¿El Messi del Estado mexicano?

Porfirio Muñoz Ledo en la historia y la política contemporánea

Muñoz Ledo no fue un demócrata pero sirvió a la democracia. O sirvió a la democratización del sistema político pero por necesidad y estrategia, no por demócrata. Claroscuros… Y así, menos oscuro que Bartlett y López Obrador.

Porfirio Muñoz Ledo, un joven político.

Porfirio Muñoz Ledo fue un político autopercibido con exceso: se veía a sí mismo como un estadista, un político excepcional, algo así como el Messi del Estado mexicano. O de la república, una de sus palabras favoritas, de hecho su fetiche retórico. Pero “Porfirio” no tenía la actitud silenciosa y humilde del genio argentino sino la tendencia arrogante y jactanciosa de Hugo Sánchez. ¿Fue un Messi político? No. ¿Un Hugo? ¿Metió muchos goles democráticos?

No se descubre nada si se dice que Muñoz Ledo fue un político de claroscuros; lo fue, como casi todos los políticos. Lo importante —y lo difícil, lo retador incluso— es acercarse lo más posible a la verdad fáctica de cuántos y cuáles fueron sus claros y oscuros relevantes. Relevantes para el país en el que actuó. Porque no vienen necesariamente repartidos a mitades…1

Regresamos a la cuestión de los goles democráticos y se tiene que decir: no fueron tantos los que metió “Porfirio”, es decir, no tantos como los que él afirmaba, pero sí algunos e importantes. No hay que sobrevalorarlo como político, ni como intelectual —como él hacía sobre sí mismo—, tampoco es justo menospreciarlo —como hacen quienes sólo ven su pasado priista, clásico u obradorista.

Sobre los muertos la verdad, dijo Voltaire sin sentimentalismo. ¿Cuál es la verdad fáctica sobre Muñoz Ledo? ¿Cuál es o será la verdad histórica sobre su carrera y su impacto? No son, no serán, las que él quería, tampoco las que quieran fijar quienes se limiten a criticar los peores fragmentos de su pasado (en los que estoy incluyendo la etapa al servicio del proyecto restaurador de López Obrador). Ese pasado criticable existe y hay que decirlo, pero también hay que decir que “Porfirio” rompió con el PRI cuando aún era hegemónico. Rompió con lo que había sido su partido por décadas y lo hizo en un momento clave, trascendental—a diferencia de lo que hicieron AMLO y Manuel Bartlett.

No es cierto que AMLO haya salido del PRI con “Porfirio” y Cárdenas, ni que haya enfrentado junto con ellos a la pareja fraudulenta Salinas–Bartlett; el tabasqueño no estuvo con los disidentes en la 13 Asamblea Nacional del PRI en la que se cuece la ruptura de la Corriente Democrática, y sólo se unió al Frente hasta que se le dio la candidatura al gobierno de Tabasco, meses después del fraude presidencial.

Recordemos que López Obrador no fue parte de la Corriente Democrática del PRI, el grupo rebelde de Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, ni del Frente Democrático Nacional (FDN), formado por esa corriente y otros grupos ajenos al partido hegemónico, sino hasta después de la elección presidencial de 1988 operada por Bartlett. Sencillamente, no es cierto que AMLO haya salido del PRI con “Porfirio” y Cárdenas, ni que haya enfrentado junto con ellos a la pareja fraudulenta Salinas–Bartlett; el tabasqueño no estuvo con los disidentes en la 13 Asamblea Nacional del PRI en la que se cuece la ruptura de la Corriente Democrática, y sólo se unió al Frente hasta que se le dio la candidatura al gobierno de Tabasco, meses después del fraude presidencial. Muñoz Ledo, por el contrario, encabezó con Cárdenas todos esos procesos: la estructuración de una corriente de oposición interna en el PRI, su escisión de éste, la formación del FDN, el reto electoral a Carlos Salinas y por tanto a Miguel de la Madrid y a don Bartlett. Lo explico aquí —respondiendo a la ignorancia histórica y torpe grilla coyuntural de Genaro Lozano—, donde asimismo señalo que Muñoz Ledo no dejaba de ser criticable.

“Porfirio” tuvo en su evolución política varias etapas, entre ellas la de la oscuridad de haber sido de fondo un priista típico desde finales de la década de los cincuenta hasta 1986 y la etapa de la claridad de haber contribuido a la caída de la hegemonía priista y la transición democrática entre 1987 y 1997. Después de ese año, la relevancia política y democrática muñozlediana empezaría a disminuir, si bien haría el intento de elevarla mediante el proyecto de Reforma del Estado, que no se concretaría y cuyo fracaso traería tanto problemas al régimen postransicional como contradicciones intelectuales a Muñoz Ledo, hasta que la necesidad política lo arrojó en brazos de un priista socialmente conservador y políticamente reaccionario al que el “genio” Muñoz Ledo no entendió o, lo que es más probable, fingió entender de otro modo: el proyecto de AMLO, bajo la muy delgada capa de retórica, nunca ha sido otro que desandar el camino que abrieron muchos, como nuestro objeto de análisis, para reconstruir y “mejorar” el sistema priista con el mismo AMLO como principal beneficiario. Vía la derrota política, con el marginamiento que eso implica, Muñoz Ledo volvió a la claridad: ya sin la ceguera voluntaria a la que empuja el hecho de compartir la altura del poder, vio el autoritarismo presidencialista y el personalismo megalómano de López Obrador. Y supo recuperar la crítica antes de morir —en parte, me parece, porque sabía que la muerte política ya había ocurrido de nuevo y esta vez no podría resucitar, pues en primer lugar la muerte física no podía estar lejos.

Hablando de megalómanos, sigamos criticando a Muñoz Ledo, que hizo mucho más por la democracia que Bartlett y AMLO juntos, pero sin duda cometió errores y excesos que también pertenecen a la megalomanía. Veamos y analicemos a propósito tres de sus accesos megalómanos:

1. “Fui iniciador de la transición democrática con Cuauhtémoc Cárdenas.” Así lo dijo varias veces: iniciador. Lo repitió en el programa “Entre dichos” de René Delgado en El Financiero–Bloomberg el 10 de octubre de 2022. Pero no es cierto. Se regaló a sí mismo un lugar todavía más grande que el que corresponde. Siendo muy estrictos técnicamente, la transición se inicia con la reforma electoral de 1977, el 68 es uno de sus antecedentes y el 88 una de sus estaciones más relevantes, como la reforma electoral de 1996 de la que vienen el IFE–INE, y 1997 y 2000 sus desenlaces, en tanto en el primer año el PRI carece de toda mayoría absoluta en el Congreso y en el segundo año pierde la presidencia.

Cuando Muñoz Ledo dice “logramos un IFE verdadero (…) y un régimen electoral completamente distinto (…), lo que abrió la transición democrática”, dice algo cierto y algo impreciso, pues un IFE independiente y autónomo y un sistema electoral completamente diferente no abren la transición, son la transición, son efectos de ésta y causas de su continuación y avance.

Si no hubieran existido una oposición pluralizada y fortalecida y elecciones distintas a las organizadas por la Secretaría de Gobernación priista, gracias a las reformas electorales progresivas, el PRI no habría perdido el control del Congreso y la presidencia, y que haya perdido ese control tuvo consecuencias en el sistema de gobierno, que pasó de hiperpresidencialista a presidencial, con un presidente que podía ser de otros partidos y cual fuera no tendría mayoría en las cámaras. Si cambiaron el sistema de partidos, el sistema electoral y el sistema de gobierno, cambió el régimen político y, por tanto, sí hubo una transición. La hubo: había un sistema de partido hegemónico y desapareció, sustituido no por la nada sino por un sistema multipartidista; había un sistema electoral no democrático determinado legislativamente y operado gubernamentalmente por el partido hegemónico y murió, sustituido no por el vacío sino por un sistema electoral democrático que probó serlo por procesar alternancias partidistas en el poder; había un presidente que tenía y ejercía más poder que el constitucional —incluyendo ser jefe del partido hegemónico— y se diluyó, sustituido no por un presidente apenas un poco menos poderoso sino por un presidente con los poderes que le permite la Constitución. Nació una democracia, la que hoy sobrevive; el problema no es que la transición no haya existido, sea falsa o no haya terminado, sino el tipo de democracia en que terminó y lo que siguió: una democracia no muy amplia, no tan profunda como debió ser, que no continuó suficientes reformas institucionales para elevar su propia calidad, que no encontró suficientes políticos a la altura del reto de un nuevo momento, que empezó a deteriorarse pronto —AMLO desempeña un papel principal en ese deterioro a partir de 2006—, y que nunca se vería exactamente consolidada. Cuando Muñoz Ledo dice “logramos un IFE verdadero (…) y un régimen electoral completamente distinto (…), lo que abrió la transición democrática”, dice algo cierto y algo impreciso, pues un IFE independiente y autónomo y un sistema electoral completamente diferente no abren la transición, son la transición, son efectos de ésta y causas de su continuación y avance. Todo eso debe decirse porque tiene que ver con nuestros temas aquí pero también porque lo contrario —“no hubo transición”— es parte de la mentira obradorista y porque muchos periodistas e intelectuales literarios —como Rafael Lemus— comparten esa “conclusión” de esa mentira aunque no sigan a AMLO —siguen promoviendo una confusión.

Para rematar este punto sobre Muñoz Ledo y la transición democrática recupero unas líneas de Ignacio Pinacho en un chat, ya que dejan claro que es un error y una injusticia minimizar la importancia del político a mediados de los noventa:

Porfirio encabezó desde el PRD la necesidad de una transición pactada [de continuar la transición y dar paso a otra etapa mediante un pacto electoral, un gran acuerdo entre los partidos para llegar de una vez a otro sistema electoral, para terminar de hacerlo completamente distinto, para usar las palabras de Muñoz Ledo]. Cárdenas se opuso. En el III Congreso del PRD ganó [Muñoz Ledo] la polémica y votación. Cuauhtémoc proponía establecer, no sé cómo, un ‘gobierno de salvación’, a pesar de la gran votación que tuvo Zedillo

en las elecciones presidenciales de 1994. Esa victoria de “Porfirio” sobre Cárdenas al interior del PRD sería uno de los factores de la reforma electoral del 96, reforma democrática y democratizadora, cuyo valor e impacto son negables sólo desde una ignorancia terrible o desde la mentira por interés.

2. Otro dicho de megalomanía muñozlediana es “fui el primero en interpelar al presidente en un informe”. Esto lo dijo en 2014, en el episodio que le dedicaron en la serie “Caminos de Libertad” del Canal del Congreso. Literalmente afirmó que fue “la primera vez que alguien desafiaba así públicamente al presidente de la república en un acto”, refiriéndose al informe presidencial del 1 de septiembre del 88. Sin embargo, en realidad, la primera interpelación opositora en uno de esos informes a los que el priismo dio su sello ocurrió en 1981, en el quinto año del presidente José López Portillo; el de la voz fue Edmundo Gurza Villarreal, diputado del PAN. El entonces presidente de la Cámara de Diputados, el veterano priista Luis M. Farías, lo relata en su muy útil libro Así lo recuerdo. Testimonio político (FCE, 1992, pp. 208–209): “Gurza interrumpió al Presidente. Se trataba de la primera vez en la historia —hasta donde yo sé y recuerdo— en que un diputado se atrevía a interrumpir a un Presidente en plena ceremonia de lectura del Informe Anual Presidencial”; “molestó tanto esta interrupción al señor Presidente que pasó buen rato para que recuperara su respiración y voz normales”; pero el hecho “no pudo ser comentado por los periodistas, que seguramente pensaron [les hicieron “pensar”] que no podían hacerlo sin desestimar de alguna manera al señor Presidente, de tal manera que hay muchos periódicos que ni siquiera mencionan el incidente”. Y luego creen unos que no existió el hiperpresidencialismo o superpresidencialismo del PRI, mientras otros que nada cambió a finales del siglo pasado… ¿Alguien informado, racional e independiente duda de que López Obrador quisiera vivir, cuando menos, en esa época y que se molestaría como López Portillo, o más, si un opositor lo interpelara en eso que fue llamado “el día del presidente”?2

Si extendemos la visita a Farías, vehemente antiizquierdista que siendo líder legislativo se reconocía como “casi miembro del gabinete” presidencial (p. 216), hecho que dice tanto sobre el presidencialismo priista que tantos desconocen, podemos añadir algo sobre Muñoz Ledo y la época que tocamos. Según Farías (pp. 229–230), el presidente De la Madrid, con quien también colaboró, no quiso darle una secretaría de Estado a “Porfirio” y lo ratificó embajador ante la ONU (Farías dice sólo que lo nombra pero más precisamente lo mantiene en la última posición que le dio López Portillo); después le quita esa representación, en 1985, por algunos escándalos personales y molestias de “todos los grandes países”, y Muñoz Ledo pide la Secretaría de Gobernación, pero De la Madrid no iba a deshacerse de Bartlett, entonces le ofrece otra embajada, Muñoz Ledo pide la de España y no se la da, pide la de Inglaterra, “el Presidente lo propuso y los ingleses lo rechazaron”. Así explica Farías la decisión muñozlediana de romper con el PRI durante el sexenio delamadridista (1982–1988). No doy por cierta de antemano toda la narración de Farías pero sus dichos forman una hipótesis plausible sobre las condiciones en que se da la ruptura. Muñoz Ledo siempre puso como causas la falta de democracia en su partido y la neoliberalización de la política económica, pero la antidemocracia integral del PRI no nació en los ochenta y “Porfirio” no dejó de colaborar en las alturas con los presidentes autoritarios Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y López Portillo, ni el neoliberalismo le impidió hacerlo con De la Madrid y Vicente Fox, primer y cuarto presidentes de modelo económico neoliberal. Sí creo que de haber sido secretario de Estado ese sexenio o algo similar en 1985, para intentar buscar con fuerza la candidatura presidencial priista, Muñoz Ledo no habría formado la Corriente Democrática en 1986 ni roto con el partido en el mismo momento en que lo hizo en 1987. Quizá habría roto después de todos modos, por el candidato Salinas; pero quizá, de haber tenido una posición como la que se negó a darle De la Madrid en ese momento, podría haber negociado con Salinas algún cargo en el nuevo gobierno. No debemos olvidar que un supuesto antineoliberal histórico como Bartlett pudo hacer e hizo exactamente eso: aprovechó el pie en el gabinete delamadridista para ponerlo en el gabinete salinista. Así como el “izquierdista” Bartlett, Muñoz Ledo podría haber estado con Salinas por razones de poder, y haber pospuesto, como Bartlett también, su salida del PRI. Si De la Madrid no lo hubiera relegado… Políticos como Bartlett y Muñoz Ledo, también López Obrador, no son ellos y sus principios, ni siquiera ellos y sus principios según las circunstancias, son ellos y sus intereses personales en la circunstancias de poder disponible o no para ellos. Atado todo: Muñoz Ledo no fue un demócrata pero sirvió a la democracia. O sirvió a la democratización del sistema político pero por necesidad y estrategia, no por demócrata. Claroscuros… Y así, menos oscuro que Bartlett y López Obrador.

3. Último arrebato de megalomanía que tratamos aquí: “Fui la primera víctima del dinero sucio en la política”. Lo dijo en la entrevista referida con René Delgado. Es un dicho absurdo. Por evidentemente absurdo no se necesita decir más. Se refuta solo. Lo cito porque deja en claro el amor que Muñoz Ledo sentía por su persona, y sobre todo demuestra la constancia y a veces torpe necedad con la que construía narrativamente su “personaje histórico”, esto es, su proyecto de paso a la Historia en sus propios términos.

Un dicho como ése —“no tenía señal de que AMLO era un mentiroso”— nos dice todo lo que queda para insistir sobre Muñoz Ledo: era un amante del poder que hizo todo lo que pudo para tenerlo y para llegar a ser presidente de México; que no se lo hayan permitido bajo el sistema que él defendió por décadas —el priato— lo llevó a luchar contra ese sistema.

Sobre su relación con AMLO basta argumentar alrededor de un punto: el final. Muñoz Ledo terminó su carrera política atacando a López Obrador, cuando López Obrador lo descartó, “haciéndolo víctima del dinero sucio” a través de Mario Delgado; “Porfirio” llegó, después de muchos años, a darse cuenta de que el presidente es un mentiroso, de lo que él “no tenía señal”. Así lo dijo en la multimencionada entrevista de octubre de 2022. Si le creyéramos eso tendríamos que creer que al hombre que se creía genio le tomó dieciséis años ver o entender que AMLO es un mentiroso, si nos limitamos a hablar del periodo 2006–2022, uno de los periodos en que se trataron políticamente. Es increíble, sin duda… Un dicho como ése —“no tenía señal de que AMLO era un mentiroso”— nos dice todo lo que queda para insistir sobre Muñoz Ledo: era un amante del poder que hizo todo lo que pudo para tenerlo y para llegar a ser presidente de México; que no se lo hayan permitido bajo el sistema que él defendió por décadas —el priato— lo llevó a luchar contra ese sistema, y esa lucha produjo al mejor “Porfirio” que hubo, el que sí ayudó duraderamente a ese México necesitado de ayuda. Por esa etapa de su trayectoria será recordado. Y en general será mejor recordado que Bartlett y AMLO, pero dudo que vaya a ser un político al que genuinamente se extrañe. Tal vez algunos extrañen al Muñoz Ledo de 1987–1997, su década clara y, democráticamente, su década dorada.

Ya expuestos y vistos el análisis y la crítica, terminamos contrapunteando lo bueno de Muñoz Ledo frente a López Obrador y Bartlett.

Todo lo que se le puede criticar a Porfirio se puede encontrar en Bartlett, pero no todo lo que se le puede criticar a Bartlett se le puede criticar a Muñoz Ledo: nada de lo que se puede defender en Muñoz Ledo se puede encontrar en Bartlett, porque Bartlett nunca contribuyó decisivamente a la tortuosa democratización del país. Ni antes ni ahora.

Y esa contribución, demoestratégica podemos llamarla, democrática por estrategia y de estrategia situada para la democracia, contrasta con el proyecto de AMLO que Muñoz Ledo apoyó para hacer una más de sus contradicciones: Porfirio rompió con el PRI para hacer la transición contra el PRI hegemónico. AMLO rompió con la transición para rehacer a su favor al PRI. Eso es haber intentado y seguir intentando hacer de Morena un nuevo partido hegemónico, liderado por el presidente de la república morenista y por AMLO en lo personal. ®

Notas

1 Por ejemplo, en este sexenio, la posición de comentaristas como Gabriel Guerra o Gabriela Warkentin ha sido la impostura que juega con la idea (falsa) de que ser críticamente equilibrado es esforzarse por decir tanto cosas buenas como malas sobre AMLO. Se critica pero buscando elogios compensatorios, o se defiende pero se recurre a la crítica no de todo lo criticable sino de cierta cantidad para no parecer propagandista. No es un equilibrio objetivo, respecto a hechos ciertos como tales y muy intersubjetivamente criticables, sino el intento de forzar las apariencias para que el supuesto equilibrio crítico “sea” como sería literalmente un equilibrio físico: 50% o casi de críticas y de defensas, 50% o casi de cada cosa. Pero el equilibrio crítico público sobre política —y gobierno y economía— no es una cosa física, es equilibrio racional sobre hechos criticables, es equilibrio crítico objetivo, esto es, no dejar de criticar lo que pueda establecerse seria, racional y empíricamente como criticable, con o sin tus valores de inicio (que también se pueden construir de muchas maneras, con más o menos abstracción, por o contra el aprendizaje histórico, etcétera). Es criticar hechos criticables, y éstos no son ni tienden a ser la mitad de los hechos. Pueden ser muchos más, más que la mitad. Así, AMLO siempre fue de claroscuros pero nunca fue tan claro como oscuro, pues ser de claroscuros significa tener claros y oscuros pero no tener la misma o casi la misma cantidad de unos y otros, y con cada año que pasa se vuelve más oscuro: el presidente López Obrador ha empeorado como gobernante cada año que lo ha sido, nunca ha mejorado. El crítico equilibrado, por tanto, sobre hechos y con hechos, es el que lo critica más que defenderlo (o que sin defenderlo no miente) y que lo critica cada vez más. Dicho todo esto se descarta que AMLO sea el Messi de la democracia nacional y que tenga mérito decir simplemente que Muñoz Ledo fue de claroscuros, si no se está respondiendo a afirmaciones extremistas de todo o casi todo fue claridad u oscuridad. Es necesario terminar esta nota diciendo lo que se ha dicho en otros lugares: la gran mayoría de los participantes en el intercambio público sigue arrastrando una convención académica imprecisa e impensada, atrasada y superable: que neutralidad, imparcialidad, apartidismo y objetividad son una y la misma cosa; no lo son.
2 Aparecido López Portillo, añadamos que en su libro Mis tiempos (Fernández Editores, 1988), especialmente en las páginas 660, 661 y 665, se encuentra la evaluación del expresidente sobre su secretario de Educación Pública, asesor y embajador en la ONU.

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Publicado en: Política y sociedad

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