Por un lado un archipiélago geográfica y culturalmente separado del resto del mundo, por otro un escritor checoslovaco que hizo con su obra una metáfora del escollo al que se puede someter la humanidad por seguir al pie de la letra las convenciones impuestas por la sociedad.
La isla encerrada en sus peculiares convenciones sociales y estrictos códigos poco podía sospechar que en el imaginario de un escritor europeo, tan lejano a ella en usos y costumbres, se anticipara la forma de vida de algunos de sus habitantes casi un siglo después.
El vínculo que los une no es otro que el de levantarse un día, después de una noche de sueños intranquilos, para verse convertido en un bicho y asumir las consecuencias sociales de semejante transformación. Gregorio Samsa decidió escapar de los libros, romper su caparazón, tomar sus maletas de agente de viajes para mudarse a Japón y tomar el cuerpo de más de un millón de jóvenes (entre los catorce y treinta años) en los albores del siglo XXI. Su nuevo nombre es la descripción de una fobia social aguda denominada hikikomori.
El hikikomori es un individuo que decide su metamorfosis huyendo hacia sí mismo, recluyéndose por decisión propia en alguna de las habitaciones de su casa por meses, años o hasta décadas. Su hábitat es el internet y simulan su respiración a través de la realidad virtual, acompañados de libros, discos y diversos gadgets pensados para el entretenimiento casual que ellos convierten en definitivo. Tras su celda autoimpuesta yacen los padres avergonzados, quienes sobrellevan la temible afrenta social alimentándolos y accediendo a todos sus caprichos y peticiones con tal de que ningún vecino se entere de semejante desgracia.
El hikikomori es un individuo que decide su metamorfosis huyendo hacia sí mismo, recluyéndose por decisión propia en alguna de las habitaciones de su casa por meses, años o hasta décadas.
Así como aparentemente no se puede explicar porqué Samsa amanece convertido en un escarabajo de grandes dimensiones, tampoco se ha podido desentrañar del todo cuál es el motivo que lleva a estos jóvenes a convertirse en esas extrañas criaturas cautivas. Si bien los separa la voluntad en la transformación, pues lo espontáneo en el caso de Gregorio es más un castigo de circo (“por pensar en desobedecer a sus obligaciones”) y la decisión tajante en el hikikomori manifiesta una bizarra rebeldía, se encuentran íntimamente ligados por la trama que hasta entonces se ha tejido con los acontecimientos de sus vidas.
Los hikikomori-Samsa son seres dotados con receptáculos invisibles en los que se siembra un sinfín de expectativas y cuyos frutos son ansiosamente esperados por esos enanos representantes del sistema que resultan ser los padres. Sometidos a una rutina en la que privan las obligaciones y el cumplimiento de tareas para obtener beneficios a corto o largo plazo, la comunicación con otros individuos empieza a padecer graves trastornos, las aptitudes para relacionarse se van perdiendo y la única relación posible se establece, si acaso, con una máquina. Ya sea que se encuentren presionados por un jefe de trabajo, un familiar o por el sistema escolar o social, las expectativas plantadas en ellos comienzan a crecer en la forma de turbias obsesiones para las cuales no se encuentra la salida.
Contrario a lo puramente evidente se intuye que la metamorfosis del hikikomori-Samsa no ocurre de la noche al día, sino que se empieza a gestar con el paso de los años y sus heridas. De Gregorio podemos trazar una cronología emocional que va desde su asombro, pasado por su angustia, su desesperación y hasta su incipiente comodidad como ser inútil cuyas necesidades vitales se encuentran cubiertas. Del hikikomori podemos reconocer la comodidad, el cinismo ante su condición, pero en realidad lo único que se tiene es silencio. Un silencio que es llevado a cuestas por todo aquel que cohabite desde la invisibilidad con ellos, como una de las formas más brutales de violencia cotidiana.
Responsables o no de semejante transformación en sus hijos, también se encuentra la historia de los padres del bicho. Los señores Samsa, al fin personajes que conllevan un mensaje dirigido por el autor, se presentan como un par de explotadores mezquinos que claramente abusan de las capacidades de su hijo para generar dinero y cuya desdicha reside precisamente en dejar de obtener ese beneficio. Si bien nunca pensarán en exhibir en lo que se ha convertido su hijo, porque ni siquiera se atreven a verlo, su sufrimiento es enmendado en cuanto el escarabajo muere y todos son liberados de la absurda maldición. Ningún rastro de culpa subyace en los Samsa para lo que ha ocurrido con su hijo. De alguna manera saben que si acaso fueran señalados en la calle sería una muestra de compasión y no de castigo. Para los padres hikikomori, al fin entes reales que sufren una tragedia personal y social altamente incomprendida, el caso no es tan sencillo. Kafka parece referirse a ellos y no a los Samsa cuando escribe: “El deber de la familia era tragarse la repugnancia y tener paciencia, sólo tener paciencia”.
Entre la metáfora del que se convierte en escarabajo y la realidad del exilio doméstico al que son orillados miles de jóvenes de sociedades “avanzadas” podemos desprender una escalofriante certeza: la vida está en otra parte que definitivamente no es aquí.
Abandonados por los estrictos códigos de honor y competitividad en los que fueron educados, los padres hikikomori se establecen como víctimas de un engranaje que sólo responde a los estímulos del consumo. El hikikomori se transforma a sabiendas de que será la encarnación de una culpa manifiesta que va dirigida directamente a sus progenitores y ellos, culturalmente incapacitados para comunicar al exterior lo que sucede, se verán obligados a mantener al bicho por el tiempo que decida mantenerse en el exilio, sin que nadie venga a ayudarlos. Paciencia y sólo paciencia será lo único que les queda, por ello no es de extrañar que en la isla aislada las tazas de natalidad desciendan, prefiriendo las mascotas frente a los niños y que acaso escondan una intención secreta cuando inventan robots capaces de responder a la interacción humana que nos libere de una vez por todas de todo el drama y la absurda burocracia que conlleva la vida humana.
Entre la metáfora del que se convierte en escarabajo y la realidad del exilio doméstico al que son orillados miles de jóvenes de sociedades “avanzadas” podemos desprender una escalofriante certeza: la vida está en otra parte que definitivamente no es aquí. Las huidas temporales en la realidad virtual o las permanentes como el exilio doméstico del hikikomori dan cuenta de un paso en la evolución de la especie hacia un tipo de animal que sólo podemos mirar a través de una rendija del cuarto donde se esconde.
Y si mañana decides no levantarte para ir a la escuela o al trabajo, estarás contribuyendo a acallar dentro de ti la evolución siniestra de ese escarabajo en el que muy probablemente nos estamos convirtiendo. ®
Pablo Santiago
Mi duda principal al leerte es si existen también hikikomoris en otros países. Por las últimas series americanas que he visto, creo que hay otras tribus similares en USA, y quizás ya en Alemania e Inglaterra. En España, donde yo vivo, el creciente paro juvenil podría estar creando esa tribu. Hay estudios que indican que cada vez hay más jóvenes que ni estudian ni trabajan, -generación ni-ni le dicen aquí- y que no consiguen irse como emancipados de casa de sus padres hasta bien pasados los 30 años.