Culiacán se arregla, aunque duela

La belleza como una forma de resistencia

En Culiacán la belleza no es un lujo. Es parte de la rutina, como ir al mandado o al banco. Aquí no existe eso de ir a la tienda con la cara lavada. No se piensa mucho: se hace. Te planchas el pelo, te haces las uñas, te delineas las cejas.

Fotografía de Facebook Las mujeres de Sinaloa

Así somos las de Culiacán: arregladas. O, como en varios estados del país nos definen erróneamente, “buchonas”. Tienen el concepto muy mal entendido. Lo digo yo, que vivo en Guadalajara, que me arreglo y que, cuando digo de dónde soy, en automático me dicen: “Entonces eres buchona”. Qué equivocados están, la mujer arreglada no es buchona, es culichi.

Basta con darte una vuelta por el centro, acá en Culiacán —en específico por la Plaza de la Mujer— para entender que aquí la estética no es una moda: es casi un deber. Local tras local, uno pegado al otro, todos dedicados a lo mismo: arreglar. Salones de uñas, estéticas, barras de cejas y esos mini cuartitos donde aplican pestañas mientras suena un remix de Peso Pluma con Karol G.

Sillas reclinables, brochas, planchas humeando, pinzas, acetona, extensiones de pelo natural a la venta. El aire huele a tinte y a chisme fresco. Simpático, por supuesto. Eso nos define a las personas de Culiacán.

Llevo nueve años fuera de mi ciudad, pero bien dice el dicho: “Podrás salir de Sinaloa, pero Sinaloa no sale de ti”. Lo digo porque llegué apenas hace dos días y ya me entró la necesidad de arreglarme las uñas, cortarme el cabello, verme —más— impecable.

“Podrás salir de Sinaloa, pero Sinaloa no sale de ti”. Lo digo porque llegué apenas hace dos días y ya me entró la necesidad de arreglarme las uñas, cortarme el cabello, verme —más— impecable.

Por eso me di a la tarea de acudir a donde son especialistas en ello: la Plaza de la Mujer. Ahí conocí a Juliana —nombre que he cambiado por motivos de privacidad—. Me atendió mientras me hacía las uñas. Hablamos de cómo estaba todo después del último “culiacanazo”, ése que ya ni sé si es el tercero o el cuarto.

En La Plaza de la Mujer, Culiacán. Fotografía de Aída Aguilar.

—Ha estado muy solo —me dijo bajito—. Ya no vienen como antes.
Y no es por miedo, o no del todo. Es porque no hay dinero. No como antes.

El golpe fue duro, otra vez. La gente ya no gasta como antes. Las uñas, las pestañas, el retoque empezaron a sentirse como un lujo. Aunque aquí eso nunca lo fue. Este mercado de la belleza es una microeconomía a la que sostienen, sobre todo, mujeres. Morrillas que empezaron en su casa con una mesa y una lámpara, y ahora tienen clientas fieles. Mamás solteras que aprendieron el oficio de una hermana o de la abuela. Otras que fueron mejorando con cursos o tutoriales de YouTube.

El maquillaje no es casual: es detallado, bien pensado. Aquí incluso las que no se han operado saben cómo parecerlo. Todo tiene truco: contorno, pestañas, iluminador, extensiones.

Lo más interesante es que el estándar es altísimo. En Culiacán no ves a una sola mujer sin uñas acrílicas, sin el cabello liso, sin cejas arregladas. El maquillaje no es casual: es detallado, bien pensado. Aquí incluso las que no se han operado saben cómo parecerlo. Todo tiene truco: contorno, pestañas, iluminador, extensiones. Y, aunque para muchos pueda sonar superficial, en el fondo no lo es.

Porque en esta ciudad donde casi siempre se ha hablado más de hombres que de mujeres, en la que la narrativa ha sido marcada por la violencia, las mujeres encontraron otra forma de contar su historia. Su imagen también dice cosas. Es fuerza, es identidad, es pertenencia.

Culiacán se arregla, aunque duela. Aunque esté solo, aunque no haya dinero, aunque afuera el ambiente esté pesado. Aquí, la belleza sigue siendo una forma de resistir. ®

Compartir:

Publicado en: Apuntes y crónicas

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.