Vidas volátiles, de Alejandro Badillo, es un libro compuesto de espejismos que ocultan una verdad difícil y pasiva. Historias de impresiones, de paisajes, de momentos que llevan irremediablemente a sus personajes a enfrentarse a una sola situación. Una soledad universal.
No importa si se trata de López, varado en una mañana de sábado eterna en el café Bagdad, hasta que descubre las miradas sutilmente hostiles de meseras y comensales.
Poco importa si es el joven que anhela a Adriana, quien lleva un veliz de mago para vacacionar en Puerto Esperanza, “un lugar diseñado para encontrarse por accidente”.
Tampoco importa si es el hombre anónimo que un día decide salir a la luz, después del bombardeo. El momento se repite o se sugiere irremediablemente. El momento en que el personaje se da cuenta de la ilusión. El espejismo.
Pero en ocasiones el personaje es el espejismo mismo. La mujer que se aburre sola en su departamento es la tapadera de soledad de un tercero que espía desde los ángulos invisibles del relato. Un ser que está más aislado que la suave pesadilla que recrea. Un gato, un encuentro fugaz, el deseo de un inocente adulterio.
Transitando en la duermevela, entre la falta de certeza de qué es lo real, una geisha electrónica y posmoderna lee una galleta que define el pasado. Entonces, por fin, el pasado se vuelve presente.
Al final el lector deseará platicar con alguien de carne y hueso. No importa que se trate de la primera persona que encuentre por la calle. El contacto humano se volverá un deseo imperioso. Uno corre riesgo de quedar envuelto en los espejismos de Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla, 2010).®