien tiene hambre o sed, a que ningunx de mis amigxs tema que los eche de mi casa alguna noche o abandone en la carretera. No lo digo por Debanhi. Lo digo por mí. Me pasó una vez a mí, porque aquella amiga que lo hizo, o no era mi amiga o era una culera. No quiero ser antipática, tal vez ahora que aquella chica dice ser feminista sea menos culera que como lo fue conmigo. Ojalá que sí, nunca lo hablé con ella. Tal vez no lo recuerda porque estaba en su fantasía, en sus drogas, porque no pensaba que yo corría peligro. No sé. Lo importante es que estoy aquí, viva, y que ella ahora va a las marchas feministas, y tal vez se ha puesto al corriente sobre la amistad política para hacer frente a la guerra contra las mujeres. Tal vez antes ella no lo sabía. Tal vez… es que no es mi mamá. Traté eso en psicoterapia. Hacerme responsable. Soñé tantas veces que la perdonaba, pero la bloqueé de Facebook, porque no podía lidiar con ese recuerdo y tampoco confrontarla. Cuando la vi haciendo un performance feminista la evité y corrí a abrazar a una amiga quien, para mí, no era una culera.

En fin, el psicoanálisis es muy caro y todavía no sé, todavía no lo entiendo. Sólo deseo que en esta guerra ni en ninguna, ningunx de mis amigxs tema ser vulnerable conmigo, mearse en el colchón (como en el cuento de Tamara) por accidente, o confundir el nombre de la perra con el de mi mamá, como le pasó a uno de los amigos franceses de Andrea en una divertida anécdota, a lo que su mamá contestó: “No, no soy la perra, ¡pero soy perrrísima…!” Porque ser feminista no es andar chillando por las mujeres muertas, en abstracto. Para mí, ser feminista es no ser culera, o trabajar en ser menos culera con las personas y los animales. Y ser culera, ¿qué es? Es herir intencionalmente, de obra o de palabra. Y para saber eso no hace falta tanta teoría. O quién sabe. Ahora no lo sé, porque ellos nos ven como la malinche, como la chingada vengándose. Chula posteridad. Antes de este diez de mayo no había considerado a los feminicidas como machos castrados, hasta que comencé a leer “¿Hay que quemar a Sade?”, de Simone de Beauvoir.

Ahora que recordé al profesor que recomendó El malestar en la cultura, de Freud, quien por cierto fue asistente de Erich Fromm (Claudi Esteva), la última vez que lo vi tenía cáncer y creo que cien años. Lo saludé. Como siempre me sonrió, pero cuando le pregunté cómo estaba extendió los brazos, luego señaló su torso, quiso decir tal vez algún “gemido inefable”, pero no me dijo que estaba bien. Supo ser sintético y sincero como Tamara, dijo que estaba “Resistiendo” y se rio. Y ¿cómo se puede estar a los cien años y con un cáncer cruzando el pasillo de trabajo, saludando a unos asistentes de investigación que viven en un cuasifundillo del diablo? Pues resistiendo, pero con una sonrisa. Así recordaré también a Tamara Tenenbaum, resistiendo y sonriendo.

Confío en que Tenenbaum será una de las más importantes filósofas de este siglo, que será reconocida y que no morirá joven, porque cuidará y será cuidada por sus amigues, como Luciana, como yo, como mis hermanas. Eso espero. Claudi Esteva llegó a México luego de estar en un campo de concentración durante la segunda Guerra Mundial. Fue un socialista. No lo sé, pero creo que fue religioso al final de su vida. Como Lola Vidrio. No lo sé. Tal vez terminaré así. Eso espero. Ojalá. Ojalá. No quiero ser una asesina, ni material ni simbólica.

Por lo pronto, ya sigo a Tenenbaum en su perfil académico, porque, aunque no somos amigas, tengo la esperanza de que algún día pueda ofrecerle mi amistad sin presentarme como esclava, ni como una imposible madre castradora, interesada en afectarla a través del affidamento. Por ahora, tengo algunos escritos suyos. La encuentro muy cercana a la también filósofa y escritora mexicana Dahlia de la Cerda, quien tampoco es amiga mía, pero ya me animé a escribirle en insta, sin afán de acosarla. Hay que leerlas, no nomás pedirles una foto. Hay que admirar su inteligencia y trabajo anticulero, hay que affidarse, como intento hacer con mi belle mère, afectarse por el mundo, buscar acciones para el cuidado. Pero también hacer acciones para la emancipación, para emanciparnos de nuestros orígenes apaciblemente. Para que el asesinato no sea material o simbólico, sino comprensivo, para que podamos encontrar la coexistencia, pero hemos de recordar que la coexistencia donde hay tiranía no es viable. En fin. Son ideas en el tintero. Sigo leyendo a Garro y a Rosas Lopátegui.

Una disculpa si parecen deshilachadas o incoherentes todas estas ideas. Los autores castrados por sus madres también siguen siendo herméticos en sus textos. Yo no. Yo me veo más bien como una conciliadora, con la esperanza de que, tal vez, haya un espacio para la paz y para el humor. Para decir a los vatos que “Yo no soy tu mamá ni tu esclava”. Somos compas, y no te voy a castrar, pero no andes por ahí de culero ni haciéndote el chingón (se dice, pero no se escribe). « Ne fait pas », y « viva la paz », et porte le bon–heur des muguets. Que los vatos no sean unos gallinas frente a la guillotina o el tendedero de denuncias. Y que nosotras no seamos incapaces de sentir el deseo de nutrir. Pero, no seamos esclavos ni esclavas. Como dicen en Francia: Qu’il se démerde, que vayan a terapia. Pero que la terapia sea costeable y accesible. En fin, mucho trabajo de cuidados por hacer… Reconocer es un trabajo.

Dejo aquí un poema de una amiga, Elba Gómez Orozco, a quien realmente no me cuesta trabajo reconocer. Un beso a todas las madres. ®

Poema de Elba Gómez Orozco (fragmento)

Soy la madre
que busca a sus muertas en los parajes
en las sabanas,
en las laderas
En el cauce de los ríos,
en las fosas
en el muladar,
en un lecho asesino.

Y en cada una de las conciencias
La que ha convertido su dolor en bandera
enarbolada en nombre de todas las hijas,
de las que ya no están

De las vencidas
de las violadas
de las ultrajadas
De las desaparecidas
de las malogradas
de las muertas.
¡de las muertas!

La madre de todas las hijas
Yo soy esa
la madre de una mujer
la que ya no está por ser mujer,
¡la que está muerta por ser mujer!
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Publicado en: Apuntes y crónicas

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