De un lado del tablero estaba el campeón Anatoly Kárpov, de ojos azules y mirada felina, que apoyaba al gobierno ruso. Al otro extremo, Garry Kaspárov, moreno, de ojos negros y mirada franca, quien se definía ante la prensa como el embajador de la Perestroika.

Habían estado uno frente al otro con un tablero de por medio durante meses, les faltaban algunos más. Cuando el peón blanco llegó a la casilla g7 Anatoly Kárpov estaba perdido, se rindió por primera vez desde que comenzó la contienda. A Garry Kaspárov, su contrincante, le había tomado treinta y seis partidas obtener su primera victoria. Ese campeonato mundial de ajedrez comenzó el 10 de septiembre de 1984 y se terminó seis meses después, el 9 de febrero de 1985 sin que hubiera un ganador.
El formato de aquel entonces funcionaba así: el primero en ganar seis veces sería el nuevo campeón del mundo. Después de cuarenta y ocho juegos a lo largo de medio año Garry Kaspárov había remontado con tres victorias en los últimos veinte. Kárpov necesitaba otro triunfo en el tablero para defender su título, en las últimas veintiún partidas acumuló tres derrotas y dieciocho empates, además había bajado diez kilos. Estaban agotados, pero querían continuar.
Unos días después Florencio Campomanes, el presidente de la Federación de Ajedrez (FIDE), anunció en una conferencia de prensa que el torneo se suspendería porque las autoridades estaban preocupadas por la salud de los jugadores. Kaspárov estaba sentado detrás de los camarógrafos cuando escuchó esta noticia, se levantó de su asiento y subió al podio. Entre otras cosas dijo que esa decisión era una farsa porque todos sabían que podía ganar.
Después de cuarenta y ocho juegos a lo largo de medio año Garry Kaspárov había remontado con tres victorias en los últimos veinte. Kárpov necesitaba otro triunfo en el tablero para defender su título, en las últimas veintiún partidas acumuló tres derrotas y dieciocho empates, además había bajado diez kilos. Estaban agotados…
En aquella final ambos jugadores eran soviéticos, su rivalidad era una representación viva de la división cultural de su país. De un lado del tablero estaba el campeón Anatoly Kárpov, de treinta y cuatro años, nacido en Rusia, un tipo blanco, delgado, de ojos azules y mirada felina, apoyaba a su gobierno en cada entrevista que le hacían. Al otro extremo estaba Garry Kaspárov, de veintiún años, nacido en Azerbaiyán, hijo de un padre judío y una madre armenia, moreno, de ojos negros y mirada franca. El retador se definía ante la prensa como el embajador de la Perestroika, de las nuevas reformas.
Aquel choque ideológico no era una tendencia de la época, sino una parte tan importante en la identidad de esos ajedrecistas como su estilo de juego. Hasta la fecha se encuentran en bandos contrarios: Kaspárov es una de las principales voces críticas en contra del régimen de Vladimir Putin, se fue de Rusia en 2013 por miedo a la persecución, mientras que Kárpov forma parte del parlamento ruso y fue uno de los miembros que votó a favor de la anexión de Crimea en 2014 y la invasión de Ucrania en 2022.
La revancha se llevaría a cabo ocho meses después en Moscú. Kárpov se preparó junto con su equipo en una casa de campo pagada por el Kremlin. Kaspárov tuvo problemas para encontrar jugadores que quisieran ayudarle antes del próximo campeonato, podían ser considerados disidentes políticos si eran vistos con él.
En ese campeonato mundial se pusieron nuevas reglas, las mismas que se usan hasta la fecha: un total de veinticuatro partidas, las victorias cuentan 1 punto, las tablas medio y las derrotas nada. En caso de un empate el defensor retendría el título. Kárpov y Kaspárov subieron al escenario de la Sala de conciertos Tchaikovsky el 3 de septiembre de 1985.
Los asientos, donde por lo general había gente en espera de la orquesta filarmónica, estaban ocupados por la prensa internacional y fanáticos de ese deporte, juego de mesa, choque. Durante el siglo XX los campeonatos de ajedrez eran televisados, además de ser el único evento en el que el gobierno soviético les permitía la entrada a periodistas de otros países. En las fotos y videos de esa cobertura quedaron registrados los estilos opuestos de los contrincantes, dentro y fuera del tablero.
Durante el siglo XX los campeonatos de ajedrez eran televisados, además de ser el único evento en el que el gobierno soviético les permitía la entrada a periodistas de otros países. En las fotos y videos de esa cobertura quedaron registrados los estilos opuestos de los contrincantes, dentro y fuera del tablero.
Kárpov era un competidor que se concentraba en la posición estratégica de cada pieza para hacer partidas largas, metódicas, un estilo enfocado en la defensa. Cada movimiento tenía un propósito, ocupar espacio, eliminar todas las posibilidades de derrota. El modus operandi de una boa constrictor. Cuando tomaba asiento frente a sus oponentes desaparecían todas las expresiones de su rostro, permanecía casi tan inmóvil como su rey.
Kaspárov era más agresivo en todos los sentidos, se concentraba en calcular combinaciones de movimientos que le dieran victorias contundentes sobre sus rivales. Apoyaba los codos sobre la mesa, se inclinaba hacia adelante, fruncía el ceño. Él mismo admite que lo hacía para intimidar a sus rivales con la mirada, como si en cualquier momento fuera a levantarse de su asiento para golpear al tipo que tenía en frente.
Jugaron otra vez
La primera partida la ganó el retador de Azerbaiyán, empataron las siguientes dos. Kárpov acumuló dos puntos en el cuarto y quinto juego del campeonato. Por más seguro que haya estado cada uno de su victoria no dejó de ser una contienda cerrada. Se trataba de dos de los mejores ajedrecistas de toda la historia, después de todo. Estaba prohibido que los contrincantes hablaran entre ellos, el público también debía permanecer en silencio. Era una pelea en que la evidencia del daño se notaba en las arrugas de los trajes, el sudor en las frentes, temblores en expresiones faciales que parecían ser talladas en mármol.
En el juego número 22 del torneo Kaspárov tenía la ventaja de dos puntos y las piezas negras. Movió su peón a la casilla d5 para encontrarse con el de su oponente en medio del tablero, se defendía del gambito de dama con el que abrió el campeón ruso. Después de algunos movimientos teóricos Kárpov les recordó a todos por qué había sido el número uno del mundo los últimos diez años.
Poco a poco Kárpov mejoró su posición hasta que sólo quedaron los dos reyes, dos torres y unos peones sueltos. Fue el resultado que calculó al menos diez movimientos atrás. Ganó ese episodio.
Todas sus piezas importantes estaban del lado derecho del tablero, y apuntaban al rey negro. Ocupó las casillas f5, g4 y h3 con una barricada diagonal de peones para restringir las maniobras del azerí. Kaspárov contestó con un ataque sin resultados, tuvo que retroceder. Poco a poco Kárpov mejoró su posición hasta que sólo quedaron los dos reyes, dos torres y unos peones sueltos. Fue el resultado que calculó al menos diez movimientos atrás. Ganó ese episodio.
Quedaron tablas en la partida 23. El marcador antes del último juego era de 12–11 en favor de Kaspárov. El campeón, que volvía a usar las blancas, necesitaba una victoria para igualar el puntaje, empatar, retener su título. Abrió con e4, el peón del rey estaba en medio del tablero. Lo único que tenía que hacer el retador era no perder para conseguir un último medio punto y salir de ahí con la corona. Podía igualar a su rival en el centro con e5, una defensa ideal para llegar a un punto muerto, pero escogió c5, la defensa siciliana.
Eligió pelear.
En los movimientos de desarrollo Kárpov comenzó agresivo, cosa que no era común en él. Encabezó la carga con dos caballos en el centro, seguidos por los peones que protegían al rey. Se extendió más de la cuenta. Por su parte, Kaspárov tenía una bomba de tiempo, la defensa siciliana es pasiva en un inicio, ninguna de sus piezas había salido de su extremo del tablero. La idea era darle una falsa ventaja al que jugaba con las blancas para castigarlo en el juego medio o al final. Buscaba el contragolpe.
A partir del movimiento 30 de la partida las piezas del campeón ruso estaban perdidas en el caos de esa batalla sin humo ni explosiones. No parecían tener un objetivo claro. Con cada hora que pasaba el chico de Azerbaiyán recobraba el control de la situación, las posiciones que parecían inofensivas al inicio pasaron a ser tácticas. Amenazaba con un jaque mate. Kárpov rechazó intercambiar reinas, perdió un caballo debido a eso. Una baja importante. Llegaron al movimiento 40, les dieron más tiempo.
Los campeonatos de ajedrez son lentos, aun con el nuevo formato los competidores pasaron meses uno frente al otro. Sesenta y ocho días en silencio. Esa final se terminó el 9 de noviembre de 1985, cuando Garry Kaspárov movió su caballo a la casilla g6 para comerse una de las torres blancas y poner el jaque al rey con la torre que esperaba como un francotirador paciente en g2. Kárpov se rindió.
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Un año después volvieron a jugar por el campeonato mundial en Londres, luego en Sevilla en 1987 y por última vez en Nueva York en 1990. En total jugaron doscientas cuarenta y cuatro partidas. Lo que nadie puede contar son las horas en las que se prepararon, donde tenían que pensar en cómo ganarle a un rival que conocía su estilo, temperamento, personalidad. Un enemigo íntimo.
En 2007 Garry Kaspárov fue arrestado en Moscú durante una protesta contra el Kremlin. Antes de ser liberado uno de los guardias le dio una botella de agua y un ejemplar de la Revista 64, una publicación rusa de ajedrez. No le creyó al gendarme cuando le dijo que ése era un paquete de parte de Anatoly Kárpov, que había ido en persona, pero no le permitieron entrar hasta las celdas.
En las entrevistas que les hicieron después de eso ninguno de los dos ahondó demasiado en aquel tema. El mismo Kaspárov dijo no estar seguro de por qué Kárpov se tomó esa molestia. Tal vez porque durante esos años frente a frente en el tablero formaron un vínculo que sólo ellos comprenden o porque pertenecen a la más pequeña de todas las sociedades: la de los campeones mundiales. ®