Una rinoceronte contra el imperio

Entrevista a Carlos Bardem

El rey Felipe II recibe un rinoceronte como regalo. Esta anécdota dio origen a una novela en la que se combinan la historia y la aventura para reflexionar acerca de la relación entre los hombres y la naturaleza, así como sobre el imperialismo entre los humanos.

El rinoceronte de Durero. Reinterpretado en la página de Facebook de ese mismo nombre.

En el siglo XVI una de las múltiples expediciones que partieron de España a descubrir y a conquistar tierras ajenas condujo desde mares remotos hasta Madrid un extraño animal que hasta entonces en esa capital era desconocido: una abada, palabra derivada del malayo “badaq”, que significa “rinoceronte”. Esa bestia fue entregada al rey Felipe II.

Esa anécdota histórica dio origen a una novela en la que se combinan la historia y la aventura para, además de hacer una descripción de aquellos tiempos, reflexionar acerca de la relación entre los hombres y la naturaleza, así como sobre el imperialismo entre los humanos, temas en los que el animal hace punzantes anotaciones que hacen notorios algunos de los absurdos en los que hemos vivido.

Se trata de Badaq (México, Fondo de Cultura Económica, 2024), libro de Carlos Bardem, en el que hace decir a la hembra rinoceronte protagonista de la novela: “Me parece que el hombre, por lo que llevo visto desde que me capturaron, vuelca su frustración, su rabia y su miedo en los más débiles, los animales”.

Sobre esa novela conversamos con Bardem (Madrid, 1963), quien es licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid, además de que es actor. Ha publicado los libros Durango perdido (1997), Muertes ejemplares (1999, mención especial del premio Nadal), Buziana o el peso del alma (2002, permio Destino–Guión), Alacrán enamorado (2009), Mongo Blanco (2019, premio de Novela Histórica de la Semana Negra de Gijón) y El asesino inconformista (2022, premio Dashiell Hammett).

—¿Por qué hoy una novela como la suya, ambientada en un escenario de hace 400 años sobre la llegada de un rinoceronte a Madrid en 1583, pero que deja ver muchas inquietudes del presente?
—Creo que todos los que escribimos lo hacemos para comprender. Yo quería reflexionar sobre la relación (a mi juicio errónea) del hombre con la naturaleza. La acción obvia hubiera sido situar la novela en nuestros días, en una sociedad hiperconsumista, contaminante, con calentamiento global y el desmadre que tenemos en el planeta.

Soy de la idea de que esto no es más que la decantación última heredada de un proceso de milenios; o sea, que la relación viene mal de origen. Entonces, me acordé de esta historia real de un rinoceronte indonesio que llegó a finales del siglo XVI a la corte de Felipe II, que estuvo encerrado en Madrid en un corral y luego tuvo un final muy peculiar.

Allí empezó el problema: el hombre es extraño a la naturaleza, se ubica por fuera y por encima de ella. Luego llegó el amigo Aristóteles y sembró la primera dicotomía que ahonda en esto: lo que razona tiene alma, y lo que no sólo tiene instinto. Esto siguió con santo Tomás, con un barniz teológico cristiano que lo desarrolló más…

La novela está basada en la historia de ese animal porque encontré en esa anécdota la metáfora perfecta para darle un ciclo más largo a la reflexión profunda: que nuestra relación con la naturaleza está mal de origen porque todo lo humano se circunscribe en lo cultural. Si nos vamos, por ejemplo, al Génesis, vamos a escuchar hablar a Dios, y sabemos que cuando esto ocurre el que habla es el hombre intentando escapar a los límites de su existencia, lo que refiere a Feuerbach.

Dios nos dice en el Génesis que todo lo que vuela en el aire, lo que nada en las aguas o lo que camina sobre la tierra está puesto allí por él para servir al hombre. Allí empezó el problema: el hombre es extraño a la naturaleza, se ubica por fuera y por encima de ella. Luego llegó el amigo Aristóteles y sembró la primera dicotomía que ahonda en esto: lo que razona tiene alma, y lo que no sólo tiene instinto. Esto siguió con santo Tomás, con un barniz teológico cristiano que lo desarrolló más, y a continuación vino Descartes, el padre del racionalismo, que emitió el latinajo famoso que todos conocemos: Cogito ergo sum (Pienso, luego existo). Así, sólo lo que piensa existe o tiene una existencia plena; Descartes decía que los animales son máquinas sintientes y, por lo tanto, inferiores al ser humano.

Esto nos da una idea de que, desde siempre, el ser humano culturalmente se ha puesto fuera de la naturaleza, a la que ha contemplado como una fuente de recursos, como algo a conquistar, consumir, depredar.

Yo sitúo la acción de mi novela en esta anécdota real del rinoceronte en la época de Felipe II, del Imperio español, por lo que se establecen paralelismos entre el imperialismo del hombre hacia otros hombres y el del hombre hacia la naturaleza. Lo que hace un conquistador de cualquier cultura es poner en plano de inferioridad a quien va a conquistar, a saquear, a esclavizar, la que es moral, cultural y hasta biológica, lo que no tiene ningún sustento científico.

Exactamente eso es lo que ha hecho el hombre con la naturaleza: poner en plano de inferioridad a lo natural, sacar a la naturaleza del discurso moral, con lo que le niega cualquier derecho. No me refiero a estas legislaciones que hay ahora que persiguen el maltrato animal, sino que voy más allá: deberíamos reintegrar la naturaleza al discurso de lo moral, otorgarle derechos de personalidad jurídica a ríos, lagos, selvas, bosques, sierras, reintegrarnos a la idea de que somos parte de (no que estamos sobre) la naturaleza, y hacerlo con respeto.

Pienso que utilizar esa anécdota del siglo XVI me permite hacer un recorrido más largo e ilustrativo de esta relación errónea que deberíamos intentar solucionar lo antes posible.

—¿Qué posibilidades literarias, de crítica y de reivindicación de la naturaleza le dio hacer de una de las voces narradoras más importantes de la novela justamente a Badaq, un rinoceronte hembra?
—En ese juego de espejos que es la novela, entre el imperialismo especista y entre humanos, el hallazgo de una voz protagonista, rodeada de muchas otras de personajes humanos, de una hembra de rinoceronte crea muchas posibilidades narrativas, algunas muy divertidas.

Este libro no es de zoología científica ni de etología, sino una fábula mezclada con novela histórica porque el lector puede leer los pensamientos de un rinoceronte hembra. A ésta le otorgo unas cualidades de ingenuidad, de pureza que yo asocio con lo natural, aunque en el fondo la doto también de un profundo sentido común.

Sobre las narrativas de los humanos: soy licenciado en Historia y digo que ésta no existe, sino que existen los hechos históricos y las historias que se escriben después, normalmente con voluntad culpatoria o justificatoria de las barbaridades que se han hecho. Son muy enrevesadas, basadas en mitos y tergiversaciones, en lecturas interesadas de lo que pasó.

En la naturaleza hay violencia y los animales se matan entre sí, pero siempre es para alimentarse o para escapar de un depredador, pero no matan por codicia, por atesorar cosas, por ideas abstractas, por un asunto tan incomprensible y absurdo para un rinoceronte como la idea de un dios.

Lo que he hecho es desandar ese camino, salirme de la narrativa humana para adoptar la de este ser ingenuo y con un profundo sentido común que ve a los humanos y nos llama “los monos sin pelo”, que no entiende nada de lo que hacemos. Pasa por todas las etapas, que van del asombro al estupor, y, finalmente, al horror, porque no entiende que los seres humanos se maten por codicia.

Por supuesto, en la naturaleza hay violencia y los animales se matan entre sí, pero siempre es para alimentarse o para escapar de un depredador, pero no matan por codicia, por atesorar cosas, por ideas abstractas, por un asunto tan incomprensible y absurdo para un rinoceronte como la idea de un dios.

Creo que se genera, sobre todo en la primera parte de la novela, un diálogo muy divertido entre el sentido común de este animal y los absurdos y sinsentidos de la conducta de los humanos.

—Muy interesante porque esas conductas no nada más son de los castellanos sino de los más primitivos habitantes de Pawu.
—Claro. Como te digo, ésta es una novela antiimperialista, antiglorias imperiales y, por supuesto, me parecía muy interesante girar la cámara y darle voz a las víctimas, a la naturaleza: al animal y a la mujer. La otra voz de la novela es María Guevara, una morisca conversa a la fuerza que nos da la visión de una mujer que ha sido botín de guerra. Las primeras víctimas de cualquier conflicto son ellas, que ahora suelen serlo de violencia sexual.

Es ver las glorias masculinas violentas de los conquistadores a través de los ojos de una mujer muy sensata y que también ayuda a desmontar narrativas.

En ese giro de cámara le doy voz a unos indígenas que viven tranquilamente en su isla, que es donde vive Badaq, y que ven llegar un galeón. Esta gente vive con mucho asombro la llegada de los castellanos, quienes les dicen que les han descubierto: “¿Cómo lo han hecho si llevamos milenios viviendo aquí? ¿Cómo es esto de que empiezo a existir a partir de que ustedes vienen desde el otro lado del mundo y me ‘descubren’?”

La primera parte de la novela es muy irónica y muy divertida por momentos; lo que ocurre es que la historia se va oscureciendo y acaba por ser un drama muy emocionante.

—También se puede leer como una novela de aventuras; en esa dirección, ¿cómo insertar en una historia ambientada en el siglo XVI muchas inquietudes modernas: aparte del medio ambiente, el feminismo, la diversidad cultural, el igualitarismo?
—No me interesa mucho la novela histórica, un gabinete de curiosidades, en la que se recrea cómo comían, cómo vivían, cómo fornicaban o cómo viajaban en otra época.

—Y hasta la defecación, por ejemplo, como en la novela.
—Ja ja ja ja, bueno, es que en la naturaleza la defecación tiene muchas funciones y todas muy importantes.

Me interesa la novela histórica como gabinete de curiosidades para poner en perspectiva asuntos que suceden hoy y que vienen de ese pasado. Soy licenciado en Historia contemporánea, que es mi formación académica, y mi especialidad es la historia de España en los siglos XVI y XVII, por lo que sé un poco cuando hablo de esa época.

Hay un asunto que me han discutido: hay gente que dice que hay discursos demasiado modernos, igualitaristas y casi sindicalistas revolucionarios entre los marineros del barco. Pero yo digo: no, amigos, no se confundan: siempre hubo heterodoxos, rebeldes, revolucionarios, pero antes se les denominaba “herejes” y normalmente eran reprimidos, quemados, exterminados. La historia que nos llega es la de los vencedores, de los poderes contra los que estos heterodoxos se han levantado siempre, pero sus voces siempre han estado acalladas. En la Edad Media, entre el campesinado y el artesanado había constantemente revueltas populares que tenían reivindicaciones de justicia social muy modernas porque, al final, son las mismas en todas las épocas.

A mí me interesa mucho la historia social de la era moderna, y es muy curioso el caso de la marinería en aquella época. Entonces los marineros eran trabajadores, no eran siervos; no estaban adscritos a ningún señor ni a un pedazo de tierra, sino que se contrataban libremente en los puertos. Entre ellos había una conciencia social muy avanzada para la época.

Por supuesto, es una novela histórica escrita con la voluntad de reflexionar sobre los temas que nos preocupan hoy. Hay mucho de gabinete de curiosidades, pero no se queda solamente en eso.

—Una parte clave de la novela es cuando el personaje principal, Fernando de Encinas, el jefe de la expedición, con su mente enfebrecida lanza un discurso cuasisocialista, lo que levanta muchas expectativas entre sus marineros. Pero después se niega a respetar los derechos de uno de sus marineros, una inconsecuencia. Además, hay otra figura muy interesante: el sacerdote que les acompaña.
—Fray Guillermo representa al hombre que en aquella época llamaba al saber, ya que lo más lógico es que la Iglesia fuera la que tenía acceso a libros, bibliotecas y conocimientos. Es un hombre que busca a Dios en sus obras y se embarca en esta expedición delirante en la que un barco de los locos va hasta el otro lado del mundo, y acaba siendo víctima de su amor por la humanidad y del conocimiento, por lo que acaba siendo perseguido por la misma Iglesia a la que él pertenece.

El capitán Fernando de Encinas, en un momento de fiebres después de malarias, hace un discurso casi revolucionario y representa a las burguesías que aparecen en momentos revolucionarios y que pretenden encabezarlos, pero cuando llega la hora de la verdad muchas veces retroceden y finalmente el que paga es el proletario, el marino.

La novela está llena de este tipo de reflexiones con este tipos de guiños, que están bien ancladas en la época; no pensemos que los discursos revolucionarios o contra las injusticias pertenecen sólo a nuestro tiempo porque siempre hubo rebeldes y quien los ahorcó.

El cómico Ricky Gervais, quien es un profundo agnóstico, un ateo, siempre dice algo que me hace mucha gracia: “Entre un creyente y yo, que no creo en nada, hay un dios de diferencia. Usted dice que de cuatro mil dioses que existen, tres mil 999 son falsos y sólo el suyo es de verdad”.

—También le da un papel importante a la religión; en una parte de la novela, en páginas enfrentadas están las dudas y la reivindicación final de ella a cargo de fray Guillermo, y en la otra está una crítica durísima de Badaq. ¿Cuál es el rol de la religión en la novela?
—Badaq encarna el saber básico, el sentido común natural, y también está la idea de Dios, de la religión, de que haya una casta que gobierna a otros pueblos en nombre de abstracciones, a la que torpedea en la línea de flotación.

Las religiones son construcciones culturales, y si te aproximas a ellas con un mínimo sentido crítico se derrumban. Los habitantes de Pawu, por ejemplo, son musulmanes y practican una religión distinta de la de los expedicionarios, y lo que critican es que tienen que enfrentar a un saqueador con pretensiones de conquistarlos y, probablemente, de traerles un dios nuevo y decirles que es el de verdad.

Me gustó jugar con esos conceptos y reírme un poco del tema de las religiones. El cómico Ricky Gervais, quien es un profundo agnóstico, un ateo, siempre dice algo que me hace mucha gracia: “Entre un creyente y yo, que no creo en nada, hay un dios de diferencia. Usted dice que de cuatro mil dioses que existen, tres mil 999 son falsos y sólo el suyo es de verdad”.

Es una crítica también, por supuesto (y esto lo conocen bien en la historia de México), al papel ideológico, de justificación y de soporte que tuvo la Iglesia católica en todas las conquistas, que todas son lo mismo: socializaciones a gran escala del saqueo. Lo que pasa es que sobre ese oro, la plata, las especias, el petróleo o el litio vive gente que tiene la lastimosa costumbre de intentar defenderse de quienes la saquean.

—Otro asunto es la forma en que trata lo extraño, lo ajeno, la otredad para España, que es lo que, de alguna manera, simboliza Badaq.
—En la historia siempre el problema entre la sociedad y los individuos es el otro y cómo lo colocamos: en el momento en que quieres subyugarlo lo tienes que colocar en un plano de inferioridad. Las dinámicas imperialistas son las mismas, ya sea contra humanos o contra la naturaleza: no te colocas en un plano de igualdad ni de respeto que dé lugar a una relación equitativa, sino que entras en una dimensión de conquista.

El problema cultural es siempre el problema del otro, y Badaq es el gran otro: ya no es que sea el otro ser humano, de otro color de piel u otro dios, sino que es la otra especie. Así, según la narrativa, me gustaría pensar que le he dotado de un aroma de monstruo de Frankenstein. Al final es el monstruo rechazado y que no tiene ningún encaje posible en el mundo de quienes le persiguen.

Eso, en el fondo, siempre es lo mismo: es el problema de cómo relacionarnos con el otro.

—Leo también la novela como un vasto discurso sobre la libertad: Badaq, los marineros, los habitantes de Pawu quieren ser libres.
—Sí, por supuesto, pero tiene que ver un poco con la pregunta anterior: la libertad siempre se ve coartada por el otro, que la niega. Esa es la dialéctica de la historia: la de quien quiere quitar la libertad y de quien lucha por ella.

Toda la novela es una gran reflexión desde distintos ángulos acerca de ello. La novela tiene esa estructura de primeras voces, no sólo la de Badaq sino las de María Guevara, fray Guillermo y Fernando de Encinas, y están los opresores y los oprimidos, los que quieren liberarse y los que impiden la libertad de los demás. Ese es el diálogo que genera toda la historia y la reflexión.

Si te relacionas con la naturaleza o con tus semejantes desde el respeto, nunca les estarás negando la libertad; es en el momento en que te pones por encima de ellos cuando se las impides para asentar tu privilegio.

Ese es el gran tema, que va unido al de qué hacer con el otro. Si te relacionas con la naturaleza o con tus semejantes desde el respeto, nunca les estarás negando la libertad; es en el momento en que te pones por encima de ellos cuando se las impides para asentar tu privilegio.

Esta novela es una lucha entre opresores y oprimidos.

—Es un choque también que se da entre el progreso y la continuidad entre los castellanos y los otros. Badaq y los habitantes de Pawu piensan en lo inmutable y la falta de cambios para vivir de manera acorde con la naturaleza.
—Eso surgió a raíz de un libro estupendo de Tzvetan Todorov sobre el problema del otro en la conquista de México, que habla de la diferencia de los tiempos en las culturas: entre los mexicas era un tiempo circular, mientras que el de los castellanos, en cuanto europeos occidentales, es un vector hacia adelante: hay un origen, vamos hacia un juicio final y queremos avanzar hacia allá y progresar.

El tiempo de los occidentales es lineal, hacia adelante, y choca con el tiempo circular que vive más acorde con los ciclos de la naturaleza, que se rige por estaciones más o menos claras (hasta que el hombre ha vuelto loco al clima y al planeta).

Ese choque cultural estuvo muy presente en la conquista de México, por ejemplo, y es irresoluble porque son dos cosmogonías absolutamente contrarias, por lo que una tiene que desplazar a la otra, que es lo que pasó en todos los procesos de conquista.

—Entre aventuras y desventuras también hay espacio para la amistad de Fernando de Encinas con Rodrigo, otro marino que choca con él, y para el amor, con María. Entre todos esos problemas, ¿cómo hacer fecundar esos sentimientos?
Es que son seres humanos y, por tanto, aman, odian, tienen amistades, lealtades y traiciones. A mí lo que me interesaba era vehicular estas ideas, y los personajes en una novela para mí las representan y lo hacen de una manera muy básica, sin claroscuros ni contradicciones: son clichés. Pero si son seres humanos, tienen luces y sombras, contradicciones.

El caso de las relaciones entre Rodrigo y Fernando es interesante: éste es el conquistador, el soldado que está ahíto de sangre y de violencia por la influencia benigna de María, que le hace ver cosas que no ve aquél, quien, sin embargo, es su amigo desde la juventud porque han combatido juntos y hay una lealtad.

Rodrigo representa lo contrario: el hombre violento que en cualquier época de la historia encuentra acomodo porque siempre es funcional al poder, que siempre necesita verdugos y manos ejecutoras. Es una persona que no se cuestiona lo que hace y que siempre piensa “mejor su cuello que el mío”.

Si los dotas de personalidad, de carnalidad y los pones en estas posturas vitales e ideológicas encontradas, por fuerza dialogan. Hay momentos en que deben tomar decisiones, en las que en unas ocasiones vencerán la lealtad y el amor, y en otras no, que es lo que hace interesantes a los personajes de una novela.

—Digo que es una mezcla interesante y hasta atípica porque no es la novela histórica tradicional. ¿Cómo fue la combinación que hizo entre la historia, la literatura y los temas políticos del presente?
—Tenía claro lo que quería contar y quería utilizar esta anécdota real del rinoceronte. Si hubiera hecho una novela histórica canónica, más pegada al comercialismo, hubiera sido una historia en la que los humanos capturan al animal, que sería un sujeto pasivo de la historia. Pero eso me quedaba chato, como que faltaba algo: que sea el animal el que nos cuente qué le pasa, qué piensa de su rapto, luego su transporte en un galeón que es una nave de los locos y posteriormente su encierro en Madrid.

Romper con esa novela histórica más canónica para adentrarte en la fauna y en lo fantástico le da una serie de lecturas a esta historia, que, para mí, la hacen más interesante y más original.

Pensé escribir el libro de manera más tradicional, pero el animal estaba allí y yo había decidido que era una novela de primeras voces en la que cada personaje contaría lo que veía que estaba pasando. De repente dije: “¿Y si es el animal quien nos lo cuenta?”. Entonces ya me solté a escribir los pensamientos de Badaq, y creo que el resultado es original y divertido. ®

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Publicado en: Libros y autores

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