ARIZONA Y EL MIEDO ANGLOSAJÓN

Hacia la hispanización y la justicia en Estados Unidos

El aumento de los embates retóricos en contra de los indocumentados —a quienes a todos se les asocia con México— ha sido descomunal. En Arizona, como ya casi en todo Estados Unidos, hoy en día ya no es políticamente incorrecto ser antimexicano.

Algunos consideran que la aprobación y parcial implementación de la denominada ley SB1070 en Arizona es el colofón —por su obvio radicalismo— de una serie de intentos antiinmigrantes, legislativos y administrativos que se han efectuado en la última década no nada más en el mencionado estado, sino en varias partes de Estados Unidos. Contrario a esto, muy probablemente sea el inicio decidido y formal de una lucha, tal vez perdida de antemano, de esa parte de la sociedad estadounidense que resiente que su país se encuentre cambiando de color, que esté mudando de piel.

Antimexicanismo y promiscuidad política

Catedralandia, © Héctor Villarreal

En los años previos a la SB1070 fueron noticia común en los medios anglosajones las feroces arremetidas políticas en contra de los inmigrantes: reducción al mínimo del posible acceso a beneficios públicos de parte de los indocumentados; puesta en marcha de programas que exigen a los empleadores asegurarse del estatus legal de sus empleados y criminalización a aquéllos si contratan indocumentados; creciente persecución por policías locales a “los sin papeles” utilizando el perfil racial y criminalización, en varios condados, de éstos. El aumento de los embates retóricos en contra de los indocumentados —a quienes a todos se les asocia con México— ha sido descomunal. En Arizona, como ya casi en todo Estados Unidos, hoy en día ya no es políticamente incorrecto ser antimexicano.

De nada valen argumentos como la necesidad de la economía estadounidense de hacerse de miles de trabajadores no calificados al año, esto a pesar de la crisis. De nada vale el hecho de que son actualmente los más de 12 millones de indocumentados en Estados Unidos los que provocan que los que hoy los rechazan tengan acceso a bienes y servicios mucho más baratos. De nada vale tampoco los miles de millones de dólares en impuestos que los indocumentados contribuyen y que jamás son reclamados por ellos. De nada valen las cifras que indican que los crímenes violentos se encuentran a la baja en Arizona, a pesar de las noticias que maximizan los problemas fronterizos, como el tráfico de personas y de drogas.

Personajes políticos que antes fueron reconocidos por su moderación y sentido común en los temas migratorios hoy deben mostrarse agresivamente antiinmigrantes a fin de conservar sus posiciones privilegiadas. Los ciudadanos que los eligieron no toleran el mínimo atisbo de sensibilidad y responsabilidad social. Y estos políticos siguen el juego, como en el caso de los senadores John Mc Cain (R-Arizona), Jeff Sessions (R-Alabama) y John Kyl (R-AZ), entre otros tantos, que apoyan sin ningún escrúpulo intelectual cínicas iniciativas como la que pretende modificar la decimocuarta enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que privaría de la nacionalidad estadounidense a los hijos de indocumentados, a pesar de las serios e insalvables perjuicios  administrativos y legales que implicaría una medida de ese tipo.

09/11/2001: El gran pretexto

La importancia del evento del 11 de septiembre de 2001 en el actual ambiente es casi total. Hasta antes de esa fecha parecía que las reivindicaciones raciales del siglo XX habían convertido a la sociedad de Estados Unidos en una con un grado de tolerancia aceptable. La polarización entre conservadores y liberales se mantenía más que nada en lo referente a cuestiones administrativas —mayor o menor intervención del gobierno en los asuntos de la sociedad, por ejemplo. Aunque, claro, la lucha retórica entre los Estados Unidos religiosos, puritanos y algo conformistas y los Estados Unidos seculares, tolerantes y multiculturales se llevaba a cabo, esa contienda era en gran parte para que políticos, periodistas y comentaristas se allegaran a una identidad, y de ahí apuntalar sus carreras. O al menos así lo parecía. Aun así, los conservadores se cuidaban más de no mostrarse abiertamente antiinmigrantes y desplegar cualquier resquicio interno de xenofobia.

Pero a partir del fatídico suceso del 9/11 los demonios de la xenofobia encontraron el ambiente propicio, las circunstancias ideales, para surgir a la superficie estadounidense. Y la gente del gran país los recibió sin empacho, más que nada porque los creyó ángeles salvadores: una respuesta a la maldad que se cernía en contra de la patria recién descubierta. Así es, recién descubierta, porque antes de la tragedia en Estados Unidos, o “América” —mencionándole así, sin rencor latinoamericano—, no prevalecía en la mayoría de sus ciudadanos la noción de patria cursi a la que la mayor parte de los habitantes del mundo se han acostumbrado. Eso trajo entonces a Estados Unidos demonios y patria ordinaria; racismo y sí, hay que decirlo, conciencia de pertenencia a una nación por encima de los orígenes personales y familiares de cada uno de los estadounidenses.

El aumento de los embates retóricos en contra de los indocumentados —a quienes a todos se les asocia con México— ha sido descomunal. En Arizona, como ya casi en todo Estados Unidos, hoy en día ya no es políticamente incorrecto ser antimexicano.

Hasta ese momento era políticamente incorrecto denostar a los inmigrantes, incluso aunque fueran indocumentados —o ilegales, dicen los que se sienten estadounidenses. Por supuesto que existía en los medios de comunicación, y en la sociedad, alguna que otra voz retrógrada que sin desasosiego agredía verbalmente a los inmigrantes, y concretamente a los extranjeros indocumentados y mexicanos. Pero no pasaba de ser una actitud de algunos racistas convencidos a los que si alguna virtud les podríamos encontrar sería la de la transparencia y persistencia al dirigir sus odios retorcidos —ni en ese entonces ni hoy han dejado de escupir excremento. A pesar de esto, la sociedad en su conjunto en realidad no se mostraba segura de si los inmigrantes y los indocumentados eran parte de los problemas o de las soluciones. Existía o tenía aún peso la perspectiva liberal sobre el asunto. Había, digámoslo de alguna manera, una sana duda de si los inmigrantes ayudan a la economía o quitan trabajos. Hoy no, hoy los inmigrantes, sobre todo indocumentados mexicanos, son el gran problema, el origen de todos los males en Estados Unidos.

Sin marcha atrás: de la subrepresentación política a la participación plena

No hay razón en estos momentos, ni económica ni social ni de sentido común, que valga a favor de los inmigrantes indocumentados mexicanos. El problema que representan es obvio: están modificando de manera irreversible la faz de Estados Unidos, y sobre todo de los territorios que pertenecieron a México. Por eso es difícil una reforma migratoria que ofrezca a los indocumentados un camino a la ciudadanía. El hacerlo sería otorgarles, en el futuro cercano, derechos políticos, lo que a su vez implica aceptar que aquellos ejerzan su verdadero potencial político, primordialmente como electores, y que conllevaría a posibles cambios, ya formales, en la concepción social del ser “americano”. Una verdadera afrenta al corazón conservador estadounidense.

Personajes políticos que antes fueron reconocidos por su moderación y sentido común en los temas migratorios hoy deben mostrarse agresivamente antiinmigrantes a fin de conservar sus posiciones privilegiadas.

Sobre esto cabe señalar que existen casi tres millones de mexicanos con residencia legal que en este momento tienen derecho a solicitar la ciudadanía estadounidense; sin embargo, se encuentren renuentes a obtenerla por diferentes motivos, aparte de la apatía, como podrían ser una añoranza de su lugar de origen o simplemente un nacionalismo poco práctico. Por este último motivo en específico se debe decir que fue positiva, para el acaparamiento de influencia política de las comunidades de mexicanos, la decisión del gobierno mexicano hace años de aceptar la doble nacionalidad —o más bien de no prohibirla—, ya que esto ha motivado y motivará a muchos residentes permanentes a obtener la nacionalidad estadounidense sin temor a perder la mexicana. La visión mexicana del lado sur de la frontera fue permitir a los mexicanos en Estados Unidos seguir siéndolo pero con acceso a la toma de decisiones políticas en ese país —a pesar de que el hecho de que se posea más de una nacionalidad es considerado por varios juristas formalistas una aberración jurídica—, así como brindar mayores posibilidades a la incrustación de lo mexicano en la vida social de la Unión Americana.

Aun así, el efecto de estos aspectos languidece ante el que tendrá la alta tasa de natalidad de mexicanos e hispanos. La semilla para que la siguiente generación pueda alcanzar un poder político más acorde con el verdadero peso social y cultural que representan los mexicanos se encuentra en la alta tasa de natalidad de este grupo, lo que a la postre resultará beneficioso incluso para los anglosajones retirados. Los hijos de los que hoy son no nada más indocumentados, sino residentes y naturalizados, y los hijos de sus hijos, podrán participar no sólo como electores sino como representantes populares, por lo en un futuro no muy lejano, estoy seguro, se hará justicia. ®

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Publicado en: Agosto 2010, Destacados, México y Estados Unidos: una relación bipolar

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  1. Fidencio Vázquez

    Es evidente el terror que sienten los anglosajones por la penetración lenta pero constante de las corrientes migratorias de mexicanos e hispanoamericanos. La memoria histórica está ahí, viva. Para bien o para mal la educación escolarizada no ha dejado de lado esa vieja herida que lacera a la nación mexicana vejada. arrinconada y condenada a la servidumbre del anglo todopoderoso. No se necesita ser zahorí para predecir lo que tarde o temprando ha de venir por una inercia como alud que lo arrasará todo en el norte del continente americano como los ríos muertos que reclaman sus causes, cuando el cielo se cae a cántaros. Pero antes ha de venir una persecución como la de los nazis contra los judíos, pero esta vez será contra todos aquellos que tengan la piel morena y los que no contesten en perfecto inglés. Los negros cuyo origen es el mismo que el de los arios hegemónicos harán causa común con ellos y el peso de la persecusión será contra los hispanos. Dios nos libre de esos momentos porque no habrá misericordia aún con aquellos que ostenten «la ciudadania norteamericana» porque el color de su piel los delatará. Sin embargo esta misma clase menospreciada explotada y ultrajada son la bomba de tiempo que está en la cuna que mece la mano del anglosajón.

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